sábado, 20 de abril de 2013

El presente

Miro a la gente que me rodea, beben, comen, bromean, y ríen sin interrupción, complacidos y satisfechos, apoltronados e instrumentalizados por su dinero.
¿Pero son felices de lo que han llegado a ser? ¿De lo que hacen? ¿De lo que tienen?, de las casas, de los barcos, de la ropa, de los coches, de los ostentosos viajes y de las  amantes clamorosas, de todo lo que parece mucho y en realidad es poco, muy poco, no es nada, es solo el precio que deben pagar, lo mínimo que pueden conseguir al  gastar tanto dinero y aburrirse en la vida.
He sido invitado a una de esas patéticas cenas de negocios,  donde todos hablan sin decir nada.
Me divierte asistir en silencio a estas cenas, observando a los participantes inmersos en sus discursos y razonamientos sobre qué y cómo invertir el tiempo futuro.
No hay ninguno que no conozca el pasado, el presente o el futuro de cualquier cosa, que no sepa describir detalladamente lo que va a pasar.
Un análisis que produce hombres sin pensamiento, sin la capacidad de hacer penetrar dentro de sí mismos el aliento de la vida, los gritos del corazón, el llanto de alma.
Una generación de empleados bien pagados, hombres  semicultos que ilusoriamente calculan en cuántos años podrán alcanzar su meta.
Inteligencias estériles, memoristas y aparentes, espectadores temerosos de una vida que les pasa por delante, lenta y silenciosa sin ser vivida, y ni siquiera se dan cuenta, tan inmersos como están en la planificación del tiempo.
Un temor que nace de la ignorancia que tienen de sí mismos, de una actitud controlada y reprimida, de un rechazo ante todo lo que es desconocido, un temor  adecuado y apropiado a la sociedad en que viven, y al trabajo que, como esclavos, deben realizar.
Hacen caridad a diez mil kilómetros de distancia y se  olvidan de la vida que les pasa por su lado silenciosa, dejándolos solos, por aquella falsa caridad, que es sólo una excusa para justificar su egoísmo.
Ejércitos de ovejas que creen tener la misión moral de levantar el peso de generaciones de otras ovejas, no han entendido sin embargo que existe una vida más sencilla y menos racional que las vidas que se construyen para poderlas reconocer y darles un sentido.
Si está escrito que algo debe suceder, sucederá a pesar de los esfuerzos que hagan, y si deben morir, morirán con o sin el éxito alcanzado.
No sé si es un defecto, pero cuando estoy rodeado de tanta  superficialidad, por defensa o protección aíslo mi ser y entro en el túnel de mis pensamientos.
Son pocos los hombres que logran prestar una debida atención al presente de sus vidas, anticipan con su forma de vivir y de pensar un futuro desconocido y demasiado lento para ser alcanzado, como queriendo acelerar el tiempo para tener la ilusoria seguridad de que lo que vendrá será como ellos lo habían previsto.
Deambulan con sus palabras en tiempos que no les pertenecen, y escapan de la única cosa que tienen a su alcance, el presente.
Tienen miedo de conocer y vivir la verdad de aquel presente que a veces hiere y hace sufrir, y que aunque fuese agradable pasa demasiado rápido.
Si examinaran sus pensamientos, fácilmente se darían  cuenta de que la mayor parte de ellos están ocupados por el pasado o el futuro, se preparan para ser felices e inevitablemente nunca lo serán.
Sus deseos, sueños y ambiciones, les hacen imaginar un estado feliz respecto a lo que está por venir, porque añade a sus vidas placeres que no tienen.
Pero cuando algunos de estos sueños se convierten en una realidad, ni siquiera entonces serán felices, porque tendrán otros proyectos de futuro más grandes y más importantes que aquellos que una vez les hicieron esperar que cuando se cumpliesen les hubieran proporcionado la felicidad que tanto buscaban.
Actúan de acuerdo con las normas establecidas, se alinean y se uniforman con el único objetivo que consiste en una adaptación lo más cerca posible de la vida de todos, para no crear diferencias o roces, para evitar la responsabilidad que requiere ser un hombre.
Al observarlos, he entendido que son fantasmas sin voluntad alguna, que hacen lo que deben hacer, porque así  se lo han dictado y enseñado, y a pesar de sus estadísticas no se han dado cuenta de que la empresa más difícil es la construcción del individuo.
Buscan el poder, el dinero, los reconocimientos y drogados por un éxito ilusorio, se esconden tras un falso altruismo. La felicidad pasa a través los barrotes de la prisión que se han construido.
Para no aburrirse demasiado rápido, poseen alguna noción  aprendida en los pupitres del colegio, que les hace creer que hacen lo que quieren y que pueden llegar a lo que se han propuesto.
Se engañan a sí mismos con el fin de disfrazar sus acciones, sin ritmo, sin pasión, sin placer, y en la mayoría de los casos, sin la libertad de elegir.
El hombre para tener el dominio de cualquier cosa y ser su dueño, debe poder prescindir de eso y tener la posibilidad de otra cosa.
Pero cuando vivir para el abogado es un código, o para el analista un análisis, se convierte en una repetición de un pensamiento o un concepto, que los aleja de una metamorfosis que su naturaleza posee.
No han entendido nada de sus corazones, que laten lentos,  siempre más lentos, cada día que pasa, hasta latir siempre más despacio, y después un día también sus corazones se pararán, sin haber sido nunca escuchados.
Trabajan incansablemente en un proyecto imaginario para embellecer su vida y descuidan la verdadera.
Sin embargo, tendrían que considerar la corta duración de ésta, y darse cuenta del espacio pequeño e insignificante que ocupan, para poder adquirir el valor que falta.
Creo que la vida sea como un gran puzzle compuesto de millones de piezas que encajan entre ellas, el diseño ya ha sido planeado previamente y no tenemos ninguna posibilidad de cambiar ese plan, sin embargo, podemos dar un significado y un valor diferente a cada pieza que encontramos y encajamos con las otras, el valor de un momento o de la eternidad.

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