Aunque
infelizmente hay siempre alguien que los apoyas, no puedo quedarme quieto y
permanecer indiferente delante de personas que duermen en la calle, que hacen
cola para poder comer, que pierden la casa embargada por una entidad bancaria
avalada y protegida por un Estado y un poder político cómplice de estas estafas
que les permite abusar de su poder de usureros legalizado y de enriquecerse a
las espaldas de personas que lo pierden todo.
No
puedo combatir contra ellos porque no tengo las armas; mi única arma es la
pluma. Lo que yo escribo es lo que pienso, porque es lo que soy, y si no dijera
la verdad, engañaría a mí mismo. Y aunque no sea mucho para algunos, es algo…,
es mucho para mí. Espero que mis escritos queden grabados en el corazón de quien
los lee y quién sabe, también de algún político, aunque dudo de su
inteligencia.
La
vida que hoy vivimos es una continua carrera llena de deberes y las relaciones
con los demás son difíciles y a veces retorcidas.
No
tenemos nunca un segundo para tomar un respiro y pararnos a pensar en nosotros
mismos. Vivimos tan deprisa que nos olvidamos con facilidad de nuestra vida.
Nunca un momento en el que no nos sintamos en culpa por algo que tendríamos que
haber hecho, pero que por una serie de circunstancias no hemos podido hacerlo.
Viajamos
por el mundo con un peso dentro de nosotros que no podemos seguir llevando, y a
veces, nos sentimos incluso sofocados y no vemos una razón para continuar
adelante. No logramos encontrar más el tiempo que llena nuestros instantes de
vida, el silencio, la calma tan necesaria y natural, la tranquilidad de la que
necesita nuestra alma para entender, para pensar, para intentar dar un valor
justo a lo que hacemos.
Nos
levantamos por la mañana para ir al trabajo y tras una rápida ducha y un
desayuno aún más rápido, salimos de casa mirando el cielo como si llevásemos
encima de nuestras espaldas una mochila y dentro de ella el peso de los
fardeles del mundo.
Hay
días que solo ver que afuera llueve o hace frío es suficiente para hundirse en
una tristeza que transmitimos a todos los que nos rodean, como si fueran
responsables o culpables de lo que sucede. Como si nosotros dependiéramos del
tiempo atmosférico, una simple banalidad nos condiciona hasta el punto de
cambiarnos el humor. Y esa mimada parte
de la sociedad que tiene el poder de hacernos la vida más simple y fácil, como
los políticos, está compuesta de individuos mezquinos que representan una
categoría cada vez más oprimente y patética.
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Un saludo