Camino realizando
movimientos lentos y silenciosos para ahorrar energías y no dispersar el calor
corporal. El frío parisino me corta la piel de la cara y me obliga a agachar la
cabeza, escondiendo el rostro.
Desde que ella se ha ido
no he conseguido encontrar una verdadera razón para vivir, para seguir
adelante, para experimentar cosas nuevas. Tengo siempre dentro de mí esa
extraña sensación de que la vida se ha parado.
Ya ha pasado un año desde
que se marchó cerrando la puerta detrás de sí. El tiempo, que cura todos los
males, aún no ha empezado a realizar su trabajo. Me ha hecho solo entender que
en la vida es necesario también concederse el derecho de equivocarse.
Permitirse cometer errores, significa ser capaz de buscar el camino para
crecer.
El error en sí cuenta
poco. Es humano. Lo que vale es cómo nos transformamos tras dicho error. Cómo
incide sobre nuestra vida. Cómo nos convierte. Solo en ese momento tomamos
conocimiento de quiénes somos, pero, sobre todo, de quiénes teníamos llegar a ser.
Nos concedemos la
posibilidad de descubrir una parte distinta de nosotros. Algo que vive en
nuestro interior. Algo que no conocíamos y que no sabíamos que teníamos. Y solo
gracias a dicho error, a la equivocación, lo hemos descubierto.
Tendremos entonces que
olvidarnos de quiénes éramos antes de aquel error. De lo que pensábamos y
hacíamos. Y ponernos de nuevo a discutir delante de la vida, para sentir los
rumores de aquello que acontece. Como asomarse al balcón de casa, observando la
gente que pasa por debajo de nosotros. En la calle.
A veces sirve también
hacer algo que no tiene sentido. O no hacer nada y dejarse llevar por el estado
de ánimo del momento, para poder asistir como espectadores al cambio de las cosas
y de las personas a nuestro alrededor.
Creer siempre que
comprender es más importante que sentir no nos aporta nada.
Para seguir leyendo este
relato, dale a este http://elalmapregunta.wordpress.com/2014/10/24/una-botella-de-vino/
y si te gusta, compártelo
con tus amigos en facebook.
Un saludo