lunes, 22 de julio de 2013

Era ella.

Hoy ha sido un día triste, lluvioso, sin luz. Ha sido justo la lluvia la que ha cambiado mi vida o, mejor dicho, la ha transformado.
Cruzando la calle no me he dado cuenta de que el semáforo estaba en verde. Un coche a toda velocidad no ha frenado a tiempo y me ha golpeado de lleno, haciéndome saltar por lo aires. Con aquella lluvia no ha podido verme y no ha tenido tiempo de frenar.
Nunca hubiera pensado que unas simples gotas de agua, en el momento en que se hubieran unido en mi contra, habrían cambiado el curso de mi vida.
Me veo obligado a admitir que los acontecimientos casuales tienen una voluntad más fuerte que la mía.
Nadie tiene la posibilidad de calcular o de impedir que suceda cualquier cosa en un futuro inmediato.
Después de toda la ceremonia que normalmente se hace cuando alguien muere, veo que me están metiendo dentro de un agujero de aproximadamente unos tres metros de profundidad.
Con toda aquella tierra que me tiran encima será difícil salir de allí. Nunca he entendido porque tiran tanta tierra. A lo mejor tienen verdaderamente miedo de que alguien se lo piense mejor y vuelva a la vida.
Es cierto que tener que aceptar este destino no me convence mucho. No siento que haya llegado el momento de morir, quiero decir, de irme así, de esta manera, sin ni siquiera haber avisado a mis seres queridos.
La muerte tendría al menos que tener la picardía de avisarte unos días antes.
Decido hacer algo para cambiar esta situación precaria.
En vez de quedarme allí, tranquilo, con el alma en paz como hacen todos aquellos que aceptan su destino, intento tener un comportamiento diferente para ver lo que pasa.
De hecho, al cabo de pocas horas de haber estado golpeando y gritando muy fuerte, la muerte ha venido a verme, molesta por tanto alboroto.
Tengo que decir que no era tan fea como la había imaginado, mejor dicho, tenía su encanto.
Si existen muchos ángeles y cada uno tiene el suyo, existen también muchas muertes y cada uno tiene la suya, la que me había tocado a mi era abierta, comprensiva y dispuesta a dialogar.
Ella tenía sus motivos: que había llegado el momento; que el destino escrito de antemano no se podía cambiar y que tarde o temprano llega a todos.
Pero yo tenía los míos: que era demasiado pronto para irme, ya que aún amaba la vida; que no era justo morir de aquella manera; que aún tenía muchas cosas que hacer pero, sobre todo (y esta fue la frase ganadora que hizo enternecer a la muerte) que no podía irme de este mundo sin antes haber encontrado la cosa más importante de la vida: el amor.
La manera en que la mayor parte de los hombres se toma la vida es sólo un pretexto, una manera como otra de escapar del objetivo principal que es vivirla. Esto deriva principalmente por la ignorancia y por la incapacidad de entenderla.
No todos tienen la posibilidad de dialogar con la propia muerte y de convencerla a que les conceda alternativas.
Si en vida me hubiera comportado mal y hubiera hecho sufrir a mucha gente, seguramente no hubiera tenido la posibilidad de llegar a un acuerdo: me habría encontrado una muerte dura, sorda e inflexible a mis ofertas.
Después de casi tres largos días de dialogar sin cesar, la muerte me concedió una alternativa…sólo una tentativa  de ganar tiempo antes del silencio eterno.
Me habría dado la posibilidad de ser invisible durante un año y luego tendría que conformarme con lo que venía después: la muerte eterna.
Pero yo también puse condiciones que ella, comprensiva, aceptó sin replicas: Que pudiera ver a los otros invisibles que como yo habían conseguido llegar a un acuerdo con la propia muerte.
Eran justo los invisibles los que me interesaban. Sabía que entre ellos encontraría a alguien de mi familia, a algunos de mis amigos y, a lo mejor, también a alguien que nunca había encontrado.
De hecho, todo fue como lo había previsto. Encontré a algunos de mis familiares felices y contentos de volverme a ver. Después de haber pasado un rato con ellos, fui a ver a viejos amigos y vi que algunos de ellos no habían cambiado en absoluto.
Celebramos el acontecimiento abriendo botellas de buen vino, cenando en los mejores restaurantes y bailando hasta la madrugada en discotecas de moda.
Con todo este ceremonial, perdí casi seis meses de mi tiempo y decidí que había llegado el momento de buscar aquello que en vida nunca había encontrado: el amor.
Era muy difícil. Las calles y las plazas de todas las ciudades estaban llenas de invisibles. Había tantos que a veces, cuando regresaba a mi tumba cansado de tanto caminar, me costaba dormirme.
Pero lo que más me picaba la curiosidad era que detrás de cada ser vivo había, al menos, dos o tres invisibles que estaban todo el tiempo junto a él. Lo seguían a cada rincón. Incluso por la noche cuando dormía, estaban allí a su lado, sentados, esperando en silencio el amanecer.
La única manera de hacerlos desaparecer era que el ser vivo se olvidara de ellos. Cuando esto pasaba, el invisible desaparecía y, por consiguiente, moría olvidado en su tumba.
Con los jóvenes era posible, se olvidan de todo con mucha facilidad y por esto  el mundo va mal, pero con los ancianos era imposible, no se olvidan de nada ni de nadie.
Por esta razón, a menudo, un viejecito de apariencia normal e insignificante, le seguía una larga cola de invisibles, toda gente que en la vida de aquel hombre había sido importante para él o él para ésta.
Y de esta manera, dando vueltas por el mundo buscando aquel bien precioso, pasaron otros tres meses.
No tenía casi tiempo, me quedaban sólo 90 días y después tendría que volver a mi sitio, a mi tumba, en el silencio eterno. Tenía que tener el alma en paz y aceptar mi destino tristemente.
Pero las cosas que son para ti gravitan con fuerza hacia ti y, aquello que es tuyo, nada ni nadie te lo puede robar, ni siquiera la muerte.
Y un día mientras paseaba sólo por París, por el barrio del Marais, que en vida he visitado numerosas veces, pasó algo insólito.
En medio de la multitud formada por personajes vivos que corrían sin aliento de un lado para otro, cada uno con su vida y sus prioridades seguidos por miles invisibles, vi salir del metro por sorpresa a un alma sola que, con paso lento, semejante distraído y una dulzura poco común en sus movimientos, se sentó en un banco debajo de los árboles.
Aquella maravillosa criatura llamó tanto mi atención que me acerqué a ella para saber quién era y para ver mejor su cara. Aquella alma invisible era tan hermosa que me cortaba la respiración. Nunca había visto en vida a una mujer tan guapa como aquella.
El encuentro entre un hombre y una mujer desconocidos a si mismos,  es uno de los momentos más mágicos que la vida nos depara.
Supe… des del primer momento, por la magia que se había creado entre los dos, que había conseguido encontrar, por casualidad, aquello que en vida había estado buscando por todo el mundo: mi media naranja.
Supe… que por el tipo de vida que había llevado y por el comportamiento que había tenido con el mundo, me había alejado de ella.
En vida, nuestros caminos habían viajado en trenes en dirección opuesta, sin posibilidad alguna de encontrarse.
Supe… que para amar hace falta tener el coraje de equivocarse, la voluntad de estar presentes, la responsabilidad de escoger y vencer el miedo que a veces nos bloquea y no nos deja sentir.
Comprendí… la importancia que tiene el amor, amar y ser amado y construir algo juntos que va más allá de la muerte.Yo me hubiera ido sin dejar ningún recuerdo a nadie, sin dejar ninguna señal de mi existencia. Había vivido sólo para mí, y vivir solamente para uno mismo es insignificante.
Si nos hubiéramos encontrado antes, nuestras vidas hubieran sido diferentes y, por consiguiente, nuestras muertes.
Faltaba sólo un mes para volver a la tumba y ser olvidado.
Sólo a ella, allí delante, sentada en aquel banco, mirándome con sus ojazos azules y profundos como el océano, yo le importaba algo.
No la quería perder, ni dejarla sola, ni separarme de ella. No había conseguido encontrarla en vida porque no había tenido el valor de emprender un camino junto a una mujer. La había encontrado en la muerte y no quería renunciar a ella. Llamé a la muerte y le rogué de rodillas y con lágrimas en los ojos, que me diera una prorroga de otros seis meses. Fue un no rotundo y no aceptó ninguna de mis propuestas. Los grandes amores no se pueden planear, ni calcular, ni racionalizar. Los grandes amores se tienen que sentir y vivir con coraje y en el vivirlos día tras día, se van construyendo y se hacen más fuertes.
Muchas veces la razón se encuentra lejos del corazón y como todo en la vida, todo es verdad y todo es relativo ya que nadie es capaz de apostar por el futuro.
En aquel mes que me quedaba, nos quisimos como nadie lo había hecho antes y nos llenábamos de tanto amor que cualquier lugar nos quedaba pequeño.
Cada momento estaba lleno de amor, de ternura, de dulzura. Todo a nuestro alrededor era maravilloso porque aquello que estábamos viviendo era maravilloso.
Pero un mes pasa deprisa y una hora antes de que el tiempo acordado caducara, la muerte se presentó puntual y silenciosa invitándome a seguirla.
Su expresión era triste y melancólica, diferente a la de otras veces.
Esta vez el trabajo que tenía que hacer era duro y difícil.
Tenía que separar a dos almas gemelas que se habían encontrado y que se habrían amado toda la eternidad.
En cambio, dentro de mi, a diferencia de la primera vez, no sentía ni tristeza ni rebelión alguna al tener que aceptar lo que estaba por suceder.
La seguí sonriente y satisfecho, orgulloso de aquello que había vivido, feliz de haber encontrado y vivido un gran amor. Y cuando me encontré solo en la oscuridad, en el silencio de mi tumba, antes de dormirme, pensaba en ella, en sus besos, en sus abrazos, en su amor, y fue ahí que comprendí que se puede morir en paz sólo después de haber amado tanto.
Cerré los ojos y me dormí con su cara dentro de mi corazón.
Y el alma pregunta.






lunes, 8 de julio de 2013

Confesion de una mujer

Confesión de una mujer.




A menudo me pregunto qué equipaje de tristeza y por cuánto tiempo debe transportar  dentro de sí una mujer antes de encontrar el valor de vivir.
Todas las mujeres dentro de sí, en lo más profundo de su alma, esconden, a veces, dolorosos secretos que les impiden seguir adelante con alegría en la vida.
Momentos llenos de tristeza que no comparten con nadie, a veces ni tan siquiera consigo misma.
Una vida no vivida porque vivida demasiado mediocremente, o tal vez perdida en la banal y común búsqueda de la estabilidad, de la certeza, de dónde invertir bien sus sentimientos, para no arriesgar, con la ilusión de no sufrir para amar, convirtiendo así el amor en una amistad, e impidiendo al propio corazón latir y a la propia alma brillar.
Muchas mujeres se procuran hombres convenientes, pero  sin embargo carentes de cualquier capacidad de amar con pasión, y de trasmitir ese néctar del que una mujer se nutre. La alegría de vivir.
Pero las mujeres están dispuestas a pagar su error vendiéndose la excusa de ser felices, hasta el día en que su alma se rebela, y las obligas a cambiar…
Tendida en la cama, le quedan unas pocas horas de vida.
Familiares, amigos, parientes reunidos  en torno a ella, esperando el momento fatídico.
El sacerdote se le acerca, toma su mano, y con una voz dulce, como cuando se habla con un moribundo le pregunta:
-Bueno, hija mio, he venido a salvarte, así que  puedes serenamente despedirte de esta vida y encontrar una vida mejor. Dime, entonces, ¿cuales son sus pecados?
-Padre- le responde la mujer -No tengo más fuerzas para hablar, me falta la respiración. He escrito  en un cuaderno todos mis pensamientos. Me gustaría, antes de morir que usted pudiese  leerlos delante de todos como una confesión pública.
El sacerdote un poco sorprendido por la petición, toma el libro que está cerca de ella, encima de la mesita de noche, lo abre, y comienza a leer en voz alta, porque todos los presentes puedan escuchar.

“Estas líneas fueron escritas por mí, una mujer de 85 años que ha sabido de estar cerca de la muerte. Espero que estas palabras os ayuden a entender y queden grabadas en vuestros corazones cuando yo ya no estaré”.

-Si pudiera detener el tiempo y volver a vivir mi vida de nuevo, la próxima vez intentaría cometer más errores, equivocarme siempre, para permanecer noches enteras despierta a pensar.
-No trataría de ser tan perfecta planificando todo, incluso las cosas más pequeñas.
-Seguiría al corazón, y a lo que siento, y dejaría a un lado lo que pienso.
-Me gustaría ser más infantil, y más niña, de lo que he sido en este viaje.
-Me relajaría más frente a la vida y a las personas, dejándome llevar por todo lo que me gusta.
-No tomaría nada demasiado en serio, y trataría de reír, de reír, reír siempre, para  todo.
-Quisiera reír tanto  que la gente llegara a pensar que me he convertido en una loca, y entonces, quisiera ser la más loca de todos.
-Correría más riesgos, haría más viajes, subiría más montañas, nadaría en más ríos, contemplaría más atardeceres, e iría a lugares en los que nunca he estado.
-Haría más caridad, ayudaría más a los demás, y a todos los vagabundos que encontrara por la calle, lo llevaría a mi casa para darles una taza de café y un trozo de pan.
-Comería más helados de chocolate, y todas esas cosas que engordan.
-Tendría más problemas reales y menos imaginarios, y no evitaría nada por temor.
-No me enfadaría nunca,  no llevaría rencor hacia los demás, y siempre estaría dispuesta a perdonar a todos los que me pidieran disculpas.
-Si pudiera detener el tiempo...
-Yo, en la  vida que ahora me deja, fui una de las que vivían de una manera sensata y razonable, buscando certezas. Era una de esas mujeres, que nunca iban a ninguna parte sin una brújula, una bolsa de agua caliente, el impermeable, gafas de sol y la crema para no quemarse.
-Si tuviera que empezar de nuevo desde cero, si tuviera la oportunidad de volver atrás, si pudiera tomar la vida en la mano, me gustaría quemarme tanto que no pudiese  tirarme  en la cama.
-No correría detrás de nada, como siempre lo hice, me gustaría dejar que el destino y el tiempo, hiciesen su trabajo.
-No perdería ni un solo momento de mi vida.
-No iría a la cama temprano para descansar.
-No tendría un trabajo estable pensando en el futuro.
-No analizaría el mundo por miedo a vivir.
-No renunciaría a amar por miedo a sufrir.
-No buscaría un hombre  que me conviniese.
-Viviría de  ilusiones, y no de  cosas concretas, para poder  soñar.
-Trataría de vivir con lo que la vida me ofreciese y haría tesoros de  cada pequeño momento.
-No querría ser como los demás, de hecho, me gustaría  que los demás me condenaran porque no soy como ellos.
-Me gustaría tratar de conocer el miedo para ser valiente.
-Me gustaría tratar de conocer el amor para sufrir y ser feliz.
-Me gustaría tratar de recordar, para que cada instante quedara grabado en mi corazón.
-No buscaría lo que es importante en un hombre, pero buscaría un hombre que me hiciese sentir importante.
-No buscaría un hombre para amar y vivir bien con el, pero buscaría a un hombre, que si el me faltara, yo no sería más capaz de amar y de vivir.
-No amaría a un hombre  por sus similitudes conmigo, lo amaría  por sus diferencias, para entenderlo, para conocerlo, para crecer junto a el, y amarlo cada vez más.
-Escribiría una carta a cada hombre, desde el fondo de mi corazón, y le diría la verdad.
-Seria  más tolerante y meno orgullosa  para poder crecer.
-Con el tiempo he entendido  que en el amor, todo lo que es muy profundo, importante y duradero, no puede ser visible a los ojos de los demás, sólo puede sentirlo  quien  lo experimenta.
-He entendido que en el amor dos almas nacidas para estar juntas no se pueden separar; y cuando esto sucede, utilizando la voluntad y la razón, la felicidad se aleja del alma.
-He entendido que el sufrimiento mas duro de soportar, es la renuncia; que a veces se acerca en la oscuridad y en el silencio de la noche , y la vida ya no tiene sentido.
-Si pudiese volver atrás, quisiera recuperar aquello que un día no tuve el valor de vivir.
-El me amaba, yo lo amaba. Pero nuestro entorno, la familia, los  amigos, la  sociedad, tan  pequeña y mezquina, lista para juzgar todo aquello que no entendía, impidió a mi corazón tener valentía y a mi alma arriesgar. Hubiera sido un amor, un grande amor, el mio único amor.
Tuve miedo y preferí huir de el, en lugar de escuchar su voz que me rogaba que lo amase. Escape…escape entre los brazos de otro hombre, que nunca hizo latir mi corazón, nunca, me sentí deseada como una mujer estando a su lado. Me di cuenta demasiado tarde,  que estar con un hombre, no es suficiente, a menos que no lo ames con pasión, el tiempo que le dedicamos se pierde, y también  la posibilidad de ser felices.
 -Si pudiera detener el tiempo, no impediría nunca más,  a mi alma sentir, y mi corazón  latir antes la ignorancia de lo desconocido, o al miedo a la decepción.
-No haría más una injusticia a la vida, evitando la magia de un encuentro casual, haciendo que mis ojos se cubran de un velo de tristeza, y mi corazón se quede inmóvil frente a una emoción, por no haber tenido el valor de vivir.
-Demasiado tarde me he dato cuenta, de que la vida es todo  lo que podemos recordar, con el placer o con el dolor de la misma manera, y todo aquello que olvidamos no lo hemos vivido nunca.
-Cuando llegamos al final del viaje, no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, la belleza y la fealdad, lo correcto y lo incorrecto, sólo entre lo que hemos tenido el valor de hacer y de vivir, y aquello que hemos tenido miedo y nos hemos alejado escapando.
-No viviría más para protegerme, impidiendo así ver un mundo  diferente del mio, pero viviría lanzándome  con valentía en todo lo que me atrae.
-Amaría, con tanta intensidad que no pudiese dormir, que no pudiese comer, para transformar los momentos de la vida.
-Amaría, de tal manera que cualquier hombre me llevara dentro de  sí mismo como una parte de el.
-No dejaría a ningún hombre que me llamase simplemente "Amor mio "
-Y si amar significa sufrir, me gustaría conocer el  sufrimiento, para amarlo.
-Y si amar significa morir, me gustaría conocer  la muerte para hacer amistad.
-Y si amar significa vivir, entonces, no quisiera más vivir sin amor.
-Me gustaría aprender a pedir perdón, para empezar de nuevo, para dar una oportunidad, para comprender, para no perder un solo instante  de aquel amor que me hizo latir el corazón, y brillar mi alma.
-Vertería más lágrimas, para vivir y no para olvidar.
-Si pudiera detener el tiempo, y volver a empezar desde cero, empezaría a caminar descalzo a principios de la primavera y continuaría hasta el otoño.
-Me gustaría dar un montón de vueltas en el carrusel con los niños y a todos los niños que encontrase en la calle, les daría un beso, y jugaría con ellos dándoles todo el tiempo del que dispongo.
-Contemplaría más atardeceres, y más amaneceres, y estaría noches enteras deambulando por las calles desiertas bajo la lluvia.
-Quisiera sentir más, y si aquel sentir me hiciese  llorar, entonces quisiera llorar; y si me hiciese sufrir, entonces quisiera sufrir, porque me he dato cuenta de que es la única manera de estar viva.
-Me he dado cuenta que en la vida, el riesgo más grande no es el arriesgar, sino  el no hacerlo.
-He entendido que el sufrimiento más grande en la vida, es el de no haber sufrido por algo.
-He entendido que el dolor más duro en la vida, es no haberlo probado nunca.
-He entendido que la felicidad no depende de la infelicidad.
-He entendido que no se debe nunca huir por el miedo, de un hombre que te dice,  "Amore mio" porque detrás de esta palabra, vive un mundo que quiere conectar con el mio, un mundo, a veces profundo y desconocido como un océano.
-Si tuviera tiempo, me gustaría cambiar muchas cosas en mi vida, y quisiera vivir como otra mujer.
-Pero no tengo más tiempo.
-Ni tú ni yo, sabemos lo que hay allá, pero sabemos lo que tenemos aquí.
-Ni tú ni yo sabemos qué encontraremos, pero sabemos lo que perdemos.
-Ni tú ni yo sabemos si
seremos felices, pero sabemos que aquí la felicidad depende de nosotros.
-El presente  es el regalo que Dios nos ha dado, que nos regala en cada momento, y la forma en que lo vivimos es el regalo que le hacemos  a Dios; y así haciendo, nos damos las gracias uno al otro.
El sacerdote cierra el cuaderno, mira la mujer, y con aire sorprendido le pregunta...
-Entonces hija mía, exprésame... ¿cuáles son tus pecados?
La mujer  esboza una sonrisa y con el último suspiro de voz, le responde:
-Padre, mi pecado es lo de no haber entendido a tiempo, lo  que significa vivir, y de no haber tenido el coraje de amar.
Y con esta última frase, cerró los ojos.
Y la pregunta alma.

lunes, 1 de julio de 2013

La Verbena en Paris ( Un Hecho Erotico)

La Verbena en París.
(Un Hecho Erótico)


Durante la Verbena de San Juan, estuve en París para pasar esos cuatro días. La ciudad, la cultura, la historia, me transmitían una energía que me envolvía en cada momento, y llenaba mis vacíos.
No salía por la noche. No iba a los lugares de moda. Prefería quedarme a leer o a escribir, con un buen vaso de vino delante de mí, en uno de esos restaurantes típicos franceses envueltos en un ambiente bohemio.
Había reservado una habitación con una bañera de hidromasaje en un fantástico hotel de 5 estrellas en St. Germain de Pres, la zona más chic de París, con la esperanza de que mi “ex” de Barcelona hubiese venido.
Después de la primera noche, me di cuenta de que estaría sólo los 5 días. Me decidí entonces  a hacer algo diferente para dar más sabor a mi estancia. Reservé una habitación como huésped de un convento de monjas, convertido en residencia cultural.
Un lugar excepcional en el corazón de París. Un pequeño castillo de piedra desde 1300, perfectamente restaurado.
Por la noche, se podía dormir con la ventana abierta por el silencio que lo envolvía. Todas las ventanas daban a un gran patio central transformado en un jardín de rosas rojas.
El jazmín, en los alrededores de las paredes colindantes, contribuía con su fragancia y transmitía una sensación placentera.
Mi habitación era pequeña pero limpia. Decorada con un estilo sencillo, me transportaba en el tiempo.
Un viejo armario de madera contra la pared, una mesa pequeña con dos sillas de cuero rojo, un gran sofá, y una cama cómoda y espaciosa, con un colchón enorme.
Las monjas que dirigían el pequeño castillo de 20 habitaciones, eran fantásticas. Siempre atareadas y listas para responder de manera inteligente a cualquier petición de los huéspedes.
Desde el primer día, le caí bien, intrigadas por mi actitud. Ero su huésped preferido A veces, me sorprendían en el jardín, sentado en un banco mientras leía o escribía en algo en un viejo cuaderno.
Una tarde de lluvia, me quede a tomar un café con algunas de ellas contándoles chistes eróticos. Si divirtieron muchísimo.
Una noche que me decidí a salir, fui a cenar a Marais, la parte de ambiente de París. En un pequeño restaurante típico francés, lleno de jóvenes, donde las mesas se tocan con las de los clientes cercanos. Era fácil hablar, conocer,  vivir momentos agradables con alguien que como yo, había elegido este lugar. En la mesa junto a la mía, una chica con aire aristocrático. Parecía una mujer interesante, y después de unas cuantas miradas fugaces, empezamos a hablar.
Para mi sorpresa, era italiana, de Nápoles. También ella, sola a París para pasar unos días. Aunque yo no estaba de buen humor, me dejé llevar por la situación, y nos hicimos amigos.
-Dime Florentino ¿qué haces después de la cena? ¿Tiene algún programa? -me preguntó esbozando una sonrisa-.
-No sé... tal vez me voy a la cama, así aprovecho mañana para hacer un poco de deporte.  Quiero recorrer todas las calles de París.
-No seas viejo -me dijo sonriendo- ¿Por qué no vienes conmigo? te llevo a un bar a escuchar música en vivo. Es un lugar único que te va a gustar.
Me pareció una buena propuesta, y la seguí.
Subimos  en un taxi que nos llevó en  15 minutos a Montmartre, el barrio bohemio de los artistas.
El pequeño bar era encantador. Una atmósfera de otra época. Lleno de gente joven y bella. Algunos, sentados en viejos sillones de cuero consumados por el tiempo y por las quemaduras de cigarrillo, otros, en viejas sillas de madera con el fondo cubierto de cuero rojo, o acostado en la alfombra llena de agujeros. Las paredes estaban empapeladas con las páginas de los viejos periódicos, ahora amarillentas por el tiempo y el humo.
Una música un poco melancólica salía de un gramófono ya sin alma, sólo las monedas que a veces caían en el cubo de bronce, frente a un anciano que tocaba el acordeón, nos traían de vuelta a la realidad.
Nos sentamos en una mesita en un rincón del bar, desde donde se podía ver el escenario completo. Pedí una buena botella de vino tinto. Un Bordeaux de reserva.
Después de una hora, mi reloj marcaba las 12 de la noche. Había llegado para mí, el momento de irme a dormir. Pero justo cuando estaba a punto de soltar la clásica frase de despedida, la suerte cambió mi vida. O por lo menos cambió las horas que seguirían. Ese algo, ya diseñado y predestinado, a veces nos llega de un modo silencioso y se presenta de una manera insólita.
Observando  a las mesas de las personas cercanas a la mía, me di cuenta de que un hombre me miraba con gran curiosidad. No estaba solo. A su lado, una chica de extraordinaria belleza. Su pelo negro como la noche, caía como un racimo de uvas, y cubría parcialmente el escote de su vestido, de la que de vez en cuando se podía ver unos pechos grandes y redondos como un óvalo perfecto en su forma. Piel bronceada, labios carnosos, una sensualidad fuera de lo común. También ella  con los ojos fijos en mí.
Era tan insistente con su mirada, que logró
confundirme, tanto que se lo comenté a mi amiga en Nápoles.
-¿Ves aquella pareja sentada en la segunda mesa de tu derecha? ¿Dónde está aquella divina criatura del vestido negro? Es casi 1 hora,  que los dos me miran.
-Disculpa querido – me dijo interrumpiéndome-tal vez la criatura divina, como dices tú,  te mira, pero confía en mí, el chico a su  lado, lleva es toda la noche sin quitarme los ojos de encima. De hecho... te digo más, me siento desnuda delante de sus ojos.
-No me he dato cuenta de nada-  le dije sorprendido-
-Es así querido. Estas  tan dentro de tus pensamientos y recuerdos que no te das cuenta nada. Mira a tu alrededor, hay un mundo que se mueve y a veces espera que tú haga algo para manifestarse. Pero tú no notas nada, y deja pasar la  vida que se desliza en silencio a tu alrededor.
La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otras cosas. Sólo si  tienes la capacidad de leer los mensajes que recibes, llegas a entender el significado.
Tomé nota de lo que me dijo.
De hecho, era así. El tipo se la comía con los ojos,
y la divina criatura a su lado, me miraba a mí.
Con un hacer casi al azar, me levanté y me acerqué a la barra para pedir otra botella de vino e intercambié una sonrisa pícara con ella. La comunicación fue inmediata
-Hola italiano-dijo sonriendo- Eres italiano ¿verdad?
-Sí- le dije sorprendido-Pero vivo en Barcelona, estoy en París de paso. ¿Y  tú? ¿De dónde eres?
-Mi madre es japonesa, mi padre francés, yo vivo aquí en París.
Se llamaba Onijko. Tenía 34 años de edad. Trabajaba para una compañía de viaje japonesa. Su cuerpo estaba envuelto en un vestido negro que pronunciaba su feminidad. Parecía aislarse  del mundo cuando hablaba, como si no supiese que era un verdadero deseo carnal por cualquier hombre. Tal era su belleza.
Sus piernas bien torneadas y maduras, dejaban ver una piel aterciopelada. El hombre a su lado no dejaba de mirarme.
Con el fin de no crear una situación incómoda, traté de romper el hielo con una broma.
-Eres un hombre con suerte - le dije sonriendo-tu amiga es hermosa.
-Gracias- me respondí con un tono cortés- también tú  está en buena compañía, tu  amiga es hermosa y parece también simpática. ¿Es tu novia? - me preguntó con curiosidad-.
-Si es muy simpática, pero no es mi novia. Es una amiga que conocí esta noche. Ella también es italiana.
Parece que al pronunciar aquellas palabras, abrí las puertas del cielo.
-¡Perfecto! Entonces, si todos somos amigos, podemos combinar nuestras mesas y bebemos juntos.
Siguieron dos botellas más de vino. Ella se reía feliz, mostrando sus dientes blancos y los labios carnosos que harían morir cualquier hombre.
-Sabes...- me dijo casi queriéndome contar un secreto- Me gusta el hombre italiano. Tiene reputación de ser un buen amante. Tengo una amiga que siempre me dice de tratar de hacer el amor con un italiano.
-Y a mi me gustan las mujeres sensuales como tu.
-Se echó a reír- Y dime, ya que eres un observador, ¿qué es para ti una mujer sensual?
-Es aquella mujer que a cada movimiento, logra, sin resultar  vulgar, hacer morir  a un hombre que la observa.
Se acercó y me dio un beso.
Para tratar de animarla un poco, le mostré algo inusual.
Había grabado en mi teléfono un video de un masaje tántrico entre dos mujeres. Un masaje artístico, pero con un fuerte componente erótico.
En el video, las dos mujeres si acariciaban untándose  aceite  por el cuerpo. Una, tumbada  en la cama; la otra acariciaba lentamente su vagina, hasta llegar al orgasmo.
Onijo miraba el video entusiasmada y curiosa.
 -¿Te gustaría ser tocada así por una mujer? ¿Tal vez un amiga tuya?-Le dije para ver su reacción-
-No, con un amiga no, pero si lo hiciera  con una desconocida creo que sí. Nunca he estado en la cama con una mujer.
-¿Te gustaría experimentar? Sería una manera de satisfacer tu deseo secreto.
-Mira, me gustan los hombres, pero si una mujer supiera cómo seducirme, convencerme a ceder, si supiera cómo tomarme,  creo que yo aceptaría. En el fondo es la fantasía sexual de todas las mujeres.
Ya era tarde. Eran casi las tres de la mañana. En 10 minutos, el bar cerraba las puertas. Yo no quería ir a ningún lado, pero tampoco  podría perder a esa maravillosa criatura. Así que tuve una idea...
Entré en las vestes  del niño que se encuentra delante  de la tarta de chocolate, y se la comería toda, pero no sabe por dónde empezar.
No podía arriesgarme a que aquella maravillosa tarta de chocolate dentro de aquel pequeño vestido negro, se fuese sola, con el riesgo de que otro pudiera comérsela.
Pero ni siquiera podía saltar encima como un maníaco sexual, o proponer la clásica estupidez, como...   “dame el teléfono que te veré mañanas”. Hay situaciones en las que no hay mañana, y el retrasarse significa perderlo todo.
-Escucha...-le dije susurrándole  al oído-Si vienes conmigo te llevaré en un lugar único, contemplativo y misterioso.
-No, gracias, estoy muerta de cansancio, mañana por la mañana tengo una sesión de fotos y no quiero ir con la cuenca en los  ojo. Tengo que dormir. Lo siento. Pero disculpa, no te conozco ¿por que tendría que venir contigo?
-Vamos, puedes confiar, no puedes dejarme solo ahora.
Te llevaré a un lugar secreto, inaccesible. Un antiguo convento donde una vez torturaban a los cristianos en la época de la Inquisición. Todavía hay los instrumentos de tortura.
Se echó a reír.
-Aparte que no creo a nada de lo que me dices, pero después, ¿qué vamos hacer nosotros en un convento? ¿Quieres torturarme?
-¿No me crees? ¿Hacemos una apuesta?
-Y ¿qué debo apostar? -Me dijo curiosa-No tengo nada de dinero.
-No... De una mujer como tú yo no quiero dinero. Te diré una cosa… si te digo la verdad, y gano la apuesta, haces el amor conmigo toda la noche  hasta mañana, y no  puedes rechazar  mis peticiones.
-¿Y si pierdes?-me dijo sonriendo-.
-Si pierdo... mira… he comprado un vestido de Chanel, talla 38 para la mia “ex”. Un regalo que le quería hacer. Es elegante y muy sexy. Con ese vestido puesto, tú, girarías la cabeza a todos los hombres de  París. Bueno... si pierdo  te lo regalo.
-Está bien, acepto. Ya sé que estás mintiendo.
No daba crédito ha  sus ojos cuando el taxi se detuvo frente a la grande puerta de madera del castillo.
-¡Increíble! ¿Tú vive aquí? Es un convento de monjas. ¿Por qué no estás en un hotel?
-Estas son mis influencias, -le dije sonriendo- tengo contactos importantes en la Iglesia.
No
s bajamos del taxi y no acercamos a la puerta, saqué  la llave y abrí lentamente.
-¿Qué estás haciendo? ¿Estás loco? No se puede entrar, es privado.
-Cállate... cállate... sígueme y confía en mí. Tengo que ganar mi apuesta.
Me siguió fascinada por la situación, y la curiosidad por saber qué iba a pasar.
Entramos silenciosamente. No encendí las luces. Con el teléfono móvil iluminé el camino. Le hice quitarse los zapatos para subir la gran escalera de madera que  crujía a cada paso y separaba el cuarto de estar de las habitaciones. Las grandes ventanas de vidrios de colores filtran la luz de la luna. Todo el mundo estaba dormido. Las monjas tenían prohibido a los huéspedes traer extraños en las habitaciones, y pedían siempre el máximo silencio después de las 23:00 para respetar las órdenes del convento. De hecho, la mayoría de los clientes eran personas de cierta edad que querían descansar.
Cuando cerré la puerta de mi cuarto a mis espaldas, tire un suspiro de alivio.
-Entonces, ¿qué? -Le dije feliz- hermosa amiga mia, has perdido tu apuesta. Tienes que pagar. Pero no quiero obligarte, y si no quieres, no pasa nada.
El vestido, te lo voy a regalar, de todo modo ya a mi no me sirve. Eres tan hermosa que te quedará muy bien. Abrí el armario y tomé la gran caja de cartón negra  cerrada lateralmente con un lazo de seda rosa. La abrí.
-Wow - dijo casi gritando- Pero es bellísimo.
-Si, bellísimo y carísimo. A ver... –casi para explicarle el  por qué de ese gesto-Cuando lo compré, creía  que  mi “ex”, valía la pena. Junto con este vestido hubiera querido decirles muchas cosas...
Bueno... Si lo quieres es para ti, te lo regalo.
Sin decir una palabra vino hacia mí, y como por arte de magia, sus labios se encontraron con los míos, en un beso largo y lento. Se movieron húmedos deslizándose sobre los míos,  a veces deteniéndose a morderlos.
Comencé a levantar su vestido. Tenía un cuerpo voluptuoso y se abandonaba con pasión. Sus pezones estaban duros y negros como el carbón. El pecho grande y firme, salía de mi mano. La piel aterciopelada olía a vainilla.
La apoye contra la puerta y lentamente, con las manos temblando de deseo, recorrí suavemente su cuerpo.
Le abrí un poco las piernas, me arrodillé ante ella, y comencé a lamerla. Sus vellos eran cortos y muy cuidados. Mi lengua se deslizó sobre su vello perfumado, moviéndose alrededor de su clítoris, dejando un rastro de saliva, para  luego penetrar en su interior, y moverla suavemente. Sus suspiros lentos y prolongados, alimentaban mi deseo de poseerla. Si dejaba llevar de aquellas sensaciones sin oponer ninguna resistencia. Desde su cuerpo las gotas de sudor caían al suelo, y el olor de su piel se volvió muy fuerte. Una droga para mí.
-Véndame- me dijo como si diera una orden.
-¿Disculpa? ¿Como has dicho?
-Véndame los ojos y átame las manos, me excita mucho. Tengo la sensación de estar poseída, violada por un desconocido. Palpada  por muchas manos, como si hubiera más hombres que me rodeasen. Sentirme  el objeto de tanto deseo me encanta. Me gusta tener la sensación de que un hombre abusa de mi cuerpo, en contra de mi voluntad. Ser tratada como una esclava, que cumple con los placeres y con las órdenes me hace sentir  una mujer.
La até las manos detrás de la espalda con los cordones de los zapatos y con una banda negras que siempre llevo conmigo para dormir, le vendé los ojos. La recogí con los brazos  y la acosté en la cama, con la cara contra el colchón. Puse una almohada debajo del abdomen para levantar  su culo duro que sobresalía.
Le unté con un aceite corporal el culo, deslizando mis dedos en el parte central de sus nalgas deslizando, poco a poco de forma gradual, para lubricar el orificio.
Después, con dulzura,  me tumbe  encima de  su cuerpo, aguantándome  sobre los codos para no  pesar demasiado, y poco a poco, lentamente para no hacerle daño, la fui penetrado por detrás. Hasta el fondo, en su interior.
Un grito prolongado  rompió el silencio de la noche.
El dolor se mezclaba con el placer para luego trasformarse en un disfrute increíble.  Ella como poseída por el delirio me rogaba que no parase.
Le daba unas palmadas fuertes en el culo, y le tiraba del pelo para mantenerla cerca de mí, y  evitar que con un movimiento me hiciese salir.
Nuestros cuerpos se movían en armonía y con fuerza para sentir más y más, hasta cuando, con un grito, llego al orgasmo. Me vino entonces otra buena idea.
Estábamos en la tercera planta, nadie nos podía  ver, todo el mundo estaba durmiendo pacíficamente. En la habitación hacia un calor  infernal.
Empuje la cama hasta el balcón que tenía  forma circular. Una terraza al aire libre. Salí casi todo, se mantenía dentro de la habitación sólo unos pocos centímetros.
Le aé las mano al los laterales de la cama y le di la vuelta hacia mi, siempre con los ojos vendados,  y entre dentro de ella.
Hicimos el amor bajo la luz de las estrellas, como si estuviéramos suspendidos en el vacío.
Empecé a moverme lentamente con un movimiento circular y profundo. Ella abría la boca, contenía la respiración, apretaba con fuerza las manos, tratando de tirarla hacia ella y romper esos lazos... Estaba muriendo de placer.
Levantó sus piernas para que me permitiesen entrar más profundamente dentro ella.
Aunque le cerraba la boca con las manos, a veces gritaba de una manera terrorífica. Mi excitaba muchísimo verla allí  tendida con ese pecho enorme, los pezones negros, y su  cuerpo sudado que parecía querer a escapárseme.
Nuestro sexo, se transformó en poco… violento, salvaje, lleno de pasión.
Desde una pequeña ventana desde el otro lado del patio, donde dormían las monjas, vi una luz que se  encendió. Una sombra entró en la habitación y la luz se apagó de nuevo. Estaba seguro de que detrás de ese vidrio casi opaco alguien nos estaba mirando.
No le dije nada a Onijko,  no quería que se asustara.
La desaté, la  hice levantar  de la cama, y
​​lá hice apoyarse  con las manos en la barandilla de la terraza. Aún con los ojos vendados. Toda desnuda. Le  abrí  ligeramente las piernas  y le entré por detrás. Penetrándola lentamente.
Mantuvo las manos sudorosas fuertemente agarrada en la barandilla, levantando los talones y apoyada en sus dedos de los pies para permitirme entrar mejor en su interior. De vez en cuando lanzaba  un vistazo a esa pequeña ventana. Sabía con certeza que alguien nos estaba espiando. Tal vez espío por todo el tiempo, permaneciendo ocultos para ver el espectáculo.
A la mañana siguiente, se fue de puntillas como había entrado, sin hacer el menor ruido. Yo dormía. Cuando me desperté, vi un sobre encima de la mesa. Lo abrí y en un billete rosa estaba escrito… (Gracias, ha sido hermoso. Un beso Onijko). Detrás del billete  su número de teléfono.
Yo me quedé acostado en la cama, unos diez minutos, mirando al techo y pensando. A continuación, justo el tiempo para tomar una ducha y ponerme una camisa de tejano  y baje la escalera para ir a desayunar.
Las monjas reunidas en una grande mesa me miraban con malicia, hablando entre ellas. Lo sabían todo. Mi plan había sido descubierto. Los gritos, suspiros, y ataques repentinos de placer, en el medio de la noche, habían despertado a todos. Sobre todo las monjas. La  directora quería hablar conmigo en su oficina.
-Mi querido italiano, ¿puedes explicar lo que ha pasado esta noche? Es decir, ¿hasta esta mañana? Todos esos gritos, ruidos. Pero ¿que sucedió? Creo que nadie ha sido capaz de dormir, ¿me puede dar una explicación? –Me dijo esbozando una sonrisa-.
-Disculpe, superiora, lo siento mucho. Sin querer, dejé  la televisión encendida en la noche, me he dato cuenta solo esta mañana cuando he vuelto. Tal vez  en la televisión han transmitido algún programa especiale, tal vez un poco atrevido, con alguna escena ruidosa. Una variedad por ejemplo. No se. Esta debe ser la razón, de lo contrario no lo puedo explicar.
La superiora tenía una expresión simpática. Era una monja fantástica y llena de espíritu. Sus ojos brillantes e inteligentes, trasmitían alegría. Detrás de esa cara, color de rosa, se escondía una expresión seria a la altura de sus funciones.
-¿La televisión eh…? ¿El programa de variedades eh…?
-Ya veo... veo... pero a ver, mi italiano, trata de no dejarte nunca más la televisión encendida  por la noche, ya que en ciertos momentos, ciertos canales,  ofrecen programas un pocos equívocos,... digamos, un poco obsceno, quizá demasiado ruidoso o audaces para este sitio.
En este convento, no vemos ciertos programas, y nos encantaría, no tenerlo que escuchar, porque nuestros clientes prefieren la tranquilidad.
Le hice un gesto  con la cabeza, la salude con cariño y  salí de su oficina.
Tal vez vivir la vida, se reduce a aprovecharse de los escenarios que se crean frente a nosotros de manera aleatoria. Del  resto, vivir sin emociones, es un poco como comer sin sentir los sabores. Vivir es una misión a la que todos participamos, pero pocos lo logran. Es una obligación para cualquier ser humano, dado que la vida es un don que se nos ha dado. El niño descubre la alegría en la vida porque  siente en cada momento sensaciones y emociones.
Se alegra de todo lo que sucede y, es por lo tanto, es capaz, de pasar unos momentos felices en su vida. Entonces el niño crece.
Los mayores le  dicen que vivir significa cumplir ciertas obligaciones, mantenerse dentro de ciertos temas, tener un tipo de conducta y comportamiento que varía en función de la edad. En pocas palabras, le hacen comprender que cuando seas grande lo que tiene que hacer es  dejar de jugar para hacer otro tipo de cosas. Trabajar, comprar una casa, un coche, tener hijos, pensar en el futuro, pero sobre todo  comportarse como una persona responsable.
Y el niño comienza a sentirse triste y aburrido. El tiempo que tenía a su disposición para hacer las locuras ha terminado.
Por su naturaleza, se ve obligado a seguir la corriente  social. Privados de la libertad de ser lo que él quiere, y de hacer lo que quiera, empieza a ser infeliz. Viene constantemente juzgado por aquellos que dicen ser expertos en la vida, sin haber tenido nunca el coraje de hacer latir  sus corazones, amar con pasión, o tratar de superar sus límites. Le hacen pensar con una lógica simple y obvia en la vejez desde joven. Como si fuera el objetivo más codiciado.
Cuando pienso en todo este plano de vida, me doy cuenta de cómo me encanta la libertad, la aventura y la soledad, que me permite abrir las puertas de nuevas emociones, donde  mi alma pueda brillar,  mi corazón latir, y la pasión de la vida que mi rodea en cada instante para poder amar intensamente.
Y la pregunta alma.