viernes, 23 de mayo de 2014

Irene e Vanesa.( UN HECHO ERÓTICO)


 

Dedicado a mi amiga Irene

 

 

Hace una semana estuve sobre las 10 de la mañana desayunando en el bar Zurich de plaza Cataluña.

“El dulce relleno de uva me encanta”.

Sentado junto a una mesita en el interior del bar me preparaba mentalmente para afrontar mi día de trabajo.

Mientras estaba allí escribiendo el programa en la agenda, alguien me llamó:

 

―Samuele… Samuele…. ¿Cómo estás?

Levanté los ojos y vi a Irene. Una vieja amiga de la que no sabía nada desde hacía muchos años. Siempre, guapa, femenina y sensual. Parecía que para ella el tiempo no hubiera pasado nunca.

― ¡Hola! ―le digo sorprendido― ¿Cómo estás? Cuánto tiempo… Pero ¿qué haces aquí a estas horas?

― ¡Qué haces tú! ―me responde sonriendo― Yo trabajo aquí arriba, en el Triangle, en el segundo piso, donde están las oficinas del Fnac.

― ¡Mira qué casualidad! ―le digo sorprendido― Esto no me lo esperaba.

Pero siéntate, te invito a un café. Tienes tiempo, ¿verdad?

―Samuele ―me dice salpicando felicidad―, para ti tengo todo el tiempo que quieras.

 

Empezamos así… cerca de 15 o 20 minutos, charlando de todo tipo de cosas de la vida.

Del trabajo, del amor, de ella, de mí, un poco de todo; como dos viejos amigos que no se veían desde hacía tiempo.

 

―Como te decía… amo escribir. Me gusta escribir sobre erotismo, aunque es muy difícil asociarlo al amor. Y como tú sabes, a la gente no le gusta leer erotismo. Busca el sexo y la pornografía. Yo, por el contrario, pienso que el erotismo es la fantasía sublime de la inteligencia, de la mente, del pensamiento. Mientras veo el sexo como la satisfacción del cuerpo. El placer de los banales y de los simples.

―Samuele, tienes toda la razón. También a mí el erotismo me produce un cierto efecto, mientras el sexo en sí, por sí, ha dejado de interesarme. Deberías escribir entonces, ya que te gusta el erotismo ―y me lo dice con una sonrisa maliciosa―, lo que me ha pasado. Podría afirmar sin duda que ha sido la experiencia más erótica y morbosa que he vivido.

―Venga, Irene, cuenta… cuenta. Soy curioso y estoy  interesado por saber lo que te ha pasado. Por escuchar algo nuevo. Quién sabe… Quizá podrías inspirarme para algún relato nuevo.

―No, mi querido y guapo italiano. Si quieres saber algo, te lo tienes que ganar.

― ¿Ganar? ―le respondo sorprendido― ¿Y cómo podría ganármelo?

―Por ejemplo, invitándome a cenar. Pero no en tu casa ―me dice riendo― eres muy peligroso.

― ¿Entonces? ¿Dónde quieres ir? Visto que no te fías de mí?

―Me fío, me fío ―me dice riendo―, pero prefiero un sitio neutro. Si quieres… podemos ir a un pequeño restaurante que han abierto hace una semana en el Raval. Se come fantástico y hay un ambiente increíble.

―Bien ―le respondo sin dudarlo―. Trato hecho. Si quieres, podemos ir esta misma noche. ¿Te va bien? ¿Estás libre?

―Por mí, perfecto. Para ti estoy siempre libre.

―Bien, entonces hacemos así, Irene. Nos vemos aquí a las 21.00, delante del Zurich, y escapamos juntos para descubrir el restaurante, ¿ok?

―Ok, a las 21.00 entonces.

 

Me despido dándole un beso. Ella se va y yo me siento a terminar mi café.

Por la noche nos encontramos de nuevo delante del Zurich y caminamos hablando hasta el restaurante que se encuentra justo en la calle del Carmen.

Sentados junto a una mesa, después de haber pedido y observado el ambiente ruidoso que nos rodeaba, le pregunto curioso:

―Preciosa amiguita… estoy esperando esa historia increíble que me tienes que contar. Tengo curiosidad.

 

Ella me mira y ríe un poco. Después de echarse una copa de vino, inicia con calma a contarme:

―Como sabes, mi guapo italiano, ya que la conoces tú también, Vanesa y yo nos conocemos de hace muchos años y entre nosotras siempre ha existido una amistad especial. Vanesa es una chica guapísima; ojos grandes y verdes, cabello oscuro, boca carnosa y muy sexy. Yo también, dicen… soy muy guapa, aunque un poco más alta y más proporcionada que ella. Cuando salimos juntas, nos divertimos atrayendo a los chicos que no pueden dejar de fijarse en nosotras. Como sabes… aunque a las dos nos gustan los hombres… siempre me he sentido atraída por Vanesa. No sé si será por el hecho de que nos abrazamos mimándonos cuando dormimos juntas en la misma cama, o por el hecho que nos cogemos la mano cuando vamos por las tiendas, pero así es.

Esta situación ha comenzado a ser un poco más difícil de gestionar, cuando me he dado cuenta que entre sus brazos, mi corazón enloquecía como si se quisiera salir del pecho, y el deseo de besarla se hacía cada vez más incontrolable.

Decidí abordar el tema con ella, tomándolo de forma general, para conocer su opinión sobre las historias, incluso de solo sexo, entre dos mujeres.

Sorprendida por mi pregunta, me dejó bien claro que no le interesaba este tipo de experiencias, y tantas otras palabras que cortaron mi más mínima esperanza.

Decidí, entonces, no pensarlo más e intenté convencerme de que era solo ganas de sexo lo que tenía. Pero no era así.

Continuaba pensando en ella.

Me di cuenta de que no podía continuar de esta forma. Decidí así, tomar el asunto de otra manera. Organicé un fin de semana al mar con Vanesa, dejando en casa a mi novio.

Le dije que tenía que aclarar algunas cosas con mi amiga referentes a una pelea.

Salimos el viernes, recién terminamos el trabajo, y en aproximadamente dos horas estábamos en la Costa Brava.

El tiempo justo de ducharnos y de cenar en un restaurante típico, y salimos a la calle.

Las situaciones que vivíamos eran siempre las mismas.

Los chicos que se giraban a mirarnos… que nos invitaban a un bar a tomar algo… que querían conocernos y charlar con nosotras. Entre todas estas invitaciones decidimos de aceptar la de 4 chicos muy simpáticos.

La noche se desarrollaba tranquila hasta que uno de ellos comenzó un cortejo no muy relajado y tampoco muy educado. Quizá por el alcohol que había bebido…

Yo con delicadeza intenté hacerle entender que no me interesaba porque estaba ya ocupada, pero él, obstinado, no se rindió. Vanesa, que más o menos estaba en la misma situación, buscó la manera de salvarnos,  tanto a ella como a mí. Se entrometió entre mi caballero y yo sentándose sobre mis brazos y mientras me besaba en la mejilla, me dijo en voz baja:

―Déjame hacer a mí y entra en el juego.

Yo le contesté con un guiño de ojo como consentimiento, fuesen cuales fuesen sus intenciones. Comenzó así, entre nosotras, un juego de gran complicidad…

Cogió mi mano y la apoyó sobre su muslo, muy cerca del coño.

Luego se envolvió en mí, abrazándome y acercándose con su cara al escote de mi camisa, ya muy desbrochada, y comenzó a darme pequeños besos en el cuello.

Con la otra mano comenzó a acariciarme la barriga. Luego me miró y con una mueca de la cabeza, me hizo notar  las caras de los chicos sentados con nosotras junto a la mesa: con los ojos desencajados no decían ni una palabra,  no conseguían ni abrir la boca…

Pero Vanesa, con aquella manera de hacer no estaba excitando solo a ellos… yo también empecé a sentir algo. Aquellos besos me habían provocado de verdad.

Pero los chicos no se dieron por vencidos…y  pasaron al contraataque buscando vivir el sueño erótico de todos los hombres.

Nos dimos cuenta de que quizá habíamos empeorado la situación. Y cuando nos propusieron de ir a casa de ellos, Vanesa decidió terminar el juego.

Levantándose de repente, y tomándome por una mano, les dijo:

―No, gracias. Tenemos que rechazar la invitación. No nos interesáis. Nada personal, naturalmente. El hecho es que, ¡somos lesbianas!

El momento siguiente fue de silencio total.

Yo la miré incrédula. Sé que los chicos no se contentarían tan fácilmente.  De hecho, fue así.

Presos de una excitación palpable y de un espíritu estudiantil y voyerista, nos rodearon pidiéndonos una demostración de aquellas palabras. Querían asistir a un espectáculo sensual entre Vanesa y yo.

No sabía qué hacer. Vanesa me miraba dándose cuenta que se había engañado por sí misma. Yo no resistí y reventé en una carcajada, intentando remediar la situación…

―Chicos, ella y yo estamos juntas, pero no nos vamos a poner a besarnos delante de vosotros. Estos juegos de exhibición no nos gustan y nosotras lo hacemos en privado.

 

Pero ellos continuaban insistiendo.

―Venga, no lo pongáis difícil. Solo un beso, después nos vamos y os dejamos en paz.

Si hubiese sido por mí, le hubiese dado corriendo un beso a Vanesa. Esperaba con ansia su gesto, un gesto que dijese “sí, ok”.

Y así fue:

Vanesa se me acercó, se pasó la lengua por los labios para humedecerlos, llevó sus brazos a mí alrededor y posó sus labios sobre los míos. Primero, un pequeño beso inocente. Después entreabrió ligeramente los labios y con un ligero, casi imperceptible, remolino, me besó de nuevo.

Pero esta vez con mucha más pasión. Se alejó unos pocos centímetros y mirándome con aquellos ojos verdes me dio otro beso… Y después, otro…y otro… Pero esta última vez, sentí su mórbida lengua que se movía en mi boca, con pasión y con deseo. Se movía dentro de mí y no se separaba. Buscaba mi lengua y yo se la di. Entré en su boca. Fue un beso fantástico, dulce y apasionado.

Me pareció que se había parado el tiempo.

No sentía nada a mí alrededor, estaba concentrada solo en ella.

―Créeme, Samuele. La deseaba muchísimo. Deseaba sus labios, deseaba sus besos, deseaba su cuerpo. Besarlo, tocarlo, acariciarlo, sentirlo y hacerlo mío.

Me estaba dejando llevar por la excitación. Empezamos así, a estrecharnos cada vez más, una contra la otra.

Sentía el calor de su cuerpo, las dimensiones de sus senos. Deslicé una mano y le cogí el culo sobre los vaqueros. Lo cogí y lo apreté fuerte. Un culo duro, derecho y grande. Lo acerqué a mí, tenía ganas de follarla allí, delante a ellos.

Los chicos comenzaron a gritarnos:

―Ehi… ¡Basta, basta! ¡Hemos entendido!

Nos dimos cuenta y nos separamos. Nuestras miradas apenas se cruzaron. Estábamos las dos incómodas. Nos despedimos de los chicos y nos fuimos a casa. El trayecto me pareció larguísimo. Ninguna de las dos hablaba. Probé a romper el hielo con unas palabras para hacerla reír:

― ¿Cómo es besar una lengua con un piercing? ―sonreí y esperé alguna reacción por su parte.

Ella entendió mi intención de salir de aquella situación incómoda y juntas estallamos en una carcajada liberadora.  Después, mirándome con dulzura  me respondió:

―Si te soy sincera ―me dice sonriendo―,  de verdad, ha sido muy bonito… besas muy bien.

―Gracias ― le respondo ―, tú también eres muy buena. De saberlo antes podríamos habernos aprovechado.

 

Ella me miró intensamente, parecía que iba a decir algo, pero renunció y calló.

Llegamos a casa y comenzamos nuestro ritual de siempre. Cogimos una cerveza del frigorífico y nos encendimos el último cigarro del día, hablando de la noche apenas transcurrida. Pero Vanesa estaba extraña. No hablaba. Entendí que estaba trastornada, por su expresión seria. Busqué la forma de serenarla:

―Vanesa, te lo estás tomando muy seriamente, se trataba solo de un juego. Somos amigas de toda la vida, nos queremos como dos hermanas. ¿Es posible que esto te turbe tanto?

Ella continuó sin hablar. Decidí permanecer en silencio dándole todo el tiempo que necesitase para pensar y dar el justo peso al ocurrido. Finalmente, habló con voz temblorosa.

―Irene, lo sé. Ha sido un juego que he iniciado yo. Pero no es este el problema…

―Entonces, ¿cuál es? ¿Te sientes culpable por tu chico? ¿Sientes que lo has traicionado? ―le pregunto intentando comprender.

―Bueno…, sí…, no… No sé cómo decirlo.

―Venga, Vanesa, cálmate y dime qué te sucede.

―Eso, yo… No me sentiría en culpa con Andrés si estuviera segura de que ese beso era solo un juego.

― ¿No lo ha sido para ti? ―le pregunto curiosa e intrigada.

 

La atmósfera estaba cambiando. El aire esperaba nuestros más inconfesables deseos, quizá, secretos.

―Mira, Irene, cuando te he metido la mano entre las piernas, he sentido un escalofrío.

Me avergüenzo de decirte ciertas cosas, pero son ciertas. En aquel momento te he deseado de verdad más que a nadie. Hubiera continuado besándote todo el tiempo posible. Sabes, Irene… ―me dice con cara seria―, no he deseado nunca a nadie, ni siquiera a Andrés como te deseaba a ti. No he deseado nunca a ninguna mujer.

Me miraba en silencio y con expresión inocente y agachando los ojos me dijo de nuevo:

―Bueno, quizá sea mejor irse a dormir, mañana será otro día y se me habrá pasado todo.

―No, no… no. No, nos iremos a dormir hasta que no se aclare todo ―le digo seriamente―. No te tienes que avergonzar de mí. Estoy aquí para escucharte. Continúa.

Dentro de mí estaba volviendo la esperanza, aunque, me sentía un poco culpable hacia ella, dato que, nunca le había hablado de mis sensaciones. Del deseo que tenía de su cuerpo. Del  placer que me habría dado besarla y tocarla. Mientras ella, se esforzaba por hacerlo.

 

―Sabes, Irene ―me dice con una sonrisa maliciosa―. Me han pasado por la cabeza ideas extrañas, la situación me estaba excitando de verdad. Y cuando aquellos chicos nos han pedido de darnos un beso delante de ellos, tenía el corazón en la garganta, pero me moría de ganas por dártelo. Lo siento, Irene.

―No tienes nada que “sentir”, o excusarte.

La tensión estaba alta. La empujaba a confesarse, pero yo…yo no tenía el coraje de hacerlo. Después, en cierta manera…no sé cómo…  conseguí liberarme de dicho peso.

―A mí me ha pasado lo mismo, ¿sabes?

Me devolvió una mirada de alivio, y al mismo tiempo excitada, por aquellas palabras.

Y yo, decidí continuar:

―Cuando nos hemos besado… me he sentido en otro planeta. A mi alrededor no había nada más. Cuando nos estrechamos una contra la otra, y sentía tu lengua dentro de mí, tus labios sobre los míos, tu cuerpo que se apretaba al mío y tu corazón que batía fuerte y excitado como el mío… he probado algo…, como si estuviera bajo un encantamiento…, y, créeme, Vanesa, ha sido algo que no he sentido nunca antes.

Y ha sido solo un beso…Pero Vanesa, no sé cómo decírtelo… Yo quiero entender qué significa todo esto. Me siento tremendamente atraída por ti y tengo necesidad de sentirme de nuevo como hace un rato…

En este momento te quisiera besar por todas partes… Tengo ganas de hacer el amor contigo.

Los ojos de Vanesa tenían una luz que no les había visto nunca antes. Quizá me había dejado llevar demasiado en las confesiones. Quizá había hablado más de cuanto ella hubiese querido. No sabía qué hacer. Ella no hablaba. Se levantó y se fue a la habitación diciéndome que necesitaba estar algunos minutos a sola. Yo no dije nada. Le dejé su espacio. Su libertad para pensar y decidir. Tenía toda mi comprensión.

Bebí otro sorbo de cerveza. Estaba congelada. La terminé. Las burbujas me rascaban la garganta y el frío de la bebida me llegó directo a la cabeza, haciéndome volver por un momento a la realidad.

Un momento que terminó pronto.

Escuché a Vanesa que me pedía que fuese a la habitación con ella. Corrí. Estaba tumbada sobre las sábanas, con la cabeza entre los dos cojines.

―Estoy aquí, dime ―le pregunto excitada.

―Túmbate aquí…cerca de mi… y abrázame, por favor ―me dice con un hilo de voz dulcísima.

Yo lo hago como si fuera una orden.

Pensé…Quizá un abrazo fraterno le serviría para entender que ha sido solo la atmósfera de la noche la que nos ha hecho sentir ciertas cosas.

Aunque, sabía muy bien que para mí no era así. Sabía dónde quería llegar con ella y qué quería hacer. Pero no daría el primer paso y la respetaría.

Me extendí sobre la cama, a su lado, mirando el techo, y sin decir una palabra, me desabroché los botones de la camiseta. Le metí un brazo alrededor de las caderas y apoyé mi cabeza en la suya.

Ella se giró hacia mí, y desplazó su cabeza hacia mi pecho. Sentí sus labios sobre mi piel. Me acarició la mano. Subió con la mano hasta el cuello y lo acarició. Subió hasta la cara y la acarició. Cogió entre sus dedos un mechón de mi pelo y empezó a juguetear. Lo movía, poniéndolo hacia detrás.

“El pelo es mi punto débil… Y ella lo sabía. Cuando me lo tocan, entro en trance”.

Cerré los ojos y me dejé llevar. Vanesa se giró de nuevo y se apoyó en mí. Sentí su barriga contra la mía, su cuerpo estaba sobre el mío.  Introdujo su pierna entre mis muslos obligándome a abrirlos para dejarla entrar y me metió las dos manos entre los mechones de mi pelo.  Yo no tenía fuerza para abrir los ojos.  Sentía su respiración en el cuello. Sentía que se movía.  Mi corazón comenzó a latir fuerte. Sé que iba a pasar algo. Estaba como paralizada por la excitación.

La respiración de Vanesa ahora estaba sobre mi pecho. Desenredó una mano de mis pelos y me acarició el cuello. Me rozó la piel con la punta de los dedos. La sentí deslizarse entre el borde de mi camiseta y de mi piel.

No llegué a controlar la respiración y ella se dio cuenta. Rozó con sus labios los míos. Bajó sin parar por el cuello y se deslizó hasta el borde de mi camiseta. Continuó bajando, haciéndose espacio hasta mi pecho.

El corazón me latía fortísimo. Escuchaba su respiración. Sus labios estaban húmedos, continuamente mojados por la lengua.

Sentía cómo su lengua recorría mi cuerpo, mi piel; su respiración era cada vez más inquieta. Volvió a subir por el cuello. Tenía los ojos cerrados, pero sabía que me encontraba a menos de un centímetro de su boca.

―Te quiero ―me susurró.

Me besó. Estaba literalmente enloqueciendo, pero quería que ese momento de intimidad durase lo máximo posible.

Sus manos estaban concentradas en acariciarme el pecho y las piernas. La habitación estaba llena de erotismo y dulzura. De sensualidad. Metió una mano por mi camiseta y me recorrió la espalda. Me levantó y con un movimiento rápido e imperceptible me desabrochó el sujetador. Bajó por el borde inferior y me lo quitó. El sujetador cayó. Abrí los ojos y la vi delante de mí: sexy y excitada. Yo no tenía ninguna intención de pararla.

Me besó de nuevo mientras me apretaba el pecho entre las manos.

Me estimuló dulcemente con un dedo los pezones duros y rectos.

Estaba toda mojada. Bajó de nuevo con los labios hasta mis pezones tan erectos que casi me dolían. Sentía su lengua que los estimulabas sabiamente, como si mi cuerpo fuera el suyo. Como si lo hubiera hecho siempre.  Metió una rodilla entre mis piernas y apretó sobre mi coño que estaba a punto de explotar. Mi espalda se arqueó ligeramente por aquel  contacto tan placentero. Me tocó la barriga con los dedos y bajó hacia el centro del placer, iniciando un masaje que hubiese querido que no terminase nunca.

Me desabrochó los vaqueros, abriéndome lentamente los botones, uno a uno, “sus manos entre mis muslos” y me los arrancó. Llevaba un tanga minúsculo que cubría solo lo necesario. Que me protegía. Pero yo no quería ser protegida. Se arrimó con la cara y me besó. Comenzó a besarme hasta las bragas. Los pliegues de los muslos, los muslos, las ingles, siempre allí alrededor. De vez en cuando, apretaba su barbilla encima del tanga haciéndome sentir algo duro.

La apretaba cada vez más.

Entre su lengua y mi coño había solo un minúsculo trozo de tela. Yo suspiraba, me estremecía, temblaba. Estuve durante un tiempo cerca del orgasmo. Tenía ganas de llegar, de gritar, de decirle todo el placer que estaba probando. Necesitaba sentir su lengua dentro de mi cuerpo. Vanesa lo entendió y me quitó también el tanga. Arrancó el último trozo de tela que quedaba. Por primera vez me quedé delante de ella completamente desnuda.

Se paró durante un rato a mirarme y a acariciarme las piernas, la barriga, las tetas, el cuello. Después realizó el mismo recorrido con los labios, a ratos con la lengua. La cual sentía húmeda y deseosa.

La pasaba por  el cuello, los pechos, los pezones. Se paró y comenzó a chuparlos uno a uno. De nuevo, la barriga, los muslos, en medio de los muslos, y allí, es donde se paró. Me miró. La miré. Le sonreí dulcemente. Ella me separó las piernas y comenzó a besarme, a chuparme como ningún hombre me lo había hecho antes.

La sentía… estaba inundada de deseo y su lengua me buscaba. Comenzó a hacerme gozar de un modo que nunca hubiese imaginado. Mis brazos iban en busca de un punto de apoyo. Mordí la almohada. El orgasmo no estaba lejos. Arqueé el cuerpo, y apreté los puños, a veces buscaba la sábana, tirando de ella con fuerza  hacia mí. Estaba cada vez más cercana del orgasmo. Comencé a gemir de placer. Tenía los ojos cerrados, no la veía, pero sentía su lengua que se movía rápida y penetrante en mi clítoris.

Con las manos me mantenía las piernas abiertas para poder entrar lo máximo posible dentro de mí.

Su lengua continuaba moviéndose. Exploró cada pequeño pliegue, estimuló el clítoris, lo chupó como si fuera una polla, lo apretó ligeramente entre los dientes y con la punta de la lengua, me dio pequeños golpes.

Con la lengua entraba y salía de mí. Introdujo dos dedos buscando mi punto “G” mientras continuaba lamiéndome. Después, tres dedos y luego, de nuevo, dos. Me rozaba voluntariamente también el culo y yo disfrutaba cada vez más. Me metió un dedo en el culo. Mi culo era virgen, no lo había hecho con nadie, pero su dedo no me hacía daño.

Le imploré que no parase y comencé a gritar y a moverme. Mi espalda se arqueaba violentamente, tiré la cabeza hacia detrás y grité, gemí, gocé, gocé…

―Sííííííí…Siiiiii….ahhhh….ahhhhh….

Tuve un orgasmo impresionante.

Fue mi primer orgasmo con una mujer.

Mi primera experiencia sexual con una mujer.

La boca de Vanesa estaba en ese momento llena de mí. Había alcanzado el orgasmo más intenso que jamás había probado, pero ella no me daba tregua. Continuaba teniendo mi clítoris como rehén en su lengua. No estaba satisfecha y me quería hacer gozar aún más que antes. Mientras me continuaba dando placer, se quitó las medias, pero continuó con su minifalda puesta. Se levantó. La veía mientras se quitaba el tanga y subía sobre mí, con su coño húmedo delante de mis ojos.

Después bajó y comenzamos un maravilloso 69. Comencé con pequeños besos en el clítoris y pasé ligera la lengua por su fisura saboreándola por primera vez. Me encantó.

Su coño era bonito. Estaba húmedo, perfumado, sin pelos. Sabía a limpio.

Mientras la besaba, le metí la mano por el culo y empujé su cuerpo hacia mí, más cerca a mis labios. Le abrí después las nalgas y le metí un dedo en el culo, que comencé a mover, mientras la penetraba con la lengua. Escuchaba sus gemidos. Estaba disfrutando. También ella, en aquel momento, estaba cercana al orgasmo.

―Sí… Irene… Irene… Ireneeeee….Que placer…que placer…siiiii…

Continuó chupándome con fogosidad. Yo no resistía más, pero le quería devolver todo el placer que ella me estaba dando a mí.

Comencé a lamerla de la forma en que quisiera ser chupada yo. Para las dos esta era la primera vez con una mujer. Vanesa gritaba. Gozaba y gritaba. No se retenía. No tenía miedo. No tenía vergüenza. Y esto me excitaba cada vez más. La penetré más veces con la lengua mientras que con los dedos estimulaba su clítoris. Con la lengua comencé a chuparlo, a estirarlo y a mordisquearlo. La penetré con tres dedos, pero sentí que ella quería más. Como si fuera un gran miembro masculino, le  metí el cuarto dedo y ella gritaba aún más fuerte.

Entendí pronto que en el sexo, Vanesa es una que no se contenta fácilmente.

Volví a penetrarla con tres dedos, luego salí y continué lamiéndola. Le lamí también el agujero del culo y ella, de la forma en que gritaba, parecía que no aguantaba más.

La estaba enloqueciendo, pero quería darle más placer. Lubrifiqué al máximo dentro de ella mi dedo y comencé a estimular de nuevo el agujero del culo. Comenzó a relajarse y probé a forzarlo poco a poco. Entrando. No con un dedo, sino con dos, uno sobre otro, para conseguir más volumen.

No había resistencia alguna y me pidió que lo metiese. Lo hice. Y mientras, la enculé con los dos dedos, continué lamiéndole el clítoris. Estaba temblando. Sentí su lengua que me devolvía el mismo placer. La estaba penetrando, follando con la lengua. También ella llevó mis muslos un poco en alto y comenzó a lamerme el agujero del culo, dándome  placer hasta enloquecer.

―Sí… Sí…, continúa, continúa, oohhh, Vanesaaaaa…. Vanesaaaaa…. Me gusta…. me encanta….siii…siiii…siii

Vanesa me lamía al ritmo de su placer, con esa complicidad que une a los amantes, a los grandes amantes, alma y cuerpo. De repente, nuestros gritos se hicieron simultáneos, nuestro placer nos inundó, la excitación estaba a punto de explotar. Nuestros cuerpos sudados se refregaban uno sobre otro para llegar a ser uno solo. Yo estaba llegando al enésimo orgasmo. Escuchaba a Vanesa que estaba también cercana al éxtasis.

Aumenté la intensidad de los lamidos, le hice sentir mi piercing violentamente sobra su clítoris, ella mordisqueaba el mío mientras continuaba penetrándome. Nuestros cuerpos se contraían a la vez, un grito salió de nuestras gargantas.

―Sí… Síííííííííííí… Irene.

―Sí…, sííííí… Ohhhh… Vanesaaaa….

Ha sido increible… Me ha encantado.

Yo no sentía nada más, estaba volando.

Vanesa se dejó caer, agotada, sobre mí mientras yo no me sentía las piernas, los brazos, el cuerpo. Nuestro placer nos había aspirado todas las energías. Mi mejor amiga a duras penas se levantaba de encima de mí, se tumbó a mi lado, me sonreía y me volvía a besar. Nos abrazamos agotadas y satisfechas de ese amor, cayendo en un sueño profundo, preparadas para volver a nuestra vida de siempre, conscientes de que desde esa noche nuestra amistad sería aún más íntima e indestructible, secreta y pasional bajo un cierto aspecto.

 

―Ves, Samuele… ―me dice sonriendo― Yo creo que cada mujer, todas las mujeres, deberían tener secretos que no confesaran nunca a nadie, y  menos a su chico.

Yo la miro en silencio. No he abierto la boca. Me he quedado pegado a la mesa, siguiendo con curiosidad, intriga y excitación su cuento, el cual, me ha parecido fantástico. Me he quedado allí, observando sus gestos. Observando la luz en sus ojos, cuando me contaba cada escena, cada vez más íntima, Estoy fascinado con esta chica. Pienso ya en escribir un relato.

Y ella continúa:

 

Mientras estábamos allí, en la cama, tumbadas una junto a otra, atormentadas, abrazadas, satisfechas y felices de nuestro gesto de amor, en mitad de un buen sueño, la alarma de mi móvil, que había olvidado encendido la noche anterior, me hizo saltar.

A duras penas abrí los ojos, cogí el móvil e intenté ver quién me llamaba: era él, mi novio… Daniel… ¡Qué fastidio!

―¿Dígame?

―Buenos días, amor mío, ¿aún estas durmiendo? ―Su voz caliente y dulcísima me hace olvidar de prisa la fastidiosa alarma.

―Sí, aún dormía. ¿Qué hora es?

―¡Es casi medio día! Habéis hecho horas extras esta noche, ¿eh?

¿Habéis? Ah, sí… Casi no me acordaba, mi cerebro aún no se había puesto a funcionar.

―Estoy en el mar, en la Costa Brava, con Vanesa.

Me giro y la veo. Duerme aún como una niña, no se ha dado cuenta de nada. Cuando me vuelve a la cabeza nuestra noche de pasión, un escalofrío me recorre la espalda.

―Sí, si… se nos hizo tarde, hablamos tanto y hemos llegado a aclararlo todo. Durante el día decidiremos si volver a casa esta noche o mañana por la mañana, ella aún duerme. Cuando se despierte y sepa algo, te lo haré saber ¿ok?

―Ok, amor mío, no te preocupes… Hablamos más tarde. Te quiero muchísimo. Un beso.

―Yo también te quiero. Un besazo…

Corto la llamada. Por suerte me acordé de la excusa que usé con mi novio para pasar un fin de semana con Vanesa.

Me di cuenta de las tonterías que le dije a Daniel y me sentí invadida por un sentimiento de culpa. Era la primera vez que lo hacía. No me gusta mentir.

Siento las mantas moverse y algún lloriqueo: Vanesa se estaba despertando. ¿Qué pasará cuando abra los ojos? ¿Cuándo me vea y se acuerde de todo? Tenía miedo. Miedo de que para ella haya cambiado todo. Tenía miedo por nuestra amistad. Me tumbé de nuevo junto a ella. Cerré los ojos y esperé. Hacía como si durmiese, pero mis sentidos estaban ya despiertos. Ella estiraba un brazo bajo las mantas buscándome. Encontró mi mano y la apretó, se volvió hacia mí y dándome un beso en la cara me dijo:

―Despiertaaaaa. Sé que no duermes. Te he escuchado al teléfono con Daniel… Te quiero, mua mua mua… ―se burló de mi voz y no pude contener la risa.

Vanesa es tremenda cuando se despierta. Para rebelarme fingí asfixiarla con el cojín, pero ella se defendió haciéndome cosquillas por los lados, desplomándome rápido.

De hecho, dejé el cojín y me tiré hacia el otro lado de la cama para liberarme de sus manos, pero ella ya estaba encima de mí.

Me tenía los brazos bloqueados. Yo continué con las risas. No podía moverme, pero entendí que la situación estaba relajada.

Mis preocupaciones se fueron y con ellas, también mi sentimiento de culpa por Daniel.

Nos miramos con una mirada feliz, y entre risas nos dimos un beso pasional abrazándonos con fuerza y apretándonos una contra otra. Después… Nos levantamos de aquella cama cómplice de nuestra noche de amor y en la cocina nos inventamos algo para comer a medias entre un desayuno y un  almuerzo. Mientras nos llenamos el estómago, las dos hambrientas, Vanesa me miraba fija sin decir nada.

―¿Qué quieres? ―le pregunto con cara de fingir estar molesta.

―Nada, nada,  pensaba….

―¿En? ¿Qué?

―En esta noche.

―¿Y…? Vanesa… ¿Conseguirás hacer alguna pregunta gramaticalmente completa?

Se ríe.

―Eesta noche ―me responde con una expresión un poco triste―Me ha gustado, pero ahora, te siento algo fría y tengo miedo de que quizá haya cambiado algo para ti.

La miro sonriendo. Vanesa ha tenido mis mismas sensaciones, mis mismos miedos.

Con dulzura la tranquilizo:

―No, para mí no ha cambiado nada. Me ha gustado con locura también a mí. No pensaba…. No creía…

―¿Piensas que lo volveremos a hacer? ―me pregunta excitada.

―Espero que sí… No depende solo de mí. ¿Pero tú con Andrés cómo te comportarás cuando os volváis a ver?

―Como de costumbre. Sinceramente, siento que lo he traicionado, pero el hecho de haberlo hecho contigo me alivia un poco el sentimiento de culpa, aunque sé muy bien que es un razonamiento estúpido. De todas formas, no le diré nada. No lo entendería nunca.

―Sí, es así… Tienes razón. Yo haré lo mismo con Daniel.

Es un razonamiento absurdo, pero la entiendo.

Me sentía tal como ella. Decidimos que ese sería uno de nuestros tantos secretos que tendríamos para siempre entre nosotras.

Un secreto que nos uniría aún más.

Le ofrecí un cigarro y salimos a la azotea a fumar. Cómplices una de la otra.

El mar era una maravilla, el sol caliente, ya alto en el cielo limpio y sereno. Y un aire agradable refrescaba la piel.

Decidimos dar un paseo por la playa.

Vanesa se ofreció para preparar el bolso con toallas y cremas bronceadoras.

Yo aproveché para darme una ducha aunque no me apetecía lavar y sacar el olor de su piel que quedaba en la mía.

 

“Aquel perfume sensual y natural que nos queda pegado tras haber hecho el amor, tras haber dormido una noche abrazados a alguien. No sé…, pero por la mañana algo de él o ella queda contigo”.

 

Encendí la radio, dejé el agua correr y mientras esperaba que se pusiera caliente, me desnudé. Tenía la costumbre de cerrar la puerta con llave, sobre todo cuando estoy en el baño. En ese momento, por el contrario, ni lo pensaba. La puerta estaba encajada.

Entré en la ducha empañadísima por el vapor. Adoro el agua de la ducha hirviendo todo el año. Cerré los ojos, metí la cabeza debajo del agua que me mimaba, y los pensamientos corrieron sin poderlos parar hacia la noche pasada. Visualizaba cada mínimo particular de la boca de Vanesa sobre la mía. Su lengua, sus dedos delgados. Pocas escenas y de nuevo me excité. Me enjaboné el cuerpo, el pecho, las piernas, el cuello y en cada zona que tocaba correspondía un flash en mi cabeza de mi amiga.

Con la esponja del baño llena de burbujas y jabón me toqué en medio de las piernas y la pasé estrujándomela más veces sobre mi coño. Estaba totalmente depilada. El contacto era increíble. La mano recorría rápida y suave al ritmo de los recuerdos de la noche anterior.

Con el brazo izquierdo me agarré a la mampara de la ducha. La esponja era toda espuma. Me volví, apoyando la espalda en la pared y arqueé el cuerpo, el chorro de agua caía rápido sobre mi piel.

Movía lentamente, pero con un gesto continuo, la esponja encima de mi coño estrujándolo con profundidad. El jabón me ayudaba a que resbalase más fácilmente sobre mi clítoris. Los salpicones de la ducha me caían insistentemente en los pezones. Estaba disfrutando de nuevo y no conseguía pararme. No podía parar mis gemidos. Tuve un orgasmo terrible.

―Síííííííííí…ohhhhhhhh……

Me di cuenta de haber dejado escapar algún grito de más cuando sentí la puerta abrirse.

Probé a disimular y comencé a cantar.

―Ahh, ¿estás cantando?... Pero ¿aún no has terminado en la ducha? ―me preguntó Vanesa― Parecía un poco irritada.

Abro la mampara y la miro:

―Casi he terminado… Cinco minutos ―y vuelvo a cerrar la puerta―. De todas formas, no estaba cantando ―añado.

Continúo con la ducha. Siento la mampara abrirse detrás de mí, sonrío maliciosa.

Giro ligeramente la cabeza y veo a Vanesa allí, quieta, mirándome. Habías entendido.

―Creo que puedo ayudarte…

¡Adoro a esta chica! Me giro hacia ella, abro las dos puertas de plástico y tirándola hacia mí,  la arrastro bajo el agua.

Comenzamos a besarnos con pasión, con ganas, con deseo, con maldad, bajo el agua caliente que caía sobre nuestros cuerpos.

Vanesa llevaba puesto solo una camiseta y unos pantalones cortos y el agua no tardó en ajustarle aquella ropa. Me separé de sus labios, la miré. Sus pezones empujaban prepotentes aquel sutil pedazo de tela. Estaba tan sexy… tanto que no podía ni mirarla. Ella cruzó los brazos y cogió entre sus manos el borde inferior de la camiseta, para quitársela.

La paré, quería que aún la tuviese puesta.

La empujé dulcemente contra una pared de la ducha, le abrí los brazos y manteniéndole las muñecas, las levanto y empujo contra la pared. Comencé a besarle el cuello y le mordisqueé una oreja. Se retorcía y apretó su pecho contra el mío. Le besé los pezones, los chupé, bebí el agua atrapada en su camiseta. Despacio bajé, la acaricié, me froté sobre ella. Le quité los pantalones y al estar mojados, se arrastraron también las braguitas. De un golpe me encontré delante del fruto del deseo. Vanesa temblaba de la excitación. Le besé los muslos, le acaricié los glúteos redondos y firmes, los apreté fuerte entre mis manos casi queriendo hundir los dedos dentro de su piel. Le besé el vientre, el ombligo. Mientras subía con los labios, le levanté la camiseta y se la quité. Estábamos de nuevo ella y yo, desnudas, una frente a la otra. El agua caliente continuaba acariciando nuestros cuerpos sensuales y mezclando nuestros sabores. Mientras nos besábamos, derramé por la espalda de Vanesa un poco de gel.

De su boca salió un suspiro por el inesperado líquido frío sobre su piel caliente. Con las manos lo dispersé sobre la espalda… después sobre el pecho… sus manos resbalaban sobre mi piel.

El jabón aceitoso facilitaba los masajes… me daba cuenta, por los gemidos de mi amiga. Insistí en los pezones. Los agarré entre los dedos y los apreté un poco dando un sentido rotatorio a mis movimientos. Los dedos recorrieron su barriga. Me paré. Pongo más jabón encima de la esponja. Esta vez la dejé gotear sobre la barriga de Vanesa. Dejé caer una buena cantidad para hacerla llegar hasta su clítoris. Ella dejó escapar un grito. La hice disfrutar con aquella sensación de frío y después la rocé con un dedo. Vanesa temblaba.

Se plegaba ligeramente sobre sus rodillas y vino adelante con la pelvis. Me quiere. La vuelvo a besar. Mientras con la mano le extendí el jabón, del clítoris hasta el culo. Adelante y atrás… adelante y atrás. Primero, lento y dulce, después más rápido… más rápido… más rápido... realizando con la mano la presión justa. Sentía calor. Vanesa estaba llena de placer. Jugué con dos dedos con su clítoris, ella continúa gimiendo. Tenía una mano dentro de mis pelos, la otra sobre mi espalda y trataba de empujarme hacia abajo. Pero quería guiar yo. Quería ser yo la que esta vez dirigiera el juego. Alargué una mano y cogí el mezclador de la ducha. Dos giros en el sentido de las agujas del reloj de la rueda y el chorro salió desde las tres aperturas centrales, vibrante y estimulante.

Disminuí la presión del agua, la temperatura era perfecta. Besé a Vanesa, le toqué de nuevo el clítoris y ella comenzó a moverse al ritmo de mi mano. Sin separarme de ella, dirigí el agua sobre su clítoris. Con una mano le abrí ligeramente los labios para hacerlo salir. Lo toqué, estaba duro. Dirigí el chorro del agua estimulándola. Vanesa gritaba de sorpresa y después, en seguida, de placer. Estaba gozando, como una loca. Luchaba por sostenerse sobre sus piernas y tenía que apoyarse en la mampara, tendiendo los brazos a los extremos y apoyándose con las manos. La hice que viniera al centro de la ducha y continuando con los masajes con el chorro del agua, ahora lejos…ahora cerca… le besé la espalda y me metí detrás de ella.

La acariciaba por todos lados. Los glúteos los tenía lisos y duros como el mármol, no resistí, la mordí. Sentía cómo Vanesa apreciaba mis esfuerzos. Con la mano libre los separé y metí la cara. Cambié de nuevo el mezclador. El chorro del agua salía entonces de un solo agujero. Fuerte, rápida, potente como un martillo neumático. Lo dirigí dentro de su culo. Ella, para sentir mejor el chorro de agua, arqueó el cuerpo y apoyándose con las manos en la pared, empujó el culo hacia mí. Moví el agua y metí la cara alargándole los glúteos con las manos. Comencé a lamerle el agujero y le metí un dedo. Me apoyé y la penetré con la lengua. Le hice separar aún más las piernas, alejé el chorro del agua. Moví el mezclador delante y detrás. El masaje era potente y Vanesa no tardó en llegar con un orgasmo terrible.

―Sí… Sí… Sí…Irene……

Le pasé a ella el mezclador, ahora tenía las manos libres y me metí exactamente debajo de ella. La penetré de nuevo ahora con los dedos, con la lengua, sintiendo todo su placer sobre mi cara. Pasé la lengua desde el clítoris al agujero del culo, delante y detrás. Abracé sus piernas, mi cabeza estaba doblada hacia atrás, ralenticé un poco para dar a mi amiga algo de tregua. Pero parecía que no servia. Vanesa comenzó a mover la pelvis sobre mí. Estaba cabalgando mi boca. Quería que mi lengua la follase. No podía hacer más que tocarme. Estaba llena de tanto placer que casi no sentía los dedos. Vanesa desde arriba vio mi mano. La escena la debía excitar porque estaba moviéndose aún más. Me mantenía la cabeza firme entre sus manos, no quería que parase, me estaba usando por darse placer. Quería moverse ella. Le ofrecí mi lengua.

Con un pie me quitó la mano, impidiéndome que me tocase. Esta vez cogió ella el mezclador. Desde arriba apuntó el chorro de agua directo a mi clítoris. Un solo chorro fuerte y directo.  El agua caía rápida concentrando su fuerza. Comencé a gemir. Era verdaderamente una sensación extraordinaria. Jugó un poco con el agua sobre mí, yo estaba cerca del orgasmo y empecé a lamerla con pasión.

―No pares…no pares… ―le suplicaba.

Después de un rato, no sentía más las salpicaduras del agua. Vanesa quería hacer la tonta… Me quería hacer sufrir… Quería ser deseada.

Pero, de golpe, llegó un chorro más grande y potente sobre mí. Sentí mi clítoris bailar bajo aquella cascada de agua. Vanesa había desenroscado el mezclador, apuntándome directamente el chorro del tubo del agua.

Con el pulgar presionó el orificio de salida, creando salpicaduras sutiles y calculadas.

El placer era indescriptible, yo me dejé ir hacia detrás, me apoyé con la cabeza en la pared y separé las piernas más de lo que podía, considerando el espacio reducido en el que nos encontrábamos. Miré a Vanesa con los ojos casi cerrados por el placer. Mi barriga temblaba. Ella se agachó sobre mí.

Dirigió el tubo como si fuera una prolongación de su cuerpo. Apuntó el chorro dentro de mí. Yo me sentía llena. Grité. Con la otra mano continuó masajeándome el clítoris. Siguió estimulándolo hasta el cansancio.

Adelante y a atrás. A veces movía los dedos en sentido circular y me estimulaba las paredes internas. La sentía hasta el final.

El ritmo se llegaba a hacer cada vez más decidido. Comencé a sentirme débil. Sentía calor. Tenía escalofríos. Tenía la garganta seca de tanto gritar y gemir. Vanesa aumentó ligeramente la temperatura del agua directa a mi clítoris.

La dirigía en sentido circular, siempre a la misma velocidad. Yo enloquecía, alargué la mano hasta ella y comencé a masturbarla mientras ella me masturbaba a mí. Esta imagen me excitaba aún más. Me llevaba al delirio y tuve un orgasmo que quizá fuese el más intenso de entre todos aquellos probados.

―Siiiiiiii…..aaaaahhhhh……siiiiiiii…Vanesa…oooo…Vanesa….

Tras tal gozo, ahora, el agua se volvía fastidiosa. Vanesa lo sabía y sin que yo le dijese nada, cerró el grifo.

Pero ella quería más.

Se giró y se sentó sobre mí. Se dejó llevar y se me tumbó encima. Su cabeza, ligeramente hacia detrás, se apoyó sobre mi espalda. Desde esta posición podía besarle el cuello y las orejas. Con los brazos alrededor, le resbalé mi mano hasta el clítoris. Lo agarré entre los dedos y comencé con el pulgar a estimularlo. Después ella se giró y mientras nos dimos el enésimo beso lleno de ganas, la sentía gozar. Gritaba y se movía sobre mí, suplicándome que no parase. Se agitaba. Con la pelvis iba con fuerza contra mi mano como si quisiera dentro de ella también mi brazo. Su mano buscaba apoyo en el plexiglás ya completamente empañado, fuese por el vapor del agua o por nuestras respiraciones. Buscaba agarrarse y yo con la otra mano le agarraba el pecho como para sostenerla. Tuvo un orgasmo prolongado, un grito fortísimo.

―Gozzooooooooooooooo….aaaaahhhh….siiiii…Irene… Ireneeee…..

Jadeaba, respiraba a duras penas, y se deja caer sobre mí agotada. Le deshile los dedos de dentro de ella y un leve suspiro salió de nuevo de su boca.

Con dificultad nos levantamos de aquella incomodísima posición, riendo y preguntándonos cómo diablo habíamos podido estar así todo ese tiempo. Colocamos el mezclador y ayudé a Vanesa a ducharse, enjabonándole la espalda mientras que algún beso aún se nos escapaba.

Nos envolvimos en la misma toalla y nos tumbamos en la cama. Eran las 14.00 horas y ninguna de las dos teníamos ganas de ir a la playa. La playa, el mar, el sol, pueden esperar. Los encontraremos siempre. Nos dormimos abrazadas.

 

Son ya las 0:00 de la noche y en el restaurante no hay nadie. Quizá quieren cerrar. Llamo al camarero y le pregunto a qué hora cierra el local. Aún tenemos media hora a nuestra disposición. Pido otra botella de vino. Lo que Irene me está contando vale la pena de ser escuchado. Le echo el vino en el vaso y la empujo para que continúe con su historia.

―Eres insaciable, Samuele ―dice con una sonrisa.

―Venga, Irene, continúa… No me dejes así ahora. Estoy muy intrigado. Te prometo que escribiré una historia y te la dedicaré.

Y ella continúa:

 

Nos dormimos de nuevo abrazadas una a la otra. El tiempo pasó rodeándonos con su silencio. Después, de golpe, como si alguien me llamara… me desperté de repente acordándome que tenía que llamar a Daniel. Tenía que llamarlo para confirmarle el día de mi vuelta.

―Hola, amor… Vanesa y yo saldremos mañana por la mañana. Hemos escuchado en la radio que esta noche habrá mucho tráfico.

―Ok, no os preocupéis, mejor volved con calma… Buenas noches, entonces, y pasadlo bien. Te echo de menos…Besos.

―Buenas noches, yo también te quiero mucho… mucho. Un beso. Hasta mañana…

Echo de menos a Dani de verdad.

El reloj marca las 17.30. Escucho a Vanesa hablar desde la otra habitación. Estaba al teléfono con Andrés. No puedo hacer otra cosa que escuchar:

―Te echo de menos, amor mío, tengo tantas ganas de hacer el amor contigo… He pensado mucho en ti durante estos días.

Se me hace un nudo en el estómago. Sé muy bien que está enamorada de él y que no puedo pretender nada, pero estaba celosísima. Entiendo que desde ahora tendré que vivir con la idea de Vanesa en la cama con Andrés. Como ella deberá aceptar que yo me acueste con Daniel. Será aún más difícil porque ya sé cómo es Vanesa en la cama. Pero, mi racionalidad, por suerte, es más fuerte de mí sentir.

Aún tenemos  algunas horas juntas y después volveremos a la vida de antes. Volveremos a estar con nuestros hombres, a hacer el amor con ellos y yo tendré que soportar mis celos.

Pero la idea no me convence. También yo echo de menos a mi novio, pero estoy aquí con mi amiga Vanesa, y quiero disfrutar de estos momentos al máximo.

Mientras ella continua al teléfono, me acerco sin que se dé cuenta: me da la espalda, apoyada con los codos sobre la mesa. Una mano aguanta el móvil y la otra, la cabeza. Espalda recta y piernas cruzadas. El pelo recogido con un lápiz y algunos mechones que caían a los lados. Estaba bonita como siempre. Llevaba una túnica. No llegaba a ver más. Me acerqué a ella y la abracé desde detrás, haciéndola sobresaltarse por el susto, pero sin interrumpir su llamada. Le di un beso en la mejilla y con un gesto le dije que me iba a preparar para salir a cenar. Fui a la habitación y elegí qué ponerme. Pantalones negros estrechos hasta el tobillo, mi camisa más escotada de mangas cortas y adherentes y las inevitables sandalias con tacón de aguja. Preparé todo sobre la cama. Antes de vestirme quería la opinión de Vanesa. Mientras, me pintaba y me arreglaba los pelos. Finalmente, aquella charlatana terminó la llamada. Le dije que había avisado a Daniel de que saldríamos mañana por la mañana. Vanesa me miró y río maliciosa.

―Me ha gustado muchísimo la ducha ―le digo rompiendo el silencio.

―También a mí… Le estoy cogiendo gusto… Y pensar que yo era la primera en despreciar este tipo de cosas. Nunca hubiera imaginado nada de esto y mucho menos contigo ―me confiesa.

Nos tumbamos en la cama, una junto a la otra. Mirándonos intensamente a los ojos.

―Antes te he escuchado decirle a Andrés que lo echas de menos. ¡Me has hecho ponerme celosa!

Vanesa sonríe y añade:

―Yo también me pongo celosa si te imagino en la cama con Daniel. Estamos las dos enamoradas de nuestros chicos, tenemos que ser conscientes de que esto ha sido solo un paréntesis y que no podrá ir adelante para siempre, ¿vale?

―Sí, estoy de acuerdo…. Yo pienso lo mismo, pero…. ¿Andrés te hace gozar como yo?

―Ehmm, claro que no. Con él no grito así.

Rompemos las dos con una carcajada.

―Yo, igual. Con Daniel el orgasmo lo consigo pocas veces… Quizá por eso nos hemos dejado llevar. Tenemos necesidad de gozar, ¡y dos mujeres juntas provocan chispas! Pienso que en el fondo los hombres son muy egoístas y no saben cómo hacer gozar a una mujer.

―Sí, puede ser… Pero tú me gustas también físicamente… Eres guapísima…

―¡Me voy a sonrojar! ¡Venga! me levanto y me visto. ¿Qué dices? ¿Voy bien vestida así?

-le pregunto, señalando la ropa puesta a pie de cama.

―Sí. Además, con esa camisa no podré mirarte a los ojos en toda la noche ―ríe.

Se levantó y preparó su ropa: minifalda vertiginosa negra de volantes, una camiseta suave, de esas que dejan la espalda descubierta, color arena-oro para resaltar el bronceado de estos días en el mar, y en los pies, sandalias con tacón de aguja.

Es demasiado guapa…

―Al verte así se me quitan las ganas de salir… ―le digo.

―¿Por qué? ¿Estoy mal? ―se preocupa

Vanesa.

―¡No, estás muy bien! Muy bien…demasiado.

―Qué tonta que eres…

Su cara lucía una sonrisa incómoda.

Se ruborizó, me miró de reojo y con aquella mirada me envió un guiño. Ella en ese momento estaba de pie, junto a la cama. Yo apoyada sobre ella, le cogí la mano, tirándola dulcemente de ella hacia mí. Vanesa se dejó acompañar. Nuestras bocas estaban de nuevo cercanas. Rocé sus labios carnosos con el dedo y luego los recorrí levemente con la lengua. Sus labios se cerraron, vinieron hacia mí y nuestras lenguas bailaron de nuevo juntas. La situación se nos iba de las manos otra vez, nos dimos cuenta y nos volvimos a vestir, un poco decepcionadas y un poco deseosas de retomar el escenario donde la habíamos dejado una vez que volviésemos a casa. Después de una hora estábamos en el coche buscando algún restaurante agradable, donde poder comer algo bueno. Pero aquello que veíamos por la calle eran locales muy de moda y decidimos salir un poco de la zona. Después de 40 minutos nos encontramos delante de un inmenso centro comercial. Aunque no era lo que buscábamos, teníamos hambre y decidimos entrar. Loa sábado noche abre hasta tarde y era posible encontrar restaurantes para todos los gustos, tiendas y también cines. El centro comercial estaba lleno de gente, muy joven. Nos sentamos en una mesa de un restaurante japonés. Aunque personalmente no me vuelve loca, quise contentar a Vanesa. La cena fue una sorpresa… la cocina era óptima. Salimos del local las dos saciadas y decidimos dar un paseo y mirar las tiendas, aprovechando para bajar la cena. Los escaparates eran siempre los mismos; vestidos, bolsos, botas, con alguna alusión a la colección otoño/invierno que mete un pellizco de tristeza.

El largo pasillo terminó. Estábamos por recorrerlo en el sentido contrario cuando Vanesa se paró y me llamó:

―¡Irene, ven a mirar! ―Estába detrás de la esquina y miraba un escaparate que se nos estaba escapando.

―¿Qué pasa? ―le pregunto curiosa.

No me dio tiempo de terminar la frase cuando veo que estaba delante de un sexshop.

He visto muchos escaparates como aquel, pero nunca he tenido el coraje de entrar y conociendo a Vanesa, sabía que aquella sería mi primera vez. Por el contrario, para ella, no era así. Había ya comprado artículos de sexo con Andrés. Miro a Vanesa, tenía los ojos brillantes de maldad y yo, ninguna intención de estropearle la diversión. Me cogió por una mano, para romper mi incomodidad y entramos. Nos atendió una dependienta muy simpática diciéndonos que estaba a nuestra completa disposición. Le dimos las gracias y comenzamos a mirar a nuestro alrededor.

Yo estaba asombrada: nunca he pensado en mí como a un angelito en la cama, pero aquí, ¡¡me sentía una virgen!!

Por suerte, conmigo estaba Vanesa que se desenvuelve hábilmente entre vibradores, correas, látigos, vendas para los ojos, esposas, strap-on, ropa sadomaso y pelotitas. Yo me quedé impresionada por un objeto pequeño, hecho con forma de antorcha y con gomillas blancas en un extremo. Lo observo, leo: «Vibrador para el clítoris. Placer intenso». ¡Uau!

―Eso cógelo que lo compramos ―me dice Vanesa. No me di cuenta que me estaba mirando.

―¿Segura? ―le pregunto.

Ella, con una mirada, sabía ya de qué se trataba y yo ni siquiera imaginaba que existía.

―Sí, claro. Esta noche probamos algunas cosas… ―me dice haciéndome un guiño de ojos muy travieso.

Yo me perdía curioseando entre todos aquellos objetos destinados al placer. Pero, quería hacerle un regalo a Vanesa. Me exprimí las meninges y finalmente me decidí: “Un vibrador con penetración doble”. Miré a mí alrededor, vi uno fantástico. Me parecía algo grande. Pero, estaba hecho tan bien, que me empujó a comprarlo. Perfecto, suave, caliente, con los pliegues justos, parecía de verdad. Un verdadero miembro masculino. Vanesa estaba lejos e intentaba escoger los mejores artículos para dar placer a dos mujeres. Aproveché y corrí a la caja a pagar, diciendo a la dependienta que era una sorpresa.

Mi amiga no se había dado cuenta de nada.

La alcancé. En las manos tenía dos vibradores enormes. Cogió uno y río. Era uno de los que tiene movimiento circular con tantas pequeñas esferas dentro.

―Vanesa, venga, apágalo, si no, ¡lo pruebo aquí! ―se ríe.

―Pero ¿qué has comprado? ―le pregunto.

Se gira y me muestra otros objetos: otro vibrador de clítoris, un aceite estimulante y lubrificante, un falo negro con doble punta, también muy gordo y un cinturón de cuero.

No puedo no desencajar los ojos. Vanesa me besa y con voz cálida y sensual me dice:

―Fíate de mí, te haré gozar como nunca…como una cerdita.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Arrastré a Vanesa hasta la casa, antes de que vaciase la tienda. Pagamos y corriendo nos fuimos al coche.

Quería llegar a casa lo antes posible. Largo el trayecto, mi amiga puso el CD de Vasco, nuestro ídolo. Sus canciones se adaptan siempre a cada una de nuestras situaciones.

Y no podíamos no cantar en voz alta:

 

“Quisiera estrecharte los brazos, los brazos alrededor del cuello y besarte, besarte por todos lados. Lalalalalla… Hazme gozar”.

 

Estábamos cargadas, adrenalínicas, excitadas. El camino parecía más largo que a la ida.

Me encendí un cigarro para calmar el ansia. Mientras fumaba, la canción termina. Las palabras de la canción siguiente no eran menos provocativas:

 

“Dame una mano, señorita, y métela aquí… Y verás qué sucede”.

 

Vanesa seguía la letra como si fuera una orden. Me acariciaba el muslo y después, el interior. Mis movimientos eran limitados, estaba conduciendo. Vanesa se inclinó hacia mí, jugaba, me besaba el pecho, me apretaba el seno con la mano. Yo hervía como nunca. Después de un rato, por fin aparqué. Caminando hasta casa me di cuenta de que los juegos de Vanesa habían provocado su efecto: estaba mojadísima. Miro a mi amiga mover su culo aposta delante de mí. Abrí la puerta de entrada, corriendo a la habitación y vació sobre la cama la bolsa con nuestras compras. Los abrí uno a uno y les dio un lavado rápido. Con una excusa yo me encerré en el baño y desenvolví el vibrador doble que había comprado para ella y lo enjuagué. Era verdaderamente muy grande. Lo escondí y salí del baño. Vanesa estaba ahora en la cocina, había preparado una cerveza y dos vasos, me aproveché para esconder el vibrador bajo el cojín y volví con ella. Comenzó a estimularme con las palabras. Quería lamerme hasta hacerme desmayar, me quería follar, quería hacerme gritar de placer. Es una cerda. También yo soy una cerda. Se me acercó y se me sentó en el brazo. Me desabrochó despacio la camisa, mirándome intensamente a los ojos. Me acarició, metiéndome las manos en el pelo.

Me empujó la cabeza hacia a tras y me besó el cuello. Yo le metí una mano bajo la falda. Estaba hirviendo…ya húmeda. Mientras me besaba, le salían los primeros suspiros. Le aparté el tanga y le toqué el coño. Estaba mojada. Se dejaba llevar. Se apoyo con la espalda en la mesa. Ahora la estaba acariciando por todos lados. Le levanté la falda y le quité el tanga. La empujé despacio. Se dejó llevar hacia detrás y con la espalda se tumbó por la mitad sobre la mesa levantando ligeramente las piernas. Estaba delante de mí…, con las piernas abiertas y el coño a la vista. Toda caliente. La besé, la estimulé y le quité el top descubriendo sus tetas con los pezones ya erectos. Con la punta de la lengua dibujé una raya desde su cuello al ombligo. Con pequeños besos subí hasta los senos, mordí los pezones y los chupé. La mano de Vanesa estaba alrededor de mi cabeza y me empujó fuerte hacia abajo. Continué dándole placer con pequeños mordiscos y golpecitos con la lengua.

Vanesa se tumbó, por completo, y yo me refregué un poco sobre ella bajando despacio hasta allí. Le hice sentir mis labios. Apenas la rozaba. Quería hacerla enloquecer de deseo. Su sabor era cada vez más bueno. Su olor sabía a mujer, a sexo. Rocé el clítoris con la lengua desde abajo hasta arriba. Estimulé aquel agujero. Ella se contoneaba y jadeaba, impaciente, sobre la mesa. Le acaricié los muslos y le separé las piernas al máximo. Bajé hasta el agujero del culo y desde allí, subiendo lentamente, lamía a plena lengua a mi amiga. Haciendo recorrer sobre ella la bolita metálica de mi piercing. La penetré con la lengua, delante y detrás. Le metí de golpe dos dedos y a Vanesa se le escapó un grito:

―Ohh… Ohhhh… Irene, Irene… Ohh… Oh… Amor, me gusta, me gusta estoy a punto de llegar… Sí, sí, continúaaa… Continúuaaaa…

Decidí pararme y pidiéndole que no se moviese, corrí a coger todos lo objetos apenas comprados. Decidí comenzar con el vibrador de clítoris. Vanesa gritaba de placer. No paraba de jadear y gemir, y de nuevo me dijo que estaba cerca al orgasmo. Me paré de nuevo. La lamí un par de veces y después me concentré en el agujero del culito. Lo lamí y lo lubrifiqué para prepararla a la sorpresa.

Le metí un dedo dentro. El agujero estaba relajado y dilatado. Había llegado el momento. Mientras cogía el vibrador, para que no me viese, continué penetrándola con un dedo por detrás y dos delante. Saqué los dedos y chupándole el clítoris, le metí el vibrador.

De su garganta salió un grito que casi me hizo alcanzar un orgasmo también a mí.

― Ahhhhhhhhhh…Ahhhhhh… ¿Qué es eso? Irene… Irene…¿qué es? ―me pregunta curiosa.

―Te he comprado un regalo, ¿te gusta?

―Oh, síiiii…. siiii…siiii…

Mucho…mucho….mucho…Continúa…continua…

No le dejé terminar la frase y lo encendí. En la habitación, se sentía solo el zumbido de aquel falo y los gemidos de Vanesa que rompían el silencio de la noche.

―Ahh, sí, continúa… Ohhhh, coñoooo, qué placer…que placer….siiiii…ahhhh…

Cogí el vibrador de clítoris y mientras lo apoyaba sobre ella, volví a chuparle los pezones.

―Irene… Estoy enloqueciendo, no pares, no pares… continúa así… así… Asíiiii ¡¡¡Estoy llegando!!! ¡¡¡Ahhh!!!… ¡¡¡Gozo!!!! Gozoooo…

Gozaba tanto que le lloraban los ojos. Yo bajé a darle algún beso para calmar su clítoris.

Le saqué despacio el vibrador y se lo enseñé: estaba inundado de placer. Vanesa me miró y sonrió. Apreciaba feliz mi regalo. Sin darme  cuenta, ella ya estaba encima de mí. Me quitó la camisa ya desabrochada. Me desabrochó el sujetador con un movimiento ágil de la mano. Me besaba por todos lados y mientras bajaba, despacio, me deslizaba los pantalones y el tanga. Ya estaba desnuda. Me tiró de espaldas al sofá. Me senté con las piernas estiradas y el cuerpo arqueado hacia ella. Cogí el otro vibrador de clítoris. Entendía todo su gozo. Vanesa quería devolverme el placer y mientras me estimulaba el clítoris, me metió los dedos jugando delante y detrás. Yo estaba ansiosa y húmeda. Ella se levantó y la vi ponerse el cinturón. Me hizo tumbarme metiéndome una pierna sobre el reposacabezas del sofá y la otra, en el suelo, abiertas al máximo. Me levantó dulcemente la pelvis y me metió una almohada debajo para levantarme el cuerpo. Después… me metió aquel falo enorme. Mis ojos se cerraron del placer que me estaba dando mi amiga y del placer que me daba saber que me estaba follando de verdad. Abrí los ojos y la miré: me sonrió, atenta a cada expresión mía de gozo. Despacio…despacio… el ritmo se hizo cada vez más intenso, más profundo, más penetrante. Me dio algunos golpes profundos y decididos, que me llevaron al éxtasis. No aguantaba los gritos y los gemidos. Le supliqué que continuase así: estaba llegando al orgasmo.

―Siiiii….continua…continua…si…si…si…

Pero ella se paró y salió de mí. Sacó el falo y cogió uno nuevo. El negro con doble punta. Se acercó a mí con aquella cosa en la mano. Mientras me besaba, me susurraba algo al oído:

―Vamos para allá…

― ¿Allá? ¿Dónde?

La seguí… estábamos de la mano delante de la cama. Ella me tiró encima y cabalgándome, comenzó a realizar una mamada enloquecida a aquel imaginario trozo de carne. Esta escena me llevó al éxtasis. Lamenté no ser un hombre por un momento. Me levanté y la incité hacia mí. Le cogí de las manos aquel falo gigante y la hice ponerse a cuatro patas. Desde esta posición comencé a lamerla separándole las nalgas y de golpe la penetré con aquel palo. El placer arqueo sus brazos. Estaba gozando. Me volví y dándole la espalda me puse a cuatro patas yo también. Busqué con la mano la otra extremidad de la polla imaginaria y me la metí dentro.

Era verdaderamente enorme. No sentía un hueco libre dentro de mí.

Vanesa comenzó a moverse delante y detrás. Yo esperé y cogí su ritmo. Nuestros glúteos se batían uno contra a el otro. Andábamos hacia detrás siempre con más fuerza para sentir aquella polla hasta el fondo. Vanesa gritaba, yo solo podía gemir. Quería escucharla mientras gozaba. Quería solo escuchar su voz.

―Ahhhh….ahhhhh…ahhhh….

Era tan excitante que con la mano me estimulaba el clítoris. Estábamos las dos cercas al orgasmo. Vanesa había aumentado el ritmo, tanto de la penetración, como de los gritos. Yo me dejé llevar, no aguantaba más los gemidos. Grité también con ella. Cada vez más fuerte… cada vez más fuerte… cada vez más fuerte… la penetración era rítmica, más corta, profunda.

Continué con el clítoris y llegamos a la culminación del placer con un orgasmo simultáneo. Mis gritos cubrían los de mi amiga.

―Ahhhh….ahhhhh…ahhhh….

―¡¡¡Asíiiii ¡¡¡Estoy llegando!!! ¡¡¡Ahhh!!! ¡¡¡¡Gozo!!!! Gozoooo…

Me paré y me saqué aquel falo, dejándome caer sobre la cama, muerta acabada.

También Vanesa había llegado. Estaba tumbada a mi lado ansiando. Me miró durante un lapso de tiempo, casi a escondida. Después se acercó y me besó, acariciándome el pelo.

―Cada vez es mejor ―me dice.

―Sí, tienes razón, esta vez ha sido extraordinario.

Nos dormimos abrazadas y desnudas. Una junto a la otra. Para despertarnos a la mañana siguiente, sin darnos cuenta de lo que habíamos dormido. Estábamos las dos tristes. Nuestro fin de semana había terminado y quién sabe cuándo podríamos tener otro. Nos preparamos y sin perder tiempo salimos hacia casa. Sobre el asiento trasero había una bolsa con nuestras compras, la única prueba de lo que había habido entre nosotras. Antes de llegar a casa de Vanesa nos preocupamos por esconder bien todos aquellos falsos falos y vibradores.

Ayudé a Vanesa a llevar a casa el bolso. La puerta se abrió, era Andrés: Vanesa se tiró sobre su cuello dándole un largo beso.

―Amore mío…

Yo me giré para irme pero sentí que me tiraban del brazo. Era ella que me abrazaba y en baja voz me dijo:

―Te echaré de menos esta noche…

Me besó en la mejilla y entró en casa. Yo le sonreí y me despedí también. Una vez en el coche me costó creer que todo lo sucedido hubiese sido verdad. Mis deseos se habían cumplido de un modo que nunca hubiera esperado. Llegué a casa. Daniel estaba ya fuera esperándome impaciente. ¡Qué dulce es! Bajé del coche y corrí a su encuentro:

―Te quiero ―llegó a decirle solo esto.

Él me abrazó fuerte y me besó susurrándome.

―Amore mío tengo gana de ti…

Me ayudó sonriendo a vaciar el coche de aquel poco equipaje. Lo miré. Volví y era feliz.

 

Irene me mira en silencio. La historia ha terminado. El camarero nos hace señas para que nos vayamos. El local está a punto de cerrar.

―Eres grande… grande de verdad. Bonita historia ―le digo sonriendo―. Escribiré un relato y te lo dedicaré.

―Avísame cuando lo publiques que advierto a mis amigos, pero sobre todo se lo digo a Vanesa- me dice sonriendo y llena de alegría-

Nos levantamos de la mesa, es ya muy tarde. Son las 01:30 y somos los últimos clientes en irse.

Llegamos de nuevo delante del bar Zurich. Nos despedimos con un beso y cada uno tomó un medio de transporte para volver a casa. Yo, mi bicicleta amarrada a un árbol. Irene un taxi. Mientras recorro pedaleando lentamente la calle hasta casa, pienso… pienso y repienso sobre todo lo que Irene me ha contado. Soy un hombre afortunado por poder vivir estas pequeñas aventuras que la vida me ofrece.

Y el alma pregunta.