LA
VICTORIA
A
las 5 de la tarde me esperan en la Casa del Pueblo, situada en el centro de la
villa, para la acostumbrada partida de cartas del torneo mensual de La Escoba.
Se
celebraba todos los martes por la tarde desde las 14.00 hasta las 21.00 horas.Cuando estaba Gigi formábamos una pareja imbatible. Ganábamos siempre. El tipo con el que juego ahora no es muy inteligente y no llega a entender lo que le quiero comunicarle con las señales de los ojos.
¡Qué lástima que Gigi se haya ido a vivir a la ciudad! Con él era diferente. ¡Qué personaje era mi amigo! De todas formas, me alegro por él. Hace casi 6 meses, con una gran fiesta, anunció a todo el pueblo que había ganado en la quiniela 20 millones de euros.
La verdad es que es mucho dinero para una persona como Gigi. De campesino a millonario hay un gran paso. Desapareció. Ninguno sabía nada de él. Ni siquiera su numerosa familia.
Muchos del pueblo decían que estaba haciendo un viaje recorriendo el mundo. ¡Gigi! que para ver algo distinto iba los domingos por la tarde al único cine del pueblo.
Cuando volvió de su viaje, me llamó en seguida, invitándome a que fuese a su casa.
Se había trasladado a la ciudad. -Es donde vivimos los ricos-, me dijo.
―Mario,
soy Gigi, ¿cómo estás? Tengo muchas ganas de verte. Ven a visitarme. Te puedes
quedar en mi casa algunos días, así hablamos.
Acepté.
Cogí el tren y fui a verlo.
Tras
4 horas llegué a la estación de Milán donde me recibió con todos los honores. A
decir verdad, habló solo él. Yo lo escuchaba y lo miraba sin decir una palabra.
Me llevó con un coche lujosísimo a su casa. Una villa de tres plantas, con piscina olímpica y campo de tenis.
Delante de todo aquel lujo y riquezas, me quedé como un estúpido y le pregunté:
―Pero ¡Gigi! ¿Qué haces con una piscina si no sabes nadar? ¿Y con el campo de tenis? Si no has tenido nunca una raqueta en las manos.
―Mario, tu…no lo entiendes. No eres un hombre de mundo. Continúas siendo un simple y vulgar campesino. Todo esto…, la casa, la piscina, el campo de tenis, es necesario para la imagen, ¿entiendes? ¡La imagen!
― ¿Para qué es necesario? ¿La qué…? Le pregunté maravillado por su lenguaje, que no llegaba a entender.
― ¡La imagen! ―me dijo convencido― Un hombre es rico cuando puede demostrar que lo es, si no, es pobre. La riqueza sirve para conservar la buena opinión que tienen los otros de ti. Son los otros, los que te rodean, los que dan un valor a lo que eres, no tú, ¿me entiendes?
yo siempre he pensado que si un hombre es rico, es rico, y que si es pobre, es pobre. Y cada uno de nosotros vive y esconde alegrías y dolores. Las cosas son así.
Me quedé en su casa. Tenía a sus órdenes, tres señoras para el servicio, dos camareros, un cocinero y un mayordomo vestido de librea. Había más gente en aquella casa que en el estadio los domingos por la mañana.
¡Gigi,
mi amigo! Acostumbrado a vivir con su perro en un apartamento de 40 metros cuadrados .
¿Cómo podía vivir con toda aquella gente?
¡Y
además, un cocinero! Me parecía exagerado para un hombre como Gigi,
acostumbrado a tomar sopa de judías con pan seco. De todas formas, contento de
mi presencia, dio una fiesta en mi honor. Asistieron las familias más ricas,
más importantes, y más ilustres de la ciudad. Cuando sentía sus discursos no
entendía de qué hablaban, pero intuía, que la fiesta debía gustarles mucho ya
que, además de comer y beber sin parar, cada vez que Gigi decía algo, reían
contentos. Algunos de los invitados estaban felices de escucharlo. Se
abrazaban, se metían la cara entre las manos con los ojos llenos de lágrimas,
se aguantaban la barriga mientras se reían o se escondían uno detrás de otro. Mi
amigo, se había convertido en un hombre gracioso.
¿Gigi!
que nunca había sabido contar ni siquiera un chiste, hacía reír a todos los que
lo escuchaban cada vez que abría la boca.
Había
también una orquesta que tocaba una música que nadie bailaba. Los invitados,
sentados próximos a sus mesas, continuaban comiendo, bebiendo champán y riendo
a más no poder, señalando a mi amigo que para lo ocasión se había vestido de
amarillo, con un traje hecho a medida. Una camisa negra con los botones de
nácar y calzaba botas rojo fuego con las suelas blancas y la hebilla lateral
plateada. Yo lo veía elegantísimo.
Una
tarde lluviosa, durante la semana que estuve en su casa, me enseñó los coches
aparcados en el garaje de la villa. Todos eran suyos. A cada cual más bonito.
Nuevos, carísimos y de grandes marcas.
―Pero,
Gigi ―le pregunté sorprendido―, si no sabes conducir. ¿Qué haces con todos
estos coches? Desde que te conozco siempre te he visto en bicicleta.
―Mario,
amigo mío… eres un simple campesino, no hay nada que hacer. Mira…, un hombre de
negocios, un hombre importante, que tiene dinero y que es conocido, debe tener
coches que lo distinguen de los demás. Para poder marcar la diferencia. Para
ser admirado y envidiado. ¿A que lo entiendes?
No,
no, no. No lo entendía. Sinceramente, no llegaba a entender nada. Marcar la
diferencia. Ser admirado. Ser envidiado. Cómo hablaba… No llegaba a reconocer a
mi amigo. ¿Dónde había ido mi compañero de La Escoba?
¿Es
posible que la ciudad lo hubiera cambiado tanto? Pero…, la sorpresa más grande
fue cuando abrió los armarios de su casa para enseñarme la cantidad de trajes y
de botas que había comprado y que se había hecho a medida por los mejores
sastres de Milán.
―Pero,
Gigi ―le pregunté maravillado―. Perdona por mi ignorancia, pero… ¿qué haces con
tanta ropa? Desde que te conozco siempre has tenido un par de pantalones y dos
camisas. Una cambio, para la semana para trabajar en el campo; y la otra, para
los domingos por la mañana ir a la iglesia. Y ahora, ¡fíjate! Parece un almacén
al por mayor. No es suficiente una sola vida para renovarlo todo. No tendrás ni
el tiempo para ponértelo todo.
―Ves,
Mario, tú eres un hombre simple y modesto y no lo puedes entender. Un hombre
importante, como yo, se tiene que vestir de forma distinta 3 veces al día. Por
la mañana, para desayunar. Por la tarde, para ir a tomar el aperitivo. Por la
noche, para salir a cenar. El traje adecuado para cada ocasión. Lo dice también
el protocolo. ¿Entiendes, Mario? Nunca puedes ponerte lo mismo porque si no,
los otros te critican. ¿Me entiendes ahora? La imagen, Mario. ¡La imagen! La
apariencia de las cosas, créeme, es más importante que la sustancia. Siempre ha
sido así. No importa lo que eres, sino lo que tienes.
Me
parecía un loco. No lo entendía. ¿El protocolo? Ni siquiera sabía qué era
aquello.
No
había nada que hacer, mi amigo Gigi había cambiado.
O
había cambiado él o me había vuelto imbécil yo.
Recuerdo
que cuando vivía en el pueblo, desayunaba a las 4 de la mañana, en el bar de
Marta, del centro de la plaza. Luego se iba a trabajar al campo hasta las 19 horas.
Sobre las 20.00 se tomaba un vaso de vino en casa de Otelo, el granjero, y
después volvía a su casa para cenar e irse a dormir. Nunca se cambiaba. Siempre
la misma ropa. Solo el domingo, antes de ir a la iglesia, se duchaba y se ponía
la ropa nueva.
¡Y
ahora! La imagen, la apariencia… El vestido ideal para cada ocasión… ¡El
protocolo! Lo único que entendía era que debía ser pesado vivir así.
Pero
lo que más me maravilló fue cuando me propuso ir a pescar. Cuando Gigi vivía en
el pueblo, íbamos juntos muchos sábados por la tarde a pescar truchas al río.
Pasábamos momentos divertidos, despreocupados, inolvidables. Cada uno ponía lo
que podía. Un buen queso, una buena cesta de peras, dos o tres frascos de vino
tinto, y, alguna rara vez, un trozo de tarta. Siempre atentos al flotador que
anunciaba la captura de alguna buena trucha. Comíamos, bebíamos, pero sobre
todo, reíamos. Nos reíamos mucho. Después, por la tarde, sobre las 20.00 horas,
cuando volvíamos al pueblo con 5-6 truchas cada uno, hacíamos alrededor del
fuego una barbacoa de pescado junto a otros amigos que se unían a nosotros.
Toda la tarde bromeábamos y riamos hasta caer al suelo medio borrachos, listos
para ir a dormir. La vieja granja, elegida para el gran evento, se llenaba de
alegría, de gozo y de felicidad. Un calor sano, verdadero, genuino. Había
lealtad, verdad, amistad entre nosotros y ninguno pensaba en ser mejor que el
otro. Nos aceptábamos y basta. Amábamos las cosas simples y verdaderas. No
teníamos dinero. No éramos hombres importantes, ricos, conocidos, pero éramos
felices. Todos los amigos de la infancia, nacidos juntos. Habíamos dividido las
pequeñas cosas de la vida, para poder gozar un día de las grandes. Éramos
simples y modestos campesinos como lo era Gigi. Él era uno de nosotros. Había
un vínculo fraterno que nos unía.
Dicho
esto… Cuando Gigi me propuso ir a pescar tuve la ilusión de que aún algo bueno
y sano quedaba en él. Pero, desafortunadamente, fue solo una ilusión. Mi
sorpresa fue aún mayor cuando lo vi subir a una barca de 30 metros , equipada con
todos los accesorios para pescar.
―Pero,
¡Gigi! ―le dije con cierta tristeza―, así no hay lucha. No hay mérito. No es
justo, no es justo para los peces. Es demasiado fácil. ¿Dónde queda la
habilidad del pescador? Un desafío debe ser honesto. Con una barca así, con
estas cañas de aluminio, con estos equipos sofisticados, el pez no tiene
oportunidad. No tiene posibilidad de salvarse. Mientras tú te diviertes
gastando un poco de tu tiempo, el pez, en aquella lucha desigual pierde la
vida… Así ya has ganado y no es justo. Créeme, Gigi, para hacer una barbacoa de
pescado con los amigos no sirve todo esto.
―Mario,
Mario, Mario, ¡amigo mío! No cambiarás nunca. Eres un sentimental. Leal a tus
principios. Pero ¿en qué mundo vives? Veo que no consigues seguirme. ¿No
entiendes que para la imagen una barca es esencial?
¿La
barbacoa de pescado con los amigos? ¿Estás loco? El pescado lo como en algún
restaurante. Y además, Mario, yo no tengo amigos.
Solo
en aquel momento, en aquel pequeño instante, vi sus ojos cambiar de luz, de color,
de intensidad. En el momento que dijo “que no tenía amigos” vi su rostro
esconderse tras una nube de tristeza.
Pero
fue solo un instante. Al momento comenzó a hacer alarde de lo que poseía y de
lo que representaba. En el hombre que se había convertido.
Pasó
una semana y llegó el día de mi partida. Quería acompañarme con su avión
personal, pero yo preferí coger el tren. “Los baños son más grandes”. Además,
en el tren se encuentra siempre alguna persona simpática con la que poder intercambiar
algunas palabras. Me acompañó a la estación. Y mientras esperábamos que llegara
el tren, delante a una taza de café, intercambiamos las últimas palabras de despedida.
―Bueno,
amigo ―me dijo Gigi sonriente―, ¿has vito lo rico que soy? Tengo todo lo que
puedo desear. Me he convertido en un hombre importante, conocido y envidiado.
La vida me sonríe, ¿estás de acuerdo?
Yo
lo escuchaba en silencio, moviendo con la cucharilla el azúcar de mi taza de
café. No abrí la boca. Le eché solo una mirada. Nada más.
―Pero
¿por qué me miras así? ―insistió él― ¿No me dices nada? ¿No te alegras por mí?
¿No crees que me lo merezca? ¿Dime…que
piensa?
―Cierto
Gigi, cierto… No sé qué pensar. Veo todo lo que posees y en qué tipo de hombre
te has transformado. Estoy contento por ti. Me alegro de que estés bien.
―
¿Contento por mí? ¿Te alegras de que esté bien? ¿Solo eso? ¿No tienes nada que
pedirme? ¿Nada que preguntarme? ¿No sientes curiosidad después de todo lo que
has visto?
―Sí,
Gigi… A decir verdad tengo una duda… hay una cosa que te quería pedir… que me
hace pensar…
―
¡Entonces! abre la boca, amigo. ¿Qué quieres saber? ¿Qué necesitas? ¿De qué
tienes necesidad?
―Como
te decía, querría preguntarte algo... ¿Eres feliz, Gigi?
Me
miró sorprendido tras mi pregunta.
Para
él, que se había convertido en un hombre rico, importante y famoso, era casi
lógico que la gente, los amigos, todos los que lo conocían, yo incluido,
entendiésemos que por fuerza era feliz.
“He
pensado siempre que un hombre puede tener la habilidad de engañar a todos, pero
no a sí mismo. Porque cuando se enciende la noche, en el silencio de la
oscuridad, se encuentra solo con su verdad. Y en aquella profunda soledad, que
lleva dentro de sí en cada instante, deberá ser honesto consigo mismo si quiere
ser feliz. De lo contrario vivirá su vida en la búsqueda de algo sin saber qué
es.
En
su búsqueda, comenzará acumulando bienes y cosas, que no le sirvieran para lograr
su objetivo. Y en esa loca carrera por alcanzar la felicidad se olvidará de él
y de sus prioridades. Se olvidará de la vida que se le escapa silenciosa.”
A
pesar de su asombro, la respuesta no se hizo esperar. Solo en ese momento
reconocí a Gigi. A mi viejo amigo y la humanidad que aún quedaba dentro de él.
―No,
Mario, no soy feliz. A pesar de todo lo que poseo, dinero, casas, coches,
mujeres, no soy feliz. Y no llego a entender
porqué. Pero dime… ¡tú! ¿Tú lo eres?
―Yo,
sí, Gigi. Soy un hombre muy feliz.
Se
rio de forma ruidosa. Me abrazó apretándome fuerte, y me dijo:
―Y,
¿Cómo es que lo eres? Si no tienes nada. ¿Cómo haces para ser feliz?
―Porque
soy un pobre campesino que sabe apreciar las cosas simples y verdaderas de la
vida. Encuentro la felicidad cada día dentro de mí mismo.
―
¿Dentro de ti? ¿Cómo haces para encontrar la felicidad dentro de ti? ¿Me estás
tomando el pelo?
―No,
no te estoy tomando el pelo. No me lo permitiría nunca, aunque seamos amigos.
Ves,
Gigi. El alma necesita de la verdad que permanece dentro y detrás de cada cosa.
No quiere conocer el placer de lo efímero, de lo superficial, de lo inútil que envuelve
a todo. La felicidad no es un bien que se pueda comprar o encontrar viajando
por el mundo. Es una cosa que se debe cultivarse dentro de nosotros. Tenemos
que aprender a ser felices. Saber cómo descubrir este bien que nace con
nosotros. Conocerse a uno mismo, es una práctica diaria. Entender las razones
de la vida, abrirse de un modo distinto a nuestras exigencias, llegar a ver más
allá de las apariencias. Pero, sobre todo, ser honestos con nosotros mismos
hasta el final.
―Pero
Mario, ¿cómo haces para vivir bien y ser feliz si no dispones de los medios?
―
¿Los medios para ser feliz? Gigi, los medios son los que tú y solo tú necesitas
para ser feliz. Cada uno de nosotros tiene sus propias necesidades. A veces,
distintas e independiente a la de los demás. La felicidad no es la misma para
todos. Yo no necesito lo que tú consideras que es necesario. Pero todos
nosotros, tú, yo, los otros, tenemos que buscar en el propio ser, un estado de
tranquilidad emocional para poder tener una conexión distinta con lo que nos
rodea. Más grande es la calma mental y la tranquilidad de ánimo y mayor será la
capacidad que tendremos para ser felices. Si te falta la disciplina interior
que te produce tranquilidad, los medios y las condiciones externas no te darán
nunca la felicidad a la que tu alma aspira. Te asomarás siempre a las ventanas
de la vida con cierto egoísmo y prepotencia, y no con la humildad suficiente
para entender que nada de lo que te viene dado es tuyo. Y por muy importante
que te sientas, no te olvides de que representas solo una marioneta dentro de
un teatro, que recita una parte que no ha escrito.
Si
buscas satisfacer solo tus exigencias egoístas y primarias, los aspectos
superficiales y banales de la vida, no llegarás nunca a elevar tu alma y te
quedarás siempre a tierra. Y cualquier camino que puedas recorrer nunca será el
camino justo si te alejas de ti mismo. Siempre sufrirás por todo lo que te
suceda, ya que no verás más allá de eso. Y cada pequeño problema te parecerá un
muro imposible de superar. Y en vez de afrontarlo para crecer, escaparás como
un conejo para llegar a ser un nadie. Si por el contrario consigues llegar a
poseer esa cualidad interior que es la tranquilidad del alma, la serenidad
silenciosa y solitaria de tu ser, la humildad, la modestia, el altruismo con
los demás, pero, sobre todo, de aceptar la verdad de lo que haces, dices y
piensas. Incluso en ausencia de mucho de los medios externos que tiendes a
considerar necesarios para ser feliz, vivirás una vida satisfecha, alegre y
gozosa. Pero, te repito, sobre todo, honesto contigo mismo. De consecuencia,
conseguirás ser un hombre feliz. El hombre, en general, no sabe ver de un modo
correcto en qué consiste la felicidad. Cuando sale de la vía correcta, se aleja de la meta, cuando más velozmente
camina.
―Me
haces reír, Mario, con tu discurso de campesino. ¿Cómo llegas a saber cuál es
la dirección justa?
―Debes
seguir tu instinto. Difícilmente te equivocarás.
Y
seguir tu instinto natural significa vivir en sintonía contigo mismo. No solo
de acuerdo a una razón lógica, sino más bien, de acuerdo con lo que tu alma te
transmite a través de las sensaciones. La felicidad no es otra cosa que la armonía
interior con todo lo que te rodea. El hombre feliz no se deja convencer, ni
condicionar por las cosas externas, por el juicio de los demás, por la opinión
de muchos, por la superficialidad o apariencia del mundo. Es un hombre que confía
en sí mismo. En sus capacidades para seguir adelante. Preparado para aceptar
las consecuencias de sus acciones. Tus admiradores… los que te están cercanos
por la conveniencia del momento, que te adulan y te dicen palabras bonitas para
contentarte, los que necesitan de la -imagen-, para aceptarte; bien, amigo mío,
estos son los peores intérpretes de la verdad. Y lo son porque no saben qué es
la verdad. Están acostumbrados a mentir para escapar, para protegerse, para
esconderse. Difícilmente saben distinguir lo verdadero de lo falso.
Difícilmente tienen la capacidad de ver dentro el alma de un hombre. Están muy
concentrados en ellos mismos y muy pendientes de la opinión de los otros.
Me
miraba y escuchaba con gran atención. Por primera vez en aquella semana vi en
sus ojos aquel velo de tristeza y desesperación que da a entender cuando un
hombre toma conciencia de su error. Reconocí entonces a aquel hombre que había
sido mi amigo durante toda la vida. Aquel amigo con el que había compartido
placeres y dolores. Un amigo que había vuelto a ser un hombre.
―Dime,
Mario ―me dijo con la cabeza agachada, casi avergonzado―, ¿qué me aconsejas que haga? Créeme, quiero
volver a la serenidad que tuve un tiempo cuando jugábamos a la escoba, cuando
íbamos a pescar, cuando nos emborrachamos con los amigos. Pero, he entrado en
un túnel sin salida y me veo obligado a continuar. Formo parte de un engranaje
que me lleva a no reconocerme.
Aquellas
palabras, densas y profundas, me emocionaron. Tenía delante de mí un hombre que
había dato cuenta de que se había equivocado. Pero, no se había transformado en
un conejo. Estaba solo un poco confundido, pero vivía todavía dentro de él, el
coraje para reparar su error.
―Sentémonos
aquí, Gigi, el tren puede esperar. Quiero decirte dos palabras que quizá te
ayudarán a entender:
el
error más grande que comete el hombre es el de transformar la felicidad en algo
que debe poseer por fuerza para crecer y sentirse bien. En un objeto que debe
obtener o conquistar, solo por un sentido común, y no por una exigencia
personal. La recorre sin conocerla. La exige en cada circunstancia como si fuera
su derecho. La confunde con la riqueza, con el prestigio, con la materia. Sin
darse cuenta de que la mayoría de las veces, aunque un hombre haya obtenido
todo esto, puede no ser feliz. Ves, amigo, a veces la felicidad se esconde en
las pequeñas cosas que pasan cerca de ti mientras estás ocupado haciendo otras.
Si
proyectas tu vida al futuro, en lo que deberá venir o aparecer, olvidarás vivir
las cosas que te se presentan cada día, a veces, colmas de aquella felicidad
que buscas. Para que un hombre sea feliz no debe invertir su tiempo mirando a
los otros. Tampoco estar muy concentrado mirándose a sí mismo. Pero si, llegar
a percibir e interpretar los mensajes que la vida ofrece. Que se mueven a tu
alrededor y te comunican el camino que debes seguir. Ir a la búsqueda de
certezas, de confirmaciones, de seguridades, para lograr algo que cree, solo
cree… te hará feliz, y no pararse delante a lo que el destino tenía escondido
para ti, no te hará nunca alcanzar la felicidad. A veces la ¡magia! se esconde
detrás de una mirada. Un encuentro casual, algo que te sorprende. Si en la vida
buscas la felicidad, no debes solo merecértela, tienes que tener también el coraje
de recibirla, pero, sobre todo, debes saber reconocerla.
―Entonces,
Mario, ¿qué debería hacer? ¿Venderlo todo? ¿Perderlo todo? ¿Dejarlo todo?
¿Volver a ser un pobre campesino para ser feliz?
―No,
no, Gigi, no he dicho esto. Más bien, creo que, por el contrario, has sido un
hombre afortunado. Y despreciar tu fortuna sería como darle una bofetada al
destino o darle la espalda a la vida. Tienes que estar contento por lo que has
recibido. Pero no para mostrarlo a los demás, para presumir y marcar las diferencias
como hacen los hombres pequeños, y llegar así a ser un hombre peor. Tienes que
usar estos medios para aprender a gozar y a hacer gozar. A dar y a recibir
alegría. Para adquirir la capacidad de saber distribuir, el bien, el amor, la
misericordia. Para ayudar a quien necesita y atender con humildad las
necesidades de los más débiles. Vivir… tiene que convertirse en un medio y no
en un fin.
―
¿Un medio? Pero ¿qué dices, Mario? Vivir es en definitiva el fin más
importante. Para todos.
―No,
amigo, no es así. Es lo que tú cree, por eso no puedes ser feliz. Si para ti
vivir significa solo satisfacer tu egoísmo por un placer personal, ¿qué queda
de ti?
―Pero
¿qué dices? Ahora soy yo que no te entiende. Explícate mejor.
―Mira,
Gigi. Aunque te pueda parecer extraño, cada uno de nosotros viene al mundo para
cumplir una misión. Este -cada uno- representa una partícula importante de
mundo. Esta partícula puede ser un pequeño distribuidor de alegría, de gozo, de
bondad, de altruismo, de verdad o, como en muchos casos, puede ser también el
contrario de todo esto y parecerse más a la nada. Es una elección que depende
de nuestro libre albedrío. Quizá, por tener esta fortuna, -una fortuna sin
mérito- quizá… Has sido elegido por algo de más grande que comprar un coche,
una villa, una piscina, un campo de tenis o tantas otras cosas que se volverán
inútiles y banales si inviertes tú vida en ellas. El paso del tiempo dará a
estos objetos su justo valor y tú te quedarás sin nada. Porque estos objetos no
llegaran a satisfacer las exigencias de tu alma. Habrás construido castillos en
la arena. Como quien invierte en la belleza exterior de las personas y no sobre
lo que hay dentro de ellas, hará seguramente un mal negocio.
Nada
ni nadie podrá impedir que esta belleza desaparezca y que con el tiempo no sea
más la misma a tus ojos. Y entonces… ¿Qué quedará en esa persona si no tiene
nada dentro? La felicidad no depende de los eventos o de los hechos externos,
sino de la forma en la que vives y del conocimiento que tienes en la vida. La
fortuna te ha ayudado, amigo mío. Depende de ti dónde poner el peso de tus
prioridades en la balanza de la vida. Solo tú, puedes decidir dónde quieres
llegar y qué tipo de hombre quieres ser. Descubrir el porqué has venido a este
mundo y cuál es la función que debes llevar a cabo es el camino más breve para
llegar a la felicidad.
El
tren llegó con 20 minutos de retraso, suficientes para terminar mi discurso. Me despido de mi amigo abrazándolo y subo a
tomar el asiento que tengo reservado.
Veo
a Gigi en pie bajo mi vagón mirándome en silencio. Bajo el cristal y me apoyo
con los codos en el borde de la ventanilla. Sin decir una palabra.
Pero
pronto, después de que el controlador con su silbato anunciara los últimos 15
segundos disponibles, antes de que el tren saliera, se acerca y me pregunta:
―Mario,
amigo, dime. ¿Qué es para ti la felicidad? ¿Qué tengo que hacer para ser feliz?
Lo
miro sonriendo y le digo:
―Intentar
ser honesto contigo mismo. No le mientas a tu corazón y verás que tu alma se
encargará de transmitirte la felicidad que necesitas. Pero, sobre todo, Gigi,
debes saber distribuir y, créeme, no me refiero ni al dinero ni al poder, sino
a algo más alto, más grande. Es lo que hace la diferencia entre un hombre y otro.
Búscalo dentro de ti, quizás lo encuentre.
Y
el alma pregunta.