domingo, 15 de julio de 2012

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lunes, 9 de julio de 2012

Una mujer



No es fácil entender la historia de la vida de uno mismo,  desde donde se tiene que empezar a contar esta historia.
No se sabe dónde comenzó, tal vez de una decisión, una elección, un pensamiento, una renuncia, un momento de alegría, de  tristeza,  de dolor, o tal vez de un propio límite.
Es difícil comprender   dónde has terminado de existir  y  has comenzado  a vivir, en que  momento la historia de tu vida se ha transformado.
Un día, por casualidad conocí a una mujer a la que hubiera podido  amar, tal vez para toda la vida, trate  de entrar en su bola de cristal, pero ella me lo impidió, entonces me quede allí  triste y decepcionado observándola a través  de aquel  cristal trasparente que nos separaba.
He visto vivir  a esta mujer  momentos fantásticos, llenos de gloria, de entusiasmo, de éxito, racionalmente  todo era  maravilloso, podía hacer cualquier  cosa y hubiera obtenido un éxito estrepitoso.
Todo a su alrededor giraba perfectamente, la vida le daba todo aquello que una mujer joven y bella  pudiera  desear.
La gente  a su alrededor la  admiraba, la adulaba, y la  estimulaba para seguir adelante y continuar  por el camino que había emprendido hace algún tiempo.
Manager de una gran empresa Francesa  con sedes en medio  mundo.
Trabajaba  mucho, viajaba siempre, ganaba tanto, el futuro se le presentaba de un fantástico color rosa, muchos la envidaban y tantos otros la admiraban.
Pero después del día viene la noche, y cuando todo y todos la abandonaban, se quedaba a solas consigo misma, con sus verdades, con su vida ante el espejo.
No obstante el día fuera  excitante,  la noche, con su silencio y su oscuridad, era terrible.
No era una mujer feliz,  no se sentía libre de vivir su vida, una tristeza  inexplicable e inesperada la alcanzaba  cuando cerraba la puerta de su habitación para dormir.
En el instante antes de dormirse, justo  el momento en que  estiraba  el brazo  para apagar  le   luz,  le daban ganas de  llorar y la asaltaba una sensación de desamparo.
Cuando aquel momento se prolongaba y se quedaba despierta tumbada en  la cama mirando el techo buscando una explicación lógica y  racional, la mente  la abandonaba  y no le daba las respuestas que necesitaba.
Estaba acostumbrada a pensar, analizar,  a preguntar, pero no era capaz de sentir el latido de su corazón, los gritos  desesperados de su alma, el ruido  del tiempo que pasaba  silencioso llevándose su juventud.
Anhelaba la paz, la tranquilidad, la serenidad del alma, pero la noche con su silencio, se lo  impedía, la vida se alejaba de ella, porque ella estaba lejos de la vida.
A veces, en la oscuridad  de la noche, se sentía angustiada, preocupada, se despertaba  de golpe, y ya  no conseguía   volver a dormirse.
Buscaba el remedio en pastillas para la ansiedad, tranquilizantes para dormir, potentes somníferos, pero aún así, un miedo desconocido la  invadía.
Tal vez era  el miedo del tiempo que pasaba desapercibido, sin palabras, con señales  indescifrables.
Algunas noches, lograba hábilmente encontrar una buena razón para justificar racionalmente su estado, pero esta escapatoria no hacía más que empeorar  su situación.
Daba vueltas en la cama cambiando mil veces de postura, para acabar encendiendo la luz,  para beber, comer, ir al baño, cosas  sin sentido, sólo para abandonar aquel  tormento.
A veces ciertos pensamientos
insidiosos la asaltan también en algunos momentos del día mientras trabajaba, obligándola  a detenerse y a dedicarse el tiempo necesario para luego poder reanudar su trabajo.
Hasta que una noche tuvo un sueño extraño.
Se despertó agitada, toda sudada, asustada, pude ser que  aquella  noche  logró entender aquello que una  mujer necesita para vivir, para poder ser feliz y estar en sintonía con su vida.
El secreto oculto que llegó a ella despertando sus sentidos, se llamaba… amor,
Tenía que encontrar la valentía  de amar, de  vivir, de emborracharse de amor, superar  el miedo, dejarse llevar por lo que sentía,  y tener el coraje de cambiar y de nuevo apostar.
En el  dar y escuchar, se descubre un mundo desconocido para nosotros, donde las ansias, los miedos, las inquietudes, se sustituyen   por la ninfa de la vida.
Encontramos de nuevo  una parte de nosotros que pensábamos  haber  perdido.
Ya no se vive para existir, sino que uno existe para vivir.
La mayor parte  de las personas viven una vida carente de amor, ausente de felicidad.
Todos se preparan para morir pero nadie sabe cómo vivir.
Pero vivir sin amar y ser amado, es como una sombra que nunca se materializa.
Si quería ser libre y feliz, debía tener la valentía de asumir riesgos por lo que sentía, de lo contrario, todo lo que tenía y lo que  podía llegar a ser,  perdía su importancia.
Tenia que empezar a escuchar las necesidades de su alma, aquel aliento que a veces le rompía sus pensamientos y la  trasportaba en  un mundo lejano de la realidad, era la única
señal del camino  que tenía que  seguir.
De nuevo  reencontrar  su vida, cambiar sus prioridades, comprender  dónde se había equivocado y  cómo podía rectificar sus errores.
Si había  perdido una vida, significaba que un día la abandonó y la dejó en algún lugar.
Necesitaba escuchar sus deseos y acercarse más a sí misma, pero  con  amor.
Se dio cuenta de que si estaba dispuesta a dar amor y a amar, lo hubiera recibido  como consecuencia, porque aquel  acto hubiera abierto todas las puertas.
Se sentía ridícula en frente de sí misma, por haberse trasformado en un juez imparcial, pero,  al mismo tiempo, se sentía eufórica y llena de estímulos por haber  encontrado la solución a su problema.
Escuchar su voz interior, carente de lógica, de razón, de racionalidad, la voz de la niña que todavía vivía en su interior la llevaba atrás en el tiempo, aquel  tiempo  que empezaba a tener un valor diferente.
Dejar de perseguir el placer y el disfrute de las cosas superficiales, materiales, innecesarias y buscar en cambio,   el amor que vivía dentro  de un hombre.
Su vida carecía de amor, no tenía amor para sí misma, sino   sólo para aquello que la rodeaba, lejos  de ella.
Con su infantil  manera  de hacer y  de ser, con su carácter arrogante, duro, intolerante en el recibir los mensajes de la vida, lo había siempre echado todo a perder.
Con su presuntuoso orgullo había perdido hombres, dispuestos a amarla, incluso para toda la vida.
El  tomar todo demasiado en serio, le había hecho perder  la alegría de vivir, de dar, de amar, de  reír, la alegría  que necesitaba para sentirse viva.
Un comportamiento  que no le sirvió para nada.
Hasta entonces había vivido  en el  miedo, y el miedo  siempre ha sido  la condición y la defensa de los sumisos, de  los conejos.
Miedo al mañana, miedo a no estar a la altura, miedo a cometer errores, a sufrir, a perder el tiempo, miedo a vivir.
Y aquel  miedo la hacia vivir  en una constante incertidumbre  e  inseguridad que  le impedía actuar y bloqueaba  sus sentimientos, un miedo que surgía de su ignorancia.
No hablaba con nadie y  se cerraba en sí misma  como un erizo, cuando un hombre atraído por  ella intentaba  descubrir su mundo interior, profundo como un océano, pero reducido a un simple
arroyo.
Tal vez uno de los mayores errores que ha cometido, ha sido siempre aquel de prepararse para lo peor,  a lo  desconocido, construyendo  barreras de desconfianza por todo lo que la rodeaba, ya no conseguía dejarse llevar y a abrirse a su sentir, al amor que un hombre quería darle  y compartir con ella.
Se defendía de aquello que  no conocía, como si ya lo conociera desde hacía tiempo.
Miedo a perder el control de sí misma frente a una situación, de exponerse, de sentirse desplazada y vulnerable, y por lo tanto, a sufrir y a afrontar  el dolor del alma.
Había sufrido en el pasado, y no quería caer en el mismo error, pero el  salvavidas que se  había fabricado, la alejaba  de la capacidad de amar y  de vivir un hombre, un hombre como yo.
Para  ella  la felicidad representaba  la ausencia de dolor,
estaba tan confundida que no conseguía  distinguir las diferencias.
Mientras se concentraba en no cometer errores,  el amor le pasaba silenciosamente por  su lado, sin darse cuenta.
La vida le regalaba momentos de una belleza irrepetible, ricos  de aquella profundidad que  buscaba  pero el miedo le impedía gestionarlos.
Y  cuando nacía algún sentimiento en su interior  hacia  un hombre,   se inventaba una excusa para no continuar  la relación y  escapaba  como un conejo en la noche.
Vivía con la certeza de que si hubiera  exteriorizado  su felicidad o el amor que  sentía por este hombre, inmediatamente  hubiera sido  castigada.
Buscaba  la seguridad en  el presente para un futuro que había dibujado sin tener las herramientas, y se alejaba de la felicidad del momento, como quien se aleja de un  encuentro casual a veces  lleno de magia.
Aquel comportamiento  no le  ha impedido  cometer errores, perder, sufrir y las certezas que ella  buscaba han sido  por la vida misma
quebrantadas.
Nunca estamos suficientemente  preparados para aquello  que la vida nos depara.
Pero aquella  noche, se durmió con un tormento interior, envuelto por aquella revolución que había estallado  dentro de si... la duda.
Comenzó a dudar si el camino recorrido hasta aquel entonces había sido el adecuado.
Empezó a dudar de sus certezas, de sus afirmaciones, de su juicio precipitado delante de aquello que la vida le presentaba de una forma magica.
Empezó a dudar de todo aquello que hasta hace poco afirmaba, una elección, una prioridad, una actitud, una opinión, una  manera de vivir.
Poner en duda lo dicho, lo hecho y los  pensamientos de el  día anterior, es una de las mayores expresiones de la  inteligencia, sólo así se  puede  crecer y descubrir lo que  estamos destinados a ser, que tal vez  siempre  ha vivido dentro de nosotros.
Deseaba  que la noche, que  aquella  noche hubiera sido  diferente de las demás  y  que produciría en ella el cambio necesario para volver a vivir.
Sentía  estar  en contacto con una nueva
conciencia de sí misma,  donde  sus pensamientos y sus emociones se encontraban.
Sabía que tenía que  abrirse al amor y emborracharse  de aquella alegría  que te envuelve  cuando se ama, con la valentía del guerrero que va al campo de batalla sin miedo a morir, para vivir el destino para el cual ha nacido.
Con el tiempo se dio cuenta que aquello que parecía seguro, lógico y  conveniente, podía ser hecho pedazos por las circunstancias de la vida que cambian  y se trasforman.
Una mujer ha nacido para amar y ser amada, programada  por  la vida para dar  otra vida, para crear el amor.
Es su destino, su esencia, y no  podrá  ganar ninguna batalla  final si no se  escucha a sí misma.
Sólo cuando aquella duda llegó a ella, comenzó el camino que la habría llevado a ser la mujer que es hoy.
Una mujer feliz.

lunes, 2 de julio de 2012

Strudel (relato)



Me lo habían recomendado muchos, aquel pequeño café, era conocido como el mejor strudel de Viena.
Una atmósfera bohemia, formada por pequeñas mesas de madera una al lado de la otra, viejas fotografías colgadas en las paredes, y un olor del pasado que me trasmitía una sensación de tranquilidad.
En la mesa de al lado, una chica de pelo rubio recogido por una pinza para que no se le cayera el flequillo, inmersa en la lectura de un libro, con las gafas puestas, parecía estar en una isla desierta, alejada de la multitud de personas ruidosas y apresuradas que iban entrando en el bar.
Su rostro era dulce y puro como un ángel caído del cielo.
Me quedé allí, embelesado a observarla, sin que ella se diera cuenta de mi presencia, para no robarle su espacio, su silencio, su libertad de ser.
Traté de imaginar su nombre, su vida, lo que hacía, dónde vivía, si estaba allí por casualidad o si era una cliente habitual.
No quería molestarla, pero el miedo de que en cualquier momento pudiera levantarse e irse, me empujó  tímidamente a actuar.
La invité a probar un trozo de mi strudel relleno de almendras y frutos secos.
Asombrada por mi atrevimiento, cerró el libro, me sonrió dulcemente, y aceptó mi invitación.
Empezamos a hablar con una complicidad que se había establecido entre nosotros, inusual para dos personas desconocidas.
Me sentía transportar por sus palabras, observaba sus labios con deseo y hubiese querido sentir su sabor.
Le expliqué un poco de mi vida y de mis experiencias, del momento que estaba viviendo, en el intento de cambiar el flujo.
Ella también tenía un pasado difícil de superar y de olvidar, un pasado que la condicionaba en el presente, ella también había tomado decisiones equivocadas que le habían  marcado la vida, se entendía fácilmente cuando hablaba  porque la expresión de su rostro cambiaba y la invadía una dulce tristeza.
Los fantasmas no superados que vivían dentro de su corazón, la llevaban a protegerse y a no creer más en el  amor.
Parecía una chica sin prejuicios, sin una de aquellas vidas aburridas y ya programadas hasta en los más pequeños detalles, sin obsesiones que alcanzar en un breve periodo de tiempo.
Vestía de un modo simple y anónimo, tal vez un poco pasado de moda, quizás demasiado clásico, pero a mí me  encantaba.
Al lado de aquella mujer conocida por casualidad, habría encontrado de nuevo el valor para compartir mi vida, y  hacer resurgir dentro de mí aquel hombre que ya había desaparecido hace demasiado tiempo.
Me estaba lentamente despertando de un sueño que me había llevado a la infelicidad del alma.
Demasiado serio, demasiado preocupado por el futuro, en busca de certezas perdía el placer de vivir las pequeñas cosas que la vida me presentaba de una forma mágica.
Tal vez era yo el verdadero culpable de todo, quizá no había hecho lo suficiente para que el destino pudiera  ayudarme, o simplemente por miedo, me había cerrado para defenderme.
Decidí tratar de ser alguien nuevo, una persona valiente, para cambiar las reglas de un juego que no me había dado nada.
Tal vez esta mujer era la oportunidad que el destino me había reservado, al menos yo así lo esperaba.
Siempre he pensado que cuando un hombre conoce a una mujer, aquel encuentro, que no es ni trivial, ni casual, da vida a pensamientos, a sentimientos, y a emociones  nuevas, que pertenecen sólo a las almas de esas dos personas.
Ponerse en juego es entender que la infelicidad a veces está en el error de tomarse demasiado en serio, y no dar espacio al otro de penetrar en nuestra esfera.
Ciertos pensamientos, y ciertos intercambios de miradas, que tienen lugar en el primer encuentro, crean un mundo donde el grito del alma que reclama la vida, tiene que ser escuchado y vivido hasta el final para no perderse.
Si no se vive aquella pasión de amor, por miedo a sufrir, se crea inconscientemente una barrera que difícilmente el tiempo logra destruir, de hecho, cuando un amor se acaba, una de las cosas más difíciles de soportar no es la pérdida de ese amor, no es ni siquiera el recuerdo de los pensamientos, acciones, o los momentos vividos. 
El mayor dolor que atormenta el alma, está en soportar lo que no hemos dicho, lo que no hemos vivido, la sensación de no haber hecho todo lo posible que tuvimos a nuestro alcance, para vivir intensamente lo que la vida nos había regalado.
Nos quedamos muchas veces con el amargo sabor, de no haber sido capaces de exteriorizar todo aquello que vivía en nuestro interior, palabras, pensamientos y acciones reservadas para ella.
Si hubiésemos tenido la valentía de vivir y de dejarnos  llevar, hubiéramos con certeza salvado ese gran amor nacido por azar.
Tenía que superar el miedo de arriesgar, tratando de entender y observar mi mecanismo y mi comportamiento,  para prever los efectos, y mejorarlos en la salida.
Cuando me hablaba, su vida me penetraba en cada célula de mi cuerpo, habían pasado años desde que una mujer no me gustaba tanto.
Sentía placer al estar con ella, al observarla cuando reía, al sentir su perfume cuando casualmente se acercaba, su presencia llenaba todos los instantes de mi vida.
Cuando hablaba a veces no seguía sus palabras, y me quedaba fascinado por toda aquella dulzura y feminidad.
Deseaba que fuera ella la gran oportunidad que siempre había buscado y esperado, para abrir las compuertas de mi río de amor.
Siempre he pensado que la parte más bella y profunda de cualquiera de nosotros, debe de alguna manera, estar reservada solo a una persona.
Vivía un período en mi vida, donde todo a mi alrededor estaba rodeado de energía positiva, estaba bien conmigo mismo, en sintonía con mi libertad y mi soledad, en sintonía con mi interior, listo para dar y para poder vivir algo grande.
Buscaba una mujer para vivir algo que en la vida superase  cualquiera de mis acciones, pensamientos, o experiencias vividas, una mujer para crear con ella una nueva vida.
Cuanto mejor está una persona consigo misma, un valor más importante adquiere la otra persona conocida, que entra a formar parte de aquella vida.
Si aprendemos a amarnos, el amor que damos es mil veces más fuerte, verdadero, sincero.
Me he dado cuenta de que en la vida, cada uno tiene que mover sus propios hilos, asumiendo sus acciones y aceptando las consecuencias de sus errores.
Seguir adelante con una actitud alegre, positiva, abierta y humilde para aprender a cambiar, el resto viene sólo.
Con el tiempo he aprendido a sustituir la razón por el corazón, porque pensar con el corazón te obliga a actuar con amor, y te acerca a la otra persona del modo correcto.
El camarero nos hace un gesto indicando que el café está a punto de cerrar para que el personal pueda descansar un par de horas antes de enfrentarse al turno de noche.
Dimos un largo paseo por las estrechas calles de Viena, siguiendo por el bosque a lo largo del río, hasta perdernos  y llegar a mi hotel.
Por la mañana me desperté antes que ella, tenía el avión para Barcelona a las dos de la tarde.
Me quedé allí sentado en la cama, mirando como dormía, parecía un ángel caído del cielo de lo hermosa que era, no hubiera querido dejarla por nada en el mundo…
Observaba su cara para robarle incluso la más pequeña expresión, y llevarla conmigo, dentro de mí, en cada instante de vida que nos separaba hasta el próximo encuentro.
Tenía curiosidad por saber si todo lo que habíamos vivido juntos, era de verdad, quería saber si era todo cierto o solo la euforia del momento.
Sentía que la vida se abría ante nosotros, dispuesta a darnos todo el amor que necesitábamos, nos pedía solo una cosa, para vivir aquella insólita magia…
El valor de ambos.

La montaña (relato)



Dedico este relato a mi amigo Aldo… en recuerdo de una parte de su vida


Solo
como he sufrido yo por ti, se llega a entender dónde está la raíz de todo, sólo así se puede comprender la importancia de amar.
Nuestra historia había pasado la peor parte de la montaña de la vida, nos esperaba la parte más bella del amor.
Teníamos que haber seguido insistiendo, y tal vez hoy nos reiríamos pensando en aquellos momentos que nos ponían uno contra el otro destruyéndonos el cuerpo y el alma.
Tal vez hoy, podríamos reírnos de todo lo que habíamos pasado, vivido y superado, porque lo que sentíamos el uno por el otro era más fuerte que cualquier adversidad.
Nada ni nadie hubiera podido contra este gran amor, nada ni nadie habría podido separarnos, y habríamos disfrutado juntos de aquello que la vida nos reservaba.
Pero no fue así... qué lastima, mi amor.
No tuviste el valor de creer en mí ni en aquello que yo te   susurraba cuando te amaba.
Hoy estamos muy lejos, uno del otro y tan sólo queda un doloroso recuerdo de lo que vivimos, un recuerdo que a veces me destruye el alma, por no haber sido capaz de hacerte comprender la importancia de nuestro amor.
La vida nos había hecho un regalo, encontrarnos no era una consecuencia lógica de algo, sino un acontecimiento inusual y mágico.
Amar y ser amado es el mejor regalo que uno puede recibir de la vida, la condición es tener dentro de sí el deseo y el coraje para emborracharse de ese amor.
Mirando atrás en el pasado vivido junto a ti, creo que todas las cartas de mi vida me hayan sido dadas de tal manera, de no poder haber hecho otra cosa que jugarlas de la manera como las he jugado.
Cuántas veces en la noche que me escondía con su oscuridad y silencio, he pensado en ti, te he buscado, y en vano he buscado el sabor y la pasión de tus besos.
He intentado muchas veces escapar de ese pensamiento vagando solo, en el silencio de las calles vacías.
Pero este escapar para no sufrir y no ser destruido, producía en mí un dolor, una tristeza y un sufrimiento aún mayores.
No quería dejarte, perderte, ir lejos de ti, moría ante la idea de no verte nunca más.
Cuántas noches y noches, y aún noches, he pasado despierto tratando inútilmente de dormir, utilizando todos los medios que tenía a mi alcance para alejarte de mí, pero la ansiedad dolorosa, la inquietud inquietante, que se generaba dentro de mi pecho me lo impedía.
Cuántas noches y noches, para buscar un poco de aliento, me encontraba solo con la mirada gacha, caminando por las calles desiertas de la ciudad, avergonzándome de las lágrimas que me caían.
Cuántas veces he tenido miedo de encontrarte con otro, con un sombra que me sustituyera, y que parte de tu vida ya no fuera mía.
Cuántas veces, cuando la noche con su oscuridad me escondía de todas las luces y de los ojos curiosos, pasaba debajo de tu casa para ver, a través de las cortinas, la luz de una bombilla encendida, o de una vela.
Era suficiente para mí saber que tú estabas allí para recordar con un desasosiego que me abría el alma los momentos vividos  junto a ti.
Pero tú no quisiste creerme, para ti mí amor no era suficiente, no era digno de ti, y te fuiste.
Escapaste de mí, robándome el alma y dejándome solo.
¿Crees de verdad que el sueño o la ilusión de un momento, te darán el amor que estás buscando? ¿De verdad crees que sea posible construir el amor basándote en el cuerpo y no en el alma?
¿Pero no entiendes… que esto no podrá ni ser verdadero ni ser duradero, porque se basa en algo que no es constante a lo largo del tiempo?
Cuando el cuerpo cambie, aquel amante se irá lejos de ti y te abandonará, dejará detrás de sí, discursos, palabras, gestos y promesas, pues lo que tú creías que era cierto, era sólo el placer del momento.
Abusarán de ti, de tu cuerpo, tal vez por una noche, tal vez por unos días, pero solo abusarán.
Tomarán lo mejor de ti y no te darán nada, dejándote sola con tus ilusiones.
No podrán darte nada porque no conocen tu alma, no han hecho contigo el duro camino de la montaña, no han superado junto a ti las noches de dolor, las lágrimas vertidas, la tristeza compartida, no han vivido contigo aquellos momentos que te marcan, que te trasforman en algo que no eres, que trazan un surco en tu interior y dejan una cicatriz que el tiempo no cura ni cierra.
Ellos no podrán hacer el duro camino de la montaña porque no tienen la fuerza, no tienen el coraje, la desesperación interior de amarte, como la tenía yo.
Ninguno de ellos, de todos aquellos que te rodean, podrá  llegar a amarte como te amaba yo.
Mi alma estaba dispuesta a luchar y quizá a morir por tenerte, para no perderte.
Y aunque si para ti era un acto absolutamente normal, tu alma se quedará con esta desesperación e inquietud de amar y de ser amada.
Recuerda…  que en el momento menos oportuno, en tu soledad, cuando el telón de un día se cierra, tu alma vendrá a ti, y te preguntará por la mía.
Podrás engañarla fácilmente vendiéndole la ilusión de un nuevo amor, y construir esta ilusión con la fuerza de la voluntad, persuadirla y persuadirte.
Pero, ¿cuánto tiempo durará ese instante?
Un instante muere, un momento pasa, la voluntad cede ante la evidencia, y cuando la ilusión necesita la verdad, el  sueño se desvanece.
Y entonces, tu alma volverá a sentir nostalgia de la mía,
echará de menos aquella mitad con la que compartió penas y alegrías, amor y odio, pasión y conflicto, y que a pesar de todo seguía amándola y se  sentia amada.
El alma no busca el momento, busca la eternidad, sólo así puede expresarse, en la profundidad del océano donde  nadie puede llegar.
Recuerda que cualquier cosa que llena tu vida se encuentra  siempre al lado de su opuesto.
Nuestras almas no se hubieran dado por vencidas a pesar de todas las diferencias, porque querían llegar juntas a la cima de la montaña, desde allí arriba, como las águilas, habrían observado con indiferencia el mundo común y trivial, pasar por debajo de sus ojos.
Todos aquellos pequeños individuos, aquellos seres  insignificantes, que te alejaron de mí y lograron convencerte de que lo que vivíamos no te convenía, ahora ríen felices por lo que hicieron, porque lograron destruir algo grande.
Sólo el tiempo te hará darte cuenta de tu error.
Entenderás, sólo con el tiempo, que pone todo en su justo  lugar, que no existe la felicidad del alma, si no tienes a alguien a tu lado dispuesto a perder su vida por ti.
Si logras dar todo lo que tu alma te pide, serás feliz, de lo contrario, la tristeza interior te acompañará durante toda tu vida.
Pero como le ocurre a la mayoría de los hombres, cuando llegan a comprender que el amor no es una cuestión de cuerpo sino de alma, ni de superficie pero de profundidad,  será demasiado tarde.

miércoles, 27 de junio de 2012

Mi naturaleza (reflexión)


También esta noche como últimamente me pasa con demasiada frecuencia, me encuentro de nuevo solo delante  de una botella de vino, en un pequeño bar a las afueras de Berlín.
Me encanta perderme en los suburbios de las grandes ciudades, en busca de algo nuevo.
Cuando estoy solo y no tengo a nadie aparte de mí mismo, empiezo a pensar intentando conectar mis pensamientos con mi alma.
Tal vez porque creo que cualquier pensamiento profundo que un hombre pueda tener, debe estar en sintonía con su alma.
Lo que tenemos más escondido en nuestro interior puede trasformarse en una realidad si lo deseamos con la fuerza necesaria.
He aprendido con la vida y las experiencias que se me han cruzado, a observar aquellos pensamientos que crean dentro de mí una chispa, un brillo, un espacio de luz en mi mente, atravesada muchas veces por cosas sin importancia, como acontece a la mayoría de los seres humanos.
Siempre he tenido fe y he seguido lo que mi naturaleza, mi esencia, me trasmitía a través del pensamiento.
No es sin motivo que una mujer me llama la atención, mientras que otras miles que me pasan cerca, me dejan indiferente, no es sin razón que el pensamiento o el recuerdo de aquella mujer vuelven constantemente a mí.
Lo que me llama la atención, lo que queda grabado en mi corazón, no está desprovisto de luz o de armonía.
Un amor… ese maravilloso encuentro entre un hombre y una mujer, que permanece esculpido dentro de nuestros corazones, ya había sido dibujado y preestablecido por alguien que quería que eso sucediera.
Nuestra alma no tiene dudas, por eso puede reconocer fácilmente aquel encuentro como un testigo.
He aprendido en la vida a tener más confianza en mí mismo y a observar y escuchar mis sensaciones.
No puedo ir contra corriente, remontar las aguas del río que vive dentro de mí, sólo por convención o por miedo.
Nunca he logrado conformarme como lo hacen la mayoría de los seres humanos.
Siempre he considerado simples a aquellos hombres banales y comunes, que por temor a vivir, a dar, a exponerse, han perdido la oportunidad de ser felices y de dejarse transportar por aquel río lleno de amor que quizá  vivía también dentro de ellos.
Han preferido la tranquilidad, yo he elegido el riesgo.

Se adaptan y se conforman, yo me aíslo y me interrogo. Hablan de cosas comunes, bromean y ríen por cosas sin importancia, yo busco la profundidad del océano que vive en una mujer que me atrae.
He construido mi vida sobre arenas movedizas, en virtud de aquellas sensaciones que me pudieran hacer brillar el alma, ellos... han construido sus vidas en la certeza, la tranquilidad, la rutina y en su infelicidad.
Me he observado siempre, juzgándome como se juzga a un  condenado a muerte, asumiendo mi culpa si era necesario,  sin esconder nunca el deseo de luchar, de vivir y ser libre.
Nadie, ni siquiera las personas más queridas por mí, han tenido por un instante la sensación de intuir qué tipo de  cárcel vivía a veces dentro de mí.
Por eso necesito la soledad, la desesperación, la tristeza, la muerte del alma para recuperar mi fuerza y volver a la superficie, más fuerte que antes.
Como un camaleón que se trasforma, como una mariposa que muere para luego volver a nacer, yo encuentro mi fuerza en el fondo del pozo.
Las voces que logro escuchar en mi soledad me rompen los tímpanos, sin embargo, entre los demás se vuelven imperceptibles.
No he logrado nunca entender cómo un hombre puede amar a una mujer durante años, y en el momento en que ese amor se acaba, lo encuentras veinte días más tarde  viviendo, con la misma pasión e intensidad, otro amor, conocido en el bar de la esquina de su casa a las diez de la noche, completamente borracho.
Yo siempre he tenido tiempos larguísimos para depurarme de una mujer que en una cierta forma me había dejado huella o robado el corazón.
Nunca he sido el primero en romper los anillos invisibles que me ataban con el pensamiento a esa mujer.
Nunca he sido capaz de traicionar lo que mi alma sentía  por ella, al revés, lo he sufrido, cayendo a veces en un dolor y una tristeza  profunda.
El amor dicta condiciones inevitables para cualquier ser humano, es inútil tratar de evitar o ignorar ciertas condiciones, que han sido previamente esculpidas en la propia alma, y que
​​si no son respetadas, no te proporcionarán el amor.
Sólo viviendo se aprende a vivir, solo amando se aprende a amar, sólo abriéndonos podemos recibir.
Hace casi 2 horas que estoy sentado en este bar tratando de responder a ciertas preguntas, que desde hace algún tiempo me tienen despierto cada noche.
Ella se ha ido, llevándose una parte importante de mí, un trozo de mi alma que no logro recuperar a pesar de mis constantes esfuerzos.
Yo creí en ella, y como un jugador profesional que arriesga  delante de una ruleta, arriesgué, pero perdí.
No puedo, sin embargo, por ese motivo, no tener más confianza en mis percepciones y permanecer anclado en los recuerdos que me impiden vivir el presente y seguir adelante.
No puedo continuar mirando hacia atrás, pensando en el pasado, ajeno a todo lo que me rodea e hipotecando mi futuro.
Necesito serenidad para elevar mi alma, y
​​transmitirle  la fuerza, la confianza y la certeza de que todo sigue adelante  de la mejor manera.
No quiero tener una especie de reverencia ante mis acciones, incluso si han sido equivocadas, o ante una palabra dicha aunque inoportuna o pronunciada sin pensar, y arrastrar dentro de mí aquel cadáver de recuerdos que me entristecen y me desestabilizan.
Debo transmitir a mi alma una sensación de alivio, de paz, de tranquilidad, de calma, de haber hecho todo lo posible para no perderla, para no perder.
Mi vida vale por sí misma y mi tiempo es más importante que cualquier error cometido, perder mi tiempo significaría oscurecer la impronta de mi carácter, destruir mi personalidad, perder mi identidad y lo que he llegado a ser en la vida, y no darme más la posibilidad de reparar aquel  error y de reconquistar lo que he perdido.
Ser hombre no significa evitar caer o no equivocarse, pero sí, una vez caído o equivocado, tener la fuerza dentro de sí  para levantarse o para pedir perdón y seguir adelante.
Nunca he creído en la mezquindad de aquellos hombres que se compadecen, se quejan, se arrodillan con sumisión petulante ante los hechos ocurridos, carentes de aquella dignidad que podría diferenciarlos si fueran capaces de reconocer su error, de pedir disculpas y de levantarse después haber caído.
En ningún momento iré contra mi naturaleza, de lo contrario dejaría de existir o de amarme.
No me disculparé más allá de lo debido, aquel debido que  solo yo considero necesario.
El gigante que vive dentro de mi débil apariencia de hombre cualquiera me infunde fuerza y
​​coraje y me sigue  dondequiera que yo vaya.
No puedo traicionarlo.


jueves, 21 de junio de 2012

Un dolor (relato)

Esta noche no quiero salir, un poco de reposo me hará bien.
Pronto empezará a llover, el aire es caliente, casi sofocante.
Tomo un baño y me tumbo en el sofá a leer un libro.
Es una manera como otra cualquiera de recargar las baterías de mi cuerpo y regenerar nuevos pensamientos para mi alma.
Alejarme de todo y de todos, incluso de los pequeños ruidos  cotidianos, es mi fórmula secreta para volver a nacer de nuevo.
Por lo menos tres veces a la semana necesito morir, en el  silencio y la soledad de mi alma, para volver a concentrarme en las cosas importantes de la vida, de mi vida.
La gente que nos rodea tiene la capacidad de destruir todas las defensas de la inteligencia si estás demasiado en  contacto.
Esta noche quiero dormir bien, iré a la cama temprano después de una buena taza de leche.
Me siento cansado, muy cansado, no tengo fuerza en el cuerpo, las piernas me pesan y los ojos se me cierran a intervalos contra mi voluntad.
Abro la ventana para sentir la cálida brisa que anuncia una noche lluviosa.
Me desnudo y me tumbo en el sofá, una ligera brisa refresca mi cuerpo.
Nunca he sentido un tal cansancio, tal vez dedico  demasiado tiempo a mi trabajo y poco a mí mismo.
A veces el deseo de llegar a ser alguien, me hace olvidar que existo y me lleva a no cuidarme, y con facilidad olvido las prioridades de mi vida.
El cuerpo no es una máquina, necesita sus tiempos naturales para poder responder.
Estiro los brazos con dificultad detrás de mí, inusualmente son pesados y lentos.
Coloco la almohada detrás de mi cabeza, levantándome ligeramente.
De repente… un pinchazo agudo y doloroso me detiene el aliento.
El sofá es estrecho y me obliga a forzar los movimientos del cuerpo. Hace más calor que de costumbre.
Me levanto y abro las dos hojas de la puerta del balcón   para buscar un poco de alivio en el aire fresco.
Una ráfaga de viento hace volar los papeles y hojas de periódico que están en la mesa de trabajo detrás de mí, estoy demasiado cansado para recogerlos.
Me levanto y me dirijo tabaleándome hacia la habitación, me tumbo agotado en la cama, apago la luz con la mano, cierro los ojos y espero.
Millones de pensamientos pasan por mi cabeza, me esfuerzo por respirar profundamente, haciendo salir y entrar el aire de mis pulmones.
Pero una vez más, un dolor agudo en el pecho me deja sin respiro.
La saliva me obstruye la garganta como un pedazo de pan que se te atraviesa y me obliga a toser.
La tos se vuelve fuerte, aguda y dolorosa, no puedo dormir.
El dolor creciente me obliga a levantarme, pero las piernas no pueden con el peso de mi cuerpo.
Con esfuerzo vuelvo a sentarme en el sofá, la tos sigue a momentos fuerte otros más leve.
Me estiro otra vez, primero boca arriba, con las manos en el estómago para darme un poco de calor, después de lado con las piernas flexionadas para ayudar a la respiración.
Tengo los labios secos y duros.
Toso de nuevo, esta vez el dolor es insoportable, trato de deshacerme de este nudo que tengo en la garganta escupiendo y carraspeando.
Nada, el dolor va en aumento, intuyo que algo irremediable está a punto de pasarme, tengo la sensación de estar  sumergido bajo el agua y ahogarme, una sensación entre el miedo y desesperación.
Estiro el cuello y trago saliva, me toco la frente, está caliente.
Encuentro de nuevo las fuerzas para levantarme y coloco dos almohadas detrás de mí para conseguir una posición más elevada.
Tengo la sensación que dentro de mí todo
circule con más velocidad, y tengo miedo de perder el control.
Las cosas empeoran... parece que hay algo que obstruye mis pulmones, el dolor en el pecho se agudiza y comienza a tomar todo el cuerpo.
Con mi mano derecha siento mi corazón, tengo la sensación
de percibir pausas en su latido, un escalofrío me hace temblar y me paraliza.
Los dientes comienzan a castañetear, empiezo a tener miedo.
Me cubro con las almohadas, y pienso que esté por llegar  el final de todo.
¿Qué me está pasando?
Empiezo a murmurar frases y palabras tratando de articular la boca, para permanecer aferrado a la vida, el aire no pasa, no puedo respirar, me asfixio.
Fuera empieza a llover, la noche oscura y silenciosa es interrumpida por la luz de los relámpagos, por el ruido de los truenos, por la lluvia que cae espesa e impenetrable.
El dolor silencioso y profundo se extiende como una mancha
amenazante y paciente, a mis hombros, a los  brazos, a las piernas.
Trato de hacer un pequeño movimiento para ver si todavía tengo el dominio del cuerpo, no puedo mover ni tan siquiera las manos, parece que poco a poco una cierta  forma de parálisis tomase posesión de mí.
Pienso en lo peor y empiezo a rezar, es pronto para morir.
Quisiera que alguien me ayudara, pero estoy solo,  demasiado solo para gritar pidiendo ayuda, me dan ganas de llorar.
De repente,
un poco de aire fresco que entra por la puerta del balcón llena mis pulmones y me proporciona un momento de alivio.
Sentado con la cabeza inclinada entre las manos, empiezo a escupir sangre.
Miro a mi alrededor, y todos los objetos insignificantes, espectadores impasibles y silenciosos,
adquieren para mí en aquel momento un valor especial, como si pudiera   suplicarles ayuda.
Esfuerzo mi cuerpo para escupir en el suelo todo lo que pueda, pero un dolor fulminante y agudo me atraviesa el pecho hasta el corazón.
No puedo respirar más, me llevo las manos a la garganta y la aprieto, estoy a punto de morir... sigo rezando.
El cuerpo es invadido por dolores intensos y discontinuos, no puedo controlar mis pensamientos.
Me estiro de nuevo con la boca abierta para respirar, siento el corazón latir con golpes fuertes y reaccionar enérgicamente.
Lo empujo con mis manos, como queriendo evitar que salga, no me convence la idea de morir así, solo, abandonado y lejos de todo el mundo en el silencio de la noche.
La muerte debería tener la cortesía de avisar al menos un día antes, para darte tiempo de dejar todo arreglado como desees, y despedirte de las personas que te importan.
El hombre no tiene miedo a la muerte porque no la conoce, y cuando llega es demasiado tarde, sin embargo, tiene terror ante los síntomas que la preceden.
Debo esperar, es lo único que puedo hacer, rezar y esperar.
Moralmente me entrego a mi destino, no encuentro las fuerzas para reaccionar de un modo diferente.
Miro con envidia y  esperanza la vida que transcurre fuera de la ventana, está lloviendo a cántaros, la noche es oscura y profunda, ni siquiera soy capaz de calcular que hora debe de ser.
Casi por milagro comienzo a respirar de nuevo, a intervalos más o menos regulares, nunca he sufrido dolores de  corazón, tal vez demasiado estrés.
Prometo a mí mismo que si todo esto se arregla, cambio mi forma de vivir…
Un pinchazo doloroso que me obliga a lanzar un grito me
parte el pecho en dos, casi obligándome moralmente, a suscribir mi promesa.
Todo es una advertencia, son los síntomas que me anuncian lo que podría pasarme si no cambio mis prioridades.
El trabajo, el dinero, las mujeres, los viajes, ¿y mi salud en el último lugar?
No, no puede ser.
Ya no tengo veinte años, y aquello que soportaba y olvidaba con facilidad, ahora a los cincuenta se acumula.
El problema es que nadie, incluyéndome a mí, piensa que lo peor pueda sucederle, y cada uno de nosotros vive como si fuera inmune a los ataques.
Casi por milagro vuelvo a respirar regularmente, el dolor ha desaparecido, puedo mover la cabeza y humedecerme los labios con saliva.
Tal vez allá arriba alguien ha escuchado mis oraciones, tal vez alguien allá arriba me quiere de verdad.
Un soplo de aire fresco me hace sentir escalofríos en mi piel, recordándome que estoy desnudo.
Me pongo una camiseta y cruzo los brazos sobre mi cuerpo, me entran ganas de llorar por el susto superado.
El sudor de la frente comienza a secarse lentamente, alcanzo con la mano una botella de agua dejada encima de la mesa el día anterior, puedo levantarla y llevármela a la boca.
Este gesto absolutamente normal es para mí en este momento extraordinario.
El agua, no demasiado fría, consigue aliviarme un poco, moja mi lengua y cae hacia abajo como una cascada por la  garganta seca e hinchada.
Mojo un pañuelo y con un gesto lento y cauteloso lo llevo a la frente, me recuesto en el sofá y me tapo la cara, un poco de alivio.
Tal vez no ha sido demasiado grave, pero he tenido miedo.
Miro el reloj, el tiempo ha volado, son las cinco de la madrugada, no he podido dormir, no he pegado ojo.
Me detengo en silencio a escuchar el ruido de la lluvia que me ha acompañado durante toda la noche, pienso en lo que me ha sucedido.
Un día tendré que detenerme, no puedo seguir viviendo así, como estoy viviendo.
Nos olvidamos con demasiada facilidad de quién somos y  de cómo estamos hechos, pero sobre todo nos olvidamos de aquello que realmente necesitamos.
Encuentro la fuerza para caminar un poco, despacio, con cautela, temeroso de que todo vuelva a suceder.
Me meto bajo la ducha, abro el grifo y una cascada de agua templada invade mi cuerpo.
Con los brazos me apoyo en la pared inclinando el cuerpo, quieto, inmóvil bajo el agua que cae violentamente.
Salgo de la ducha todavía mojado, y me hago un café.
Me siento en el sofá, sosteniendo la taza con las dos manos, cruzando las piernas.
Hoy no trabajo, cancelo todas las citas, lo dedico a mi mismo, quiero volver a disfrutar del placer de las pequeñas cosas, y respetar mi promesa.
En la vida no hay advertencias, las cosas suceden de repente, cuando menos te lo esperas.
No somos nada ante mecanismos de vida desconocidos para nosotros, ante un destino ya establecido.
Un colapso, un ataque al corazón, un coágulo de sangre que se rompe, son los síntomas que causan la muerte, si entendiésemos esto, lograríamos dar un valor diferente a todo lo que nos rodea, a lo que somos, a nuestra manera de vivir y de ser.
Me tumbo otra vez en la cama, exhausto, pero feliz, la parte de la vida que me pertenece no me ha abandonado todavía, al menos por esta noche.
Voy a tratar de descansar, para hacer frente con fuerzas a la noche que está por venir.


domingo, 17 de junio de 2012

Multitud (reflexiòn)


No puedo explicar la verdadera razón de por qué evito a la multitud, tal vez por un rechazo inconsciente a seguir el camino de la mayoría y continuar mi viaje.
Aunque la lucha del individuo para salir adelante ha sido vista en todo momento con un cierto recelo.
Siempre he dado un alto valor a mi persona, y aunque la incertidumbre de algunos momentos ha hecho a veces  temblar mi autoestima, debido al desaliento por los golpes recibidos, he seguido adelante, sin prestar atención a lo que los demás podían pensar de mí.
Sentirse diferente en medio de esta multitud, de este montón de cuerpos desnudos de cualquier razón, que se encuentran y se reúnen para poder actuar, es muy peligroso.
Tienen el poder, dada la superioridad numérica y de fuerzas, de hacer muy difícil cada uno de mis momentos.
Existen para mantener y preservar una forma de vida ya encontrada, para uniformarse con la sociedad, siguiendo el mismo camino, para llegar a ser capaces de juzgar y criticar a hombres como yo que han dado un alto valor a su vida, y no la han vivido como un patético espectáculo.
Tienen que justificar y justificarse por el tiempo que han perdido sin hacer nada por miedo a hacer, o tal vez simplemente porque no han sido capaces.
La multitud nunca ha sido capaz de elevarse a un nivel de inteligencia igual al del individuo, por el contrario todas las características que le son comunes, se convierten en su único argumento y en el aspecto dominante de sus vidas.
Yo, por pocas que sean mis cualidades existo realmente,  y  no necesito ninguna prueba o evidencia para confirmarlo.
Me resulta a veces difícil mantener en medio de la multitud  la independencia de la soledad de mi ser para no contaminarme.
Pero más agobiante me resultaría conformarme, aceptar una actitud tal, sería como quemar el tiempo.
Se conforman, con el fin de poder reconocerse, comunicar y juntarse, cerrando los ojos ante todo aquello que es diferente.
Esta actitud no los convierte únicamente en falsos y mezquinos ante muchos aspectos de la vida, sino que también los convierte en inútiles frente a la capacidad de vivir.
Se transforman con el tiempo en fenómenos estadísticos, portadores de ninguna verdad, dotados únicamente de una mínima lógica y racionalidad, pero alejados de poseer la chispa que los haría independientes.
Tratan de perfeccionar su forma de vivir, común y banal, buscando en la rutina la diferencia, en lo ordinario lo extraordinario, sin darse cuenta de no sentirse ya más  atraídos de la misma manera, por los objetivos que un día hicieron que sus almas brillasen.
Han trasformado su entusiasmo en una rutina, utilizándolo en la inútil y patética búsqueda de la certeza.
Cuanto más rígida y descifrable se hace la vida del ser humano, menos sobrevive el alma genial que reside en el individuo.
Si no esperas nada, y los sueños e  ilusiones que animaban tus noches son sólo recuerdos del pasado, la vida no se renueva y se convierte en rancia, estanca, se petrifica, y el pensamiento luminoso se trasforma en un mosca que da vueltas dentro una botella vacía.
Quien busca las verdades estadísticas de la vida, siempre se quedará decepcionado, el océano es demasiado profundo como para ser medido.
A pesar de todos los intentos que hago para convivir con esta multitud que me rodea, hay siempre una experiencia mortificante que se me presenta en muchas ocasiones, ante la cual, me aíslo y me hundo en la soledad y en la tristeza de mi alma.
Esa sonrisa forzada, estúpida e insensata, que en ciertas situaciones de compañía, se tiene que adoptar, me deprime, no consigo dar ese tipo de respuesta a una conversación superficial.
Siempre he pensado que quien consigue satisfacer esa situación, moviendo a voluntad los músculos de la cara y asumiendo una expresión idiota agarrotando su rostro, sintiera dentro de sí la desagradable sensación de morir.
Ningún hombre puede violar su naturaleza, por eso, tengo  siempre que ser yo mismo en cada instante.
Pero la multitud no respeta al hombre, lo evita, lo critica, no lo acepta para no arrodillarse ante su superioridad.
No puedo renunciar a mi individualidad sólo para no herir las susceptibilidades de algunos, que en mi vida representan sólo un color difuminado.
Si observo su vivir cotidiano me siento arrollado por un río caudaloso, no han elegido sus vidas, la sociedad se las ha dado con todos los accesorios.
Han nacido viejos, y como los viejos esperan la muerte viviendo sus días sentados, mientras observan sin pasión, entusiasmo, alegría ni locura, sueños e ilusiones que la vida pide a gritos a cualquier hombre que acepte cabalgarla.
Siempre me han hecho tristemente reír, las afirmaciones de aquellos que dicen... hay un tiempo para todo, ya he vivido, ahora busco la tranquilidad y la estabilidad… Mentirosos… mentirosos, se han trasformado en soldados de salón que huyen de la batalla de la vida, porque han perdido la confianza en sí mismos.
Tienen miedo… tienen miedo de enfrentarse al destino de la vida que hace fuertes a los audaces, de perder lo poco que con mucha suerte han podido conquistar, por la incapacidad de reconquistarlo, tienen miedo de dejar una relación para no tener que lidiar con la soledad y esperan... esperan sabiamente morir, y en su espera envejecen… envejecen cada vez más hasta no reconocerse.
Sólo el hombre que sabe deshacerse de cualquier cosa y de cualquier tipo de apoyo en todo momento, sólo el hombre que conserva la capacidad de ganar o perder dependiendo de cómo gira la ruleta de su vida, solo el hombre que a pesar de los golpes recibidos y las cicatrices quizá aun abiertas conserva dentro de sí el brillo, el optimismo y el  entusiasmo, solo aquel hombre que a pesar de una vida vivida con alegría y con dolor conserva la valentía del  guerrero, sólo ese hombre será diferente, y no podrá nunca ser parte de la multitud porque encarcela dentro de sí el alma del individuo.
Sólo él podrá ser llamado hombre.

sábado, 16 de junio de 2012

Ayer (reflexiòn)

A ti que te has ido, quiero decirte dos palabras que te ayudarán a entender.
Llevo dentro de mí las heridas de mi pasado y una profunda tristeza que ha debilitado mi alma y ha envejecido mi cuerpo.
No soy capaz de vivir un momento, sin pensar en aquello que lo precede, demasiadas pruebas he tenido que superar como para no tenerlo en cuenta.
Nunca he entendido el talento de algunas personas que en poco tiempo se trasforman en otras, renegando de lo que han sido o han vivido.
Nunca he creído en los cambios rápidos o voluntarios… creo más en una metamorfosis lenta y dolorosa, si es necesaria.
Una metamorfosis silenciosa y paciente, que produce dentro de ti un cambio en tu forma de ser, de vivir y percibir la vida.
Un cambio demasiado visible a los ojos del mundo, es sólo un disfraz.
La mayoría, nunca han tenido la capacidad de observar los cambios profundos, juzgan y perciben sólo lo superficial, lo aparente, todo aquello que es fácil de ver, a esto se reduce su análisis.
He sido muchas veces  injustamente juzgado por personas que no conocían tan siquiera una partícula de mi ser, de mi vida, que ni siquiera tenían una idea de lo que vivía dentro de mí.
A veces he tenido que pagar el precio de sus juicios apresurados y mezquinos, sólo porque se encontraban al otro lado de la mesa con una fuerza mayor.
Llevo dentro de mí las consecuencias de aquel precio, sin renegar de nada de lo que he hecho o he vivido, pero sobre todo, de aquel hombre que fui un día, pero que hoy ya no existe más.
Sólo Dios ha sido testigo impasible de mis sufrimientos interiores, algunas veces me ha proporcionado  las herramientas para salir, otras me ha dejado solo.
He necesitado toda la vida para presenciar y entender  la lenta transformación interior de mí mismo, dirigida por una necesidad personal de superarme.
He tenido que afrontar con fuerza y coraje, la soledad interior del alma, como condición indispensable para que  esta transformación se produjese.
En aquella soledad que a veces se prolongaba durante años, he tenido que enfrentarme a enemigos, como el dolor, la tristeza, el miedo, el silencio, la incertidumbre, todos ellos acompañados de sus aliados, preparados para derrotar a cualquier hombre que quisiera convertirse en otro.
He luchado y he caído, sin rendirme nunca, dispuesto a morir para vencer, si hubiese sido necesario.
Hoy llevo dentro de mí las heridas de mis luchas, y las cicatrices aun abiertas en esa alma solitaria, aunque con el tiempo, he logrado derrotar a aquellos enemigos y convertirme en su amigo.
En esta dura lucha he estado siempre solo conmigo mismo, nunca he buscado medallas o premios por los logros conseguidos.
Nunca he creído en los demás o en su capacidad de observar y comprender los cambios que ocurren en un hombre, siempre los he visto mucho más preparados en una forma uniforme de vivir y existir, juzgando sólo aquello que puede ser juzgado, apreciando solo aquello que es visible y fácil de reconocer, explorando solo aquello que les ofrecen, pero ante el silencio de la soledad, todos desaparecen como conejos asustados.
Necesitan pruebas, hechos concretos, certezas para existir y avanzar, para dar un sentido a sus vidas falsas y aburridas.
Pero siempre he tenido un sueño en el alma, una fuerza motriz y poderosa que alimentaba mi ilusión de creer que en algún lugar del mundo existía también para mi, mi mitad.
Una mujer que supiera reconocer los signos de mi lucha y los resultados de mi cambio, conservando dentro de sí aquella inteligencia y dulzura que la llevasen a buscar un aliado para toda la vida.
Nunca me he sentido atraído por mujeres que rebosan  alegría, felicidad y optimismo por todos los poros de su piel, a decir verdad, las he vivido siempre de una manera superficial.
Las que sonríen siempre y hacen amistad con todos,  agradables a 360 ° me molestan, no consigo identificarme  con ellas, y son demasiadas las diferencias que ya nos separan.
Abandoné desde hace mucho tiempo aquella isla de vida como para poder volver atrás.
Si por una pizca de alegría corresponde una pizca de amargura, si por cada cosa que se pierde algo se gana, significa que una inevitable dualidad dirige nuestros destinos y la naturaleza de nuestras vidas y empuja a la parte opuesta a completarla.
Nuestra manera de actuar no obstante la voluntad utilizada, está definida y dominada por las leyes de la naturaleza.
Siempre he defendido dentro de mí la idea de que el caso no existe, sino más bien una causa, de acuerdo a una ley universal de las cosas, y que ningún eslabón de la cadena puede separarse del otro.
Creo en una conexión del principio de ser, es decir, que nada sale de la nada, y que cada acción produce un efecto, como toda fuerza proviene de su respectiva debilidad.
Lo que he sido está gravado a fuego en la expresión de mi rostro, en la luz de mis ojos, en mi forma de hacer, de vivir, o acercarme a una mujer.
No reniego y no oculto mi larga estancia vivida en aquella  isla, al contrario, estoy feliz de haberla vivido y de haber salido con el equipaje más importante que un hombre tiene que conservar siempre consigo, la capacidad de seguir adelante y sobrevivir a pesar de todas las adversidades.
Sólo quien actúa sufre, sólo quien se expone es juzgado, sólo quien vive pierde, pero solo quien arriesga puede vencer.
Por desgracia, todo este profundo análisis no sirve, no porque no sea aceptado por la mayoría, sino porque  lamentablemente no es reconocido, ni siquiera por unos pocos.
Aunque los años pasados revelan dentro de mí una profunda fuerza sanadora que se encuentra en la raíz de toda metamorfosis y una revolución interior que incide en el modo de vivir y de ser, hasta el punto que el hombre de hoy no reconoce al hombre de ayer, este crecimiento, este cambio, esta transformación, debe llegar solo a unos pocos bajo una  forma clara y fácil de ser percibida, de lo contrario no sería nada.
No puedo aceptar esta condición...
No puedo permitir que ni muchos ni pocos tengan acceso a mi océano interior, sin que mantengan dentro de sí el deseo, la pasión y la inquietud de descubrirlo.
Esta es mi condición.
No puedo poner al alcance de todos, esta dura lucha que se ha prolongado durante años de tristeza, de soledad, de dolor, y dejar descubrir con demasiada facilidad lo que se hallaba escondido y enterrado dentro de mí por tantos escombros.
No puedo aceptar todo lo que es nuevo, olvidando con demasiada facilidad lo que he vivido o he sido en mis intervalos de tiempo.
Entonces voy a la búsqueda viajando por el mundo, intentando conservar dentro de mí el sueño, y la ilusión de poder encontrar en los ojos de una mujer aquella luz que pueda reconocerme y aceptarme sin necesidad de certezas o garantías, que tenga el coraje de iniciar un camino venciendo su miedo, su orgullo, su arrogancia o presunción, prejuicios e ideas preconcebidas que utilizan las mentes simples y la gente banal para defenderse y protegerse de aquello que no pueden manejar y que tienen miedo de vivir, para justificar la inmovilidad que tienen en sus vidas.
Sólo a aquella mujer que sin saberlo, ha sido siempre mía, le desvelaré mis secretos, mis miedos y mis debilidades.
Sólo con ella comenzaré a recorrer aquella parte de vida cerrada por una puerta de la que no tengo la llave.
Sólo si tiene la paciencia, la dulzura y la inteligencia para comprender y aceptar ciertas diferencias que atraen a los opuestos por una compensación de la vida, solo entonces podré crear junto a ella algo grande, que me hará entender que todo lo que he sido y he vivido no es nada a su lado.





viernes, 15 de junio de 2012

  • REFLEXIONES PERSONALES
    REFLEXIONES DEL ALMA
    CONCEPTOS FILOSOFICOS 
  • DE LA VIDA DE TODOS LOS HOMBRES QUE LUCHAN CON SI MISMO.
  • BREVES CUENTOS DE AMOR ENTRE UN HOMBRE Y UNA MUJER
  • REFLEXIONES Y EXPERIENCIAS PERSONALES , O ALGUNA VEZ VIVIDAS POR OTROS  

    RECUERDA SIEMPRE LO QUE TE GUSTARIA  OLVIDAR ES EL  ÚNICO CAMINO PARA APRENDER A VIVIR
Para contactar conmigo: samuelebeniabram@yahoo.com