viernes, 29 de noviembre de 2013

Una copa de más

Llego a casa. No consigo introducir las llaves en las cerraduras de la puerta. Las cerraduras se han movidos. La del medio se ha ido y no sé dónde. Mañana por la mañana voy a hablar con el dueño, o me pone cerraduras más tranquilas o me baja el alquiler. Logro entrar. Cierro con fuerza la puerta detrás de mí. La cabeza me estalla. Me parece de estar dentro de un tambor. Apoyo la espalda contra la pared, levanto una pierna, la cruzo en cima de la otra que me mantiene de pie, y con las manos, trato de quitarme los zapatos. Primero, uno. Tiro con fuerza hacia arriba, después hacia mí. Nada. Lo intento con la otra. Cambio de pierna y de posición. No hay nada que hacer. La hebilla lateral del zapato no cede. El pie queda atrapado en una trampa. Tengo una idea. Pongo un pie en contraste con el talón del otro pie y hago palanca con fuerza hacia arriba. Con fatiga, el pie se desliza fuera, libre, sano y salvo. Repito el ritual con el otro. Libero los dos. Estoy a salvo, puedo ir a dormir. Me tiro en la cama sin quitarme la robas y trato de descansar. No me siento bien, no me siento mal, sólo puedo, apenas sentirme, aunque con gran dificultad. No consigo dormir, me punza la cabeza. La sala se mueve y comienza a voltear a mí alrededor. Me parece estar dentro en una válvula y girar a gran velocidad. No estoy tranquilo. La cama parece más dura de lo habitual. La cabeza me da vueltas, el cuerpo me duele, las piernas no se sienten cómodas, y los brazos, no sé dónde ponerlos. No entiendo lo que ocurre. Tengo la sensación de que algo ha cambiado. Esta cama no es la misma. Tal vez se ha convertido en más corta, por eso mis piernas salen; o tal vez, en más dura, por eso me duele la espalda; o tal vez... sí, por supuesto, no me había dado cuenta... se ha vuelto más alta. Tan alta que me parece estar suspendido en el aire. Se mueve. Tal vez quiere irse o tirarme fuera. Muevo mis piernas hasta los extremos de la cama y con los pies me engancho a las esquinas. Agarro con las manos la sabana y la tiro con fuerza hacia mí tapándome. Boca abajo. La sabana huele a talco. Oculto mi cabeza bajo las almohadas. Sólo quiero dormir. Ha sido una noche difícil. Me quedo en silencio y espero. Pienso en lo que voy a hacer si me siento amenazado. Nunca me había ocurrido antes, pero la cama se mueve de verdad. Tal vez esta enojada conmigo. Un voladizo, fuerte y repentino, me despierta. Abro con fatiga un ojo y lo miro. Ya veo, quiere guerra, no me dejará en paz. No puede lograrlo. Es sólo una pequeña cama. Trato de encontrar su punto débil para prepararme a cualquiera de sus gestos. Sin que se dé cuenta dejo, casualmente, caer un brazo por el borde, y con la mano me agarro a la malla de alambre que soporta el colchón. Coloco mis dedos en una malla de hierro y empiezo a tirarla con fuerza hacia mí. No se mueve más. Si decide hacerlo, no logrará tirarme abajo. Aferrado de esa manera, me siento seguro. Pero mis piernas no están cómodas. Deslizo el cuerpo hacia el borde de la cama, dejando salir un poco la cabeza, tratando de agarrarme todavía mejor a la malla de alambre. El lado izquierdo del cuerpo desciende un poco desde el borde de la cama y se mantiene suspendido en el aire. Las piernas posicionadas en X. Los pies fuera del borde no tocan el suelo. Me siento seguro. Me mantengo con los hombros. Estiro el otro brazo y con la mano, agarro el extremo de la sábana para apoyarme mejor. Abro los ojos y miro el suelo debajo de mí. Giro la cabeza hacia abajo. No puedo creer lo que ven mis ojos. Me encuentro a una altura que jamás podía imaginar. La altura que me separa del suelo es vertiginosa. Maldita sea... Yo sufro de vértigo. Estoy invadido por un malestar. Tengo miedo. Empiezo a sudar. Me doy cuenta que caer desde allá arriba significa morir. Estoy solo en la casa, nadie puede ayudarme, nadie puede oír mis gritos. Percibo que poco a poco las fuerzas me abandonan, los ojos se cierran y el cuerpo, se desliza cada vez más hacia abajo. Miro a mí alrededor para ver si algo ha cambiado. El mobiliario es el mismo de siempre, allí que me observa. Nadie viene en mi ayuda. Quizás esperan que caiga para enterrarme bajo su peso. Pero... está claro, ya lo sabía... todos están de acuerdo, he caído en una trampa. Siento que no demoraré en ceder. Desde esa altura no puedo ver lo que hay debajo de mí en el suelo. No puedo distinguir nada. Trato de estar más cerca posible con la mirada, asomándome un poco más con la cabeza. Tengo miedo de lo que veo. Las juntas de las grandes tablas de madera que cubren el suelo de mi casa, se están abriendo. Trato de distorsionar los ojos para concentrarme en otra. Si la cama resalta de repente, podría caer en una de aquellas ranuras. Desaparecer para siempre. No quedaría ningún rastro de mí. No tengo fuerzas para gritar, pero tengo que encontrar una manera de salir de esa situación tan pronto como sea posible. No quiero morir así. Sé que de esa altura no tengo ninguna posibilidad de sobrevivir. Me pongo a llorar, y luego a orar, como un niño. Las ranuras se abren uno después de la otra. Ahora hay grandes surcos en el suelo. El miedo me hace perder la capacidad de reaccionar y mis hombros se deslizan ligeramente hacia abajo. Con un pequeño esfuerzo, logro cruzar el pie, puedo, y la pierna con la sábana como con una cuerda. Los instantes que me separan del caer se suceden rápidos. Allí abajo hay un abismo sin fondo. De repente, una luz alumbra mi cabeza. Tengo una idea. No es idea segura, me llega un poco confusa, pero es la única. La única a la que puedo agarrarme. La única luz de salvación y de esperanza. Con un golpe repentino y fuerte de los riñones me giro con el cuerpo hacia el centro, cruzando aún más la pierna con la sábana. En un momento me encuentro boca arriba mirando al techo. Me muevo lentamente, con la ayuda del cuerpo y de las manos hacia el centro de la cama. Ahora me encuentro en una posición más cómoda. Mis ojos miran al techo. Unos momentos de alivio. Me doy cuenta de que la lámpara central que daba luz a la habitación, se ha ido. Tal vez junto con la cerradura de la puerta. Ante mis ojos un techo blanco. Otro abismo. Estoy rodeado. Si el techo y el suelo, se ponen de acuerdo, podrían acercarse y aplastarme como a una rata. Una rata en una jaula. Percibo que la cama se sube y me empuja hacia el alto. En unos momentos estaré aplastado .No tengo salida. Con una ojeada llena de expectativa, busco a mí alrededor, algo que me ayude. Veo en un lado del techo, casi oculta, una pequeña hendidura. Tal vez, un mensaje de salvación que me da esperanza. Podría entrar en aquella hendidura, encontrar un espacio, y permanecer allí por algún tiempo, escondido. Hago un gran esfuerzo para pensar. El infinito debajo de mí me aterra, el infinito por encima de mí me asusta. Las dos paredes se acercan lentamente. Estoy empezando a aterrarme. Me acurruco como un caracol. Doblo mis piernas, abrazo una almohada y con fuerza la apretó contra mi cuerpo, para entrar con más facilidad en la ranura. Espero con la respiración contenida, en silencio. Empezó a sudar. Instantes larguísimo. El tiempo parece haberse detenido. De repente, un ruido ensordecedor. Hay alguien que llama con insistencia al timbre y golpea con fuerza la puerta. Alguien que me está buscando. Que me conoce. Abro los ojos. Todavía estoy vivo. Levanto un brazo hacia lo alto. El techo está de vuelta en su lugar. Inclino la cabeza para ver las juntas del suelo. Todo está en orden. La cama es calma ya no se mueve. El suelo parece tranquilo. Los muebles ya no tienen esa expresión amenazadora. Tal vez pueda levantarme. Los golpes en la puerta son cada vez más fuerte. Tiran patadas violentas. El timbre sigue sonando con insistencia. Una voz de mujer me llama chillando como una loca. Tal vez sea una loca de verdad. Encuentro el valor y decido bajar. Con un enérgico golpe de riñones, pego un salto repentino desde la cama. Luego, apoyándome con las manos en todos lo que encuentro para no perder el equilibrio, me acerco a la puerta. La cerradura volvió a su lugar. Abro la puerta con dificultad, antes de ser derribada. Y vengo invadido por la locura. -Esta cayendo agua en el mió apartamento- grita con los ojos llenos de odio Es mi vecina de casa. La que vive debajo de mí. Una loca, puedo dar fe de ello. -¡¿Cómo?! –Le contesto sorprendido- -¡Agua! ¡El agua...! El agua que cae -me grita mirándome a los ojos- Debe de haber dejado el grifo del baño abierto y el agua traspasa el suelo y llega a mi apartamento. !Tengo toda la casa inundada! ¡Haga algo! -¡¿Agua?! –Respondo asonado - Creo que esta mujer no estaba al corriente de nada. He luchado hasta ahora entre la vida y la muerte, y esa loca me habla del agua. -¿Pero…, que agua señora? Entre por favor. No sé qué decirle... Me empuja violentamente hacia el cuarto de baño. Apoyándome en lo que encontraba, llego delante de la puerta. Cuando la abro, 20 cm de agua me bañan los pies y se extienden por toda la casa. -¡Lo ves! ¡Se lo decía! ¡Mire aquí! - ¿Y ahora qué? -mirándome con odio a los ojos-¿Ahora que piensa hacer? Tengo la casa inundada... debe hacer algo... llame a los bomberos... llame a alguien... ¿Tendrá un seguro, verdad? ¿Quién me paga los daños? La miro sin decir nada. Es una loca. Me apoyo con las manos al lavabo y cerro el grifo. Mientras, ella sigue vociferando, me miro en el espejo. Mis ojos están inflamados. El efecto del alcohol es todavía dentro de mi cuerpo. Bebí demasiado. -No se preocupe, señora... mañana haré algo. -¡Mañana! ¡Pero…, como mañana! ¿No entiendes que mi casa esta inundada? ¡Usted debe hacer algo ahora! - Me dice como si me diese una orden- La miro y pienso: está loca. Ella me mira y piensa: está bebido. -Tengo la casa inundada, ¡muévase! –Me repite chillando- -Señora, señora…-le digo en voz baja- Si usted tiene la casa inundada, aproveche para tomar un baño, iría yo también se supiera nadar. Dos minutos de silencio. Me mira casi sin respirar. -¡Pero…, usted está loco! Voy a llamar a la policía. Con ojos que escupen fuego, se da la vuelta y se va dando un portazo. Me quedo ahí, en el baño con el grifo cerrado, pero con el agua sigue cayendo por el borde de la pileta. /Qué lío por un poco de agua. ¿Y cuando llueve, entonces? Qué noche. Tal vez es mejor ir a dormir. Pensaré mañana qué hacer. Mañana será otro día. Me acostaré en el sofá. Podré, por fin, descansar/. Acomodo los cojines, y me relajo. Apoyo los pie encima el borde del sofá, para que la sangre circulase mejor. El brazo, que no quiere entrar, lo dejo colgando hacia abajo. De todas maneras, la mano no llega a tocar el suelo. Boca arriba, miro el techo. Cierro los ojos y trato de dormir. De repente, oigo un ruido. Abro los ojos y miro a mí alrededor. Aquella rinconera de la esquina se ha movido. Viene hacia mí... Tengo que hacer algo. Y el alma pregunta.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Un viejo

Es una noche fría y lluviosa, el agua no ha dejado de caer desde esta tarde. Aunque no es la noche más propicia, decido salir.No tengo ganas de quedarme en casa. Después de haber dado varias vueltas para encontrar un lugar donde poder beber una copa de vino y leer mi libro, veo, al final de una callejuela angosta y fangosa, una luz que ilumina una placa desgastada en la que pone “bar”. Es uno de esos lugares sucios y lúgubres, frecuentados por pocos clientes, casi todos de la zona. Antes de entrar doy una ojeada desde el cristal de la puerta, una luz tenue a causa de la humedad que empaña los cristales me invita a entrar. Detrás de la barra, el camarero medio dormido sobre un taburete, con los hombros apoyados contra la pared. El bar está vacío, un viejo con barba blanca, envuelto en su abrigo, sentado en una esquina parece ser el único cliente. Superviviente de esta noche infernal. Me parece el lugar perfecto para concentrarme en mi libro, La lluvia y el frío me han penetrado hasta los huesos. El olor del tabaco, tal vez un viejo puro barato me hace detenerme en la puerta, pero hace demasiado frío fuera. Un antiguo reloj colgado en la pared detrás de la barra, parece el único testigo e intérprete del tiempo que pasa lentamente. Por una especie de solidaridad, me siento junto al viejo, que se da la vuelta y me mira con sus ojos grises esbozando una sonrisa de bienvenida. Luego continúa bebiendo en silencio su vaso de whisky. Lo toma a pequeños sorbos, observando su color, sintiendo su olor, manteniéndolo en la boca para sentir mejor su sabor e ingiriéndolo con fuerza para notar la quemazón que provoca en su garganta. No he visto nunca a nadie contemplar un vaso de whisky como lo hace él. Un hombre al que siento conocer sin haber nunca hablado con él, una de esas figuras que te parece haber visto alguna otra vez en la vida en otro lugar. Tal vez sólo una afinidad del alma. Intento romper el silencio entre nosotros con una conversación banal: -Hace una noche terrible para estar fuera, no ha parado de llover ni un momento. Se vuelve hacia mí y me mira con sus ojos grises, esbozando de nuevo una sonrisa. -Esa sonrisa intrigante y misteriosa que lo acompañará durante toda la noche- y casi sin abrir la boca, me responde: - ¿Y tú qué sabes, mi joven amigo, de las cosas terribles de la vida? El mundo en que has nacido está hecho de hombres que conocen mejor la contabilidad de la vida de los demás que la suya, hablan de caminos que nunca han recorrido, de viajes que nunca han hecho, de amores que nunca han vivido, juzgan y critican lo que nunca han tenido el coraje de vivir. Poseen la inteligencia de los ruines, de los temerosos, de los gallinas que huyen asustados ante la vida. Nunca han tenido el coraje de intentar ser lo que querían ser, porque nunca han pensado que podrían llegar a ser algo distinto de lo que son, se han aceptado sin ni siquiera preguntarse porqué. Tampoco se pertenecen a sí mismos, por temor a poderse conocer, y su vida se desliza, humilde, pequeña y silenciosa entre las apariencias y se les escabulle de esa existencia marginal, pero para ellos tolerable. Después de esta respuesta, decido renunciar a leer mi libro y empezar a observar tranquilamente al personaje que tengo al lado. Es pobre, se ve de la ropa que viste, pero parece no importarle su pobreza. Tal vez es un individuo que no tiene ni conciencia de sí mismo, o tal vez tiene demasiada, tal vez ni siquiera sabe porqué está aquí, o tal vez está aquí justo porque lo sabe. Su respiración rápida y enérgica indica un corazón y un carácter pasional. Rodeado de un cierto misterio, su rostro pálido y resuelto, recuerda a un filósofo, un artista, un pintor, un escritor, un músico. Los dedos de sus manos delgados y largos están bien cuidados, el pelo blanco como su barba recogido con un elástico le llega hasta los hombros, los ojos grises como el cielo después de la lluvia, son tristes pero vivaces y contemplan penetrantes aquel vaso que hace girar despacio sobre sí mismo. También yo, pido un whisky para crear una sutil complicidad entre nosotros, y él, sin levantar la vista de su vaso, esboza de nuevo una sonrisa. Trato de reanudar la conversación interrumpida por aquel silencio, como una pared invisible e impenetrable que este viejo me crea. - Creo… que tiene una visión demasiado pesimista de la vida y del hombre de hoy. Me responde casi sin pensar. - El hombre es otra cosa amigo mío. Los hombres de hoy, bien vestidos, limpios y con el pelo bien peinado, se ríen satisfechos, enseñando todos sus dientes blancos de esmalte artificial, como artificiales son sus almas y sus corazones que nunca han sido escuchados. Gritan de alegría, corren ocupados detrás de la nada, y hacen amistad con todos, apretando manos y dando abrazos con falsas sonrisas. Creen ser útiles a la sociedad con la contribución de su presencia, y se olvidan del hombre que tal vez también vive dentro de ellos. Falsos e hipócritas, sepulcros blanqueados por las apariencias, lejos de sí mismos y de la vida que los rodea, carentes de cualquier pasión, no son capaces de abrir los ojos ante los aspectos del mundo. Dan su dinero para sentirse mejor y poder pagar sus pecados comprando sonrisas, pero las sonrisas no necesitan dinero, necesitan el corazón. Hacen donaciones millonarias y no logran dar ni un céntimo de caridad cuando ven a un hombre en la calle muriendo de hambre y de frío. Ese tipo de caridad que tendría que vivir dentro de cada hombre, ese sentido de humanidad hecho de instantes de atención hacia los más débiles. Necesitan al público, los meeting, las conferencias, la aprobación de los demás para entender que existen, necesitan ser partícipes de algo con alguien, porque por si solos no se bastan. Se reúnen como las ovejas, para buscar testigos corruptos que agradezcan su hacer, para no pensar y ocultar la tristeza, en los rincones secretos de una vida perdida detrás de falsas sonrisas y palmadas en la espalda. Aspirar a trasformarse en seres siempre iguales y presentes con la parte de ellos que les corresponde para mantener los equilibrios colectivos. Son solo lo que ves, no vive nada dentro de ellos, vacíos como juncos al viento, es el resultado que han conseguido de una vida vivida. Estamos cerca uno del otro, los únicos testigos en este pequeño y sucio bar, en esta noche fría y lluviosa. Tal vez este hombre de barba blanca, aunque su mirada muestra una ausencia de emoción, está inmerso en la soledad de sus pensamientos. La fuerza interior que emana es impresionante y profunda, más que cualquier océano humano que haya conocido. Lo que vemos, pensamos y creemos de las personas, no es nada más que una creación nuestra, a veces muy lejos de la realidad. Nadie en su ser se corresponde a lo que los demás piensan de él. En la mente de cada uno de nosotros dos, los pensamientos se suceden, fragmentos de vida reunidos y vividos que transforman y cambian el camino del propio destino. Para mi sorpresa, esta vez es él quien rompe el silencio, tal vez porque ha entendido la humildad que muestro al respetar el suyo. -¿Y sabes por qué amigo mío? ¿Sabes por qué no han tenido la oportunidad de vivir una vida de una manera diferente? Por miedo, ¿entiendes?... ese miedo que te impide moverte, pensar, hacer, ser, y que oscurece tu alma. No han tenido la capacidad de transformarse y de tratar por una vez de vivir sus sueños, y cuando un hombre se da por vencido y renuncia a vivir su sueños en una vida que corre hasta el final, significa que este hombre no vale nada, o tal vez sus sueños no valen nada o tal vez ninguno de los vale algo. Se venden como prostitutas de calle para llegar a tener, y renuncian a la magia de la vida en busca de lo obvio, la seguridad, lo común y la certeza de un futuro incierto. No podrían usar una máscara mejor de su propio rostro, que logran cambiar con expresiones que ni siquiera ellos conocen. No tienen garras, prefieren mantenerse al margen, como las ovejas esperando que alguien los conduzca o que los acontecimientos cambien. Con un gesto casi rabioso se sirve el último vaso de whisky de una botella ya vacía y la deja sobre la mesa frente a él. En la dimensión de la existencia de cada hombre hay algo a lo que nadie puede acceder; salir al descubierto y volver a jugar significa deshacer un ovillo y buscar el hilo conductor, aunque ese se base en un error. Observarse con atención significa querer superarse. Siempre me han hecho tristemente reír las personas que conociéndome solo de pocas horas, expresan opiniones sobre mí, sobre quién soy o lo que he vivido. Con sus juicios apresurados, y con su capacidad común y banal, dan muestra de no saber penetrar ni tan siquiera en un fragmento de vida que me pertenece. Presumen de saber más ellos de mí en un par de horas, que yo en 75 años de vida, creen conocerme sólo porque proyectan la interioridad de mi que prefieren, pero lo que me atribuyen no me pertenece. Su admiración no me satisface, sus críticas no me entristecen, todo esto no me afecta y me deja indiferente porque juzgan a un hombre que no me corresponde. Impulsado por el interés de sus reflexiones, pero incómodo por ese silencio que a veces se establece entre nosotros, trato de cambiar el tema para hacer más fluida la conversación. - ¿Alguna vez ha vivido un amor cuyo solo recuerdo continúe a hacerle latir el corazón? Me sonríe y sus ojos gris hielo me penetran el alma. - Todos han tenido un gran amor o una gran desilusión al menos una vez en su vida. Siempre debemos recordar las cosas que nos gustaría olvidar y que no querríamos confesar ni tan siquiera a nosotros mismos, porque es solo su recuerdo el que nos enseña a vivir. Esperaba mucho de ella, creí en ella, me arriesgué y perdí, hace muchos años por amor perdí todo lo que yo era, pensando que ella pudiese cambiar. Pensé que fuera un mar, un océano inmenso donde nadar para descubrir la profundidad… y me lancé lleno de pasión para vivir algo que pensaba único. Luego, con el paso de los días, me di cuenta de que su visión de la vida se reducía al tamaño de un estanque donde bañarse por un momento, y después irse. Después de un tiempo entendí que en realidad se trataba de un charco de agua, como tantos, que se secan rápidamente al sol. Sólo al final de nuestra historia llegué a comprender la verdad y el error de mi elección: pocas gotas de agua sin importancia que desaparecen por sí solas. Buscaba el amor, partiendo de la amistad, buscaba el riesgo partiendo de la certeza, quería conocer la pasión, partiendo de la banalidad. Tampoco ella tuvo el valor de vivir lo que quería y escapó de aquello que un día, por casualidad y por magia, hizo brillar su alma, prefirió irse con un hombre como hay tantos. Los hombres de verdad, los amigos auténticos, las mujeres verdaderas, incluso los propios pensamientos… no hay nada verdadero en este mundo. Todos se esconden, necesitan falsificar incluso los propios pensamientos para poder aceptarlos como verdad, de lo contrario se verían obligados a interrogarse, mientras que pensando lo que no es verdad se sienten satisfechos de sí mismos. El precio de la dignidad, mi joven amigo, es no aceptar compromisos, no llenar a toda costa los huecos dejados por otros, y asumir el peso del propio destino. Me gustaría hablar con este viejo para saber un poco de su vida, pero prefiero respetar el espacio que ha creado en torno a sí mismo, tal vez un espacio lleno de dolor, tristeza, dificultades, obstáculos superados con una dura lucha, o recuerdos que todavía vivos resurgen en su mente. Observar sus gestos es como vivir una nueva aventura, una sensación de poder y simplicidad al mismo tiempo, que te llega de este hombre, presente en todo su ser con una dignidad que lo hace emocionante. En un momento dado se levanta, se mete en el bolsillo unas hojas de papel que se encontraban sobre la mesa junto a él, y sin decir una palabra, se me acerca, me da la mano, y con una sonrisa cómplice me saluda. Le respondo diciéndole mi nombre y mirándolo fijamente a los ojos grises y penetrantes, como para agradecerle su presencia. No dice una palabra, se pone su viejo sombrero y sale del bar dejándome solo. Me pregunto si volveré a ver a ese hombre. Me doy cuenta de que con las prisas se ha ido sin pagar, me levanto, me acerco al mostrador y pido la cuenta. Despierto al camarero de su plácido letargo. Inclúyame en la cuenta también la botella de whisky del viejo que se ha ido hace un rato. -¿Qué viejo? -Responde el camarero con la expresión de uno que se acaba de despertar. - Aquel viejo con la barba y el pelo blanco, sentado en la mesa contigua a la mía, se ha bebido esa botella de whisky - y señalo la botella vacía sobre la mesa. - No, señor, me responde el camarero con una sonrisa pícara. - Sólo tiene que pagar su whisky, esa botella vacía está ahí desde esta mañana. Sabe… con el frío y la lluvia, todavía no he hecho limpieza. Desconcertado por la respuesta, pago y salgo del bar. Miro a mi alrededor como si advirtiese la presencia de alguien cerca de mí. Es una noche fría y lluviosa, la lluvia no ha parado de caer ni un momento y continúa cayendo, penetrante, sobre las callejuelas fangosas, llenas de charcos. A veces, incluso una noche fría y desierta proporciona las herramientas para entender, mientras la propia alma va en soledad, por el mundo, en busca de algo o de alguien que la haga de nuevo brillar. Y el alma pregunta…

domingo, 10 de noviembre de 2013

Desahogo del alma

Una reflexión sin importancia. Es domingo por la noche. Estoy en casa tumbado en el sofá bajo la luz de una vela, con una buena botella de vino que me hace compañía. Los pensamientos corren rápido dentro mi mente está llena de recuerdos y momentos vividos. No tengo a nadie con quien hablar. Solo quiero escribir, para vaciarme un poco, para poderme relajar, tal vez, también, para poder dormir esta noche. He aprendido a entender, que cuando los grandes pensamientos vienen a la mente, es desde el corazón que obtienen su fuerza, por lo que no voy a dejar que se vayan. Pensamientos, que a veces, me atormentan el alma. Me acerco a la mesa que está junto a la ventana que da a la calle, desde donde, asomándome un poco, puedo ver los coches pasar, la gente que camina apresurada, y las ultimas luces de las tiendas que están cerrando. Pronto todo habrá terminado y reinará el silencio. Las puertas y las ventanas de las casas se cerrarán y cada uno vivirá la propia realidad. Me siento frente a una hoja de papel para anotar algo, pero no sale nada. Nada que pueda tener una consistencia o una lógica. Pero no voy a dejar pasar esta noche en vano. Necesito desahogarme, abrir mi corazón, dejarme llevar, para poder descansar en paz. No sé qué saldrá de esta reflexión interior. Todo se confunde dentro de mí. A menudo sucede que quien piensa, no está seguro de pensar. El propio pensamiento se balancea entre la realidad y la ilusión, entre el sueño y la esperanza, entre la verdad y la mentira. Se escapa y se desliza, negándose a veces de dejarse agarrar. El vino de alta graduación me da el empuje para abrirme y liberarme. Me quito la camisa, y a pecho desnudo, me tumbo de nuevo en el sofá. Abro un poco la ventana y dejo que todo lo que tengo dentro de mí salga de la manera que prefiera. Aunque sea de una manera desordenada. Las experiencias de la vida me han enseñado que cuando un hombre o una mujer, no te dice nunca nada acerca de lo que no quieres oír, significa que te está engañando. No tengo miedo de la verdad, tengo miedo de las pequeñas mentiras dichas y repetidas, de la falsedad, que no hace más que confundir las cosas y alejar la solución. Pero la mentira a uno mismo, dicha y creída como una verdad, arruina la vida, y entristece el alma. Es el refugio de los miserables. Es mentir a la propia conciencia. A veces, necesito aislarme para depurarme de los que me rodean. Para alejarme de todo el mundo. Ir a las altas montañas cubiertas de nieve, o a islas desiertas perdidas en el océano. En contacto con la naturaleza, rodeado por ese silencio, logro llenarme, encontrar a mí mismo, para entender quién soy. Las voces que logro escuchar en mi soledad me rompen los tímpanos, sin embargo, entre los demás se vuelven imperceptibles. No me importa el dinero, los negocios, los coches de lujo, las casas faraónicos, las conversaciones inútiles, las gentes superficiales, las risas forzadas, las palmadas en la espalda, los amores que dejan un vacío, y los abrazos de los que no son amigos. Lo que hace que sean agradables y sociables es su incapacidad para soportar la soledad y en aquella tolerancia, de soportar a si mismos. Busco la profundidad, el espesor. Busco la verdad que hay detrás de cada palabra, cada acción, cada pensamiento. Busco un amor único y verdadero, leal, sincero, diferente de todos los que lo precedieron. Busco una mujer con quien pueda compartir la felicidad de cada instante. Con la complicidad que nos hace inseparables. Para poder crear, construir, y vivir un futuros juntos. Un amor a tres rosas. En la Cábala el numero tres, representa el cuerpo, el alma, y el espíritu. La totalidad de un amor. El pasado, el presente, el futuro. La eternidad de un amor. Un amor que vive más que el tiempo. Y si pido demasiado, entonces prefiero estar solo. No regalaré mis instantes de vida. Ya no tengo más ganas de este teatro a mí alrededor. De gentes que no saben lo que quiere. Payasos que se mueven con la presunción de ser algo o alguien. Esos personajes me han hecho siempre reír. No quiero lo que estas personas buscan para sentirse realizadas. Para excusarse en la vida de no hacer nada, de no haber hecho nunca nada. Y de no tener meritos por lo que han logrado. Yo... me realizo por mí mismo. Por lo que soy, lo que valgo, lo que pienso y vive dentro de mí, en la profundidad de mi océano, donde pocos tienen acceso. Y si no me entienden o me malinterpretan, entonces continuaré adelante solo. Para apreciar el verdadero valor de una opinión, tengo que analizar y reflexionar sobre quiénes expresan esta opinión. Sólo entonces podré darle la importancia que merece. Pero si los hechos y las opiniones, deben pasar por el juicio y los consejos de otros, y ser malinterpretados por la locura de algunos, o por el análisis apresurado de otros, no pueden traer ninguna verdad. La superficialidad de los pensamientos, la bajeza de los sentimientos, los consejos de alguien que no es un amigo, lo absurdo de las opiniones que a menudo se encuentran en ciertos personajes, acaban por arrojarte fuera de la pista. He conocido a lo largo de mi camino millones de máscaras, sin embargo pocas caras; millones de seres humanos, aunque solo algunos merecían la pena. La sociedad que nos rodea tiene la capacidad de convertirnos en fantasmas de lo que somos. Ligeros como plumas movidas por el viento. He entendido que cuando se llega a no tener más la misma conciencia, la misma visión de la vida, las mismas aspiraciones a las que ellos aspiran, cuando ya no existe más la planificación del tiempo sino solo el instante que pasa, estarás marginado y aislado por todo el mundo, y la tuya libertad se transforma en una prisión al aire libre. Formar parte de un rebaño significa existir, pertenecer, tener una identidad. La ilusión de tener para ser. Necesitan ser considerados o consideradas para poder considerarse. Necesitan ser escuchados para poder escucharse. Necesitan hacerse conocer para los de más para poder conocerse. Quieren ser amables con todo el mundo, para que, a través de las opiniones comunes pueden llegar a entender lo que son. Buscan testigos de sus acciones, con el fin de justificar lo que nunca tuvieron el valor de hacer. Desde su vacío interior nace la búsqueda de compañerismo, de distracción, de amistades, de placeres y lujos de todos los géneros, que los llevaran con el tiempo a la disipación y a la miseria. Son desconocidos y desconocidas incluso para ellos mismos pero tienen la presunción de conocer a los demás. Hicieron un plan detallado de sus vidas, pero la han visto deslizarse a través de falsas sonrisas, discursos triviales, actitudes inútiles, y amores que han pasado sin dejar huella. Es fácil confundir el sentir con la compañía, el deseo con la novedad, el amor con la amistad. Pero es difícil, verdaderamente difícil, encontrar un amor que valga la pena de ser vivido. Y a veces, cuando por una casualidad de la vida, o por un destino ya dibujado eso pasa, en lugar de ser vivido intensamente, no es apreciado en su justa medida, y creyendo que sea un hecho absolutamente normal, viene destruido por la estupidez de algunos. Y todo esto, sin ni siquiera preguntarse si se estaban equivocando en algo. Si valía la pena perder lo que tenían, por lo que ilusoriamente buscaban. Solo con el tiempo aprenderán que estar con alguien solo para ser acompañado en la propia soledad, significa no desear volver a verlo. Solo con el tiempo aprenderán que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro, significa que un día querrán volver a sus pasado para sentirte vivos, y añoraran lo que desaprovecharon por el miedo de hacer. Solo con el tiempo aprenderán que sin complicidad no puede haber amor, un grande amor…y la complicidad nace solo cuando la propia alma se vincula con el alma de quienes se ama, de otro modo estar juntos es hacerse compañía. Solo con el tiempo aprenderán. Nunca, se han preguntado por qué vinieron al mundo, cual era su fin, su propósito, que misión tenían que cumplir para no ser olvidados. Si eso era el camino que tenían que recurrir. Han dejado pasar el tiempo acumulando horas para luego poder, en la cena del sábado por la noche hablando con los amigos, llamar aquel tiempo “vivir”. Aquel vivir que han perdido entre un hábito normal, y una costumbre común. No han ido a la búsqueda de lo que más le gustaba o deseaban, lo que hacía latir sus corazones y brillar sus almas; no, se han conformado con lo que era más fácil y más conveniente, logrando perder de esa manera cada pequeña pasión. Pero, quien está dispuesto a renunciar a su libertad para obtener una pequeña seguridad, o una certeza temporal, no merecen ni la libertad ni la seguridad. Quien está dispuesto a renunciar a amar por miedo a abrirse, y a hacerse conocer, no se merece ningún amor. Solo la compañía. Una monótona compañía. Con la presunción de los inseguros, y con el orgullo de los débiles, han demolidos, desmenuzado, triturado, un amor que hubiera podido ser inmenso, único, eterno. Con la estupidez de los banales, han huidos sin ni siquiera haberlo vivido en profundidad. Sin descubrir, el espesor del hombre o de la mujer que en ese momento tenían cerca de ellos. Podrían haber sido amado o amadas sin límites, pero ni siquiera han tenido la inteligencia de abordar un diálogo para averiguarlo. Se han hecho convencer y a su vez se han convencido. !Entonces! que se vayan!, lo mas lejos posible , no sé qué hacer con ciertos individuos. No voy a dar un paso. Ni siquiera un solo paso, para acercarme a aquellos que huyen de mí. Si me quieren, tienen que demostrarlo con los hechos y no con fáciles palabras. Me vierto el vino llenando casi todo el vaso, que vacío dando un trago codicioso. Me tumbo de nuevo en el sofá, mirando las sombras en el techo que entran de la ventana con la luz de la luna. Me sumerjo en mis pensamientos, y sigo con los ojos aquellas sombras que parecen correr una detrás de la otra. Si hay un hecho extraño en la vida, es que, un hombre o una mujer inteligente y sensible mantengan siempre la misma opinión, y siempre sean coherentes consigo mismos, sin preguntarse el porque de las cosas. Es una pura ilusión pretender que una opinión, que ha sido transmitida de generación en generación, nunca puede ser del todo equivocada. La constante transformación de cada cosa, acontece en nuestro cuerpo, como en nuestras mentes. Cómo se puede pensar la misma cosa de ayer, cuando nuestro cerebro ya no es el de ayer. Pero también el día de hoy, no es el mismo que el de ayer. Ni siquiera nosotros somos los mismos. Ser coherente es una enfermedad. Un defecto atávico de las personas inseguras. La convicción y la certeza son la evidencia de una mala educación y de una falta de cultura. De mentes encerradas en unos sistemas dados de una sociedad que los y las quieres todos iguales. Es una grave falta de inteligencia, no hacer uso de la posibilidad de tener una visión del mundo y de los hechos diferentes de la que tenemos. El tiempo es importante para entender que, incluso las nuestras más firmes convicciones podrían ser equivocadas. Que nuestras más firme certezas podrían haber sido los caprichos del momento. Saber dudar de los pensamientos tenido, de las palabras habladas y de las acciones hechas el día anterior, es la demostración de saber vivir. Un hombre o una mujer con una inteligencia viva, con una sensibilidad afín, atenta a los cambios y a los mensajes de la vida, tiene la obligación moral y mental de cambiar de opinión varias veces, incluso sobre el mismo tema. El hombre que se enorgullece de no cambiar nunca, porque tal vez demasiado influenciado por los demás, con el compromiso personal de caminar siempre en la misma línea, es un cretino que cree en la infalibilidad. Sólo los individuos superficiales tienen creencias arraigadas y profundas. Tienen siempre la misma opinión, y no prestan atención a las cosas que parecen verlas, solo para no chocar con ellas. No están dispuestos a considerar cualquier otra alternativa a lo que piensan, porque no tienen un criterio de valoración. Débiles de carácter, e inseguros de sí mismos, se refugian detrás de los consejos de los amigos, que aceptan como verdades, evitando cualquier responsabilidad y búsqueda personal. Son esclavos o esclavas, con la presunción de ser libres, sólo porque pueden hacer lo que quieren. No se han dado cuenta de que viven en una jaula al aire libre. Dueños de una existencia que no crece, y solo se acumula. Súperdisciplinados, parecen más unos soldados que hombres y mujeres libres. No actúan de forma independiente, rompiendo con el ambiente que los rodea, sino de acuerdo a los dictados que la sociedad en que se mueven le impone. Actúan como un grupo, se mueven como un grupo, piensan como un grupo, y no pueden amar a alguien que está fuera del grupo. Tal vez ni siquiera saben lo que es amar. Están siempre esperando que los demás hagan algo, porque nunca toman la iniciativa de hacer cualquier cosa. Pero, quien no arriesga nada, no hace nada, no tiene nada, y no es nada. Podrá evitar con suerte el sufrimiento y la angustia, pero no podrás aprender, sentir, cambiar, crecer, superarse, vivir, y amar. Será siempre un esclavo anclado a sus convicciones. A la espera de la voz del maestro para obedecer, y ser un esclavo diligente de quien tiene más autoridad. Pero a pesar de la voluntad empleada, se ven afectados y en continuo conflicto con ellos mismos. Y esto sucede porque su personalidad y su voluntad de elegir se ha atrofiado por la disciplina. Es suficiente un pequeño problema, o una fútil contrariedad y desaparecen inmediatamente, sin ni siquiera preguntarse por qué. Y lo hacen, porque están vacíos, superficiales y tienen poca memoria. No se enfrentan a las cosas, hablándola, explicándose, discutiendo. No, no. Prefieren esconderse detrás de los propios pensamientos, que los llevaran con el tiempo a ser hombres y mujeres infelices. Solo entonces se darán cuenta que nunca han sido capaces de escuchar. He conocido a muchos de estos personajes y se han quedado siempre allí, en el mismo lugar. Como habían nacido. Sin haber cambiado nada en su forma de ser y de pensar. Se han casado, han tenidos hijos, han viajado, han ganado dinero... después se han separado, han encontrado otros amores, a veces han perdido lo que tenían, pero siempre han permanecido allí. Inanimados. Con la misma mirada, el mismo pensamiento, la misma actitud, la misma luz en los ojos, como si la vida no hubiera existido nunca. No han ido mas adelante porque nunca encontraron el coraje de abrirse. Pero un hombre o una mujer que quiere ser tal, debe recorrer el camino hacia sí mismo, ajeno a los demás y a sus patéticas aspiraciones que no son, sino una repetición de lo más común. Para saber quién eres, debes primero saber quién no eres; sólo así renunciarás a la ilusión de ser alguien que no eres tú, y encontrarás dentro tu esencia, la fuerza de tu existencia. Creen de querer la libertad, en realidad tienen miedo, porque la libertad le obliga a tomar decisiones, y las decisiones implican un riesgo.Un hombre no es libre porque hace lo que quiere, es libre cuando puede elegir de hacer lo que quiere. Es libre cuando se aleja de algo o de alguien y entiende el por qué lo hace, y se compromete consigo mismo a pagar el precio de su elección. La libertad no significa elegir entre una cosa y otra, sino que está en renunciar a esta elección cuando viene impuesta. Sólo si se convierte en un juez imparcial de sí mismo, acusador y defensor, protagonista y espectador de ese proceso, podrá entenderse. Y cuando llegará el día en que se darán cuenta de que están solos, y los sentimientos dentro de ellos sembrarán la duda sobre el camino y las decisiones tomadas, y su orgullo se doblará…entonces, deberá encontrar la fuerza para levantarse y seguir adelante. Tendrá que matar a esos sentimientos, aquellos recuerdos, aquellas debilidades, aquellas dudas, las cuales lo habrían transformado en algo que no les pertenece. Todos cometemos errores. Todos nos equivocamos. Pero lo más importante, no es sólo levantarse y seguir adelante, pero es hacer el modo en que estos errores no pesen dentro de nosotros y no afecten a nuestro futuro. No tenemos que olvidarlos, no, sino superarlos para poder ver más allá. Y si el corazón late, debemos encontrar el coraje de seguirlo, para no persistir en el error y cerrarnos, en nuestro egoísmo edificando un muro recóndito, perdiendo así la oportunidad de vivir algo de grande que puede aparecer en nuestra vida de forma casual. Una estúpida obsesión, es la enfermedad de las mentes pequeñas, adoradas por los hombres pequeños. Una gran alma no tiene nada que hacer y nada que dividir. El hombre nació solo. Pero no ha tenido la fuerza para resistir a su soledad, y buscó la compañía. Pero la compañía de alguien, no el amor. El amor es otra cosa. Por esta razón, se divide en dos y crea dentro de sí a un enemigo que lo acompaña en todos los momentos de la vida. Pero solo entrando en sintonía con aquella mitad enemiga, podrá llegar a conocerse y a aceptarse. La mitad de la que se escapa no hace otro, que permanecer más tiempo con él y dentro de él. Al igual que cuando se pelea con algo, no hacemos otra cosa que darle más fuerza. Es fácil vivir secundo la opinión de los amigos, pero es difícil, en medio de los amigos de mantener la serenidad y la independencia de la propia soledad. Pero, quién no ama la soledad no ama ni siquiera la libertad, porque únicamente cuando estamos solo, somos verdaderamente libres, para hacer, para pensar, para sentir, para ser. E la unión de un amor que nace del miedo a la soledad, y va adelante por la convicción de la voluntad, es triste, carece de pasión, y su existencia se transforma con el tiempo en monótonos momentos ya repetidos. Mis ojos se cierran, el vino comienza a hacer su efecto. He bebido más de la mitad de una botella de litro y medio. No quiero ir a dormir, y perder la oportunidad de recordar lo que vibra dentro de mí. Todavía tengo demasiados pensamientos que recorren mi mente. Con un movimiento mecánico, me lleno otra vez mi copa que termino enseguida con dos sorbos. Te dicen que ames a tu prójimo como a ti mismo. Pero sin amar a ti mismo, ni siquiera puedes amar al prójimo. El primer paso a dar es el de amarse, de lo contrario no se puede dar amor a los demás, porque no se conoce el significado, el peso, el valor. No se conoce el contenido y la sustancia de ese amor, y no se puede dar algo que no nos pertenece. A veces, dar amor a los demás sin darse cuenta, es una forma de renunciar a una investigación personal. Entonces el amor al prójimo ya no es un acto de caridad, una acción noble, sino una alternativa, una respuesta al propio egoísmo y al propio ego, que no es amor. Ya no es una virtud o un alto mérito, sino, la cobardía de no haber tenido el valor de amarse. Si un hombre o una mujer, quieren donar algo, cómo su corazón deben primero tenerlo y conocer su valor, de lo contrario no pueden donarlo. Si la esencia no es rica, y el alma no está llena de amor, no se puede amar a nadie, ya que los recursos se agotan pronto. Tenemos siempre ante nosotros el resultado de lo que somos y de lo que hemos vivido durante el día. No debemos disculparnos con los demás si hemos sido crueles con nosotros mismos. No podemos ocultar nuestros errores, sería como mentirnos. Nadie merece elogios por su bondad, si no tiene también la fuerza de ser malo. A veces, la bondad no es más que la pereza y la impotencia de la propia voluntad. La buena acción no esconde la maldad, el engaño, la mentira, la mezquindad. No se puede convertir aquel gesto en un testimonio, para ocultar lo que somos. La bondad, como la humildad, que nace del cansancio de sufrir, es un horror, peor que el mismo sufrimiento. Un hombre no es bueno cuando se lo reconoce bueno, sino que lo es, cuando sus acciones preceden a sus palabras, y ejercita la bondad que conoce. La bondad irresponsable, inexperta, sin criterio, ni siquiera es bondad, es una ingenuidad que causa solo desastres. La vela se va a apagar. La botella está casi vacía. Quedan sólo dos dedos de vino. La agarro con la mano y la llevo cerca de mí. El vidrio frío me da un momento de alivio. Me acerco la botella al pecho como si estuviera abrazando a una mujer. La mujer que más deseo. Pero la mujer que más deseo no esta junto a mí. Pienso en el amor. Es difícil definirlo. El amor para el alma es la pasión, para la mente es el deseo, para el cuerpo es la posesión de lo que se ama. Pienso a la importancia de amar. En como sea difícil encontrare a alguien con quien sentir algo de maravilloso, profundo, verdadero, sincero, único. Como el amor a perdido de importancia frente a los factores materiales de la vida que jamás proporcionaran la felicidad. El amor no es voluntad, ni convicciones, ni conveniencia; El amor es sentir…sentir…sentir… Sentir dentro de nosotros a la persona que amamos. Sin esa alegría de amar, no es amor es otra cosa. No he logrado nunca entender cómo un hombre puede amar a una mujer durante años, y en el momento en que ese amor se acaba, lo encuentras veinte días más tarde viviendo, con la misma pasión e intensidad, otro amor, conocido en el bar de la esquina. Yo he siempre he tiempos larguísimos para depurarme de una mujer que me había dejado huella y robado el corazón. Nunca he sido el primero, en romper los anillos invisibles que me ataban con el pensamiento a esa mujer. Nunca he sido capaz de traicionar lo que mi alma sentía por ella, al revés, lo he sufrido, cayendo a veces en un dolor y una tristeza profunda. Se iría contra mi naturaleza. Seria como dejaría de existir o de amarme. El amor dicta condiciones inevitables para cualquier ser humano, es inútil tratar de evitar o ignorar ciertas condiciones, que han sido previamente esculpidas en la propia alma. Sólo viviendo se aprende a vivir. Solo amando se aprende a amar. Sólo abriéndonos podemos recibir. El amor es indispensable para todos. Pero muchas veces se ignora el verdadero significado. Y por amor se entiende solo ser amado. De esta manera aquel maravilloso acto creativo y dinámico se trasforma, en un tentativo egoísta de ser deseado. Pero el verdadero amor es un sentimiento que nace del alma. Y si no nace, no es amor es otra cosa. Sigo pensando que no vale la pena perder a alguien que ha hecho latir el corazón y brillar el alma, porque después, el precio más duro de pagar, no será la soledad, pero será estar al lado de alguien que no se ama. Sería como regalar el propio corazón. Y de corazón se tiene uno solo. Y sólo tú sabe lo que hay dentro y lo que necesita. He entendido con las experiencias de la vida que si un hombre y una mujer, no encuentran la audacia para luchar con las garras del tigre, y con el coraje del águila, por un gran amor, no vale la pena que luchen por nada. Incluso si llegasen a las metas más altas, las nubes ocultaran siempre el sol. No podrán ser felices porque habrán vivido contra su naturaleza. Y la naturaleza es amar y ser amado. Todo lo demás es cosa común. No es sin motivo que una mujer me llama la atención, mientras que otras miles que me pasan cerca, me dejan indiferente. No es sin razón que el pensamiento o el recuerdo de aquella mujer vuelven constantemente a mí. Lo que queda grabado en el corazón, no está desprovisto de luz o de armonía. Un amor… ese maravilloso encuentro, que permanece esculpido dentro de nuestros corazones, ya había sido dibujado y preestablecido por alguien que quería que eso sucediera. Es La ley de la tres rosas. Sólo con el corazón podemos entender si la mujer o el hombre que tenemos al lado, o en el que pensamos cuando no lo tenemos al lado, tiene el poder de hacernos brillar el alma, y de ser un gran amor, o representa solo la conveniencia del momento, y el miedo a nuestra soledad. Amar no significa mantener el balance de quien hace esto o aquello, de quien hacen más o menos. Amar es entender que hay momentos en los que tenemos que dar más de lo que recibimos, pero, habrá otros momentos en los que necesitaremos recibir más de lo que somos capaces de dar. Amar es ser concientes de lazos invisibles que unen dos almas gemelas y las atan de una manera que puedan disfrutar de la misma alegría y sufrir del mismo dolor. Amar es ser capaz de encontrar y leer entre las palabras escritas de una carta, las palabras que no se escribieron, escuchando las sensaciones que la propia alma comunica, y actuar de consecuencia, para no perder la oportunidad de ser felices. Las cosas no se repiten con facilidad. Pero tal vez este es el signo del destino, que te dice que no te vaya, no huir, porque si lo haces te vas a arrepentir por toda la vida por lo que has querido perder. Regalar el propio corazón es perder la propia alma. No hay que hacerlo nunca… jamás. Porque el alma, cuando estés a solas te inquirirá porque lo hiciste. Y como no lograrás persuadirla, difícilmente podrá aportarte la alegría de vivir. Y la alegría de la propia alma es más importante que el amor. Ya que el alma te acompañara en cada momento, de tu vida, mientras que el amor… el verdadero amor es difícil de encontrar….Un amor a tres rosas rojas. He terminado mi botella de vino, es mejor que me vaya a dormir y deje de pensar, de todos modos el mundo no cambiará nunca, y la gente será siempre la misma. Y el alma pregunta.