sábado, 21 de marzo de 2015

Mi abuela Bruna

Cuando estoy en Florencia voy a menudo a correr por la orilla del río con mi querido amigo, el actor de teatro florentino Stefano Pecchioli. La última vez que nos vimos, hará unos 15 días, en una de nuestras conversaciones confidenciales, me manifestó su profunda pasión por escribir. Para saber lo qué salía de su cabeza y lo que vivía en su alma, le dije que me enviara (algo) para leer, con la promesa de que si me gustaba, lo publicaría.
He terminado de leer ese (algo) que me ha enviado, me ha parecido hermoso y he querido compartirlo con vosotros.
Dedico, entonces, la publicación de este escrito a mi caro amigo Stefano Pecchioli.

Corríamos veloces sobre las pequeñas baldosas blancas y marrones de la acera debajo de casa, cuando un fuerte temporal nos sorprendió. Queríamos vencer la velocidad de las gotas de agua para ver si éramos capaces de no mojarnos… ¡Chicos ilusos! Empapados de la cabeza a los pies, no sabíamos cómo refugiarnos, nos habíamos ido demasiado lejos y el refugio más cercano era “bajo los garajes”. Cuando llegamos, nos miramos felices y sonrientes aunque en las botas tuviéramos “ranas”.
Una forma de decir entre los chicos, para explicar el ruido que hacían las botas cuando se les metía el agua dentro.
De repente, un gran paraguas, de esos que nos amparan bien, hizo sombra encima de nosotros; agarrándolo, una mano delgada y marcada por el tiempo, reconocible solo por el perfume de la crema que se ponía, era ella…
Levanté la mirada, aunque me costó reconocerla, su cara permanecía cubierta por la sombra. Finalmente, vi sus inconfundibles ojos, de un verde esmeralda que me observaban con ternura, y mis dudas se desvanecieron de golpe. Solo ella los tenía así, solo ella me miraba de aquella forma, mi abuela Bruna. La abracé fuerte, casi escondiéndome entre sus piernas, y sentí con agrado el olor de la lejía impregnada en el húmedo delantal que cubría su curva vida cuando realizaba las labores del hogar.
Aún recuerdo las dulces caricias que nos hacía en la cabeza a mí y a mi hermano, un somnífero natural que nos adormecía. También cuando fuera llovía y los relámpagos nos daban miedo, ella llegaba a calmarnos.
Mi abuela Bruna era una persona especial, advertía las cosas que pasaban aunque se encontraran a kilómetros de distancia.
Tenía muchas dotes, pero la más importante era su sensibilidad. Le permitía enfrentarse a aspectos delicados de la vida, resolviendo las situaciones difíciles que a veces se presentaban. Un talento natural. Siempre sosegada, calma, tranquila. Genial en la gestión de los conflictos. Pero el verdadero secreto que la hacía única y especial era la felicidad que tenía dentro, llegaba a contagiarte fuese cual fuese tu estado de ánimo. Nunca olvidaré su gran corazón. Si nos compraba un helado, también se lo compraba a los otros niños; le apenaba ver la cara de sufrimiento de los otros mientras nosotros lo comíamos. Quería que la felicidad, aunque fuese por un instante, se compartiera con todos.

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https://elalmapregunta.wordpress.com/2015/03/21/mi-abuela-bruna/

 
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Un saludo