He terminado de leer ese (algo) que me ha enviado, me ha parecido hermoso y he querido compartirlo con vosotros.
Dedico, entonces, la publicación de este escrito a mi caro amigo Stefano Pecchioli.
Corríamos
veloces sobre las pequeñas baldosas blancas y marrones de la acera debajo de
casa, cuando un fuerte temporal nos sorprendió. Queríamos vencer la velocidad
de las gotas de agua para ver si éramos capaces de no mojarnos… ¡Chicos ilusos!
Empapados de la cabeza a los pies, no sabíamos cómo refugiarnos, nos habíamos
ido demasiado lejos y el refugio más cercano era “bajo los garajes”. Cuando
llegamos, nos miramos felices y sonrientes aunque en las botas tuviéramos
“ranas”.
Una
forma de decir entre los chicos, para explicar el ruido que hacían las botas
cuando se les metía el agua dentro.De repente, un gran paraguas, de esos que nos amparan bien, hizo sombra encima de nosotros; agarrándolo, una mano delgada y marcada por el tiempo, reconocible solo por el perfume de la crema que se ponía, era ella…
Levanté la mirada, aunque me costó reconocerla, su cara permanecía cubierta por la sombra. Finalmente, vi sus inconfundibles ojos, de un verde esmeralda que me observaban con ternura, y mis dudas se desvanecieron de golpe. Solo ella los tenía así, solo ella me miraba de aquella forma, mi abuela Bruna. La abracé fuerte, casi escondiéndome entre sus piernas, y sentí con agrado el olor de la lejía impregnada en el húmedo delantal que cubría su curva vida cuando realizaba las labores del hogar.
Aún recuerdo las dulces caricias que nos hacía en la cabeza a mí y a mi hermano, un somnífero natural que nos adormecía. También cuando fuera llovía y los relámpagos nos daban miedo, ella llegaba a calmarnos.
Mi abuela Bruna era una persona especial, advertía las cosas que pasaban aunque se encontraran a kilómetros de distancia.
Tenía muchas dotes, pero la más importante era su sensibilidad. Le permitía enfrentarse a aspectos delicados de la vida, resolviendo las situaciones difíciles que a veces se presentaban. Un talento natural. Siempre sosegada, calma, tranquila. Genial en la gestión de los conflictos. Pero el verdadero secreto que la hacía única y especial era la felicidad que tenía dentro, llegaba a contagiarte fuese cual fuese tu estado de ánimo. Nunca olvidaré su gran corazón. Si nos compraba un helado, también se lo compraba a los otros niños; le apenaba ver la cara de sufrimiento de los otros mientras nosotros lo comíamos. Quería que la felicidad, aunque fuese por un instante, se compartiera con todos.
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Un
saludo