miércoles, 29 de mayo de 2013

Una persona común.

La otra noche a volver a casa después del trabajo, fui invadido por una extraña sensación.
Me pasa muy a menudo de encontrarme analizando mi vida, mi historia.
Pero la sensación que tuve esa noche, era diferente a las demás, porque diferente era lo que la había precedido.
Haces días me invitaron a una fiesta privada para celebrar el cumpleaños de una chica que ni siquiera conocía.
A mitad de la cena, cuando estaba rodeado de amigos, de la  música, y de charlas, me aislé.
Mi alrededor, que hasta ese momento me hacía gracia, de repente cambió. Nada tenía sentido .Todo perdió la importancia.
Las mujeres presentes, aunque hermosas, se hicieron invisibles delante de mis ojos, y los diálogos divertidos de los amigos, se convirtieron en aburridos ruidos.
¿Tenía sentido pasar las noches rodeado de gente, y luego al volver a casa, encontrarme más solo que de cuando había salido?
Desde algún  tiempo mis pretensiones habían cambiado.
Los escenarios de la vida que se me presentaban ya no me gustaban.  Lo  que antes me atraía y me hacia divertir, ahora  me provocaba tristeza y soledad. Estaba confundido. No lograba entender  si era yo que había cambiado, o lo que estaba a mí alrededor no era  ya suficiente.
Tal vez  el cambio se daba en ambas direcciones.
Tenía la sensación que una vida vivida sólo para divertirse se convierte con el tiempo en una vida sin sentido. Desprovista de significado, de profundidad, de espesor.
Se reduce a una superficie lisa,  plana, e inútil, donde todo se parece.
He vivido por gran parte de mi tiempo bajo este estilo de vida.  Y aunque a veces, sentía que carecía de las bases para crecer, me dejaba llevar.
Se para entender un efecto se tiene que conocer  la causa que lo precedió, mi inquietudes eran los efectos de esas causas vivida  anteriormente.
Si el sabor, el olor, el ver, el entender, el percibir el aroma de la vida es diferente por cada persona, significa que todo es neutral y no hay una sola verdad.
Así que la vida de muchos hombres, aunque fascinante como lo era la mía, vista por los demás, puede ser fantástica solo para aquellos que la viven.
Un teatro, una puesta en escena, en la que yo recitaba  mi parte, como uno de los muchos actores.
Pero la vida real estaba fuera de ese teatro.
Sólo bajando los peldaños de aquel  palco podía adquirir  sus verdades y detener uno estilo de vida, que me dejaba, cada vez que volvía a casa, el sabor amargo de un café sin azúcar.
Quería dar respuestas concretas a mis preguntas, sin evitar nada de lo que acontecía dentro de mí.
Concentrarme  en esos momentos, era concentrarme en la  vida, que no era otra cosa que la repetición de los mismos.
No quería quedarme como un estúpido, agarrado al amor de mi mismo, sin tener la valentía de ponerme en juego.
Me di cuenta de que el amor no es un sentimiento que se puede explicar, se  tiene que vivir, y  para amar de verdad se tiene que ser uno mismo. Ser uno mismo significa no someter el propio ser, a una categoría exterior,  que quiere  esta condición para aceptarte.
Escaparse de las propias criticas, significa pararse, detener  el propio crecimiento interior y convertirse en un hombre común, banal, y corriente.
Yo quería ser un protagonista de la vida, y no un simple  espectador. Conocer  qué hombre vivía dentro de mí.
Cada uno de nosotros desde el nacimiento tiene un ser que vive en  su interior. No contaminado por el mundo, espera de salir. El secreto de amar y de ser amado, es dejarlo en libertad y no reprimirlo.
Así que, empecé a hacer mella de la imagen que me había construido.
Me di cuenta de que todo estaba conectado por hilos invisibles que tenia que romper si quería volver a nacer.
No hay una ciencia exacta que pueda medir la distancia entre lo que se vive, y lo que nos llevará a esta forma de vida. Buscar la certeza de futuro, para evitar el sufrimiento  y analizar todo de una manera puramente mental, había creado inseguridad e infelicidad en mí. Había destruido mi capacidad de dar alegría, y de disfrutar de las pequeñas cosas, borrando el lujo y el privilegio de amar.
Había perdido la capacidad de dejarme llevar de mis emociones. De bañarme  en esos sentimientos, y  de sumergirse en el mar de la alegría.
Mis dogmas, y la falta de tolerancia, me habían llevado a tener una relación alejada  con todo lo que me rodeaba.
No lograba más enamorarme  con la luz, y con el entusiasmo que el amor exigía.
Se creaba en  mi interior una  dinámica de raciocinio que instituía esa falta de armonía de gestos, de palabras, de conductas, con la que acababa perdiendo la mujer que deseaba. Nuestra relación se empantanaba en la nada.
Las pequeñas cosas de la vida, sin importancia,  destacaban para mí, como una base esencial para seguir adelante. Me convertía en un juez implacable atento al más mínimo error.  Siempre dispuesto a criticar.
No entendía que el principio del amor es dejar que la otra persona sea ella misma, de lo contrario amaremos sólo lo que vemos como reflejo de nosotros.
Cuando se tiene miedo a amar por temor a ser decepcionado, vivimos en nuestra alma una metamorfosis.
Un cambio profundo de nuestros sentimientos.
Nos alejamos de la posibilidad de estar presente  en cualquier situación. Y nos hacemos viejos.
Sólo después, con el pasar del tiempo logré hacerme más accesible. A aceptar que un destino ya ha estado  escrito. A no luchar contra todo lo que me rodeaba, pero a  tratar de superarlo. Como el río que baja de la montaña, evita la grande  roca  pasando a su alrededor.
Fue entonces cuando una noche  saliendo de un restaurante la vi. La reconocí de inmediato.
Crucé los ojos con mi alma gemela. Con la mujer que se convertiría en la mujer de mi vida.
Con ella, las  palabras que pronunciaba, los gestos, las miradas, las caricias, todo tenía un significado nuevo y diferente.
Solo en aquel entonces entendí que para ser capaces de reconocer el alma correspondiente, tenía que abrirme y liberarme  de miles de temores, de miles actitudes, de miles de lógicas que me llevaban por mal camino.
Tener el valor de vivir la pasión, significaba superar la  propia naturaleza incompleta.  Abrir un espacio, donde lo que había sido creado para mí, lograba insertarse.
Amar  es una oportunidad que la vida presenta a cualquiera, para poder  madurar, crecer y conseguir algo  más que ser solo sí mismos.
Amar no es hacer pasar el tiempo para crear un proyecto en conjunto. Amar  es el mismo proyecto.
No es la unión de dos seres inacabados. Pero si es el encuentro de dos almas que iban buscándose.
El peligro en el amor, no procede nunca de lo que es diferente, pero de lo que es semejante. Y eso  porque, las certezas buscada, apagan la llama del deseo y impiden a la propia alma de encender el fuego dentro de nosotros.
Y si a veces el amor llega acompañado de dificultades, problemas y obstáculos, el superarlos,  hará de este amor, algo fuerte, algo único, algo indestructible, y se creerá entre lo dos amante una complicidad profunda como un océano. Como la perla más pura, y de gran valor, se esconde protegida en la hondura del mar, y solo con un grande esfuerzo se puede conseguir, también el amor exige el coraje para ser vivido.
La capacidad de dar, es la posibilidad de ser feliz. La
capacidad de perdonar es la nobleza del alma. La capacidad de empezar de nuevo, es creer en lo que vivimos.
Sólo así la puerta para que algo de hermoso entre, se puede abrir. El amor es una frontera en medio de dos puertas, se una no se cierra la otra no puede abrirse.
La vida en algún momento regala a cada uno de nosotros la oportunidad de ser eternamente feliz con su alma gemela, que está frente de ti con la esperanza de que puedas reconocerla. Y lo peor que puede pasar en la vida, no es el no  ser amado, sino no tener dentro de sí la capacidad de amar, y aun peor, el no tener la capacidad de reconocer el alma gemela.
Y el alma pregunta.

viernes, 24 de mayo de 2013

¿Qué has hecho con tu vida?

A veces me quedo horas y horas tumbado en el sofá mientras observo la llama de una vela que parece que quiere decirme algo.  Animado por aquella luz que me consuela, entabló un diálogo con mi alma. Es la única que en ciertos momentos me acompaña, aunque a veces sus respuestas me confundan.  Pero es esta rajadura de mí ser que me empuja a dialogar con ella.
El hombre no ha nacido con la capacidad de reconocer la felicidad allí donde se encuentra, y ser capaz de disfrutar de ella. Y si todo lo que no siente, para él no existe, su pesquisa es inútil. Me refiero a esas sensaciones, que va buscando por el mundo, sin darse cuenta de que a veces la felicidad está ahí, a su lado.
Para encontrar lo que queremos, tenemos que saber cómo buscarlo, pero sobre todo, cómo reconocerlo.
La vida es un gran teatro. A veces somos espectadores,  otros protagonistas. Es improbable  que  logremos  escribir el guión de aquellas escenas y seguirlo  como lo hemos escrito.  Detrás de cada escena hay un director del que no podemos explicarnos  su existencia.
El hombre busca la felicidad como si fuera la pastilla que cura todos los males, convencidos de que una vez hallada… será feliz. De hecho, está buscando algo que ha escuchado y no sabe el efecto que tendrá sobre él hasta que no lo encuentre.
Creo que la palabra “felicidad” la utiliza para dar un pretexto
creíble  a su jadeo, creando así  su infelicidad.
Pero, si buscar algo que no conoce no lo hace feliz, ¿qué es lo que induce el hombre  a buscar? Cambiar de trabajo, cambiar de ciudad, dar vueltas por el mundo, hacer de la propia vida un barco que navega  sin un puerto en el que anclar. Hay hombres que
escalan montañas descuidando  de los peligros, descienden en las profundidades de los océanos, exploran mundos inexplorados dejando su vida en manos de la suerte o del azar. Pero, ¿por qué lo hacen? No es por un fin, es por una necesita. Por la necesidad de sentir.
Quiere decir que sentir, es la sensación más importante que  el hombre debe buscar.
Se necesita sentir en cada circunstancia, en cada momento, en cada instante, a través de lo que hacemos o lo que vivimos. De lo contrario, una vida, plana, igual, monótona, es una vida muerta. La repetición de lo que ya conocemos, es la muerte del hombre. Pero el sentir no está ligado al hacer, sino al saber ver, y entender sobre que se basa la propia necesidad de sentir.
Hay hombres que han descrito profundas sensaciones de vida sin salir de su ciudad.
Y otros, que han hecho miles de cosas, dando vuelta a lo largo del mundo y nunca han sido capaces de describir o expresar lo que han vivido. Nunca han dicho  una sola palabra. Han pasado  tan rápidamente  frente a esas sensaciones, sin haberse dado cuenta.
Quiero contarles acerca de un amigo mío, a quien la vida ha siempre sonriso. Pero tal vez de esto, él nunca se dio cuenta.
Nacido en un pequeño pero encantador pueblo de casas blancas con puertas y ventanas de colores. Rodeado de palmeras, árboles frutales y vegetación fragante entre cientos de tipos de flores.  Suspendida entre las rocas en la cima de una montaña desde donde se podía ver el mar. Desde esta, una empinada escalera lo llevaba a una playa de arena blanquísima. La arena es tan blanca que no se podía mirar sin gafas. El agua del mar,  tan cristalina y rica de peces de colores,
que se podía ver el fondo a 50 m de profundidad.  Por la noche, cuando en algunas  ocasiones iba a verlo,  una brisa de aire fina, nos traía la fragancia del jazmín que estaba al rededor de la casa.
Una calma y una quietud única, interrumpida sólo  por el canto
constante de las pequeñas aves durante el día, y el chirriar de los grillos en las noches de verano.
Estábamos allí, al fresco, sentado en viejas sillas de paja; íbamos a  beber un buen vaso de vino y a conversar mirando hacia el mar, iluminado por las pequeñas luces de los barcos de pescadores. La vista desde el porche, cubierto con cañas de bambú y buganvillas rojas, era una maravilla.
Una parte del mundo desconocida, que nos comunicaba de estar en el paraíso y cuidar de ello.
Pero ese amigo mío estaba siempre insatisfecho, descontento.
Se quejaba de su entorno, de sus amigos, de la vida que tenía, y todo ello sin tener una razón real.
Desde la habitación en la que él nació, se podía ver desde lejos, en el extremo sur del continente, una ciudad.
Una gran ciudad. Situado a lo largo del  mar, lo separaba, de su pequeña isla. Eso le parecía el paraíso. El sueño siempre deseado. La oportunidad de una nueva vida.
Recuerdo que cuando me llamaba, estábamos horas y horas hablando sobre  su plan de irse.
Vivía en un lugar único en el mundo. En una casa hermosa.
Tenía un trabajo interesante y creativo como arquitecto.
Una mujer inteligente y dulce, que lo amaba.
El entorno de que se quejaba era la felicidad. Sólo que el no sabía verla. Para él era exactamente  lo contrario.
Las luces brillantes de la noche, los trenes que pasan, los buques que transportan los turistas que entraban en el puerto. Aquel mundo frente a él era la vida. La verdadera felicidad.
Una noche, mientras estaba leyendo un libro tumbado en el sofá de mi casa, tuve una llamada predecible. Era él, que
me comunicaba  que en 15 días se marchaba del pueblo.
Iría a vivir en  la gran ciudad que siempre miraba desde la ventana de su casa.
Intenté por todos los medios a mi alcance de disuadirlo. Pero fue inútil. Inútil fue también el intento de decirle que hubiera perdido el amor por la mujer que tenia a su lado.
El tiempo y la distancia reducirían al silencio  sus deseos. El amor que habían vivido y creado juntos.
Pero él no hacia caso a mis palabras. La suya era la única verdad. La única a la que querría creer.
Traté de hablarle de su trabajo como arquitecto. En el país era conocido, y tenía buenas oportunidades de llegar a ser un personaje importante. Traté de hablarle de su  familia. Su padre y su madre eran muy mayores y a  ocho horas de  barco, sin otras conexiones, hubiera sido difícil verlos con frecuencia. Todo inútil, no me escucha.
Me di cuenta que no se puede  nada contra aquellos que no quieren escuchar, y está convencido de sus razones. De su verdad.
Entonces le di, como amigo, un simple consejo y le dije que las respuestas a nuestros porque,  viven dentro de nosotros, a pesar de que muchas veces tenemos la mala costumbre de escondernos, para escapar a  verdades  que conocemos, pero tenemos
miedo de reconocerla.
Me contestó que él estaba buscando la felicidad. Sólo la felicidad. Y en aquel  lugar donde había nacido, a pesar de que le había dado mucho, no era feliz. Sentía que  podía tener más.
Intenté de nuevo a explicarle que la felicidad absoluta no existe. Es una ilusión a la que queremos creer. Se huye de donde nos han destruidos, donde no tenemos nada, pero no se puede escapar para conseguir más de lo que tenemos.  A veces, la vida nos engaña, y para que caigamos en una trampa, nos da la ilusión de elevarnos mas alto, en  realidad, será nuestra perdición.
Pero el no creía a nada de lo que yo le decía. Sólo a sí mismo.
Lo vi dejar todo lo que tenía. Destruir un amor. Alejarse de su padre, de su madre, de sus amigos. Simplemente para seguir lo que él creía que fuera la felicidad.
Pasó el tiempo. Me telefoneaba muchas veces y estaba convencido de haberla encontrado. Loco de alegría cada vez que me lo decía. Sus palabras estaban llenas de entusiasmo. Tanto es así que pensé que tal vez me había equivocado, cuando le daba  ciertos consejos. Tal vez era él quien tenía razón, y  había hecho bien a no  escucharme y a irse.
Pero después de un año, el tono de sus llamadas de había cambiado. Ya no trabajaba como arquitecto, sino como guía turístico en una agencia del centro. Vivía en un apartamento alquilado cerca del trabajo, pero muy lejos del mar. En una ciudad tan grande, raptada por el éxito, y por  las luces, conocen a una mujer para amarla era imposible.
Sin embargo, él seguía persiguiendo la ilusión de la felicidad. Sin saber muy bien de qué se trataba.
Decidió ir en la gran capital. Dónde vivían los hombres  ricos, influyentes y poderosos. Empresarios, políticos destacados, actores de cine y de televisión. Era la que residía la felicidad.
La ciudad en la que vivió durante algún tiempo, le parecía un agujero lleno de gente insignificante. Ya no podía
quedarse allí.
También esta vez traté de disuadirlo. Fue inútil.
Pero con el tiempo, incluso la gran ciudad, con su estrés, con su tráfico, lo aburría y no podía aguantar más.
París, Londres, Berlín. En una metrópolis como ésta, sin duda hubiera llegado a ser importante.
Mis intentos para evitar que vendiera la casa, tras la muerte de sus padres, fue en vano. Necesitaba dinero para buscar la felicidad.
Le dije que fuese con cuidado porque todo lo que no sabemos lo qué es, nos cuesta muy caro. Pero incluso en esto no quiso escucharme. Parecía muy seguro de sí mismo. No sabía de dónde le venia toda esa presunción en un mundo lleno de incertidumbre, donde sólo con un poco de suerte se puede avanzar. Se trasladó a Londres.
Nos sentábamos raramente. Casi nunca me llamaba. Las llamadas costaban cara. No nos vimos más.
Trabajaba como hombre de la limpieza  en un gran hotel de la capital. Vivía dividiendo el apartamento con algunos amigos. Qué, pues, no resultaron tanto amigos, ya que  llegaron a robarle cuando se marcharon del apartamento.
Pero Londres cansa, hace frío, hay humedad en invierno, polvorienta en verano, llena de gente que corre y tiene prisa.  Fría e indiferente delante la vida.
Dejo Londres para el más codiciado de los objetivos, Nueva York. La ciudad más cosmopolita e internacional del mundo. La más importante de toda la
metrópolis. Allí, sin duda, encontraría su felicidad.
Entretanto,  su pueblo había crecido, no en dimensión, pero sí en calidad. Vivir en aquel pueblo frente al mar era una suerte que pocos podían permitirse. Hermosas playas, aguas cristalinas, clima fantástico y la comida casera ya famosa en todo el mundo.
Actores, artistas, gente del cine, de  la televisión, los políticos prominentes, las celebridades pagaban a peso de oro para encontrar un metro cuadrado disponible, y pasar un tiempo en aquel paraíso terrenal.
Los arquitectos y diseñadores de aquel pueblo eran las personas más buscadas en el mundo. Aparecían siempre  en las revistas de moda y decoración más importantes.
Las televisiones nacionales entrevistaban a la gente en la calle y filmaba siempre alguien que realizaba un trabajo, como un ejemplo de la artesanía mundo que las celebridades pagaban a precios alucinantes.
No había nada más distinguido en el  mundo que tener  una casa en ese pueblo. Un artista brasileño  había restaurado el antiguo castillo de su propiedad y cada noche daba magníficas fiestas, invitando a todas la gente del pueblo,  que se había convertido en el centro del mundo.
Los turistas
que atracaban los grandes botes en el puerto de la ciudad, frente a la isla.  Pagan un alto precio por un traslado en lancha para hacerse llevar a visitar ese pueblo.
Y  el tiempo pasaba lento y silencioso.
Una noche me llamó desde Nueva York. No aguantaba más. En lágrimas, me preguntaba qué podía hacer. Estaba desesperado. No tenía más dinero. No tenía casa. No tenía más trabajo. No sabía a dónde ir. Non había logrado encontrare su felicidad.  No quería quedarse más en una ciudad donde la gente se ríe si cae una hoja y aparta la vista cuando ve a un hombre muriendo de hambre en la calle. Dónde no existen los valores, y si  no tienes millones para gastar, no eres nadie. Dónde el haber es más
importante del ser, y donde la gente es tan superficial de no poderlo llegar a creer.
Con el corazón triste, para el dolor del amigo, le aconsejé que regresara a su país y empezara desde cero.
Terminó por volver y empezó a buscar la calidad de vida que había perdido. Desde la ventana de su casa alquilada, veía  frente a él, la ciudad donde todo comenzó.
Ya no tenía ningún deseo de salir  corriendo a buscar. Se había convertido en otro hombre.
Se dio cuenta de que la felicidad es un estado de ser, un algo que se busca y se cultiva dentro de sí mismo.
Ser capaz de reconocer en las cosas simples de la vida que nos rodea.
La verdad es siempre la misma donde quiera que vaya, da igual lo que hagas o tengas. La verdad es que cuando se apagan las luces de la gran ciudad, o del pueblo, estás a solas contigo mismo dentro las cuatro paredes de tu casa, que te observan.
Y si no has logrado encontrar la vida dentro de ti, tu felicidad, entonces, amigo mío estas realmente solo  o tal vez estás muerto.
Y la pregunta alma.

viernes, 17 de mayo de 2013

Ayer

A ti que te has ido, quiero decirte dos palabras que te ayudarán a entender.
Llevo dentro de mí las heridas de mi pasado y una profunda tristeza que ha debilitado mi alma y ha envejecido mi cuerpo.
No soy capaz de vivir un momento, sin pensar en aquello que lo precede, demasiadas pruebas he tenido que superar como para no tenerlo en cuenta.
Nunca he entendido el talento de algunas personas que en poco tiempo se trasforman en otras, renegando de lo que han sido o han vivido.
Nunca he creído en los cambios voluntarios… creo más en una metamorfosis lenta y dolorosa.
Una metamorfosis silenciosa y paciente, que produce un cambio en tu forma de ser, de vivir y percibir la vida.
La mayoría, juzgan y perciben sólo lo superficial, lo aparente, lo que es fácil de ver, a esto se reduce su análisis.
He sido muchas veces  injustamente juzgado por personas que no conocían tan siquiera una partícula de mi ser, que ni siquiera tenían una idea de lo que vivía dentro de mí.
A veces he tenido que pagar el precio de sus juicios apresurados y mezquinos, sólo porque se encontraban al otro lado de la mesa con una fuerza mayor.
Llevo dentro de mí las consecuencias de aquel precio.
Sin renegar nada de lo que he hecho o he vivido, pero sobre todo, de aquel hombre que fui un día, pero que hoy ya no existe más.
Sólo Dios ha sido testigo impasible de mis sufrimientos interiores. Algunas veces me ha proporcionado  las herramientas para salir, otras me ha dejado solo.
He necesitado toda la vida para presenciar y entender  la lenta transformación interior de mí mismo, dirigida por una necesidad personal de superarme.
He tenido que afrontar con fuerza y
​​ coraje, la soledad interior del alma, como condición indispensable para que  esta transformación se produjese.
En aquella soledad que a veces se prolongaba durante años, he tenido que enfrentarme a el dolor, la tristeza, el miedo, el silencio, la incertidumbre; preparados para derrotar a cualquier hombre que quisiera convertirse en otro.
He luchado y he caído, sin rendirme nunca, dispuesto a morir para vencer, si hubiese sido necesario.
Hoy llevo dentro de mí las heridas de mis luchas, y las cicatrices aun abiertas en esa alma solitaria.
Nunca he creído en la capacidad de los demás de observar y comprender los cambios que ocurren en un hombre. Los he visto mucho más preparados en un modo uniforme de vivir y de existir. Juzgando sólo aquello que puede ser juzgado, apreciando aquello que es visible y fácil de reconocer, explorando aquello que les ofrecen, pero ante el silencio de la soledad, todos desaparecen como conejos asustados.
Necesitan pruebas, hechos concretos, certezas para existir y avanzar, para dar un sentido a sus vidas falsas y aburridas.
E si por una pizca de alegría corresponde una pizca de amargura, si por cada cosa que se pierde algo se gana, significa que una inevitable dualidad dirige nuestros destinos y la naturaleza de nuestras vidas y empuja a la parte opuesta a completarla.
Nuestra manera de actuar no obstante la voluntad utilizada, está definida y dominada por las leyes de la naturaleza.
Siempre he defendido dentro de mí la idea de que el caso no existe, sino más bien una causa, de acuerdo a una ley universal de las cosas, y que ningún eslabón de la cadena puede separarse del otro.
Creo en una conexión del principio de ser, es decir, que nada sale de la nada, y que cada acción produce un efecto, como toda fuerza proviene de su respectiva debilidad.
Lo que he sido está gravado a fuego en la expresión de mi rostro, en la luz de mis ojos, en mi forma de hacer, de vivir, o acercarme a una mujer.
No reniego y no oculto mi larga estancia vivida en aquella  isla, al contrario, estoy feliz de haberla vivido y de haber salido con el equipaje más importante que un hombre tiene que conservar siempre consigo. La capacidad de seguir adelante y sobrevivir a pesar de todas las adversidades.
Aun así…abandoné desde hace mucho tiempo aquella isla de vida como para poder volver atrás.
Sólo quien actúa sufre, sólo quien se expone es juzgado, sólo quien vive pierde, pero solo quien arriesga puede vencer.
Aunque los años pasados revelan una profunda fuerza sanadora que se encuentra en la raíz de todas las metamorfosis y una revolución interior que incide en el modo de vivir y de ser, hasta el punto que el hombre de hoy no reconoce al hombre de ayer, este crecimiento, este cambio, esta transformación, no es reconocida ni siquiera por unos pocos.
No puedo aceptar esta condición...
No puedo permitir que ni muchos ni pocos tengan acceso a mi océano interior, sin que mantengan dentro de sí el deseo, la pasión y la inquietud de descubrirlo.
Esta es mi condición.
No puedo poner al alcance de todos, esta dura lucha que se ha prolongado durante años de tristeza, de soledad, de dolor, y dejar descubrir con demasiada facilidad lo que se hallaba escondido y enterrado dentro de mí por tantos escombros.
No puedo aceptar todo lo que es nuevo, olvidando con demasiada facilidad lo que he vivido o he sido en mis intervalos de tiempo.
Pero siempre he tenido un sueño en el alma, ​​una fuerza motriz y poderosa que alimentaba mi ilusión de creer que en algún lugar del mundo existía también para mi, mi mitad.
Una mujer que supiera reconocer los signos de mi lucha y los resultados de mi cambio, conservando dentro de sí aquella inteligencia y dulzura que la llevasen a buscar un aliado para toda la vida.
Entonces voy a la búsqueda viajando por el mundo, intentando conservar dentro de mí el sueño, y la ilusión de poder encontrar aquella “luz” que pueda reconocerme y aceptarme sin necesidad de certezas o garantías, que tenga el coraje de iniciar un camino venciendo su miedo, su orgullo, su arrogancia o presunción, prejuicios e ideas preconcebidas que utilizan las mentes simples y la gente banal para defenderse y protegerse de aquello que no pueden manejar y que tienen miedo de vivir, para justificar la inmovilidad que tienen en sus vidas.
Sólo a aquella mujer que sin saberlo, ha sido siempre mía, le desvelaré mis secretos, mis miedos y mis debilidades.
Sólo con ella comenzaré a recorrer aquella parte de vida cerrada por una puerta de la que no tengo la llave.
Sólo si tiene la paciencia, la dulzura y la inteligencia para comprender y aceptar ciertas diferencias que atraen a los opuestos por una compensación de la vida, solo entonces podré crear junto a ella algo grande, que me hará entender que todo lo que he sido y he vivido no es nada a su lado.
Y el alma pregunta.

viernes, 10 de mayo de 2013

El alma feliz

Si descuidas tu alma, tu corazón saldrá perdiendo. Porque el amor no es sólo corazón, es sobre todo alma.No puedes injuriarlo sin acabar después sufriendo las consecuencias. Es ley divina que nuestras acciones están dictadas y sometidas al destino.
Si en la naturaleza todas las cosas son dobles y cada una
opuesta a otra, dentro de nosotros el alma se opone al cuerpo.
Mientras que el cuerpo busca el placer y el deleite del momento, el alma busca la esencia y el placer del abismo.
El alma, en virtud de la necesidad que precisa, a veces abandona el cuerpo, dejándolo solo con sus prioridades, egolatría e insolencia.
Lucha con ímpetu y reprocha cualquier imposición, para gritar a los cuatro vientos la importancia que tiene en el amor y lograr dar la felicidad que todos buscan, pero que pocos hallan.
Lo que el alma siente vale más que cualquier pensamiento que puedas tener, y si quieres entender ese pensamiento, debes escuchar a tu corazón.
Pero tú
regateabas como un vendedor ambulante, con el fin de tener sin exponerte, ganar sin arriesgar, amar sin implicarte. Nunca has sido capaz de entender que no se puede tener una sola faceta de la vida; el agua que tú separas con las manos, se une de nuevo debajo de éstas.
Cuando dos almas se encuentran por primera vez,   ninguna de ellas quiere abrirse si antes no está segura de la otra, y se mantiene ahí, firme en su posición.
Pero si no da… 
¿Cómo puedes estar segura de algo que no logras sentir?
¿Qué es el encuentro de dos mundos diferentes, si una mente pequeña interfiere e impide a su alma revelar sus inclinaciones?
El amor, es la alianza de dos esencias que se observan y se estudian en la profundidad que las une. Donde las diferencias se superan.
El amor perfecto no existe, está muerto, rancio, estancado,
porque carece de lo principal: el deseo, el miedo, la pasión... Hay una grieta en todo, pero en eso reside el secreto del amor...
La gente no sabe amar porque está ocupada en cumplir los compromisos
y las exigencias más bajas. Carecen de profundidad para escuchar a sus corazones, y están demasiado ansiosos por obtener resultados inmediatos.
Pero, igual que no se puede hacer caso omiso de nuestra propia sombra, que nos sigue también en la silenciosa oscuridad,
no se puede amar sin aceptar las condiciones que el amar trae consigo.
No creas poder compensar con otra cosa lo que tu alma desea. El alimento del que se nutre, se halla dentro de ti misma, y no en la superficie o la apariencia.
Las almas débiles se sienten atraídas por el aspecto negativo, por el ánimo de lucro, atienden solo al resultado de cualquier acción, sin comprender la causa.Son débiles porque tienen miedo y huyen a la primera decepción, creyendo así protegerse.
Buscan una conexión
provechosa con las circunstancias, a esto se reduce su esencia.
A las almas fuertes, sin embargo, les gusta hablar de sus defectos y debilidades, para elevarse a un nivel superior.
Tu alma será feliz solo con el alma semejante, en el mo
mento en que se una a ella. Y, no es un simple  sentirse cómoda con alguien que se encuentra  a tu lado.
Es mucho más. Algo que no se puede explicar con la razón, con la lógica, con la
coherencia. Algo que se encuentra en lo más profundo de nuestro ser.Y cuando se vacila por temor a amar, todo a nuestro alrededor sufre una metamorfosis y hace que el alma se aparte.
Éramos dos
desconocidos cuando te vi por primera vez. Cuando nuestras miradas se encontraron y nuestras almas se buscaron mutuamente.
Desde aquel momento comenzó el final de mi historia personal, e de mi vida. Todo lo anterior, se  derrumbó detrás de mí. Todo perdía importancia y aquellos amores vividos hasta ese momento, se desvanecían en el aire.
Creí en aquella mágica conexión entre nosotros.
No había planes o estrategias en nuestras miradas. No estaban distraídas por ninguna interferencia. Eran puras, verdaderas, sinceras.
Tenías que dejarte llevar por aquellas sensaciones.
Lo que el
corazón considera grande, es grande a pesar de todo. De nada te servirá la presencia de otros, sino para recordarte tu error.Con tu obsesivo análisis basado en fundamentos equivocados, interferiste con la voluntad y la razón, destruyendo sin piedad lo bueno que por azar nos  había acaecido.
Cargaste aquel momento lleno de amor, de deseo, de ilusión, de un algo hermoso que
estaba apunto de nacer, con un pasado lleno de errores, de desasosiego, de incertidumbre, de miedo, de fantasmas todavía presentes en tu vida y de dolores no superados.
¿Qué culpa tenía yo por todo lo que habías vivido hasta entonces?
No aceptaste el hecho de que a veces el encuentro de un gran amor llega acompañado también de algunos
obstáculos.
Es precisamente superar esos obstáculos lo que hará que ese amor sea un universo sin puertas.
Ni siquiera por un momento pensaste que tal vez aquel bosque oscuro y doloroso que ocupó parte de tu vida tenía, por una ley que
rige nuestros destinos, ser atravesado para llegar a mí de una manera diferente.
El amor llega a aquel que sabe ver a través de sus
pretensiones. Lo hará actuar y pensar con el corazón, y no reaccionar como una máquina social.
Pero si tienes miedo, no importa de qué o frente a qué,  esa debilidad, si no la superas, tomará forma ante cualquier cosa y te arrebatará la oportunidad de explorar los rincones secretos de tu alma.
Por más que hagas o quieras, no podrás enterrar
tus pensamientos, las sensaciones sentidas y las palabras que te susurraba desde mi corazón cuando te amaba, tan a fondo,  como para evitar que el tiempo los vuelvas a la luz y los recuerde.
No podrás sustituir esos momentos de intenso amor vivido juntos, en los cuales tu cuerpo era solo mío, y mi alma estaba en sintonía con la tuya, con otro…que tal vez el único placer que podrá darte
será el del cuerpo.
Nada en la vida es castigado con mayor severidad que abandonar el alma gemela.
Pero aún es demasiado pronto para que puedas entenderlo.
A veces las sensaciones y los sentimientos se mezclan con el egoísmo, la soberbia, la arrogancia, que te darán siempre el argumento que necesitas para justificar tu miedo.
Hiciste la elección que hacen los débiles para quedarse con algo más cómodo y mediocre.
Nunca olvides que si el alma no se comunica con el alma del amado, incluso los mejores amantes y las relaciones más
amistosas estarán separados por un abismo infranqueable. Las relaciones de amor a menudo precipitan hacia cataratas, transportadas por una corriente que las lleva a la nada.
Las conclusiones apresuradas, el miedo a abrirse y la búsqueda de la certeza, limitan el flujo, y aquellas aguas  nacidas cristalinas se enfangan a la primera lluvia.
Si no eres capaz de sentir, de nada te servirá pensar,  siempre te equivocarás, porque nunca entrarás en armonía contigo misma.
Rodearse de amigos es a veces la táctica que el alma utiliza
sin que seas consciente, para entrar así en su profunda soledad, lejos de ti, que distraída por el ruido de lo que te rodea, crees que puedes olvidarte de sus necesidades y hacer caso omiso de su secreto y de sus silenciosas peticiones.
Actuando así, entrarás en conflicto contigo misma y no encontrarás respuesta a tu
desconsuelo porque tu alma estará demasiado lejos.
Como un conejo, que lo único que puede hacer es huir y esconderse, abandonaste tu alma por miedo al amor,
y tu ignorancia no te hizo entender lo que estabas perdiendo.
Las grandes almas y los grandes corazones siempre han sido incomprendidos por los pequeños cerebros.
Si los opuestos se atraen, si los similares se complementan, los amores surgen sólo cuando los mundos interiores se abren.
Así, las almas
elevadas se reconocen sin haberse visto nunca antes, sin nunca haber tenido la necesidad de acostumbrarse.
Es de ignorantes creer que el amor nace después de una larga
unión o de una duradera amistad.
El amor verdadero, el que marca la vida de cada uno de nosotros, debe florecer con su fuerza en el primer instante.
En el momento en que nos encontramos, donde se cruzan las miradas, laten los corazones, los cuerpos desean amarse y una voz interior te dice que sí.
De lo contrario, no llegará nunca, ni después de una generación.
Convencerse de lo contrario es el peor negocio que se pueda hacer.
Y el alma pregunta…


sábado, 4 de mayo de 2013

El soñador.

A veces, el sentido profundo de una experiencia se  revela,  aunque esa experiencia parezca superada.
Es justo en ese momento que adquiere un sentido inesperado y todo vuelve a revelarse como si se hubiera cerrado y almacenado en una vieja caja.
Hay algunas noches, después de un largo y agotador día entre la  gente, en las que no duermo muy bien.
Me despierto casi siempre de madrugada, y me quedo tumbado en la cama o tirado en el sofá, mirando el cielo por la ventana.
A veces, me asomó al balcón para respirar un poco de ese aire fresco de la mañana temprana.
Esos momentos de soledad y silencio, lejos de todos, tienen algo sobrenatural.
Una energía misteriosa se apodera de mí y favorece la aparición de pensamientos y sueños.
Llena mi corazón de deseo  por la vida y por algo que ni siquiera conozco.
En esos momentos de mi tiempo solo mío, me pregunto qué estoy haciendo aquí, que vine a hacer en este mundo, y cuál es la parte de mi vida que tengo que recitar.
Paso días inmersos en mi dimensión de soñador. En un paraíso de ilusiones. Lejos de la habitual y triste realidad de la existencia que llevo.
He llegado  a pensar que todos los seres humanos no son más que el sueño de ellos mismo. En definitiva,  soñar es un poco como buscarse.
He vivido un tiempo importante de mi vida, en el que pensaba que quería hacer algo de grande.
Logré reemplazar  mis sueños y me convertí en el protagonista de una vida que no me pertenecía.
Podía  vivir las peores o las más deseables situaciones, como hechos reales de la vida, sin que lo fueran.
Quería ser recordado también después de la muerte. Dar un sentido a mi existencia.
Pero las adversidades, los problemas, las contingencias, la mala suerte, o tal vez el destino me hizo cambiar de rumbo.
No tenía que darme por vencido tan fácilmente ante la posibilidad de realizar mis sueños. Incluso, si ese fueran los sueños de un loco.
El soñador muere cuando deja de soñar. Tal vez yo morí demasiado pronto.
Me di cuenta de que si quería mantener las últimas migajas de estima,  tenía que escapar, aislarme del mundo, para no volver a caer en la tentación de igualdad y de ser contaminado por aquella falsa solidaridad que a veces nos rodea.
Nunca quise, ni acepté, de ser sólo un hombre. Un hombre como cualquier otro. Que cruza  la vida como un turista que espera pasivamente  terminar su viaje, programado desde la salida.
Nunca he tenido admiración por los hombres que están a la espera de los acontecimientos, sentados en una pequeña silla en el patio.
Por la noche, cuando llegaba a casa, después de haber pasado el día fuera, lo primero que hacia, era, desnudarme y tomar una ducha fría. Pasaba mas de media hora apoyado con las manos en la pared y la cabeza inclinada, dejando que el agua fría cayera con fuerza sobre mi cuerpo.
Tenia la sensación, no sólo de que limpiaba el cuerpo, sino de que sacaba cada pequeña mancha de mi alma, la que en contacto con los demás, a veces, se ponía triste.
Después  salía de la ducha aún húmedo, con una toalla envuelta en la cintura, atada por un débil nudo, y me hacia un café. Me tumbaba en el sofá junto a la ventana, me encendía un cigarro aromático, y empezaba a leer un buen libro.
Siempre he tenido un buen libro junto a mí. Leer de la vida a la mente cansada. Nutre las más jóvenes. Y es uno de los principales alimentos que el alma necesita para crecer.
Cada vez que entraba en una librería me compraba tres o cuatro libros interesantes. Tenía la sensación de hacer la mejor de las inversiones. Me sentía cada vez más rico cuando terminaba  de leer.
Quién no lee, con el paso del tiempo, comienza a pensar en una forma circular. Vive solo una realidad. La suya. Y  cree que esa sea la única verdad, porque no tiene modo de confrontarse. Sin embargo, cada hombre tiene su historia.
El soñador no tiene ninguna historia, ya que está concentrado  en sí mismo y en vivir su sueño. Nace y muere cada día. No es un simple hombre, es un genio incomprendido. Algo  neutral. Su mundo vive dentro de él, en un rincón de vida inaccesible. Como si tratara de escaparse y ocultarse de los demás, se esconde en aquel escondrijo solo suyo.
En ese momento, con su capacidad de soñar, se siente con derecho a creer que la vida no es un efecto de sus sueños, sino una interpretación de la realidad.
Una interpretación donde los demás no tienen acceso, ya que no tienen la misma capacidad de soñar.
El soñador rebusca y busca la chispa para poder hacer surgir  en su interior algo que emocione su alma, latir su corazón, hervir la sangre, y trasmitir nuevas emociones.
A veces engañados por aquellas sensaciones  y  pensamientos que corrían dentro de mí, me emocionaba y me caían las  lágrimas. Sensaciones que amaba sentir a través del sueño, y que creía que podían convertirse en realidad.
Cuando los sueños me abandonaban , cuando mi corazón no  latía con aquel ritmo acelerado, cuando la sangre yacía calma y inmóvil, entonces en aquel momento, me daba cuenta de lo duro que fuera estar solo. Como los están las mayorías de los hombres sin sueños.
Esperan a la vejez con muletas de ansiedad y tristeza, frente a una realidad que se desmorona y cambia ante sus ojos.
Aquella sana, segura, fiable y diseñada vida quieta, pasa vana y silenciosa, para quienes nunca hayan  tenido el privilegio de vivirla entre seductores fantasmas. Ni un solo instante.
En el mundo, para vivir feliz, debería haber más soñadores que den color a la vida, y dan brillo al alma, más que  hombres realistas y prácticos que entristecen el mundo.
Aunque soñar es peligroso, porque alimentas los deseos sin tener una base, si el hombre deja de soñar, se aflige y muere. De toda manera, nos encontraremos todos  en el mismo lugar. Abajo de la tierra.
Y el alma pregunta.