También esta noche como últimamente me pasa con demasiada frecuencia, me encuentro de nuevo solo delante de una botella de vino, en un pequeño bar a las afueras de Berlín.
Me encanta perderme en los suburbios de las grandes ciudades, en busca de algo nuevo.
Cuando estoy solo y no tengo a nadie aparte de mí mismo, empiezo a pensar intentando conectar mis pensamientos con mi alma.
Tal vez porque creo que cualquier pensamiento profundo que un hombre pueda tener, debe estar en sintonía con su alma.
Lo que tenemos más escondido en nuestro interior puede trasformarse en una realidad si lo deseamos con la fuerza necesaria.
He aprendido con la vida y las experiencias que se me han cruzado, a observar aquellos pensamientos que crean dentro de mí una chispa, un brillo, un espacio de luz en mi mente, atravesada muchas veces por cosas sin importancia, como acontece a la mayoría de los seres humanos.
Siempre he tenido fe y he seguido lo que mi naturaleza, mi esencia, me trasmitía a través del pensamiento.
No es sin motivo que una mujer me llama la atención, mientras que otras miles que me pasan cerca, me dejan indiferente, no es sin razón que el pensamiento o el recuerdo de aquella mujer vuelven constantemente a mí.
Lo que me llama la atención, lo que queda grabado en mi corazón, no está desprovisto de luz o de armonía.
Un amor… ese maravilloso encuentro entre un hombre y una mujer, que permanece esculpido dentro de nuestros corazones, ya había sido dibujado y preestablecido por alguien que quería que eso sucediera.
Nuestra alma no tiene dudas, por eso puede reconocer fácilmente aquel encuentro como un testigo.
He aprendido en la vida a tener más confianza en mí mismo y a observar y escuchar mis sensaciones.
No puedo ir contra corriente, remontar las aguas del río que vive dentro de mí, sólo por convención o por miedo.
Nunca he logrado conformarme como lo hacen la mayoría de los seres humanos.
Siempre he considerado simples a aquellos hombres banales y comunes, que por temor a vivir, a dar, a exponerse, han perdido la oportunidad de ser felices y de dejarse transportar por aquel río lleno de amor que quizá vivía también dentro de ellos.
Han preferido la tranquilidad, yo he elegido el riesgo.
Se adaptan y se conforman, yo me aíslo y me interrogo. Hablan de cosas comunes, bromean y ríen por cosas sin importancia, yo busco la profundidad del océano que vive en una mujer que me atrae.
He construido mi vida sobre arenas movedizas, en virtud de aquellas sensaciones que me pudieran hacer brillar el alma, ellos... han construido sus vidas en la certeza, la tranquilidad, la rutina y en su infelicidad.
Me he observado siempre, juzgándome como se juzga a un condenado a muerte, asumiendo mi culpa si era necesario, sin esconder nunca el deseo de luchar, de vivir y ser libre.
Nadie, ni siquiera las personas más queridas por mí, han tenido por un instante la sensación de intuir qué tipo de cárcel vivía a veces dentro de mí.
Por eso necesito la soledad, la desesperación, la tristeza, la muerte del alma para recuperar mi fuerza y volver a la superficie, más fuerte que antes.
Como un camaleón que se trasforma, como una mariposa que muere para luego volver a nacer, yo encuentro mi fuerza en el fondo del pozo.
Las voces que logro escuchar en mi soledad me rompen los tímpanos, sin embargo, entre los demás se vuelven imperceptibles.
No he logrado nunca entender cómo un hombre puede amar a una mujer durante años, y en el momento en que ese amor se acaba, lo encuentras veinte días más tarde viviendo, con la misma pasión e intensidad, otro amor, conocido en el bar de la esquina de su casa a las diez de la noche, completamente borracho.
Yo siempre he tenido tiempos larguísimos para depurarme de una mujer que en una cierta forma me había dejado huella o robado el corazón.
Nunca he sido el primero en romper los anillos invisibles que me ataban con el pensamiento a esa mujer.
Nunca he sido capaz de traicionar lo que mi alma sentía por ella, al revés, lo he sufrido, cayendo a veces en un dolor y una tristeza profunda.
El amor dicta condiciones inevitables para cualquier ser humano, es inútil tratar de evitar o ignorar ciertas condiciones, que han sido previamente esculpidas en la propia alma, y que si no son respetadas, no te proporcionarán el amor.
Sólo viviendo se aprende a vivir, solo amando se aprende a amar, sólo abriéndonos podemos recibir.
Hace casi 2 horas que estoy sentado en este bar tratando de responder a ciertas preguntas, que desde hace algún tiempo me tienen despierto cada noche.
Ella se ha ido, llevándose una parte importante de mí, un trozo de mi alma que no logro recuperar a pesar de mis constantes esfuerzos.
Yo creí en ella, y como un jugador profesional que arriesga delante de una ruleta, arriesgué, pero perdí.
No puedo, sin embargo, por ese motivo, no tener más confianza en mis percepciones y permanecer anclado en los recuerdos que me impiden vivir el presente y seguir adelante.
No puedo continuar mirando hacia atrás, pensando en el pasado, ajeno a todo lo que me rodea e hipotecando mi futuro.
Necesito serenidad para elevar mi alma, y transmitirle la fuerza, la confianza y la certeza de que todo sigue adelante de la mejor manera.
No quiero tener una especie de reverencia ante mis acciones, incluso si han sido equivocadas, o ante una palabra dicha aunque inoportuna o pronunciada sin pensar, y arrastrar dentro de mí aquel cadáver de recuerdos que me entristecen y me desestabilizan.
Debo transmitir a mi alma una sensación de alivio, de paz, de tranquilidad, de calma, de haber hecho todo lo posible para no perderla, para no perder.
Mi vida vale por sí misma y mi tiempo es más importante que cualquier error cometido, perder mi tiempo significaría oscurecer la impronta de mi carácter, destruir mi personalidad, perder mi identidad y lo que he llegado a ser en la vida, y no darme más la posibilidad de reparar aquel error y de reconquistar lo que he perdido.
Ser hombre no significa evitar caer o no equivocarse, pero sí, una vez caído o equivocado, tener la fuerza dentro de sí para levantarse o para pedir perdón y seguir adelante.
Nunca he creído en la mezquindad de aquellos hombres que se compadecen, se quejan, se arrodillan con sumisión petulante ante los hechos ocurridos, carentes de aquella dignidad que podría diferenciarlos si fueran capaces de reconocer su error, de pedir disculpas y de levantarse después haber caído.
En ningún momento iré contra mi naturaleza, de lo contrario dejaría de existir o de amarme.
He construido mi vida sobre arenas movedizas, en virtud de aquellas sensaciones que me pudieran hacer brillar el alma, ellos... han construido sus vidas en la certeza, la tranquilidad, la rutina y en su infelicidad.
Me he observado siempre, juzgándome como se juzga a un condenado a muerte, asumiendo mi culpa si era necesario, sin esconder nunca el deseo de luchar, de vivir y ser libre.
Nadie, ni siquiera las personas más queridas por mí, han tenido por un instante la sensación de intuir qué tipo de cárcel vivía a veces dentro de mí.
Por eso necesito la soledad, la desesperación, la tristeza, la muerte del alma para recuperar mi fuerza y volver a la superficie, más fuerte que antes.
Como un camaleón que se trasforma, como una mariposa que muere para luego volver a nacer, yo encuentro mi fuerza en el fondo del pozo.
Las voces que logro escuchar en mi soledad me rompen los tímpanos, sin embargo, entre los demás se vuelven imperceptibles.
No he logrado nunca entender cómo un hombre puede amar a una mujer durante años, y en el momento en que ese amor se acaba, lo encuentras veinte días más tarde viviendo, con la misma pasión e intensidad, otro amor, conocido en el bar de la esquina de su casa a las diez de la noche, completamente borracho.
Yo siempre he tenido tiempos larguísimos para depurarme de una mujer que en una cierta forma me había dejado huella o robado el corazón.
Nunca he sido el primero en romper los anillos invisibles que me ataban con el pensamiento a esa mujer.
Nunca he sido capaz de traicionar lo que mi alma sentía por ella, al revés, lo he sufrido, cayendo a veces en un dolor y una tristeza profunda.
El amor dicta condiciones inevitables para cualquier ser humano, es inútil tratar de evitar o ignorar ciertas condiciones, que han sido previamente esculpidas en la propia alma, y que si no son respetadas, no te proporcionarán el amor.
Sólo viviendo se aprende a vivir, solo amando se aprende a amar, sólo abriéndonos podemos recibir.
Hace casi 2 horas que estoy sentado en este bar tratando de responder a ciertas preguntas, que desde hace algún tiempo me tienen despierto cada noche.
Ella se ha ido, llevándose una parte importante de mí, un trozo de mi alma que no logro recuperar a pesar de mis constantes esfuerzos.
Yo creí en ella, y como un jugador profesional que arriesga delante de una ruleta, arriesgué, pero perdí.
No puedo, sin embargo, por ese motivo, no tener más confianza en mis percepciones y permanecer anclado en los recuerdos que me impiden vivir el presente y seguir adelante.
No puedo continuar mirando hacia atrás, pensando en el pasado, ajeno a todo lo que me rodea e hipotecando mi futuro.
Necesito serenidad para elevar mi alma, y transmitirle la fuerza, la confianza y la certeza de que todo sigue adelante de la mejor manera.
No quiero tener una especie de reverencia ante mis acciones, incluso si han sido equivocadas, o ante una palabra dicha aunque inoportuna o pronunciada sin pensar, y arrastrar dentro de mí aquel cadáver de recuerdos que me entristecen y me desestabilizan.
Debo transmitir a mi alma una sensación de alivio, de paz, de tranquilidad, de calma, de haber hecho todo lo posible para no perderla, para no perder.
Mi vida vale por sí misma y mi tiempo es más importante que cualquier error cometido, perder mi tiempo significaría oscurecer la impronta de mi carácter, destruir mi personalidad, perder mi identidad y lo que he llegado a ser en la vida, y no darme más la posibilidad de reparar aquel error y de reconquistar lo que he perdido.
Ser hombre no significa evitar caer o no equivocarse, pero sí, una vez caído o equivocado, tener la fuerza dentro de sí para levantarse o para pedir perdón y seguir adelante.
Nunca he creído en la mezquindad de aquellos hombres que se compadecen, se quejan, se arrodillan con sumisión petulante ante los hechos ocurridos, carentes de aquella dignidad que podría diferenciarlos si fueran capaces de reconocer su error, de pedir disculpas y de levantarse después haber caído.
En ningún momento iré contra mi naturaleza, de lo contrario dejaría de existir o de amarme.
No me disculparé más allá de lo debido, aquel debido que solo yo considero necesario.
El gigante que vive dentro de mi débil apariencia de hombre cualquiera me infunde fuerza y coraje y me sigue dondequiera que yo vaya.
No puedo traicionarlo.
El gigante que vive dentro de mi débil apariencia de hombre cualquiera me infunde fuerza y coraje y me sigue dondequiera que yo vaya.
No puedo traicionarlo.