miércoles, 27 de junio de 2012

Mi naturaleza (reflexión)


También esta noche como últimamente me pasa con demasiada frecuencia, me encuentro de nuevo solo delante  de una botella de vino, en un pequeño bar a las afueras de Berlín.
Me encanta perderme en los suburbios de las grandes ciudades, en busca de algo nuevo.
Cuando estoy solo y no tengo a nadie aparte de mí mismo, empiezo a pensar intentando conectar mis pensamientos con mi alma.
Tal vez porque creo que cualquier pensamiento profundo que un hombre pueda tener, debe estar en sintonía con su alma.
Lo que tenemos más escondido en nuestro interior puede trasformarse en una realidad si lo deseamos con la fuerza necesaria.
He aprendido con la vida y las experiencias que se me han cruzado, a observar aquellos pensamientos que crean dentro de mí una chispa, un brillo, un espacio de luz en mi mente, atravesada muchas veces por cosas sin importancia, como acontece a la mayoría de los seres humanos.
Siempre he tenido fe y he seguido lo que mi naturaleza, mi esencia, me trasmitía a través del pensamiento.
No es sin motivo que una mujer me llama la atención, mientras que otras miles que me pasan cerca, me dejan indiferente, no es sin razón que el pensamiento o el recuerdo de aquella mujer vuelven constantemente a mí.
Lo que me llama la atención, lo que queda grabado en mi corazón, no está desprovisto de luz o de armonía.
Un amor… ese maravilloso encuentro entre un hombre y una mujer, que permanece esculpido dentro de nuestros corazones, ya había sido dibujado y preestablecido por alguien que quería que eso sucediera.
Nuestra alma no tiene dudas, por eso puede reconocer fácilmente aquel encuentro como un testigo.
He aprendido en la vida a tener más confianza en mí mismo y a observar y escuchar mis sensaciones.
No puedo ir contra corriente, remontar las aguas del río que vive dentro de mí, sólo por convención o por miedo.
Nunca he logrado conformarme como lo hacen la mayoría de los seres humanos.
Siempre he considerado simples a aquellos hombres banales y comunes, que por temor a vivir, a dar, a exponerse, han perdido la oportunidad de ser felices y de dejarse transportar por aquel río lleno de amor que quizá  vivía también dentro de ellos.
Han preferido la tranquilidad, yo he elegido el riesgo.

Se adaptan y se conforman, yo me aíslo y me interrogo. Hablan de cosas comunes, bromean y ríen por cosas sin importancia, yo busco la profundidad del océano que vive en una mujer que me atrae.
He construido mi vida sobre arenas movedizas, en virtud de aquellas sensaciones que me pudieran hacer brillar el alma, ellos... han construido sus vidas en la certeza, la tranquilidad, la rutina y en su infelicidad.
Me he observado siempre, juzgándome como se juzga a un  condenado a muerte, asumiendo mi culpa si era necesario,  sin esconder nunca el deseo de luchar, de vivir y ser libre.
Nadie, ni siquiera las personas más queridas por mí, han tenido por un instante la sensación de intuir qué tipo de  cárcel vivía a veces dentro de mí.
Por eso necesito la soledad, la desesperación, la tristeza, la muerte del alma para recuperar mi fuerza y volver a la superficie, más fuerte que antes.
Como un camaleón que se trasforma, como una mariposa que muere para luego volver a nacer, yo encuentro mi fuerza en el fondo del pozo.
Las voces que logro escuchar en mi soledad me rompen los tímpanos, sin embargo, entre los demás se vuelven imperceptibles.
No he logrado nunca entender cómo un hombre puede amar a una mujer durante años, y en el momento en que ese amor se acaba, lo encuentras veinte días más tarde  viviendo, con la misma pasión e intensidad, otro amor, conocido en el bar de la esquina de su casa a las diez de la noche, completamente borracho.
Yo siempre he tenido tiempos larguísimos para depurarme de una mujer que en una cierta forma me había dejado huella o robado el corazón.
Nunca he sido el primero en romper los anillos invisibles que me ataban con el pensamiento a esa mujer.
Nunca he sido capaz de traicionar lo que mi alma sentía  por ella, al revés, lo he sufrido, cayendo a veces en un dolor y una tristeza  profunda.
El amor dicta condiciones inevitables para cualquier ser humano, es inútil tratar de evitar o ignorar ciertas condiciones, que han sido previamente esculpidas en la propia alma, y que
​​si no son respetadas, no te proporcionarán el amor.
Sólo viviendo se aprende a vivir, solo amando se aprende a amar, sólo abriéndonos podemos recibir.
Hace casi 2 horas que estoy sentado en este bar tratando de responder a ciertas preguntas, que desde hace algún tiempo me tienen despierto cada noche.
Ella se ha ido, llevándose una parte importante de mí, un trozo de mi alma que no logro recuperar a pesar de mis constantes esfuerzos.
Yo creí en ella, y como un jugador profesional que arriesga  delante de una ruleta, arriesgué, pero perdí.
No puedo, sin embargo, por ese motivo, no tener más confianza en mis percepciones y permanecer anclado en los recuerdos que me impiden vivir el presente y seguir adelante.
No puedo continuar mirando hacia atrás, pensando en el pasado, ajeno a todo lo que me rodea e hipotecando mi futuro.
Necesito serenidad para elevar mi alma, y
​​transmitirle  la fuerza, la confianza y la certeza de que todo sigue adelante  de la mejor manera.
No quiero tener una especie de reverencia ante mis acciones, incluso si han sido equivocadas, o ante una palabra dicha aunque inoportuna o pronunciada sin pensar, y arrastrar dentro de mí aquel cadáver de recuerdos que me entristecen y me desestabilizan.
Debo transmitir a mi alma una sensación de alivio, de paz, de tranquilidad, de calma, de haber hecho todo lo posible para no perderla, para no perder.
Mi vida vale por sí misma y mi tiempo es más importante que cualquier error cometido, perder mi tiempo significaría oscurecer la impronta de mi carácter, destruir mi personalidad, perder mi identidad y lo que he llegado a ser en la vida, y no darme más la posibilidad de reparar aquel  error y de reconquistar lo que he perdido.
Ser hombre no significa evitar caer o no equivocarse, pero sí, una vez caído o equivocado, tener la fuerza dentro de sí  para levantarse o para pedir perdón y seguir adelante.
Nunca he creído en la mezquindad de aquellos hombres que se compadecen, se quejan, se arrodillan con sumisión petulante ante los hechos ocurridos, carentes de aquella dignidad que podría diferenciarlos si fueran capaces de reconocer su error, de pedir disculpas y de levantarse después haber caído.
En ningún momento iré contra mi naturaleza, de lo contrario dejaría de existir o de amarme.
No me disculparé más allá de lo debido, aquel debido que  solo yo considero necesario.
El gigante que vive dentro de mi débil apariencia de hombre cualquiera me infunde fuerza y
​​coraje y me sigue  dondequiera que yo vaya.
No puedo traicionarlo.


jueves, 21 de junio de 2012

Un dolor (relato)

Esta noche no quiero salir, un poco de reposo me hará bien.
Pronto empezará a llover, el aire es caliente, casi sofocante.
Tomo un baño y me tumbo en el sofá a leer un libro.
Es una manera como otra cualquiera de recargar las baterías de mi cuerpo y regenerar nuevos pensamientos para mi alma.
Alejarme de todo y de todos, incluso de los pequeños ruidos  cotidianos, es mi fórmula secreta para volver a nacer de nuevo.
Por lo menos tres veces a la semana necesito morir, en el  silencio y la soledad de mi alma, para volver a concentrarme en las cosas importantes de la vida, de mi vida.
La gente que nos rodea tiene la capacidad de destruir todas las defensas de la inteligencia si estás demasiado en  contacto.
Esta noche quiero dormir bien, iré a la cama temprano después de una buena taza de leche.
Me siento cansado, muy cansado, no tengo fuerza en el cuerpo, las piernas me pesan y los ojos se me cierran a intervalos contra mi voluntad.
Abro la ventana para sentir la cálida brisa que anuncia una noche lluviosa.
Me desnudo y me tumbo en el sofá, una ligera brisa refresca mi cuerpo.
Nunca he sentido un tal cansancio, tal vez dedico  demasiado tiempo a mi trabajo y poco a mí mismo.
A veces el deseo de llegar a ser alguien, me hace olvidar que existo y me lleva a no cuidarme, y con facilidad olvido las prioridades de mi vida.
El cuerpo no es una máquina, necesita sus tiempos naturales para poder responder.
Estiro los brazos con dificultad detrás de mí, inusualmente son pesados y lentos.
Coloco la almohada detrás de mi cabeza, levantándome ligeramente.
De repente… un pinchazo agudo y doloroso me detiene el aliento.
El sofá es estrecho y me obliga a forzar los movimientos del cuerpo. Hace más calor que de costumbre.
Me levanto y abro las dos hojas de la puerta del balcón   para buscar un poco de alivio en el aire fresco.
Una ráfaga de viento hace volar los papeles y hojas de periódico que están en la mesa de trabajo detrás de mí, estoy demasiado cansado para recogerlos.
Me levanto y me dirijo tabaleándome hacia la habitación, me tumbo agotado en la cama, apago la luz con la mano, cierro los ojos y espero.
Millones de pensamientos pasan por mi cabeza, me esfuerzo por respirar profundamente, haciendo salir y entrar el aire de mis pulmones.
Pero una vez más, un dolor agudo en el pecho me deja sin respiro.
La saliva me obstruye la garganta como un pedazo de pan que se te atraviesa y me obliga a toser.
La tos se vuelve fuerte, aguda y dolorosa, no puedo dormir.
El dolor creciente me obliga a levantarme, pero las piernas no pueden con el peso de mi cuerpo.
Con esfuerzo vuelvo a sentarme en el sofá, la tos sigue a momentos fuerte otros más leve.
Me estiro otra vez, primero boca arriba, con las manos en el estómago para darme un poco de calor, después de lado con las piernas flexionadas para ayudar a la respiración.
Tengo los labios secos y duros.
Toso de nuevo, esta vez el dolor es insoportable, trato de deshacerme de este nudo que tengo en la garganta escupiendo y carraspeando.
Nada, el dolor va en aumento, intuyo que algo irremediable está a punto de pasarme, tengo la sensación de estar  sumergido bajo el agua y ahogarme, una sensación entre el miedo y desesperación.
Estiro el cuello y trago saliva, me toco la frente, está caliente.
Encuentro de nuevo las fuerzas para levantarme y coloco dos almohadas detrás de mí para conseguir una posición más elevada.
Tengo la sensación que dentro de mí todo
circule con más velocidad, y tengo miedo de perder el control.
Las cosas empeoran... parece que hay algo que obstruye mis pulmones, el dolor en el pecho se agudiza y comienza a tomar todo el cuerpo.
Con mi mano derecha siento mi corazón, tengo la sensación
de percibir pausas en su latido, un escalofrío me hace temblar y me paraliza.
Los dientes comienzan a castañetear, empiezo a tener miedo.
Me cubro con las almohadas, y pienso que esté por llegar  el final de todo.
¿Qué me está pasando?
Empiezo a murmurar frases y palabras tratando de articular la boca, para permanecer aferrado a la vida, el aire no pasa, no puedo respirar, me asfixio.
Fuera empieza a llover, la noche oscura y silenciosa es interrumpida por la luz de los relámpagos, por el ruido de los truenos, por la lluvia que cae espesa e impenetrable.
El dolor silencioso y profundo se extiende como una mancha
amenazante y paciente, a mis hombros, a los  brazos, a las piernas.
Trato de hacer un pequeño movimiento para ver si todavía tengo el dominio del cuerpo, no puedo mover ni tan siquiera las manos, parece que poco a poco una cierta  forma de parálisis tomase posesión de mí.
Pienso en lo peor y empiezo a rezar, es pronto para morir.
Quisiera que alguien me ayudara, pero estoy solo,  demasiado solo para gritar pidiendo ayuda, me dan ganas de llorar.
De repente,
un poco de aire fresco que entra por la puerta del balcón llena mis pulmones y me proporciona un momento de alivio.
Sentado con la cabeza inclinada entre las manos, empiezo a escupir sangre.
Miro a mi alrededor, y todos los objetos insignificantes, espectadores impasibles y silenciosos,
adquieren para mí en aquel momento un valor especial, como si pudiera   suplicarles ayuda.
Esfuerzo mi cuerpo para escupir en el suelo todo lo que pueda, pero un dolor fulminante y agudo me atraviesa el pecho hasta el corazón.
No puedo respirar más, me llevo las manos a la garganta y la aprieto, estoy a punto de morir... sigo rezando.
El cuerpo es invadido por dolores intensos y discontinuos, no puedo controlar mis pensamientos.
Me estiro de nuevo con la boca abierta para respirar, siento el corazón latir con golpes fuertes y reaccionar enérgicamente.
Lo empujo con mis manos, como queriendo evitar que salga, no me convence la idea de morir así, solo, abandonado y lejos de todo el mundo en el silencio de la noche.
La muerte debería tener la cortesía de avisar al menos un día antes, para darte tiempo de dejar todo arreglado como desees, y despedirte de las personas que te importan.
El hombre no tiene miedo a la muerte porque no la conoce, y cuando llega es demasiado tarde, sin embargo, tiene terror ante los síntomas que la preceden.
Debo esperar, es lo único que puedo hacer, rezar y esperar.
Moralmente me entrego a mi destino, no encuentro las fuerzas para reaccionar de un modo diferente.
Miro con envidia y  esperanza la vida que transcurre fuera de la ventana, está lloviendo a cántaros, la noche es oscura y profunda, ni siquiera soy capaz de calcular que hora debe de ser.
Casi por milagro comienzo a respirar de nuevo, a intervalos más o menos regulares, nunca he sufrido dolores de  corazón, tal vez demasiado estrés.
Prometo a mí mismo que si todo esto se arregla, cambio mi forma de vivir…
Un pinchazo doloroso que me obliga a lanzar un grito me
parte el pecho en dos, casi obligándome moralmente, a suscribir mi promesa.
Todo es una advertencia, son los síntomas que me anuncian lo que podría pasarme si no cambio mis prioridades.
El trabajo, el dinero, las mujeres, los viajes, ¿y mi salud en el último lugar?
No, no puede ser.
Ya no tengo veinte años, y aquello que soportaba y olvidaba con facilidad, ahora a los cincuenta se acumula.
El problema es que nadie, incluyéndome a mí, piensa que lo peor pueda sucederle, y cada uno de nosotros vive como si fuera inmune a los ataques.
Casi por milagro vuelvo a respirar regularmente, el dolor ha desaparecido, puedo mover la cabeza y humedecerme los labios con saliva.
Tal vez allá arriba alguien ha escuchado mis oraciones, tal vez alguien allá arriba me quiere de verdad.
Un soplo de aire fresco me hace sentir escalofríos en mi piel, recordándome que estoy desnudo.
Me pongo una camiseta y cruzo los brazos sobre mi cuerpo, me entran ganas de llorar por el susto superado.
El sudor de la frente comienza a secarse lentamente, alcanzo con la mano una botella de agua dejada encima de la mesa el día anterior, puedo levantarla y llevármela a la boca.
Este gesto absolutamente normal es para mí en este momento extraordinario.
El agua, no demasiado fría, consigue aliviarme un poco, moja mi lengua y cae hacia abajo como una cascada por la  garganta seca e hinchada.
Mojo un pañuelo y con un gesto lento y cauteloso lo llevo a la frente, me recuesto en el sofá y me tapo la cara, un poco de alivio.
Tal vez no ha sido demasiado grave, pero he tenido miedo.
Miro el reloj, el tiempo ha volado, son las cinco de la madrugada, no he podido dormir, no he pegado ojo.
Me detengo en silencio a escuchar el ruido de la lluvia que me ha acompañado durante toda la noche, pienso en lo que me ha sucedido.
Un día tendré que detenerme, no puedo seguir viviendo así, como estoy viviendo.
Nos olvidamos con demasiada facilidad de quién somos y  de cómo estamos hechos, pero sobre todo nos olvidamos de aquello que realmente necesitamos.
Encuentro la fuerza para caminar un poco, despacio, con cautela, temeroso de que todo vuelva a suceder.
Me meto bajo la ducha, abro el grifo y una cascada de agua templada invade mi cuerpo.
Con los brazos me apoyo en la pared inclinando el cuerpo, quieto, inmóvil bajo el agua que cae violentamente.
Salgo de la ducha todavía mojado, y me hago un café.
Me siento en el sofá, sosteniendo la taza con las dos manos, cruzando las piernas.
Hoy no trabajo, cancelo todas las citas, lo dedico a mi mismo, quiero volver a disfrutar del placer de las pequeñas cosas, y respetar mi promesa.
En la vida no hay advertencias, las cosas suceden de repente, cuando menos te lo esperas.
No somos nada ante mecanismos de vida desconocidos para nosotros, ante un destino ya establecido.
Un colapso, un ataque al corazón, un coágulo de sangre que se rompe, son los síntomas que causan la muerte, si entendiésemos esto, lograríamos dar un valor diferente a todo lo que nos rodea, a lo que somos, a nuestra manera de vivir y de ser.
Me tumbo otra vez en la cama, exhausto, pero feliz, la parte de la vida que me pertenece no me ha abandonado todavía, al menos por esta noche.
Voy a tratar de descansar, para hacer frente con fuerzas a la noche que está por venir.


domingo, 17 de junio de 2012

Multitud (reflexiòn)


No puedo explicar la verdadera razón de por qué evito a la multitud, tal vez por un rechazo inconsciente a seguir el camino de la mayoría y continuar mi viaje.
Aunque la lucha del individuo para salir adelante ha sido vista en todo momento con un cierto recelo.
Siempre he dado un alto valor a mi persona, y aunque la incertidumbre de algunos momentos ha hecho a veces  temblar mi autoestima, debido al desaliento por los golpes recibidos, he seguido adelante, sin prestar atención a lo que los demás podían pensar de mí.
Sentirse diferente en medio de esta multitud, de este montón de cuerpos desnudos de cualquier razón, que se encuentran y se reúnen para poder actuar, es muy peligroso.
Tienen el poder, dada la superioridad numérica y de fuerzas, de hacer muy difícil cada uno de mis momentos.
Existen para mantener y preservar una forma de vida ya encontrada, para uniformarse con la sociedad, siguiendo el mismo camino, para llegar a ser capaces de juzgar y criticar a hombres como yo que han dado un alto valor a su vida, y no la han vivido como un patético espectáculo.
Tienen que justificar y justificarse por el tiempo que han perdido sin hacer nada por miedo a hacer, o tal vez simplemente porque no han sido capaces.
La multitud nunca ha sido capaz de elevarse a un nivel de inteligencia igual al del individuo, por el contrario todas las características que le son comunes, se convierten en su único argumento y en el aspecto dominante de sus vidas.
Yo, por pocas que sean mis cualidades existo realmente,  y  no necesito ninguna prueba o evidencia para confirmarlo.
Me resulta a veces difícil mantener en medio de la multitud  la independencia de la soledad de mi ser para no contaminarme.
Pero más agobiante me resultaría conformarme, aceptar una actitud tal, sería como quemar el tiempo.
Se conforman, con el fin de poder reconocerse, comunicar y juntarse, cerrando los ojos ante todo aquello que es diferente.
Esta actitud no los convierte únicamente en falsos y mezquinos ante muchos aspectos de la vida, sino que también los convierte en inútiles frente a la capacidad de vivir.
Se transforman con el tiempo en fenómenos estadísticos, portadores de ninguna verdad, dotados únicamente de una mínima lógica y racionalidad, pero alejados de poseer la chispa que los haría independientes.
Tratan de perfeccionar su forma de vivir, común y banal, buscando en la rutina la diferencia, en lo ordinario lo extraordinario, sin darse cuenta de no sentirse ya más  atraídos de la misma manera, por los objetivos que un día hicieron que sus almas brillasen.
Han trasformado su entusiasmo en una rutina, utilizándolo en la inútil y patética búsqueda de la certeza.
Cuanto más rígida y descifrable se hace la vida del ser humano, menos sobrevive el alma genial que reside en el individuo.
Si no esperas nada, y los sueños e  ilusiones que animaban tus noches son sólo recuerdos del pasado, la vida no se renueva y se convierte en rancia, estanca, se petrifica, y el pensamiento luminoso se trasforma en un mosca que da vueltas dentro una botella vacía.
Quien busca las verdades estadísticas de la vida, siempre se quedará decepcionado, el océano es demasiado profundo como para ser medido.
A pesar de todos los intentos que hago para convivir con esta multitud que me rodea, hay siempre una experiencia mortificante que se me presenta en muchas ocasiones, ante la cual, me aíslo y me hundo en la soledad y en la tristeza de mi alma.
Esa sonrisa forzada, estúpida e insensata, que en ciertas situaciones de compañía, se tiene que adoptar, me deprime, no consigo dar ese tipo de respuesta a una conversación superficial.
Siempre he pensado que quien consigue satisfacer esa situación, moviendo a voluntad los músculos de la cara y asumiendo una expresión idiota agarrotando su rostro, sintiera dentro de sí la desagradable sensación de morir.
Ningún hombre puede violar su naturaleza, por eso, tengo  siempre que ser yo mismo en cada instante.
Pero la multitud no respeta al hombre, lo evita, lo critica, no lo acepta para no arrodillarse ante su superioridad.
No puedo renunciar a mi individualidad sólo para no herir las susceptibilidades de algunos, que en mi vida representan sólo un color difuminado.
Si observo su vivir cotidiano me siento arrollado por un río caudaloso, no han elegido sus vidas, la sociedad se las ha dado con todos los accesorios.
Han nacido viejos, y como los viejos esperan la muerte viviendo sus días sentados, mientras observan sin pasión, entusiasmo, alegría ni locura, sueños e ilusiones que la vida pide a gritos a cualquier hombre que acepte cabalgarla.
Siempre me han hecho tristemente reír, las afirmaciones de aquellos que dicen... hay un tiempo para todo, ya he vivido, ahora busco la tranquilidad y la estabilidad… Mentirosos… mentirosos, se han trasformado en soldados de salón que huyen de la batalla de la vida, porque han perdido la confianza en sí mismos.
Tienen miedo… tienen miedo de enfrentarse al destino de la vida que hace fuertes a los audaces, de perder lo poco que con mucha suerte han podido conquistar, por la incapacidad de reconquistarlo, tienen miedo de dejar una relación para no tener que lidiar con la soledad y esperan... esperan sabiamente morir, y en su espera envejecen… envejecen cada vez más hasta no reconocerse.
Sólo el hombre que sabe deshacerse de cualquier cosa y de cualquier tipo de apoyo en todo momento, sólo el hombre que conserva la capacidad de ganar o perder dependiendo de cómo gira la ruleta de su vida, solo el hombre que a pesar de los golpes recibidos y las cicatrices quizá aun abiertas conserva dentro de sí el brillo, el optimismo y el  entusiasmo, solo aquel hombre que a pesar de una vida vivida con alegría y con dolor conserva la valentía del  guerrero, sólo ese hombre será diferente, y no podrá nunca ser parte de la multitud porque encarcela dentro de sí el alma del individuo.
Sólo él podrá ser llamado hombre.

sábado, 16 de junio de 2012

Ayer (reflexiòn)

A ti que te has ido, quiero decirte dos palabras que te ayudarán a entender.
Llevo dentro de mí las heridas de mi pasado y una profunda tristeza que ha debilitado mi alma y ha envejecido mi cuerpo.
No soy capaz de vivir un momento, sin pensar en aquello que lo precede, demasiadas pruebas he tenido que superar como para no tenerlo en cuenta.
Nunca he entendido el talento de algunas personas que en poco tiempo se trasforman en otras, renegando de lo que han sido o han vivido.
Nunca he creído en los cambios rápidos o voluntarios… creo más en una metamorfosis lenta y dolorosa, si es necesaria.
Una metamorfosis silenciosa y paciente, que produce dentro de ti un cambio en tu forma de ser, de vivir y percibir la vida.
Un cambio demasiado visible a los ojos del mundo, es sólo un disfraz.
La mayoría, nunca han tenido la capacidad de observar los cambios profundos, juzgan y perciben sólo lo superficial, lo aparente, todo aquello que es fácil de ver, a esto se reduce su análisis.
He sido muchas veces  injustamente juzgado por personas que no conocían tan siquiera una partícula de mi ser, de mi vida, que ni siquiera tenían una idea de lo que vivía dentro de mí.
A veces he tenido que pagar el precio de sus juicios apresurados y mezquinos, sólo porque se encontraban al otro lado de la mesa con una fuerza mayor.
Llevo dentro de mí las consecuencias de aquel precio, sin renegar de nada de lo que he hecho o he vivido, pero sobre todo, de aquel hombre que fui un día, pero que hoy ya no existe más.
Sólo Dios ha sido testigo impasible de mis sufrimientos interiores, algunas veces me ha proporcionado  las herramientas para salir, otras me ha dejado solo.
He necesitado toda la vida para presenciar y entender  la lenta transformación interior de mí mismo, dirigida por una necesidad personal de superarme.
He tenido que afrontar con fuerza y coraje, la soledad interior del alma, como condición indispensable para que  esta transformación se produjese.
En aquella soledad que a veces se prolongaba durante años, he tenido que enfrentarme a enemigos, como el dolor, la tristeza, el miedo, el silencio, la incertidumbre, todos ellos acompañados de sus aliados, preparados para derrotar a cualquier hombre que quisiera convertirse en otro.
He luchado y he caído, sin rendirme nunca, dispuesto a morir para vencer, si hubiese sido necesario.
Hoy llevo dentro de mí las heridas de mis luchas, y las cicatrices aun abiertas en esa alma solitaria, aunque con el tiempo, he logrado derrotar a aquellos enemigos y convertirme en su amigo.
En esta dura lucha he estado siempre solo conmigo mismo, nunca he buscado medallas o premios por los logros conseguidos.
Nunca he creído en los demás o en su capacidad de observar y comprender los cambios que ocurren en un hombre, siempre los he visto mucho más preparados en una forma uniforme de vivir y existir, juzgando sólo aquello que puede ser juzgado, apreciando solo aquello que es visible y fácil de reconocer, explorando solo aquello que les ofrecen, pero ante el silencio de la soledad, todos desaparecen como conejos asustados.
Necesitan pruebas, hechos concretos, certezas para existir y avanzar, para dar un sentido a sus vidas falsas y aburridas.
Pero siempre he tenido un sueño en el alma, una fuerza motriz y poderosa que alimentaba mi ilusión de creer que en algún lugar del mundo existía también para mi, mi mitad.
Una mujer que supiera reconocer los signos de mi lucha y los resultados de mi cambio, conservando dentro de sí aquella inteligencia y dulzura que la llevasen a buscar un aliado para toda la vida.
Nunca me he sentido atraído por mujeres que rebosan  alegría, felicidad y optimismo por todos los poros de su piel, a decir verdad, las he vivido siempre de una manera superficial.
Las que sonríen siempre y hacen amistad con todos,  agradables a 360 ° me molestan, no consigo identificarme  con ellas, y son demasiadas las diferencias que ya nos separan.
Abandoné desde hace mucho tiempo aquella isla de vida como para poder volver atrás.
Si por una pizca de alegría corresponde una pizca de amargura, si por cada cosa que se pierde algo se gana, significa que una inevitable dualidad dirige nuestros destinos y la naturaleza de nuestras vidas y empuja a la parte opuesta a completarla.
Nuestra manera de actuar no obstante la voluntad utilizada, está definida y dominada por las leyes de la naturaleza.
Siempre he defendido dentro de mí la idea de que el caso no existe, sino más bien una causa, de acuerdo a una ley universal de las cosas, y que ningún eslabón de la cadena puede separarse del otro.
Creo en una conexión del principio de ser, es decir, que nada sale de la nada, y que cada acción produce un efecto, como toda fuerza proviene de su respectiva debilidad.
Lo que he sido está gravado a fuego en la expresión de mi rostro, en la luz de mis ojos, en mi forma de hacer, de vivir, o acercarme a una mujer.
No reniego y no oculto mi larga estancia vivida en aquella  isla, al contrario, estoy feliz de haberla vivido y de haber salido con el equipaje más importante que un hombre tiene que conservar siempre consigo, la capacidad de seguir adelante y sobrevivir a pesar de todas las adversidades.
Sólo quien actúa sufre, sólo quien se expone es juzgado, sólo quien vive pierde, pero solo quien arriesga puede vencer.
Por desgracia, todo este profundo análisis no sirve, no porque no sea aceptado por la mayoría, sino porque  lamentablemente no es reconocido, ni siquiera por unos pocos.
Aunque los años pasados revelan dentro de mí una profunda fuerza sanadora que se encuentra en la raíz de toda metamorfosis y una revolución interior que incide en el modo de vivir y de ser, hasta el punto que el hombre de hoy no reconoce al hombre de ayer, este crecimiento, este cambio, esta transformación, debe llegar solo a unos pocos bajo una  forma clara y fácil de ser percibida, de lo contrario no sería nada.
No puedo aceptar esta condición...
No puedo permitir que ni muchos ni pocos tengan acceso a mi océano interior, sin que mantengan dentro de sí el deseo, la pasión y la inquietud de descubrirlo.
Esta es mi condición.
No puedo poner al alcance de todos, esta dura lucha que se ha prolongado durante años de tristeza, de soledad, de dolor, y dejar descubrir con demasiada facilidad lo que se hallaba escondido y enterrado dentro de mí por tantos escombros.
No puedo aceptar todo lo que es nuevo, olvidando con demasiada facilidad lo que he vivido o he sido en mis intervalos de tiempo.
Entonces voy a la búsqueda viajando por el mundo, intentando conservar dentro de mí el sueño, y la ilusión de poder encontrar en los ojos de una mujer aquella luz que pueda reconocerme y aceptarme sin necesidad de certezas o garantías, que tenga el coraje de iniciar un camino venciendo su miedo, su orgullo, su arrogancia o presunción, prejuicios e ideas preconcebidas que utilizan las mentes simples y la gente banal para defenderse y protegerse de aquello que no pueden manejar y que tienen miedo de vivir, para justificar la inmovilidad que tienen en sus vidas.
Sólo a aquella mujer que sin saberlo, ha sido siempre mía, le desvelaré mis secretos, mis miedos y mis debilidades.
Sólo con ella comenzaré a recorrer aquella parte de vida cerrada por una puerta de la que no tengo la llave.
Sólo si tiene la paciencia, la dulzura y la inteligencia para comprender y aceptar ciertas diferencias que atraen a los opuestos por una compensación de la vida, solo entonces podré crear junto a ella algo grande, que me hará entender que todo lo que he sido y he vivido no es nada a su lado.





viernes, 15 de junio de 2012

  • REFLEXIONES PERSONALES
    REFLEXIONES DEL ALMA
    CONCEPTOS FILOSOFICOS 
  • DE LA VIDA DE TODOS LOS HOMBRES QUE LUCHAN CON SI MISMO.
  • BREVES CUENTOS DE AMOR ENTRE UN HOMBRE Y UNA MUJER
  • REFLEXIONES Y EXPERIENCIAS PERSONALES , O ALGUNA VEZ VIVIDAS POR OTROS  

    RECUERDA SIEMPRE LO QUE TE GUSTARIA  OLVIDAR ES EL  ÚNICO CAMINO PARA APRENDER A VIVIR
Para contactar conmigo: samuelebeniabram@yahoo.com