lunes, 23 de diciembre de 2013

El pensamiento.

Una reflexión sin importancia. Un pensamiento sobre lo que me he visto obligado a vivir en los últimos meses. Una lucha entre la mente y el corazón para la que no estaba preparado. Sumergido en la oscuridad y ahogado en un dolor que no me dejaba un instante, he visto como mis sueños e ilusiones eran destruidos por alguien con quien habría compartido mi vida. Este enemigo, el peor que podía encontrar, vivía dentro de mí, mi pensamiento. Fui a pasar cinco días al rincón más remoto del círculo polar Ártico, en Siberia. Un mundo cubierto de nieve. Un rincón para poder pensar sin ningún tipo de distracciones. Hasta ese momento, no había conocido un lugar parecido. Allí, en esa parte del mundo, aislado de todo, existían leyes especiales, hechas por hombres especiales, con una moral, una forma de ser y de pensar inusual. Vivían en ese lugar tan pocas almas que era difícil encontrarlas incluso durante el día. Sólo después de una tormenta de nieve que llegaba a cubrir hasta la mitad las ventanas de las casas, y en algunos casos las cubría por completo, se podía ver al día siguiente, algunos grupos de personas que con una pala en la mano se hacían espacio amontonando la nieve caída. La pala se hundía por debajo de aquella masa blanca que resplandecía al sol, como un cuchillo caliente atraviesa la mantequilla, y cuando caminaba en la noche penetrando en la oscuridad, crujía helada bajo mis pies. En ese lugar, el tiempo que pasaba lento y silencioso adquiría un valor más alto, por la capacidad que tenía de purificación del alma y regeneración de la moral. Recortar esos momentos, donde reorganizaba los pensamientos y las sensaciones sentidas en aquel periodo de tiempo, me daba un placer que no puedo explicar. Revisaba mis prioridades de vivir, de tener, de amar, para ir adelante en la vida, y averiguar si habían cambiado. Si lo que quería para mí y para mi futuro, era lo mismo que tenía ante mis ojos, en la manera y en la forma que se me presentaba, o si aspiraba a otra cosa. Y si el escepticismo niega todas las posibilidades de conocimiento real, el pensamiento se desarrolla en simbiosis con este en un esfuerzo constante por superar las provocaciones. A menudo sucede que quien piensa, no está seguro de pensar. El propio pensamiento se balancea entre la realidad y la ilusión, entre el sueño y la esperanza, entre la verdad y la mentira. Se escapa y se desliza, negándose a veces a dejarse agarrar. Un pensamiento enfermo, lejos de la verdad. A veces imaginar, es mucho peor que conocer una verdad terrible. La certeza puede ser dolor, pero la incertidumbre y la duda, son pura agonía. Yo, sufría por las sensaciones creadas por mis pensamientos que me asaltaban durante la noche, despertándome. He prestado siempre mucha atención a lo que percibo, como si todo estuviera atado a mí por un hilo muy fino. Y cada vez que este hilo llega a cortarse o privarse de una de sus partículas, tengo la sensación de haber sido traicionado de alguna manera. Aquel pensamiento me trasmitía la esperanza de que las cosas podían volver a ser como yo ilusoriamente imaginaba. No podía trabajar, no podía escribir, no podía amar. Me encerraba, sin querer, cada vez más en mí mismo. Me hacia preguntas, y buscaba las respuestas atormentándome. Pero no había forma de explicar todo aquello, carente de cualquier explicación lógica e inteligente. Había evidencias que no quería ni ver ni aceptar. Y esas evidencias traían consigo las respuestas que estaba buscando. Revisaba cada línea, cada diálogo, cada momento vivido, y engañándome, me esforzaba por encontrar el significado oculto que mas me convenía. Traté de descubrir las sombras de lo que había vivido y de lo que me había sido dicho. Había sin quererlo creado mi pena y mi prisión. Ese pensamiento se había apoderado de mí ser. Aquel dejarme llevar que de vez en cuando me arrebataba, aquella rendición deliberada a la propia resignación, un aplastante necesidad de descanso, por una continua tensión y angustia agotadora hacia una felicidad tan difícil de lograr, pero a la que, a pesar de las adversidades, no quería renunciar. Con demasiada frecuencia he tratado de difuminar los colores de aquel innegable presente que tenía ante mis ojos, especulando sobre las posibilidades que me eran favorables. Inventándome esperanzas, cada una de las cuales, llegaba a mi acompañada de una pesada desilusión que no tardaba en producirse cuando esa esperanza se encontraba con la realidad. No sé si es por esa ilusión que no he logrado la felicidad, o si, justamente, porque sabía que no era capaz de alcanzarla, la ocultaba voluntariamente en esta ilusión. Recuerdo que... una noche, alrededor de la media noche alguien me despierto. Encendí la luz. La tenue luz de la lámpara iluminaba apenas la habitación. Sentí que algo iba a suceder. Como si alguien me hubiese despertado a propósito para devolverme la vida. Fui al baño varias veces, empecé a hojear las páginas de una revista, me preparé una taza de té caliente para tener un poco de compañía. Como si un gesto normal pudiese convertirse durante la noche en algo extraordinario. Estamos demasiado acostumbrados a correr y demasiado poco acostumbrados a juzgarnos con honestidad y verdad, a intentar descubrir lo que hemos llegado a ser para ver si nos sigue gustando lo que somos. Estamos tan concentrados y preocupados por nosotros mismos, escondidos detrás de nuestro egoísmo y ausentes delante de todo, que siempre pensamos que el mal , el dolor, el sufrimiento nos viene de fuera y no desde dentro de nosotros. Casi nunca pensamos que lo que nos acontece, es la consecuencia de ese pensamiento que hemos creado, que cambia nuestra forma de ser y de vivir, mezclando las prioridades, los valores, los sueños, las ilusiones, hasta el punto de no reconocernos. Sólo al final del conocimiento de todas las cosas y de los acontecimientos tuve la posibilidad o la suerte de entenderlo. He entendido-que si un hombre no se agarra fuerte a la verdad y a la realidad de lo que pasa antes sus ojos, puede suceder que sus pensamientos, lo lleven a reconocer que mas verdadero que su verdad es lo que estos le trasmiten en la forma y en el modo, que considera más conveniente, obligándolo a recibir falsas sensaciones que lo llevaran a confundirse. Me había convertido en un prisionero de mis sentimientos. E incluso cuando, reconocidos como un error, ya no era capaz de alejarme tanto los amaba. La ansiedad se manifestaba en mí con el vacío que se genera entre el modo en cómo son las cosas y el modo en que pensaba que hubieran podido ser. Algo que se interponía entre lo real y lo irreal. Una decepción por lo que estaba viviendo que trataba de mantener oculto con esa dolorosa y penosa sensación de expectativa, para no romper aquella falsa armonía que tenia que tener, para seguir adelante en la vida, y poder interactuar con el mundo que me rodeaba. He entendido-que un hombre no es libre cuando es dueño de sus propios pensamientos, pero es libre cuando no es esclavo. No cuando no tiene constricciones, que éstas, de una manera u otra, están siempre presentes, sino cuando no percibe estas constricciones como tales. En pocas palabras, es libre cuando sus necesidades coinciden con su voluntad. Cuando sus pensamientos no lo influyen, no lo condicionan, y no tienen la capacidad de cambiar su estado de ánimo. A veces, un pensamiento se arraiga y se convierte en una obsesión que no nos permite ver y ni siquiera de entender. Tanto nos concentramos en superar ese pensamiento que nos atormenta el alma. He entendido-que la incapacidad actuar de forma espontánea, de expresar lo que realmente se siente y si piensa, la consecuente necesidad de presentar un “seudoyo” a nosotros mismo, es la raíz de un sentimiento de debilidad. Que si un hombre quiere convertirse en un verdadero averiguador de la verdad, por lo menos una vez en su vida debe dudar lo más profundamente posible, de sus pensamientos y de las sensaciones que esos le envían porque podrían ser falsas o sólo el resultado de la propia creación. He entendido-que si aquel pensamiento nos trasmite falsos sentimientos, esos sentimientos nos harán sufrir como si fueran verdaderos, porque seria improbable notar la diferencia. Nosotros dibujamos nuestro dolor, partiendo de algo que muchas veces nace sin fundamento. El todo y la nada nos trasmiten serenidad por igual. Nuestro enemigo no es la ansiedad. Pero si, aquella ansiedad paralizante, capaz de bloquearnos y obligarnos a una continua fuga. La que nos sumerge en continuos rituales y círculos viciosos El hombre ansioso, para su desgracia, se queda a medio camino, siempre a merced de un indicio, de instalarse en la seguridad del ser. He entendido- que hay cosas y hechos en la vida que no pueden ser juzgados por nadie sin haber sido vividos. Sólo puedo decir únicamente que la privación moral o la destrucción de un sueño o de una ilusión son mucho más crueles que los tormentos físicos. El hombre sencillo que pierde el sueño y la ilusión encuentra en la sociedad que lo rodea todo lo que necesita, y después de un tiempo vuelve a ser el mismo que antes. Pero el hombre dotado de una sensibilidad sutil, sufre mucho más. Debe ahogar sus necesidades y hábitos. Se debe trasladar a un medio de vida insuficiente, obligados a respirar otro tipo de aire, y el tiempo que necesita para recuperarse es sin duda mayor visto que, lo que lo rodea esta muy lejos de su sensibilidad. He entendido- que la esperanza para el hombre simple privado de su libertad de pensar, es diferente del hombre sensible que vive una percepción desemejante de la vida. El hombre simple espera algo de la suerte, de la casualidad de los eventos fortuitos que pueden cambiar. Y en aquella espera, vive tranquilamente sin preocupaciones. No ocurre lo mismo con el hombre sensible, que no puede aceptar de ninguna manera su destino como algo definitivo como algo que sea parte de una vida real. He entendido-que la base de todos los deseos y necesidades, a los cuales el hombre está ligado y vinculado es el pináculo de su dolor. Si le viene a faltar los objetos de sus deseos, su vida oscila como un péndulo, aquí y allá, entre el dolor y la alegría, entre la verdad y la mentira de su pensamiento, pues son en realidad su verdadero elemento constitutivo. Esa incesante inquietud sin palabras por lo que es obvio, aquella impaciencia singular, nacida de la esperanza que a veces se produce involuntariamente y que en ocasiones, es tan infundada que parece puro delirio. En mi búsqueda espiritual, en ciertas ocasiones, llegaba a bendecir el destino por haberme enviado a esa soledad, sin la cual no hubiera sido posible ni aquel juicio sobre mí mismo, ni siquiera aquella estrecha revisión de mis pensamientos Al final-llegué a la verdad de lo que viví, y de lo que tuve delante de mí. La duda se había ido y yo volví a ser un hombre libre. Un hombre feliz, dispuesto de nuevo a sentir, a amar, a estar en sintonía con aquella parte de vida que me había abandonado. Como una esponja húmeda que pasa sobre una pizarra y borra de golpe todo lo que había sido escrito anteriormente, aquel pensamiento obsesivo había desaparecido. Aunque ahora me ha resultado un poco doloroso recordar mi estado de ánimo de esos momentos, tengo ante mí la libertad. Tengo ante mí una nueva vida. Tengo ante mí la resurrección entre los muertos. Estoy viviendo un momento maravilloso. Y el alma pregunta.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Soñe con un ángel

He soñado con un ángel que me ha dicho... -Para amar se necesita que las almas de los amados se encuentren, solo así pueden alcanzar su plenitud. Nunca podría amar a otro cuanto te amo a ti. Ven conmigo a la luna, he reservado un lugar mágico, sólo para nosotros dos. Allá, no hay seres humanos y no puede haber odio, envidia, celos, mentiras, engaños, mezquindad, maldad, traición. Allá en el cielo, podemos amarnos de verdad. Viviremos feliz y en paz; tu para mí, y yo para ti, juntos para siempre, lejos de todos. Brindaremos por nuestro amor en copas de pasión. De nuestros sueños, haremos castillos inexpugnables; de nuestros pensamientos, océanos profundos; de nuestros deseos, verdades para nuestros corazones; de nuestros instantes de vida, siglos de felicidad y de amor. Será un amor puro, sincero, único y exclusivo como el más grande de todos los amores, y tan dulce como la miel. Estaremos juntos todo el día, corriendo y saltando entre las blancas nubes movidas por el viento, bailando y amándonos sin descansar un solo momento. Así que, vamos mi amor, deja tu casa, tu trabajo, tus hábitos que han hecho de ti una sombra. Un hombre que nació, pero dejó de existir. Cuando el amor te llama síguele; si acaricia tu puerta, ábrele; si su alas quieren envolverte, cede; y si te habla desde lo más profundo de su corazón, créele; solo así podrás llegar a conocer sus secretos. No puedes vivir sin amar y sin ser amado. Una vida sin amor es una existencia vacía. Y aunque los caminos para lograrlo sean rígidos y empinados, gana a tus miedos y a tu temores, porque el amor penetrará dentro de tu ser y le dará la vida. Ven entonces conmigo, mi amado. A través de las grandes nevadas de estrellas, de la lluvia de los rayos del sol, de los vientos perfumados de las flores. Lejos de todos, cabalgaremos juntos sobre blancos caballos alados, que nos llevaran rápidos a las grandes alturas, muy lejos de este planeta, desventurado y corrupto, ausente de la capacidad de amar. Mantendremos en nuestras mentes y en nuestros corazones, sólo lo bello y lo verdadero, y daremos la vida, a nuestras almas deseosas de amarse. Juntos daremos la vida, a otras pequeñas vidas que desean nascer. Así que, mi amado, no tardes... Me dijo ciñéndome el cuello con sus brazos blancos como el marfil, con sus manos perfumadas como las flores en primavera, besándome con sus labios tan suaves como pétalos de rosa. A ver su pelo de oro fino, a sentir sus suaves labios, al escuchar su voz melódica y la fragancia de su perfume que prevalecía sobre todos los aromas, mi alma se derretía de deseo. Era el amor que había siempre buscado, y pasaba a través de los pequeños senderos que a veces se cruzan en la vida. No podía no recorrerlos y me fui con el. Nos levantamos juntos, sobra una nube, y cruzamos ceñidos los enjambres de estrellas brillantes, felices y sonrientes al vernos pasar. Las lluvias de rayos del sol nos daban el paso, para que pudiésemos volar más alto, y todos los seres que vivían en el cielo, nos saludaban y brindaban feliz por nuestro amor. Hasta que llegamos a la luna, calados en un largo beso y un abrazo eterno. El aire perfumado y fino a nuestro alrededor, chispeaba una energía que nos unía más con cada soplo de viento que con su movimiento, tocaba una melodía que ningún ser vivo, había oído en su vida. Las lluvias caían tan espesas, formando lagos de aguas cristalinas, poblados por millones de peces de todas las especies, que nos transportaban en el abismo del mar, lleno de tonos coral. Nos sumergimos en el agua cristalina y pura, riendo y bromeando, besándonos bajo las miradas brillantes de las estrellas. Jugábamos a rociarnos la felicidad y todo el amor que uno sentía por el otro. Ella era solo mía, y yo solo suyo. Cuando salimos de las aguas, nos secamos con un fino lienzo de plata transparente como el aire, llevado por blancas palomas. El sol, con sus rayos de mil colores, iluminando nuestra piel y abrillantando las pocas gotas de agua que quedaban, la hacia más fina que la seda. A través de aquel velo transparente, podía escuchar su corazón y ver su alma, que se reía feliz de ser amada. Contemplaba su cuerpo, con la epidermis suave como un pétalo de rosa, blanca como el marfil, fina como la seda, y tan fragante como la primavera. Sus pechos pequeños e duros sobresalían del escote de aquel velo. Cuando nuestros cuerpos se amaban en cima de la nube que se elevaba hacia el infinito, el canto de los ruiseñores nos acompañaba llenando el aire que nos rodeaba de sonidos divino. Todo a nuestro alrededor se movía de acuerdo a nuestros sueños y deseos, y los dioses de aquellos universos, incrédulos de tanto amor, cuando pasábamos delante de ellos, sonreían satisfechos, y aplaudían emocionados, lanzándonos polvo de estrellas brillantes. Hacían de nuestro camino, un iris de mil colores y mil olores del aire. No teníamos miedo de demostrar nuestro amor, en efecto, queríamos que el Universo entero, y los seres que lo habitaban, supieran que aquella pequeña nube blanca, estaba habitada por un hombre y un ángel que se amaban. Volábamos tumbados sobre grandes cojines de seda blanca y soñábamos exactamente lo que estábamos viviendo. Ese amor era sereno y dulce, como el aliento de nuestras existencias; puro y verdadero, como la fuente de vida donde el alma se nutre; profundo, como la inmensidad de un océano. Los besos intensos y dulces, de nuestros labios, el encuentro de nuestros abrazos angelicales, el contacto verdadero de nuestro cuerpo, reducían el mundo que existía allí debajo de nosotros, del tamaño de un guijarro. Las palabras que nos dijimos cuando nuestros cuerpos se amaban, permanecían grabadas en nuestros corazones. Cada momento estaba colmó de amor. Cuando la noche nos envolvió en su silencio, las estrellas protegieron nuestro sueño, haciendo un círculo alrededor de nuestras almas, que salían de nuestros cuerpos y se tumbaban allí junto a nosotros para no dejarnos nunca. Su alma entraba en mi cuerpo y mi alma se apoderaba del suyo. Nuestros sueños, se convertían en notas musicales, y tocaban melodías de una belleza única, y todos los ángeles de los cielos, y de los universos que nos rodeaban, despertados con aquellas suaves melodías, llegaban volando, para ver lo que estaba pasando en esa parte del mundo divino. Y cuando llegaban allí frente a nosotros, entendían que el amor estaba presente en cada acto. Entonces abrían la boca pasmados y en conjunto con las estrellas que protegían nuestro sueño, ellos protegían nuestras almas. Por la mañana, el fresco rocío caía pavoroso sobre el vientre virgen de mi amada, que con un escalofrío se despertaba buscando mis besos. Abrazados un a otro, tendido sobre aquellos cojines de seda blanca, mis labios se encontraban de nuevo con los suyos y ambos mirándonos a los ojos, soñábamos el mismo sueño, que no era más que una repetición de nuestros deseos, y nos jurábamos amor eterno. Y la vida, allí en el cielo, pasaba lenta y silenciosa, llena de amor, flotando entre los colores del arco iris, reanudando de nuevo el eterno descanso tranquilo y feliz. Y el alma pregunta.

martes, 3 de diciembre de 2013

El bosque

Febrero 2012 He llegado a Finlandia. Un gran parque natural formado por lagos y bosques que cubren gran parte del territorio. Tendré que permanecer tres días en Helsinki y luego tomar el vuelo para Rovaniemi, la capital de Laponia. Desde allí, un autobús, después de 3 horas de viaje, me llevará a Salla. Un lugar de ensueño para el esquí. He reservado un bungaló en medio del bosque. Me encanta el contacto con la naturaleza. Me ayuda a pensar. Son las cinco en punto de la tarde. El clima en Helsinki es particularmente rígido. Aunque los finlandeses están acostumbrados a estas temperaturas, las calles están desiertas. Un viento frío levanta del suelo la nieve que cayó durante el día. La distancia entre el autobús y el hotel, unos cientos de metros, es suficiente para que el frío me congele la cara. El bosque que rodea el lago está congelado y aparece desierto, y amenazador, con sus árboles secos. Son tan altos como para ocultar el cielo. Los tonos marrones contrastan con el blanco de la nieve caída durante el día. Mirándolo desde la ventana del hotel donde me alojo, oigo una voz dentro de mí que me empuja a ir hacia allí. Aunque ha oscurecido, los senderos que cruzan el bosque están iluminados por pequeñas luces que la nieve no ha podido ocultar. Entrar ahí, entre los árboles, es como perder todo el contacto con la civilización. La naturaleza a veces nos es hostil y se rebela porque se siente invadida y rechazada por el entronizado progreso, que no sabe apreciarla. Decido salir fuera. Quiero perderme entre aquellos caminos llenos de nieve. La chica del hotel, cuando me ve salir a correr, me advierte con la típica educación finlandesa que esa noche el termómetro descenderá a los 15 grados bajo cero. Tengo todo lo necesario para enfrentarme al reto. Indispensable, el corazón que late. El alma que me acompaña. Una cierta locura que me caracteriza. La búsqueda de emociones fuertes siempre ha sido una de mis prioridades. Nunca quise ser un espectador, sino un protagonista frente a lo que siento. Corriendo entre estos caminos, observo con atención las huellas que me precedieron. Muchas dan testimonio de la presencia de alguien que ha estado allí, antes que yo. Luego, según me adentro poco a poco, van desapareciendo para ser reemplazadas por otras. Tal vez por aquellas de los animales que habitan en el bosque. Me resulta difícil concentrarme en algo concreto. A veces me detengo en cosas insignificantes, como la forma de un árbol. No tengo un pensamiento que prevalezca sobre los otros. Los míos van fluyendo, escapándose en miles de direcciones. Soy incapaz de contenerlos o controlarlos. Tengo siempre conmigo la conciencia y el conocimiento de mi singularidad, que va en busca de la soledad. Vivir en soledad no es un precio por pagar, sino una necesidad para crecer. La soledad no es un fin, sino un requisito previo para poder reflexionar. Siempre he defendido mis espacios de libertad, tal vez con una pizca de egoísmo, pero para mí necesario. Esta noche estoy advirtiendo algo que pasará a ser inolvidable. Una experiencia excepcional. Momentos de la vida que me transmiten sensaciones insólitas. He aprendido a concentrarme en los instantes de la vida que se suceden unos a otros, que no son más que la composición de la misma. No quisiera estar en ningún otro lugar en este momento, sino en este bosque. No quisiera tener la compañía de alguien cerca de mí, sino la mía. No quiero evitar nada de lo que me va a acontecer, por muy bueno o malo que sea. Todas las experiencias merecen la pena ser vividas, aunque a veces preludien el sufrimiento. Es la única manera de obtener la materia prima para nuestras reflexiones. Esa materia que hace crecer y que transforma al hombre. Los conejos tienen miedo de vivir y prefieren escapar para protegerse a sí mismos, para ignorar lo que la vida hubiera podido ofrecerles si hubiesen tenido un poco de coraje. He llegado a un pequeño estanque totalmente congelado. Sólo unos pocos patos muertos de frío son testigos de mi presencia. Me acerco a ellos, siguiendo el camino que bordea el lago. Comienzan a «chillar», con un ruido terrible. No sé si me saludan dándome la bienvenida, si quieren que me vaya o simplemente necesitan algo de comer. No tengo ni tiempo ni ganas de interpretar su ruido. Continúo corriendo por mi camino. En la vida no es fácil tener siempre la impresión de haber elegido con libertad el propio camino. La satisfacción de nuestra vida no es un premio que dependa de la sociedad en la que vivimos. No es una recompensa material o un reconocimiento público, sino, más bien, es el resultado de una armonía interior con nosotros mismos. En esta noche silenciosa, estoy acompañado solo por el sonido de la nieve que cruje bajo mis pies como cristales rotos. El viento frío me corta la cara. Tal vez debería volver. Tengo el temor de haberme perdido. La sensación de conocer esos árboles me empuja a seguir adelante. Esas formas ya las he visto antes. Tal vez ya haya estado en ese lugar. Si los miro bien, me recuerdan a algo o a alguien. Esos dos bancos de hierro frente al lago, cubiertos de nieve, uno junto a otro, me dan la sensación de haberme sentado allí con alguien y de haberle hablado. Tal vez un amor ya vivido. Hemos hablado de la vida, de nuestras ansiedades, de los miedos, de los temores, de los deseos, de los sueños aún no realizados, del amor que estábamos viviendo. Busco entre mis recuerdos, como en un viejo baúl. No aflora nadie con quien compartí pensamientos similares. Hace casi 2 horas que corro. No estoy cansado. No tengo una medida de la fatiga o del esfuerzo. Mi cuerpo está entrenado. Siempre he tenido una gran resistencia. Lo que me rodea me trasmite mucho más que el ir a dormir. El efecto es siempre la respuesta de una causa, como una reacción a una acción. Tristemente, no siempre trae consigo la apología de la respuesta. A veces, las palabras amables, el aspecto suave, los buenos modales y la manera cortés no sirven para dibujar los hechos, sino para ocultar su falta. He creído siempre en aquello que un hombre consigue con la acción, más de lo que dice o piensa. La sociedad está llena de hipócritas que viven en la clandestinidad por temor a vivir y a mostrarse como son. No se conocen, por eso se construyen de una manera artificial. Para darse una identidad y poder existir. Por esperar conseguir lo que quieren, deben utilizar su voluntad...si la tienen. No pueden escuchar la voz de su alma, porque no tienen ninguna voz. No busco lo mejor en las personas, pero sí, la profundidad que viven dentro de ellos. Nunca he sido capaz de comunicarme con la gente superficial. No me atrae nada de lo que poseen. Esta es la diferencia fundamental entre vivir y existir. Siempre he vivido lo que yo amaba con pasión. Y para aquellos que han entendido mal mi pasión y me han abandonado o dejado, han hecho muy bien en irse. Soy lo que soy .No me preocupo de quien no me entiende. No quiero dar ninguna explicación. Ninguna excusa. He hecho siempre mis elecciones, he asumido las consecuencias y, a veces, he tenido que pagar un alto precio. Pero cuando he pensado en el resultado conseguido por aquellas elecciones, me he encontrado siempre en paz conmigo mismo. Fuera lo que fuese, cualquier resultado me haya traído. Tenía que hacerlo. Valía la pena hacerlo. He sido auténtico y verdadero. Negarse a recordar las experiencias vividas es detener el propio desarrollo y convertirse en un hombre banal. No se supera algo negativo escondiéndolo en el baúl del olvido, sólo tratando de encontrar el lado positivo de aquello negativo. Solo así se logra encontrar el motivo del porqué teníamos que vivirlo. Ir adelante no significa olvidar lo peor, pero hay que recordarlo de una manera diferente. Mi carrera ha terminado. He llegado delante de mi hotel. Me espera una sauna de al menos una hora con el vapor de 100 °. Quiero salir ardiendo. En definitiva, ha sido una bella noche en compañía de mí mismo, lo cual no es poco, por lo menos para mí. Y el alma pregunta.