De
edad avanzada, con la barba blanca, los ojos azules y vivos, de aspecto un poco
descuidado en el vestir; con un tono de voz no muy alto hace publicidad de su
mercancía a los pocos paseantes y a algunos turistas que, distraídamente,
indiferentes al tiempo, se encontraban en aquellos parajes, perdidos entre las
callejuelas de piedras desunidas, ricas de historia y de arte.
-¡Libros!
¡Vendo libros usados a cinco euros! -grita con entusiasmo el anciano
comerciante.
Una
joven de aspecto cuidado y elegante, vestida de un modo rebuscado y costoso,
con una actitud snob y la arrogancia
que distingue a las personas de la alta sociedad de los demás, con un paso
sigiloso casi sin tocar el suelo se acerca lentamente al banco del comerciante
y curiosa, o quizá simplemente aburrida en aquel momento, comienza a coger
algunos libros, hojeándolos sin mucho interés.
El
anciano comerciante se le acerca y, con voz suave y convincente, le dice:
-¡Libros,
señorita! ¡Vendo viejos libros! Antiguos y preciosos. Todos a cinco euros.
Escoja uno. No se arrepentirá.
La
joven, alzando ligeramente la cabeza y esbozando una sonrisa de superioridad,
marcando una cierta distancia antipática, con aquel punto de maliciosa
curiosidad, le pregunta:
-¿Por
qué debería de comprar un libro?
-Para
leerlo, señorita -le responde rápidamente el viejo comerciante-. Los libros
están hechos para ser leídos y entender su significado.
-¿Y
cuando lo haya leído? ¿Y cuando haya entendido el significado? ¿Qué hago con el
libro? ¿Lo tiro?
-No…,
no, señorita -le responde alzando los brazos al cielo-. Un libro no se tira
nunca. Cada uno de los libros que están aquí expuestos es un ejemplar concreto
que se puede coger, volver a colocar, abrir, cerrar; sus letras representan
días, meses, años de la soledad de un hombre. Del hombre que lo ha escrito.
Podría decir que nos encontramos frente a una partícula de esa soledad. Una vez
que lo haya leído podrá conservarlo y releerlo cada vez que quiera. Le aseguro
que siempre descubrirá cosas nuevas. Para algunas personas el contenido de
ciertos libros hace la diferencia entre felicidad e infelicidad, entre la
esperanza y la desesperación, entre el dolor y el placer, entre una vida digna
de ser vivida porque pensada, y otra horriblemente aburrida porque ignorada.
Ve,
señorita… Los libros, entre las líneas; entre aquellas miles de palabras,
letras, puntos y comas, contienen secretos. Llegar a descubrir parte de
aquellos secretos es como encontrar un tesoro de inestimable valor.
-¿Perdone?
-le responde la joven casi riendo-pero, ¿de qué secretos me habla? ¿Cuáles son
esos tesoros escondidos que residen dentro de un libro? Un libro es solo un
cúmulo de hojas escritas, relacionadas y atadas unas con otras, nada más.
Al
escuchar esas palabras llenas de hostilidad y ese modo de pensar simple y banal
(desgraciadamente hoy común), el comerciante se levanta del pequeño taburete de
paja donde está sentado y se acerca a la joven como si quisiera confesarle una
cosa que los otros clientes no deben escuchar y le dice:
-Querida
señorita, el mundo va mal porque la gente no lee o lee poco. Si leyese más… Si
leyese libros como los que yo vendo aquí, estaría obligada a pensar, a
reflexionar, a razonar, y podría poner en duda el tipo de vida que está
viviendo. Los libros no sirven para saber, pero sí, para pensar. Y pensar
significa preguntarse sobre las cosas y sobre los acontecimientos más allá de
su significado habitual, convertido en algo de estable y conocido por la
pereza, la costumbre y el aburrimiento por descubrir cosas nuevas. No se olvide de que nuestra mente se alimenta
de conceptos y de verdades vividas por los grandes hombres de otros tiempos.
Si
no fuera como yo le digo, la vida de cada uno de nosotros no sería otra cosa
que la repetición diaria de lo mismo, que si no se alimenta, se seca y se
estanca. Las personas que no leen, en vez de avanzar con su pensamiento,
vuelven atrás, porque su modo de pensar no se alimenta. Y el modo de razonar,
gira entonces sobre sí mismo como una mosca dentro de una botella vacía. Los
libros, señorita -le dice abriendo sutilmente los ojos- son por naturaleza instrumentos
críticos y democráticos, y aunque a veces se contradigan, ayudan a elegir y a razonar.
Es por esto que a lo largo de la historia, muchos de estos viejos volúmenes,
algunos de los que están aquí expuestos, han estado censurados, prohibidos,
quemados en la hoguera junto a sus autores. Esos libros contenían verdades que
no se podían revelar. Muchos textos, de los cuales nos ha quedado solo un
título, algún fragmento o nada, han sido destruidos a causa de la estupidez
humana.
-Pero…,
será como dice usted -le responde con incredulidad, encubierta por aquella
desconfianza que no permite avanzar en la vida por miedo a dar un paso-, pero
delante de mí solo veo páginas escritas que una vez leídas no tienen más valor.
Y sobre esos secretos, esos tesoros, esas verdades de las que me habla…,
sinceramente, créame, no he encontrado ningún indicio.
-Perdone,
señorita -insiste el comerciante-, pero es justo el contrario de lo que dice.
Estas hojas adquieren valor al leerlas. Ve, señorita, hay libros que teníamos
cerca desde hace años sin leer, quizá algunos los hojeamos en alguna ocasión,
cuando lo sacamos de la caja donde lo habíamos guardado con cuidado, pero nos
guidamos muy mucho de leer por completo ni siquiera una sola frase, una pequeña
estrofa, cualquier letra del libro. Y después de mucho tiempo, por casualidad,
llega un día, un momento, en el que improvisadamente no se puede dejar de leer
uno de estos libros de una vez, de inicio a fin, entero. Y estas letras que
habíamos ignorado se convierten en una revelación. Solo entonces, señorita,
créame, solo entonces, sabremos el porqué hemos tratado esos libros de una
forma tan especial. Los libros dan las respuestas a las grandes preguntas que a
veces nos formulamos en la vida, y estas respuestas si se saben poner en
práctica, nos ayudarán a crecer y nos ofrecerán los medios para poder encontrar
lo que buscamos. Abrir con llaves invisibles, las puertas a las que nunca
hubiésemos tenido acceso.
-De
acuerdo…, de acuerdo -le responde riendo-. Entonces, si está tan seguro de lo
que dice, ¡hagamos una prueba! Un juego, un experimento.
-¿Un
juego? ¿A qué quiere jugar?
-Hagamos
lo siguiente: yo elijo un libro cualquiera, y usted abriéndolo por la mitad al
azar, me leerá una estrofa. Si con lo que hay escrito en esa estrofa consigue
confirmarme su teoría de los libros y hacerme sentir algo diferente, y hace que
nazca dentro de mí las ganas de leer, entonces le compraré muchos libros.
-Me
parece una buena idea -le responde el comerciante seguro de sus palabras-.
Escoja el libro, señorita, por favor.
-A
ver, a ver… La verdad es que siempre me he dejado llevar por la foto de la
cubierta y aquí no veo ninguna.
-Señorita
-interviene el comerciante-, las apariencias de las cosas son siempre diferente
de su sustancia. Si se deja guiar por una simple foto, podrá equivocarse
fácilmente.
-Sinceramente
-le responde con un velo de tristeza en los ojos-, no sería la primera vez que
me pasa. Así que esta vez haré una excepción y me guiaré por el título. ¡Eso
es! ¡Este, sí! ¡Este me gusta! El alma
pregunta.
-Me
parece una buena elección, señorita. Este libro, particularmente, es muy
especial para mí por su contenido.
El
comerciante alarga el brazo y coge el libro que la joven le indica. Lo hojea
rápidamente, pasando sus páginas con el dedo, y lo abre por la mitad,
deteniéndose en el primer párrafo de la página. Observa en silencio aquellas
líneas escritas con paciencia, como si quisiera aprendérselas. Levanta de nuevo
la vista, y mirando a la joven le dice:
-Antes
de leer lo que está escrito en estas tres estrofas, quisiera hacerle una
pregunta, si me lo permite.
-Dígame,
por favor.
-¿Qué
es lo más importante para usted en la vida, para poder llegar a ser feliz?
Un
poco sorprendida por la pregunta, la joven se toma algunos minutos para pensar
y reflexionar la respuesta.
-La
verdad es que he pasado un tiempo de mi vida creyendo que me hubiera hecho
feliz sentirme realmente amada por un hombre. Pero desde hace un tiempo no creo
más en lo que antes sentía. Ahora, el amor que siempre buscaba lo he
sustitutito por el placer de la diversión, por el éxito en mi trabajo, por la
satisfacción que me produce mi apariencia física, por las buenas relaciones con
mis amigas, por lo que otros piensan de mí. Quiero dar siempre una buena
impresión. Supongo que me he transformado en una mujer moderna y madura. Una
mujer que no vive ya de los sueños y de
las ilusiones, pero si de la realidad. Sin duda, he crecido.
-¿Ha
crecido? ¿Ha Madurado? ¿Una mujer moderna? Señorita -le responde el comerciante
sacudiendo la cabeza y bajando ligeramente la mirada -, yo creo que su forma de
madurar no es otra cosa que la incapacidad de mirar adelante, la renuncia a
descubrir cosas que se encuentran más allá de las simples apariencias, el conformarse
con vivir una felicidad superficial y fútil, el resignarse a compartir su
tiempo con alguien que no amará nunca, a vivir una vida lejana de las
verdaderas necesidades de su alma. Ir
contra la propia naturaleza es muy peligroso.
Ser
amada por un hombre, como dice usted, forma parte de una inmensa felicidad, es
cierto, pero para que esta felicidad sea tal, debe cumplir dos condiciones
importantes: la primera es la capacidad interior que debe de tener para poder
recibir este amor. Y la segunda condición, es saber reconocer si dentro de ese
hombre existe la capacidad de amar o solo es la representación de un guión de
teatro. Muchos hombres, como muchas mujeres, son actores de baja categoría.
Pero…
dígame señorita, usted que vive en un mundo basado en la superficialidad y la
apariencia, en la estética y lo efímero, ¿puede satisfacer ambas condiciones?
¿Sabe recibir el amor que le dan? ¿Puede distinguir sin equivocarse la
diferencia entre los hombres que se le presentan, o quizá, se deja fácilmente
guiar por lo que los otros le dicen? ¿Entiende lo qué hay detrás de los ojos de
un hombre? O quizá… ¿Delante de todos sus pretendientes tiene y siempre ha
tenido la misma actitud?
Atraída
por aquella conversación, la joven se acerca aún más al banco del anciano
comerciante para que no la escuchen los clientes que rebuscan entre los libros
allí expuestos. Y mirándolo con ojos severos le responde:
-Le
diré honestamente y con toda la sinceridad lo que pienso. El tiempo y las experiencias
me han enseñado que el no poder ser amada verdaderamente por un hombre no ha
sido solo un error del otro. Del hombre, quiero decir. El problema de muchas
mujeres, como el mío, es que el ansia de ser amadas nos lleva a precipitarnos
por un algo que tiene su propio ritmo y su propia vida. Y si algo está por
nacer, lo matamos por miedo a perderlo, sin darnos cuenta de que aún no era
nuestro. Me pregunta si sé ver la diferencia y si sé elegir entre los hombres.
Quizá, no… Quizá, sí… Quizá quiera transformar cada hombre que se me presenta
en mi hombre ideal, en el hombre perfecto, en mi príncipe azul, olvidándome de
que dentro de cada hombre vive una esencia diferente y que los príncipes
existen solo en las fábulas que leen a los niños. Quizá, en mi camino de
búsqueda, llegada a un cierto punto, he retrocedido en vez de avanzar por
haberme fiado de lo que las amigas me aconsejaban. Pero también es cierto que
cuando he decidido fiarme y dejarme arrastrar por un hombre, me ha engañado,
transformándome en la mujer que he llegado a ser. Engañada y traicionada con
palabras bonitas que no existían en la realidad. No tenían peso, significado,
eran ausentes de alguna verdad, como era ausente aquel hombre. A este punto, le
pregunto, ¿Cómo se encuentra el equilibrio entre saber amar y ser amado permaneciendo
uno mismo? ¿Sufriendo el mínimo y disfrutando al máximo?
Esbozando
una sonrisa maliciosa, el viejo comerciante le responde:
-Perdone,
señorita, pero antes de responder a su pregunta, debería preguntarse algo de más
importante para poder entender y saber si dentro de usted vive la capacidad de
ver las diferencias o si se deja arrastrar solo por las apariencias. ¿Sabe
estar sola? ¿Sabe prescindir de lo que la rodea permaneciendo en sintonía
consigo misma? ¿Sabe afrontar con serenidad lo que la vida le ofrece sin
recurrir a la ayuda de nadie? ¿Sabe renunciar a lo que le aconsejan las amigas,
muchas veces celosas y envidiosas de su estado sea cuál sea?
-¿Que
si veo la diferencia? Sí, creo verla, creo que sí, no lo sé, pero -pensando sobre
las palabras del comerciante- dígame una cosa, ¿por qué debería de estar sola?
¿Por qué debería renunciar a realizar los planes que me entusiasman y por el
contario quedarme en casa? La búsqueda de uno mismo y la sintonía con la propia
persona no tiene nada que ver con la soledad o con la renuncia del placer.
Es
verdad que solo ahora me doy cuenta de que mi error ha sido abandonarme a un
modo de vida exento de todo lo que tiene un sentido profundo y dejarme embaucar
por la superficialidad que me rodeaba, pero, créame, prefiero este vacío al
vacío que me ha proporcionado un hombre, viviendo continuamente momentos
envueltos en una auténtica mentira. Cuando decidí acceder a aquella renuncia, a
la renuncia de la cual usted me habla, y me dejé llevar por los sentimientos arrastrada
por bonitas palabras de un hombre que resultó un payaso sin alma y vacío en su
ser, perdí una parte importante de mi vida.
-¿Puede
ser que esa auténtica mentira de la que me habla usted y esas palabras falsas y
privadas de significado que ese hombre le decía, eran solo las palabras que
usted quería escuchar y tenía necesidad en aquel momento de satisfacer su ego y
su egoísmo, entrando así, sin saberlo, en un túnel de mentiras aún más grande?
Las mentiras… que usted se decía a sí misma por miedo al ignoto y a la soledad.
Aislarse no significa renunciar, significa tomarse un tiempo de depuración para
uno mismo. Entrar en contacto con una parte desconocida del propio ser y no
dejarse arrastrar siempre por las circunstancias que se presentan o por lo que
le propongan. ¡Señorita! Créame, soy un pobre hombre, más viejo que usted, la
vida y las experiencias vividas me han enseñado que para depurarse se debe en
un cierto modo alejarse de todos y de todo. Para fortificarse, para pensar,
para entender cuáles son realmente nuestras prioridades. Para encontrarse y
tener un poco de claridad y lucidez con los propios deseos. El tiempo que
pasamos con nosotros mismos aclara las dudas y lo pone todo en su justo lugar.
Representa la parte más importante de la que se compone la inteligencia. Darse
tiempo para entender. Es muy fácil culpar a los otros de nuestra tristeza
interior. A veces esta tristeza vive dentro de nosotros porque no tuvimos el
coraje de afrontarla cuando se presentó. Todos en la vida hemos tenido momentos
difíciles que superar; afrontarlos significa crecer y madurar, esconderse o
escapar significa volver atrás.
Y
cuando en la vida se escapa y no se tiene el coraje de afrontar cualquier cosa,
esas cosas se nos representan bajo otra apariencia procurándonos tristeza.
Usted juzga, critica e ignora lo que estos libros pueden contener sin siquiera
haberse tomado el tiempo y la paciencia de ver y leer su contenido. Y como lo
hace con estos libros, lo hará con todo lo que se le presenta, porque este
comportamiento forma parte de usted.
-Perdóneme
-le responde con un tono enérgico la señorita-, la mentira es la mentira y la
soledad es la soledad. Una mentira se puede también ocultar, pero continúa
siendo una mentira. Yo no quiero alimentar con esas palabras a mi ego o a mi
egoísmo, busco solo la verdad. Cuando uno ama, ama y basta. Esto significa que
puede ser mejor o peor, pero es un amor verdadero. Cuando hay mentiras, no se
ama. Y es entonces cuando uno se da cuenta de que está verdaderamente solo. Es
fácil pensar que se debe aislarse para encontrarse y reconstruir el propio
camino, pero la verdad es que uno continúa siendo el mismo. Lo difícil no es,
como dice usted, afrontar con coraje las propias dudas, los propios miedos o
incertezas aislándose, pero es continuar a vivir la propia vida, para
levantarse lo más rápidamente posible.
De
este modo el dolor desaparecerá antes.
La
mentira más grande, fue creer que aquel hombre me amaba y esa mentira, me ha
hecho caer en la frivolidad que ahora usted me critica.
-¡Pero
señorita! Si usted se ha dado cuenta que ha caído en una cierta frivolidad,
¿por qué continúa por ese camino?
-Porque
es más fácil, más simple, y me hace ser más feliz que vivir ciertas mentiras.
Las mentiras dichas por un hombre.
-¿Pero
no se da cuenta de que se engaña a sí misma?
-¿Sabe
usted que es lo peor de esta vida? La incerteza. Cuando el otro miente y no se
puede demostrar y el amor que siente por él no te deja tomar la decisión justa.
En cambio, mentirse a uno mismo es más fácil. Conoce el porqué lo hace y sabe
cuándo quiere parar. Este tipo de mentira, créame, es mucho menos dolorosa.
-Dicho
así, parece fácil, ¿pero usted sabe de verdad el porqué lo hace? Cuando uno se
miente a sí mismo, esa mentira comienza a ser la dueña del propio ser, y esa
persona se transforma en esa mentira. Se hace difícil entender los límites.
¿Cómo puede distinguir esa línea tan sutil y no dejarse arrastrar por las
circunstancias? Para ver las diferencias y conocer los propios límites no es
suficiente tener la voluntad de hacerlo o de quererlo, se debe también saber
cómo hacerlo. Y usted, señorita, ¿sabe cómo hacerlo?
-¿Si
yo sé hacerlo? ¿Si consigo ver esa línea tan sutil? ¿Por casualidad hay alguien
que honestamente puede admitir esto? No existe una fórmula matemática. Las
circunstancias y las experiencias de la vida al final te enseñan y te muestran
el camino que se debe recorrer.
-El
hombre, señorita, es como una planta que crece de una semilla. Pero, crece de una
semilla si la tierra donde se siembra es fértil, es buena, y está dispuesta a
recibir la semilla. Porque si no, siembra resulta inútil. Sería como hacerlo en
el desierto. Sin excusar a nadie… -le dice con una cierta humildad en la voz-,
debería preguntarse por un momento si el error cometido por ese hombre, y no me
refiero solo a las palabras dichas, fue realmente porque no la amaba o porque
usted misma lo impulsó a cometer esos errores.
-¿Cómo?
¿Lo impulsé a cometer errores?
-En
teoría nada es excusable si no se quiere y los hechos son los hechos -continúa
con calma el comerciante-pero, hay grandes diferencias entre los hechos. A
veces, y lo repito, hablo en general, entender el porqué un error se comete, a
veces, entenderlo, señala el inicio o el final de un gran amor. No se olvide
señorita, que las rosas más hermosas, más perfumadas, más raras de ver, crecen
de los brotes con ramas llenas de espinas, rodeados de arbustos duros y
ásperos. Superar una gran dificultad juntos a veces une en la vida. Cada uno de
nosotros debería realizarse un exhaustivo examen de consciencia antes de juzgar
rápidamente. Por eso, aislarse es importante. El alma entrará en contacto con
usted, señorita, y le aconsejará lo más justo para hacer y la decisión que
tomar.
El
comerciante coge el libro, apoyado en el taburete, que la joven había elegido;
lo abrió por la primera página señalada con una hoja que puso en el medio y,
como prometió al inicio de su diálogo, leyó la primera estrofa escrita:
“No
existe una sola verdad. La verdad es lo que cada uno de nosotros está dispuesto
a creer o le es más cómodo creer en ese momento”.
-Y
según usted, ¿qué estoy dispuesta a creer para ser feliz?-le pregunta la joven-.
-Como
todos, a creer y a escuchar lo que le es más cómodo, lo que no la hace sufrir,
lo que le conviene, pero a veces esta no es la verdad. Al menos no es la verdad
que su alma quiere.
Sin
decir una palabra, la joven abre el bolso y coge 20€ que le ofrece al vendedor
para pagar el libro.
-Tenga,
pues, el cambio -le dice con una sonrisa-.
Coge
el libro y lo mete en el bolso, da unos pocos pasos para alejarse del banco, se
para de nuevo, se gira, mira al vendedor a los ojos, abre el bolso, coge el
libro, lentamente se lo lleva hacia el corazón y le dice con los ojos
brillantes:
-Gracias.
El
comerciante se despide con una sonrisa.
El
alma pregunta.