viernes, 22 de agosto de 2014

El comerciante de libros

Bajo los soportales de la Galleria de los Uffizi de Florencia, refugiado de la lluvia densa y violenta que cae sobre la ciudad, un vendedor ambulante monta su banco para vender viejos libros usados.

De edad avanzada, con la barba blanca, los ojos azules y vivos, de aspecto un poco descuidado en el vestir; con un tono de voz no muy alto hace publicidad de su mercancía a los pocos paseantes y a algunos turistas que, distraídamente, indiferentes al tiempo, se encontraban en aquellos parajes, perdidos entre las callejuelas de piedras desunidas, ricas de historia y de arte.

 

-¡Libros! ¡Vendo libros usados a cinco euros! -grita con entusiasmo el anciano comerciante.

 

Una joven de aspecto cuidado y elegante, vestida de un modo rebuscado y costoso, con una actitud snob y la arrogancia que distingue a las personas de la alta sociedad de los demás, con un paso sigiloso casi sin tocar el suelo se acerca lentamente al banco del comerciante y curiosa, o quizá simplemente aburrida en aquel momento, comienza a coger algunos libros, hojeándolos sin mucho interés.

El anciano comerciante se le acerca y, con voz suave y convincente, le dice:

 

-¡Libros, señorita! ¡Vendo viejos libros! Antiguos y preciosos. Todos a cinco euros. Escoja uno. No se arrepentirá.

 

La joven, alzando ligeramente la cabeza y esbozando una sonrisa de superioridad, marcando una cierta distancia antipática, con aquel punto de maliciosa curiosidad, le pregunta:

 

-¿Por qué debería de comprar un libro?

-Para leerlo, señorita -le responde rápidamente el viejo comerciante-. Los libros están hechos para ser leídos y entender su significado.

-¿Y cuando lo haya leído? ¿Y cuando haya entendido el significado? ¿Qué hago con el libro? ¿Lo tiro?

-No…, no, señorita -le responde alzando los brazos al cielo-. Un libro no se tira nunca. Cada uno de los libros que están aquí expuestos es un ejemplar concreto que se puede coger, volver a colocar, abrir, cerrar; sus letras representan días, meses, años de la soledad de un hombre. Del hombre que lo ha escrito. Podría decir que nos encontramos frente a una partícula de esa soledad. Una vez que lo haya leído podrá conservarlo y releerlo cada vez que quiera. Le aseguro que siempre descubrirá cosas nuevas. Para algunas personas el contenido de ciertos libros hace la diferencia entre felicidad e infelicidad, entre la esperanza y la desesperación, entre el dolor y el placer, entre una vida digna de ser vivida porque pensada, y otra horriblemente aburrida porque ignorada.

Ve, señorita… Los libros, entre las líneas; entre aquellas miles de palabras, letras, puntos y comas, contienen secretos. Llegar a descubrir parte de aquellos secretos es como encontrar un tesoro de inestimable valor.

-¿Perdone? -le responde la joven casi riendo-pero, ¿de qué secretos me habla? ¿Cuáles son esos tesoros escondidos que residen dentro de un libro? Un libro es solo un cúmulo de hojas escritas, relacionadas y atadas unas con otras, nada más.

 

Al escuchar esas palabras llenas de hostilidad y ese modo de pensar simple y banal (desgraciadamente hoy común), el comerciante se levanta del pequeño taburete de paja donde está sentado y se acerca a la joven como si quisiera confesarle una cosa que los otros clientes no deben escuchar y le dice:

 

-Querida señorita, el mundo va mal porque la gente no lee o lee poco. Si leyese más… Si leyese libros como los que yo vendo aquí, estaría obligada a pensar, a reflexionar, a razonar, y podría poner en duda el tipo de vida que está viviendo. Los libros no sirven para saber, pero sí, para pensar. Y pensar significa preguntarse sobre las cosas y sobre los acontecimientos más allá de su significado habitual, convertido en algo de estable y conocido por la pereza, la costumbre y el aburrimiento por descubrir cosas nuevas.  No se olvide de que nuestra mente se alimenta de conceptos y de verdades vividas por los grandes hombres de otros tiempos.

Si no fuera como yo le digo, la vida de cada uno de nosotros no sería otra cosa que la repetición diaria de lo mismo, que si no se alimenta, se seca y se estanca. Las personas que no leen, en vez de avanzar con su pensamiento, vuelven atrás, porque su modo de pensar no se alimenta. Y el modo de razonar, gira entonces sobre sí mismo como una mosca dentro de una botella vacía. Los libros, señorita -le dice abriendo sutilmente los ojos- son por naturaleza instrumentos críticos y democráticos, y aunque a veces se contradigan, ayudan a elegir y a razonar. Es por esto que a lo largo de la historia, muchos de estos viejos volúmenes, algunos de los que están aquí expuestos, han estado censurados, prohibidos, quemados en la hoguera junto a sus autores. Esos libros contenían verdades que no se podían revelar. Muchos textos, de los cuales nos ha quedado solo un título, algún fragmento o nada, han sido destruidos a causa de la estupidez humana.

-Pero…, será como dice usted -le responde con incredulidad, encubierta por aquella desconfianza que no permite avanzar en la vida por miedo a dar un paso-, pero delante de mí solo veo páginas escritas que una vez leídas no tienen más valor. Y sobre esos secretos, esos tesoros, esas verdades de las que me habla…, sinceramente, créame, no he encontrado ningún indicio.

-Perdone, señorita -insiste el comerciante-, pero es justo el contrario de lo que dice. Estas hojas adquieren valor al leerlas. Ve, señorita, hay libros que teníamos cerca desde hace años sin leer, quizá algunos los hojeamos en alguna ocasión, cuando lo sacamos de la caja donde lo habíamos guardado con cuidado, pero nos guidamos muy mucho de leer por completo ni siquiera una sola frase, una pequeña estrofa, cualquier letra del libro. Y después de mucho tiempo, por casualidad, llega un día, un momento, en el que improvisadamente no se puede dejar de leer uno de estos libros de una vez, de inicio a fin, entero. Y estas letras que habíamos ignorado se convierten en una revelación. Solo entonces, señorita, créame, solo entonces, sabremos el porqué hemos tratado esos libros de una forma tan especial. Los libros dan las respuestas a las grandes preguntas que a veces nos formulamos en la vida, y estas respuestas si se saben poner en práctica, nos ayudarán a crecer y nos ofrecerán los medios para poder encontrar lo que buscamos. Abrir con llaves invisibles, las puertas a las que nunca hubiésemos tenido acceso.

-De acuerdo…, de acuerdo -le responde riendo-. Entonces, si está tan seguro de lo que dice, ¡hagamos una prueba! Un juego, un experimento.

-¿Un juego? ¿A qué quiere jugar?

-Hagamos lo siguiente: yo elijo un libro cualquiera, y usted abriéndolo por la mitad al azar, me leerá una estrofa. Si con lo que hay escrito en esa estrofa consigue confirmarme su teoría de los libros y hacerme sentir algo diferente, y hace que nazca dentro de mí las ganas de leer, entonces le compraré muchos libros.

-Me parece una buena idea -le responde el comerciante seguro de sus palabras-. Escoja el libro, señorita, por favor.

-A ver, a ver… La verdad es que siempre me he dejado llevar por la foto de la cubierta y aquí no veo ninguna.

-Señorita -interviene el comerciante-, las apariencias de las cosas son siempre diferente de su sustancia. Si se deja guiar por una simple foto, podrá equivocarse fácilmente.

-Sinceramente -le responde con un velo de tristeza en los ojos-, no sería la primera vez que me pasa. Así que esta vez haré una excepción y me guiaré por el título. ¡Eso es! ¡Este, sí! ¡Este me gusta! El alma pregunta.

-Me parece una buena elección, señorita. Este libro, particularmente, es muy especial para mí por su contenido.

 

El comerciante alarga el brazo y coge el libro que la joven le indica. Lo hojea rápidamente, pasando sus páginas con el dedo, y lo abre por la mitad, deteniéndose en el primer párrafo de la página. Observa en silencio aquellas líneas escritas con paciencia, como si quisiera aprendérselas. Levanta de nuevo la vista, y mirando a la joven le dice:

 

-Antes de leer lo que está escrito en estas tres estrofas, quisiera hacerle una pregunta, si me lo permite.

-Dígame, por favor.

-¿Qué es lo más importante para usted en la vida, para poder llegar a ser feliz?

 

Un poco sorprendida por la pregunta, la joven se toma algunos minutos para pensar y reflexionar la respuesta.

 

-La verdad es que he pasado un tiempo de mi vida creyendo que me hubiera hecho feliz sentirme realmente amada por un hombre. Pero desde hace un tiempo no creo más en lo que antes sentía. Ahora, el amor que siempre buscaba lo he sustitutito por el placer de la diversión, por el éxito en mi trabajo, por la satisfacción que me produce mi apariencia física, por las buenas relaciones con mis amigas, por lo que otros piensan de mí. Quiero dar siempre una buena impresión. Supongo que me he transformado en una mujer moderna y madura. Una mujer que no vive ya de los sueños  y de las ilusiones, pero si de la realidad. Sin duda, he crecido.

-¿Ha crecido? ¿Ha Madurado? ¿Una mujer moderna? Señorita -le responde el comerciante sacudiendo la cabeza y bajando ligeramente la mirada -, yo creo que su forma de madurar no es otra cosa que la incapacidad de mirar adelante, la renuncia a descubrir cosas que se encuentran más allá de las simples apariencias, el conformarse con vivir una felicidad superficial y fútil, el resignarse a compartir su tiempo con alguien que no amará nunca, a vivir una vida lejana de las verdaderas necesidades de su alma.  Ir contra la propia naturaleza es muy peligroso.

Ser amada por un hombre, como dice usted, forma parte de una inmensa felicidad, es cierto, pero para que esta felicidad sea tal, debe cumplir dos condiciones importantes: la primera es la capacidad interior que debe de tener para poder recibir este amor. Y la segunda condición, es saber reconocer si dentro de ese hombre existe la capacidad de amar o solo es la representación de un guión de teatro. Muchos hombres, como muchas mujeres, son actores de baja categoría.

Pero… dígame señorita, usted que vive en un mundo basado en la superficialidad y la apariencia, en la estética y lo efímero, ¿puede satisfacer ambas condiciones? ¿Sabe recibir el amor que le dan? ¿Puede distinguir sin equivocarse la diferencia entre los hombres que se le presentan, o quizá, se deja fácilmente guiar por lo que los otros le dicen? ¿Entiende lo qué hay detrás de los ojos de un hombre? O quizá… ¿Delante de todos sus pretendientes tiene y siempre ha tenido la misma actitud?

 

Atraída por aquella conversación, la joven se acerca aún más al banco del anciano comerciante para que no la escuchen los clientes que rebuscan entre los libros allí expuestos. Y mirándolo con ojos severos le responde:

 

-Le diré honestamente y con toda la sinceridad lo que pienso. El tiempo y las experiencias me han enseñado que el no poder ser amada verdaderamente por un hombre no ha sido solo un error del otro. Del hombre, quiero decir. El problema de muchas mujeres, como el mío, es que el ansia de ser amadas nos lleva a precipitarnos por un algo que tiene su propio ritmo y su propia vida. Y si algo está por nacer, lo matamos por miedo a perderlo, sin darnos cuenta de que aún no era nuestro. Me pregunta si sé ver la diferencia y si sé elegir entre los hombres. Quizá, no… Quizá, sí… Quizá quiera transformar cada hombre que se me presenta en mi hombre ideal, en el hombre perfecto, en mi príncipe azul, olvidándome de que dentro de cada hombre vive una esencia diferente y que los príncipes existen solo en las fábulas que leen a los niños. Quizá, en mi camino de búsqueda, llegada a un cierto punto, he retrocedido en vez de avanzar por haberme fiado de lo que las amigas me aconsejaban. Pero también es cierto que cuando he decidido fiarme y dejarme arrastrar por un hombre, me ha engañado, transformándome en la mujer que he llegado a ser. Engañada y traicionada con palabras bonitas que no existían en la realidad. No tenían peso, significado, eran ausentes de alguna verdad, como era ausente aquel hombre. A este punto, le pregunto, ¿Cómo se encuentra el equilibrio entre saber amar y ser amado permaneciendo uno mismo? ¿Sufriendo el mínimo y disfrutando al máximo?

 

Esbozando una sonrisa maliciosa, el viejo comerciante le responde:

 

-Perdone, señorita, pero antes de responder a su pregunta, debería preguntarse algo de más importante para poder entender y saber si dentro de usted vive la capacidad de ver las diferencias o si se deja arrastrar solo por las apariencias. ¿Sabe estar sola? ¿Sabe prescindir de lo que la rodea permaneciendo en sintonía consigo misma? ¿Sabe afrontar con serenidad lo que la vida le ofrece sin recurrir a la ayuda de nadie? ¿Sabe renunciar a lo que le aconsejan las amigas, muchas veces celosas y envidiosas de su estado sea cuál sea?

-¿Que si veo la diferencia? Sí, creo verla, creo que sí, no lo sé, pero -pensando sobre las palabras del comerciante- dígame una cosa, ¿por qué debería de estar sola? ¿Por qué debería renunciar a realizar los planes que me entusiasman y por el contario quedarme en casa? La búsqueda de uno mismo y la sintonía con la propia persona no tiene nada que ver con la soledad o con la renuncia del placer.

Es verdad que solo ahora me doy cuenta de que mi error ha sido abandonarme a un modo de vida exento de todo lo que tiene un sentido profundo y dejarme embaucar por la superficialidad que me rodeaba, pero, créame, prefiero este vacío al vacío que me ha proporcionado un hombre, viviendo continuamente momentos envueltos en una auténtica mentira. Cuando decidí acceder a aquella renuncia, a la renuncia de la cual usted me habla, y me dejé llevar por los sentimientos arrastrada por bonitas palabras de un hombre que resultó un payaso sin alma y vacío en su ser, perdí una parte importante de mi vida.

-¿Puede ser que esa auténtica mentira de la que me habla usted y esas palabras falsas y privadas de significado que ese hombre le decía, eran solo las palabras que usted quería escuchar y tenía necesidad en aquel momento de satisfacer su ego y su egoísmo, entrando así, sin saberlo, en un túnel de mentiras aún más grande? Las mentiras… que usted se decía a sí misma por miedo al ignoto y a la soledad. Aislarse no significa renunciar, significa tomarse un tiempo de depuración para uno mismo. Entrar en contacto con una parte desconocida del propio ser y no dejarse arrastrar siempre por las circunstancias que se presentan o por lo que le propongan. ¡Señorita! Créame, soy un pobre hombre, más viejo que usted, la vida y las experiencias vividas me han enseñado que para depurarse se debe en un cierto modo alejarse de todos y de todo. Para fortificarse, para pensar, para entender cuáles son realmente nuestras prioridades. Para encontrarse y tener un poco de claridad y lucidez con los propios deseos. El tiempo que pasamos con nosotros mismos aclara las dudas y lo pone todo en su justo lugar. Representa la parte más importante de la que se compone la inteligencia. Darse tiempo para entender. Es muy fácil culpar a los otros de nuestra tristeza interior. A veces esta tristeza vive dentro de nosotros porque no tuvimos el coraje de afrontarla cuando se presentó. Todos en la vida hemos tenido momentos difíciles que superar; afrontarlos significa crecer y madurar, esconderse o escapar significa volver atrás.

Y cuando en la vida se escapa y no se tiene el coraje de afrontar cualquier cosa, esas cosas se nos representan bajo otra apariencia procurándonos tristeza. Usted juzga, critica e ignora lo que estos libros pueden contener sin siquiera haberse tomado el tiempo y la paciencia de ver y leer su contenido. Y como lo hace con estos libros, lo hará con todo lo que se le presenta, porque este comportamiento forma parte de usted.

-Perdóneme -le responde con un tono enérgico la señorita-, la mentira es la mentira y la soledad es la soledad. Una mentira se puede también ocultar, pero continúa siendo una mentira. Yo no quiero alimentar con esas palabras a mi ego o a mi egoísmo, busco solo la verdad. Cuando uno ama, ama y basta. Esto significa que puede ser mejor o peor, pero es un amor verdadero. Cuando hay mentiras, no se ama. Y es entonces cuando uno se da cuenta de que está verdaderamente solo. Es fácil pensar que se debe aislarse para encontrarse y reconstruir el propio camino, pero la verdad es que uno continúa siendo el mismo. Lo difícil no es, como dice usted, afrontar con coraje las propias dudas, los propios miedos o incertezas aislándose, pero es continuar a vivir la propia vida, para levantarse lo más rápidamente posible.

De este modo el dolor desaparecerá antes.

La mentira más grande, fue creer que aquel hombre me amaba y esa mentira, me ha hecho caer en la frivolidad que ahora usted me critica.

-¡Pero señorita! Si usted se ha dado cuenta que ha caído en una cierta frivolidad, ¿por qué continúa por ese camino?

-Porque es más fácil, más simple, y me hace ser más feliz que vivir ciertas mentiras. Las mentiras dichas por un hombre.

-¿Pero no se da cuenta de que se engaña a sí misma?

-¿Sabe usted que es lo peor de esta vida? La incerteza. Cuando el otro miente y no se puede demostrar y el amor que siente por él no te deja tomar la decisión justa. En cambio, mentirse a uno mismo es más fácil. Conoce el porqué lo hace y sabe cuándo quiere parar. Este tipo de mentira, créame, es mucho menos dolorosa.

-Dicho así, parece fácil, ¿pero usted sabe de verdad el porqué lo hace? Cuando uno se miente a sí mismo, esa mentira comienza a ser la dueña del propio ser, y esa persona se transforma en esa mentira. Se hace difícil entender los límites. ¿Cómo puede distinguir esa línea tan sutil y no dejarse arrastrar por las circunstancias? Para ver las diferencias y conocer los propios límites no es suficiente tener la voluntad de hacerlo o de quererlo, se debe también saber cómo hacerlo. Y usted, señorita, ¿sabe cómo hacerlo?

-¿Si yo sé hacerlo? ¿Si consigo ver esa línea tan sutil? ¿Por casualidad hay alguien que honestamente puede admitir esto? No existe una fórmula matemática. Las circunstancias y las experiencias de la vida al final te enseñan y te muestran el camino que se debe recorrer.

-El hombre, señorita, es como una planta que crece de una semilla. Pero, crece de una semilla si la tierra donde se siembra es fértil, es buena, y está dispuesta a recibir la semilla. Porque si no, siembra resulta inútil. Sería como hacerlo en el desierto. Sin excusar a nadie… -le dice con una cierta humildad en la voz-, debería preguntarse por un momento si el error cometido por ese hombre, y no me refiero solo a las palabras dichas, fue realmente porque no la amaba o porque usted misma lo impulsó a cometer esos errores.

-¿Cómo? ¿Lo impulsé a cometer errores?

-En teoría nada es excusable si no se quiere y los hechos son los hechos -continúa con calma el comerciante-pero, hay grandes diferencias entre los hechos. A veces, y lo repito, hablo en general, entender el porqué un error se comete, a veces, entenderlo, señala el inicio o el final de un gran amor. No se olvide señorita, que las rosas más hermosas, más perfumadas, más raras de ver, crecen de los brotes con ramas llenas de espinas, rodeados de arbustos duros y ásperos. Superar una gran dificultad juntos a veces une en la vida. Cada uno de nosotros debería realizarse un exhaustivo examen de consciencia antes de juzgar rápidamente. Por eso, aislarse es importante. El alma entrará en contacto con usted, señorita, y le aconsejará lo más justo para hacer y la decisión que tomar.

 

El comerciante coge el libro, apoyado en el taburete, que la joven había elegido; lo abrió por la primera página señalada con una hoja que puso en el medio y, como prometió al inicio de su diálogo, leyó la primera estrofa escrita:

 

“No existe una sola verdad. La verdad es lo que cada uno de nosotros está dispuesto a creer o le es más cómodo creer en ese momento”.

 

-Y según usted, ¿qué estoy dispuesta a creer para ser feliz?-le pregunta la joven-.

-Como todos, a creer y a escuchar lo que le es más cómodo, lo que no la hace sufrir, lo que le conviene, pero a veces esta no es la verdad. Al menos no es la verdad que su alma quiere.

 

Sin decir una palabra, la joven abre el bolso y coge 20€ que le ofrece al vendedor para pagar el libro.

 

-Tenga, pues, el cambio -le dice con una sonrisa-.

 

Coge el libro y lo mete en el bolso, da unos pocos pasos para alejarse del banco, se para de nuevo, se gira, mira al vendedor a los ojos, abre el bolso, coge el libro, lentamente se lo lleva hacia el corazón y le dice con los ojos brillantes:

 

-Gracias.

 

El comerciante se despide con una sonrisa.

 

El alma pregunta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 6 de agosto de 2014

Aun recuerdo...


 

Cuando iba al instituto, me comportaba de una forma insólita para un niño de mi edad.

Cuando terminaban las clases, en vez de volver a casa, prefería caminar por las callejuelas del centro del pueblo, deteniéndome de vez en cuando, aquí y allá, para hurgar en las viejas tiendas de anticuarios que vendían libros de grandes escritores de siglos pasados.

Finalmente, siempre compraba alguno.

Los menos conocidos y aburridos de leer, los gastados o cubiertos por el polvo, eran mis preferidos.

Volvía a casa por la tarde con la mochila llena de libros viejos comprados por poco dinero, convencido de haber hecho un gran negocio y de haber encontrado verdaderos tesoros.

Después de cenar con mis padres junto al fuego de una chimenea, me retiraba a mi habitación y a la luz de una vela, leía lo que más me emocionaba de aquellos libros comprados con tanta avidez.

Desde la ventana de mi pequeña habitación, que se asomaba a un jardín lleno de árboles y perfumado por rosas de distintos colores, se podía ver a poca distancia el lago iluminado por la luna y, a veces, en invierno cubierto de nieve, las callejuelas excavadas iluminadas por las pocas luces aún encendidas y los techos de las casas del pueblo con las tejas oscuras y sucias por el paso del tiempo.

Me quedaba así, con un manta sobre los hombros, sentado durante horas y horas leyendo, analizando, intentando de interpretar el significado de aquella sucesión de letras escritas y de aquellas silenciosas palabras, colocadas una tras otra con inteligente precisión.

Hasta adentrada la noche, encerrado entre las cuatro paredes de mi habitación, a la luz de una vela que lentamente se iba consumiendo, escribía mis impresiones y las frases que más me gustaban en un diario negro con tapa dura que había titulado Las reflexiones del alma. Un alma que todavía hoy, cuando me quedo a solas conmigo mismo rodeado por el silencio, me interroga.

Asimilaba los grandes conceptos de la vida, la muerte, del dolor, la tristeza, la pasión, la alegría, el amor, vividos por hombres de otros tiempos que habían dejado la huella de su existencia, reputada después por las generaciones siguientes como geniales y simbólicas.

Aquellos libros, que parecían de lectura fácil a todo el que tuviera poco dinero para gastar, encerraban entre líneas secretos de inestimable valor para cada hombre que quisiese superarse o intentar entender aquel mundo desconocido que reside dentro de nosotros.

Un mundo imposible de descifrar.

Quien no leía ciertos libros, no tenía tampoco ciertos pensamientos y permanecía encerrado en su caparazón con sus ilusorias verdades, sus sueños irrealizables, sus fantasías de vida que formaban parte de un mundo simple, cómodo, agradable…, irreal.

Solo con el tiempo llegué a comprender que los hombres son átomos sin voluntad alguna, ignaros del propio contenido, movidos por una inercia colectiva y por una sociedad que los aclamaba porque los quiere ausentes de cualquier tipo de rebelión interior.

Algunos, solo algunos, poseen un poco de materia cerebral que los engaña haciéndoles creer que pueden elegir y ser libres, cuando en realidad se mienten, con el fin de seguir perdurando, para poder llevar a cabo una misión que no han escogido, pero que se han visto constreñidos a vivir.

De hecho, durante mi camino, no he conocido nunca a ningún hombre que afirmase abiertamente y con una digna humildad,  de no conocer el significado de algún concepto, de alguna experiencia, de alguna actitud, de algún pensamiento, de alguna cosa, para el totalmente desconocida.

Todos los que he encontrado con la arrogancia  y la presunción humana, conocían, sabían y hablaban muchas veces sin decir nada.

Pero en la realidad de un muchacho que se asomaba al mundo, sus interpretaciones no me satisfacían. Eran demasiado simples, banales, lógicas, carentes de espesor, de profundidad, de aquellos conceptos que con inquietud iba buscando, de todas aquellas verdades que nadie me conseguía explicar, ya que eran, quizá, demasiado difíciles de explicar o de entender.

Buscaba entonces la opinión de hombres que habían vivido sus vidas basada en -ser- y no en-tener-. Capaces de alzar a cualquier hombre a un grado más alto de lo que hubiera podido alcanzar por sí mismos, ya que sus contenidos interiores retenían mucha más riqueza que los exteriores, sujetos a los cambios del tiempo y de la suerte.

Un contenido por el que yo estaba interesado.

Por naturaleza siempre me han atraído los océanos que viven dentro de ciertos seres humanos; nunca, los pequeños arroyos.

Siempre he pensado y sigo sosteniendo que el pensamiento de la mente humana si no se alimenta, es circular en su pensar, se detiene, se estanca y se seca lentamente porque no puede regenerarse.

Si los conceptos de la vida de un hombre vienen confrontados o se comparan solo con el habitual grupo de amigos, las ideas, los pensamientos, las visiones, los sueños dan vueltas alrededor de sí mismos, carentes del estímulo, dudas, preguntas, que solo entre las líneas escritas de ciertos hombres que han cambiado el modo de ser y de vivir de las generaciones futuras se puede encontrar.

La lectura de aquellos libros era para mí como una conversación con los hombres más eminentes de siglos pasados que me transmitían lo mejor que existía en sus íntimos. A veces me sucedía que, a un cierto punto de la noche, mi cerebro, como de casualidad, se iluminaba y en mi mente comenzaban a transitar pensamientos de una belleza indescriptible.

Entraba entonces en los laberintos de aquellos conceptos que los libros me habían enseñado.

Un pensamiento tiraba del otro, un razonamiento se sumaba a otro razonamiento, una imagen atraía a otra completamente diferente y toda aquella confusión me provocaba un rumor ensordecedor.

Apagaba entonces lo que quedaba de la vela y me tumbaba en la cama para no alejarme de los pensamientos que me atravesaban la mente y que tenían el poder de transformarme.

En la completa oscuridad, acompañado de la silenciosa y opaca luz de la luna que entraba por la ventana, escribía rápidamente en mi diario aquellos pensamientos hasta llegar a quedarme dormido completamente agotado.

Estamos muy… demasiados acostumbrados a dar, a palabras como silencio y soledad, un significado de –melancolía-, sin considerar, que aquel silencio y aquella soledad marcan la verdadera condición de cada hombre en relación con el propio pensamiento capaz de olvidar durante horas todos los problemas que lo rodean.

Siempre he pensado que la riqueza interior tacita vale poco, poco más que nada, y todo lo que no se llega a decir, a escribir o a vivir, sino solo a pensar, se pierde entre el polvo.

Hoy, en la distancia del tiempo, hurgando entre las viejas cajas de cartón almacenadas en el desván, he vuelto a encontrar por casualidad mi diario.

Y en una noche de invierno, solitaria y silenciosa tan profunda que hace tener miedo por su rumor, me he sentado delante de una taza de café caliente y humeante, leyendo y releyendo las páginas de lo que había escrito hace mucho tiempo.

He tenido la impresión de volver atrás en el tiempo, a aquella vieja casa de aquel pueblecito de montaña donde vivía con mi familia.

Entre las líneas de este viejo diario negro ya desmembrado y medio roto, los pensamientos vuelven a resurgir en mi mente uno tras otro, sucediéndose y contrastándose con muchos de los fragmentos que escribí y recogí con cuidado y amor cuando era un muchacho.

Los sueños de un niño que se ha convertido en un hombre.

Solo ahora entiendo el significado de aquellas palabras que me ensañaban a acrecentar el valor de la vida para poder responder a lo que mi alma a veces me preguntaba. Un valor que no conocía y que no podía apreciar en su grandeza, y que solo, y gracias a aquellos libros, lo aprendí.

Y el alma pregunta.