No es fácil entender la historia de la vida de uno mismo, desde donde se tiene que empezar a contar esta historia.
No se sabe dónde comenzó, tal vez de una decisión, una elección, un pensamiento, una renuncia, un momento de alegría, de tristeza, de dolor, o tal vez de un propio límite.
Es difícil comprender dónde has terminado de existir y has comenzado a vivir, en que momento la historia de tu vida se ha transformado.
Un día, por casualidad conocí a una mujer a la que hubiera podido amar, tal vez para toda la vida, trate de entrar en su bola de cristal, pero ella me lo impidió, entonces me quede allí triste y decepcionado observándola a través de aquel cristal trasparente que nos separaba.
He visto vivir a esta mujer momentos fantásticos, llenos de gloria, de entusiasmo, de éxito, racionalmente todo era maravilloso, podía hacer cualquier cosa y hubiera obtenido un éxito estrepitoso.
Todo a su alrededor giraba perfectamente, la vida le daba todo aquello que una mujer joven y bella pudiera desear.
La gente a su alrededor la admiraba, la adulaba, y la estimulaba para seguir adelante y continuar por el camino que había emprendido hace algún tiempo.
Manager de una gran empresa Francesa con sedes en medio mundo.
Trabajaba mucho, viajaba siempre, ganaba tanto, el futuro se le presentaba de un fantástico color rosa, muchos la envidaban y tantos otros la admiraban.
Pero después del día viene la noche, y cuando todo y todos la abandonaban, se quedaba a solas consigo misma, con sus verdades, con su vida ante el espejo.
No obstante el día fuera excitante, la noche, con su silencio y su oscuridad, era terrible.
No era una mujer feliz, no se sentía libre de vivir su vida, una tristeza inexplicable e inesperada la alcanzaba cuando cerraba la puerta de su habitación para dormir.
En el instante antes de dormirse, justo el momento en que estiraba el brazo para apagar le luz, le daban ganas de llorar y la asaltaba una sensación de desamparo.Cuando aquel momento se prolongaba y se quedaba despierta tumbada en la cama mirando el techo buscando una explicación lógica y racional, la mente la abandonaba y no le daba las respuestas que necesitaba.
Estaba acostumbrada a pensar, analizar, a preguntar, pero no era capaz de sentir el latido de su corazón, los gritos desesperados de su alma, el ruido del tiempo que pasaba silencioso llevándose su juventud.
Anhelaba la paz, la tranquilidad, la serenidad del alma, pero la noche con su silencio, se lo impedía, la vida se alejaba de ella, porque ella estaba lejos de la vida.
A veces, en la oscuridad de la noche, se sentía angustiada, preocupada, se despertaba de golpe, y ya no conseguía volver a dormirse.
Buscaba el remedio en pastillas para la ansiedad, tranquilizantes para dormir, potentes somníferos, pero aún así, un miedo desconocido la invadía.
Tal vez era el miedo del tiempo que pasaba desapercibido, sin palabras, con señales indescifrables.
Algunas noches, lograba hábilmente encontrar una buena razón para justificar racionalmente su estado, pero esta escapatoria no hacía más que empeorar su situación.
Daba vueltas en la cama cambiando mil veces de postura, para acabar encendiendo la luz, para beber, comer, ir al baño, cosas sin sentido, sólo para abandonar aquel tormento.
A veces ciertos pensamientos insidiosos la asaltan también en algunos momentos del día mientras trabajaba, obligándola a detenerse y a dedicarse el tiempo necesario para luego poder reanudar su trabajo.
Hasta que una noche tuvo un sueño extraño.
Se despertó agitada, toda sudada, asustada, pude ser que aquella noche logró entender aquello que una mujer necesita para vivir, para poder ser feliz y estar en sintonía con su vida.
El secreto oculto que llegó a ella despertando sus sentidos, se llamaba… amor,
Tenía que encontrar la valentía de amar, de vivir, de emborracharse de amor, superar el miedo, dejarse llevar por lo que sentía, y tener el coraje de cambiar y de nuevo apostar.
En el dar y escuchar, se descubre un mundo desconocido para nosotros, donde las ansias, los miedos, las inquietudes, se sustituyen por la ninfa de la vida.
Encontramos de nuevo una parte de nosotros que pensábamos haber perdido.
Ya no se vive para existir, sino que uno existe para vivir.
La mayor parte de las personas viven una vida carente de amor, ausente de felicidad.
Todos se preparan para morir pero nadie sabe cómo vivir.
Pero vivir sin amar y ser amado, es como una sombra que nunca se materializa.
Si quería ser libre y feliz, debía tener la valentía de asumir riesgos por lo que sentía, de lo contrario, todo lo que tenía y lo que podía llegar a ser, perdía su importancia.
Tenia que empezar a escuchar las necesidades de su alma, aquel aliento que a veces le rompía sus pensamientos y la trasportaba en un mundo lejano de la realidad, era la única
señal del camino que tenía que seguir.
De nuevo reencontrar su vida, cambiar sus prioridades, comprender dónde se había equivocado y cómo podía rectificar sus errores.
Si había perdido una vida, significaba que un día la abandonó y la dejó en algún lugar.
Necesitaba escuchar sus deseos y acercarse más a sí misma, pero con amor.
Se dio cuenta de que si estaba dispuesta a dar amor y a amar, lo hubiera recibido como consecuencia, porque aquel acto hubiera abierto todas las puertas.
Se sentía ridícula en frente de sí misma, por haberse trasformado en un juez imparcial, pero, al mismo tiempo, se sentía eufórica y llena de estímulos por haber encontrado la solución a su problema.
Escuchar su voz interior, carente de lógica, de razón, de racionalidad, la voz de la niña que todavía vivía en su interior la llevaba atrás en el tiempo, aquel tiempo que empezaba a tener un valor diferente.
Dejar de perseguir el placer y el disfrute de las cosas superficiales, materiales, innecesarias y buscar en cambio, el amor que vivía dentro de un hombre.
Su vida carecía de amor, no tenía amor para sí misma, sino sólo para aquello que la rodeaba, lejos de ella.
Con su infantil manera de hacer y de ser, con su carácter arrogante, duro, intolerante en el recibir los mensajes de la vida, lo había siempre echado todo a perder.
Con su presuntuoso orgullo había perdido hombres, dispuestos a amarla, incluso para toda la vida.
El tomar todo demasiado en serio, le había hecho perder la alegría de vivir, de dar, de amar, de reír, la alegría que necesitaba para sentirse viva.
Un comportamiento que no le sirvió para nada.
Hasta entonces había vivido en el miedo, y el miedo siempre ha sido la condición y la defensa de los sumisos, de los conejos.
Miedo al mañana, miedo a no estar a la altura, miedo a cometer errores, a sufrir, a perder el tiempo, miedo a vivir.
Y aquel miedo la hacia vivir en una constante incertidumbre e inseguridad que le impedía actuar y bloqueaba sus sentimientos, un miedo que surgía de su ignorancia.
No hablaba con nadie y se cerraba en sí misma como un erizo, cuando un hombre atraído por ella intentaba descubrir su mundo interior, profundo como un océano, pero reducido a un simple arroyo.
Tal vez uno de los mayores errores que ha cometido, ha sido siempre aquel de prepararse para lo peor, a lo desconocido, construyendo barreras de desconfianza por todo lo que la rodeaba, ya no conseguía dejarse llevar y a abrirse a su sentir, al amor que un hombre quería darle y compartir con ella.
Se defendía de aquello que no conocía, como si ya lo conociera desde hacía tiempo.
Miedo a perder el control de sí misma frente a una situación, de exponerse, de sentirse desplazada y vulnerable, y por lo tanto, a sufrir y a afrontar el dolor del alma.
Había sufrido en el pasado, y no quería caer en el mismo error, pero el salvavidas que se había fabricado, la alejaba de la capacidad de amar y de vivir un hombre, un hombre como yo.
Para ella la felicidad representaba la ausencia de dolor,
estaba tan confundida que no conseguía distinguir las diferencias.
Mientras se concentraba en no cometer errores, el amor le pasaba silenciosamente por su lado, sin darse cuenta.
La vida le regalaba momentos de una belleza irrepetible, ricos de aquella profundidad que buscaba pero el miedo le impedía gestionarlos.
Y cuando nacía algún sentimiento en su interior hacia un hombre, se inventaba una excusa para no continuar la relación y escapaba como un conejo en la noche.
Vivía con la certeza de que si hubiera exteriorizado su felicidad o el amor que sentía por este hombre, inmediatamente hubiera sido castigada.
Buscaba la seguridad en el presente para un futuro que había dibujado sin tener las herramientas, y se alejaba de la felicidad del momento, como quien se aleja de un encuentro casual a veces lleno de magia.
Aquel comportamiento no le ha impedido cometer errores, perder, sufrir y las certezas que ella buscaba han sido por la vida misma quebrantadas.
Nunca estamos suficientemente preparados para aquello que la vida nos depara.
Pero aquella noche, se durmió con un tormento interior, envuelto por aquella revolución que había estallado dentro de si... la duda.
Comenzó a dudar si el camino recorrido hasta aquel entonces había sido el adecuado.
Empezó a dudar de sus certezas, de sus afirmaciones, de su juicio precipitado delante de aquello que la vida le presentaba de una forma magica.
Empezó a dudar de todo aquello que hasta hace poco afirmaba, una elección, una prioridad, una actitud, una opinión, una manera de vivir.
Poner en duda lo dicho, lo hecho y los pensamientos de el día anterior, es una de las mayores expresiones de la inteligencia, sólo así se puede crecer y descubrir lo que estamos destinados a ser, que tal vez siempre ha vivido dentro de nosotros.
Deseaba que la noche, que aquella noche hubiera sido diferente de las demás y que produciría en ella el cambio necesario para volver a vivir.
Sentía estar en contacto con una nueva conciencia de sí misma, donde sus pensamientos y sus emociones se encontraban.
Sabía que tenía que abrirse al amor y emborracharse de aquella alegría que te envuelve cuando se ama, con la valentía del guerrero que va al campo de batalla sin miedo a morir, para vivir el destino para el cual ha nacido.
Con el tiempo se dio cuenta que aquello que parecía seguro, lógico y conveniente, podía ser hecho pedazos por las circunstancias de la vida que cambian y se trasforman.
Una mujer ha nacido para amar y ser amada, programada por la vida para dar otra vida, para crear el amor.
Es su destino, su esencia, y no podrá ganar ninguna batalla final si no se escucha a sí misma.
Sólo cuando aquella duda llegó a ella, comenzó el camino que la habría llevado a ser la mujer que es hoy.
Una mujer feliz.