domingo, 15 de julio de 2012

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lunes, 9 de julio de 2012

Una mujer



No es fácil entender la historia de la vida de uno mismo,  desde donde se tiene que empezar a contar esta historia.
No se sabe dónde comenzó, tal vez de una decisión, una elección, un pensamiento, una renuncia, un momento de alegría, de  tristeza,  de dolor, o tal vez de un propio límite.
Es difícil comprender   dónde has terminado de existir  y  has comenzado  a vivir, en que  momento la historia de tu vida se ha transformado.
Un día, por casualidad conocí a una mujer a la que hubiera podido  amar, tal vez para toda la vida, trate  de entrar en su bola de cristal, pero ella me lo impidió, entonces me quede allí  triste y decepcionado observándola a través  de aquel  cristal trasparente que nos separaba.
He visto vivir  a esta mujer  momentos fantásticos, llenos de gloria, de entusiasmo, de éxito, racionalmente  todo era  maravilloso, podía hacer cualquier  cosa y hubiera obtenido un éxito estrepitoso.
Todo a su alrededor giraba perfectamente, la vida le daba todo aquello que una mujer joven y bella  pudiera  desear.
La gente  a su alrededor la  admiraba, la adulaba, y la  estimulaba para seguir adelante y continuar  por el camino que había emprendido hace algún tiempo.
Manager de una gran empresa Francesa  con sedes en medio  mundo.
Trabajaba  mucho, viajaba siempre, ganaba tanto, el futuro se le presentaba de un fantástico color rosa, muchos la envidaban y tantos otros la admiraban.
Pero después del día viene la noche, y cuando todo y todos la abandonaban, se quedaba a solas consigo misma, con sus verdades, con su vida ante el espejo.
No obstante el día fuera  excitante,  la noche, con su silencio y su oscuridad, era terrible.
No era una mujer feliz,  no se sentía libre de vivir su vida, una tristeza  inexplicable e inesperada la alcanzaba  cuando cerraba la puerta de su habitación para dormir.
En el instante antes de dormirse, justo  el momento en que  estiraba  el brazo  para apagar  le   luz,  le daban ganas de  llorar y la asaltaba una sensación de desamparo.
Cuando aquel momento se prolongaba y se quedaba despierta tumbada en  la cama mirando el techo buscando una explicación lógica y  racional, la mente  la abandonaba  y no le daba las respuestas que necesitaba.
Estaba acostumbrada a pensar, analizar,  a preguntar, pero no era capaz de sentir el latido de su corazón, los gritos  desesperados de su alma, el ruido  del tiempo que pasaba  silencioso llevándose su juventud.
Anhelaba la paz, la tranquilidad, la serenidad del alma, pero la noche con su silencio, se lo  impedía, la vida se alejaba de ella, porque ella estaba lejos de la vida.
A veces, en la oscuridad  de la noche, se sentía angustiada, preocupada, se despertaba  de golpe, y ya  no conseguía   volver a dormirse.
Buscaba el remedio en pastillas para la ansiedad, tranquilizantes para dormir, potentes somníferos, pero aún así, un miedo desconocido la  invadía.
Tal vez era  el miedo del tiempo que pasaba desapercibido, sin palabras, con señales  indescifrables.
Algunas noches, lograba hábilmente encontrar una buena razón para justificar racionalmente su estado, pero esta escapatoria no hacía más que empeorar  su situación.
Daba vueltas en la cama cambiando mil veces de postura, para acabar encendiendo la luz,  para beber, comer, ir al baño, cosas  sin sentido, sólo para abandonar aquel  tormento.
A veces ciertos pensamientos
insidiosos la asaltan también en algunos momentos del día mientras trabajaba, obligándola  a detenerse y a dedicarse el tiempo necesario para luego poder reanudar su trabajo.
Hasta que una noche tuvo un sueño extraño.
Se despertó agitada, toda sudada, asustada, pude ser que  aquella  noche  logró entender aquello que una  mujer necesita para vivir, para poder ser feliz y estar en sintonía con su vida.
El secreto oculto que llegó a ella despertando sus sentidos, se llamaba… amor,
Tenía que encontrar la valentía  de amar, de  vivir, de emborracharse de amor, superar  el miedo, dejarse llevar por lo que sentía,  y tener el coraje de cambiar y de nuevo apostar.
En el  dar y escuchar, se descubre un mundo desconocido para nosotros, donde las ansias, los miedos, las inquietudes, se sustituyen   por la ninfa de la vida.
Encontramos de nuevo  una parte de nosotros que pensábamos  haber  perdido.
Ya no se vive para existir, sino que uno existe para vivir.
La mayor parte  de las personas viven una vida carente de amor, ausente de felicidad.
Todos se preparan para morir pero nadie sabe cómo vivir.
Pero vivir sin amar y ser amado, es como una sombra que nunca se materializa.
Si quería ser libre y feliz, debía tener la valentía de asumir riesgos por lo que sentía, de lo contrario, todo lo que tenía y lo que  podía llegar a ser,  perdía su importancia.
Tenia que empezar a escuchar las necesidades de su alma, aquel aliento que a veces le rompía sus pensamientos y la  trasportaba en  un mundo lejano de la realidad, era la única
señal del camino  que tenía que  seguir.
De nuevo  reencontrar  su vida, cambiar sus prioridades, comprender  dónde se había equivocado y  cómo podía rectificar sus errores.
Si había  perdido una vida, significaba que un día la abandonó y la dejó en algún lugar.
Necesitaba escuchar sus deseos y acercarse más a sí misma, pero  con  amor.
Se dio cuenta de que si estaba dispuesta a dar amor y a amar, lo hubiera recibido  como consecuencia, porque aquel  acto hubiera abierto todas las puertas.
Se sentía ridícula en frente de sí misma, por haberse trasformado en un juez imparcial, pero,  al mismo tiempo, se sentía eufórica y llena de estímulos por haber  encontrado la solución a su problema.
Escuchar su voz interior, carente de lógica, de razón, de racionalidad, la voz de la niña que todavía vivía en su interior la llevaba atrás en el tiempo, aquel  tiempo  que empezaba a tener un valor diferente.
Dejar de perseguir el placer y el disfrute de las cosas superficiales, materiales, innecesarias y buscar en cambio,   el amor que vivía dentro  de un hombre.
Su vida carecía de amor, no tenía amor para sí misma, sino   sólo para aquello que la rodeaba, lejos  de ella.
Con su infantil  manera  de hacer y  de ser, con su carácter arrogante, duro, intolerante en el recibir los mensajes de la vida, lo había siempre echado todo a perder.
Con su presuntuoso orgullo había perdido hombres, dispuestos a amarla, incluso para toda la vida.
El  tomar todo demasiado en serio, le había hecho perder  la alegría de vivir, de dar, de amar, de  reír, la alegría  que necesitaba para sentirse viva.
Un comportamiento  que no le sirvió para nada.
Hasta entonces había vivido  en el  miedo, y el miedo  siempre ha sido  la condición y la defensa de los sumisos, de  los conejos.
Miedo al mañana, miedo a no estar a la altura, miedo a cometer errores, a sufrir, a perder el tiempo, miedo a vivir.
Y aquel  miedo la hacia vivir  en una constante incertidumbre  e  inseguridad que  le impedía actuar y bloqueaba  sus sentimientos, un miedo que surgía de su ignorancia.
No hablaba con nadie y  se cerraba en sí misma  como un erizo, cuando un hombre atraído por  ella intentaba  descubrir su mundo interior, profundo como un océano, pero reducido a un simple
arroyo.
Tal vez uno de los mayores errores que ha cometido, ha sido siempre aquel de prepararse para lo peor,  a lo  desconocido, construyendo  barreras de desconfianza por todo lo que la rodeaba, ya no conseguía dejarse llevar y a abrirse a su sentir, al amor que un hombre quería darle  y compartir con ella.
Se defendía de aquello que  no conocía, como si ya lo conociera desde hacía tiempo.
Miedo a perder el control de sí misma frente a una situación, de exponerse, de sentirse desplazada y vulnerable, y por lo tanto, a sufrir y a afrontar  el dolor del alma.
Había sufrido en el pasado, y no quería caer en el mismo error, pero el  salvavidas que se  había fabricado, la alejaba  de la capacidad de amar y  de vivir un hombre, un hombre como yo.
Para  ella  la felicidad representaba  la ausencia de dolor,
estaba tan confundida que no conseguía  distinguir las diferencias.
Mientras se concentraba en no cometer errores,  el amor le pasaba silenciosamente por  su lado, sin darse cuenta.
La vida le regalaba momentos de una belleza irrepetible, ricos  de aquella profundidad que  buscaba  pero el miedo le impedía gestionarlos.
Y  cuando nacía algún sentimiento en su interior  hacia  un hombre,   se inventaba una excusa para no continuar  la relación y  escapaba  como un conejo en la noche.
Vivía con la certeza de que si hubiera  exteriorizado  su felicidad o el amor que  sentía por este hombre, inmediatamente  hubiera sido  castigada.
Buscaba  la seguridad en  el presente para un futuro que había dibujado sin tener las herramientas, y se alejaba de la felicidad del momento, como quien se aleja de un  encuentro casual a veces  lleno de magia.
Aquel comportamiento  no le  ha impedido  cometer errores, perder, sufrir y las certezas que ella  buscaba han sido  por la vida misma
quebrantadas.
Nunca estamos suficientemente  preparados para aquello  que la vida nos depara.
Pero aquella  noche, se durmió con un tormento interior, envuelto por aquella revolución que había estallado  dentro de si... la duda.
Comenzó a dudar si el camino recorrido hasta aquel entonces había sido el adecuado.
Empezó a dudar de sus certezas, de sus afirmaciones, de su juicio precipitado delante de aquello que la vida le presentaba de una forma magica.
Empezó a dudar de todo aquello que hasta hace poco afirmaba, una elección, una prioridad, una actitud, una opinión, una  manera de vivir.
Poner en duda lo dicho, lo hecho y los  pensamientos de el  día anterior, es una de las mayores expresiones de la  inteligencia, sólo así se  puede  crecer y descubrir lo que  estamos destinados a ser, que tal vez  siempre  ha vivido dentro de nosotros.
Deseaba  que la noche, que  aquella  noche hubiera sido  diferente de las demás  y  que produciría en ella el cambio necesario para volver a vivir.
Sentía  estar  en contacto con una nueva
conciencia de sí misma,  donde  sus pensamientos y sus emociones se encontraban.
Sabía que tenía que  abrirse al amor y emborracharse  de aquella alegría  que te envuelve  cuando se ama, con la valentía del guerrero que va al campo de batalla sin miedo a morir, para vivir el destino para el cual ha nacido.
Con el tiempo se dio cuenta que aquello que parecía seguro, lógico y  conveniente, podía ser hecho pedazos por las circunstancias de la vida que cambian  y se trasforman.
Una mujer ha nacido para amar y ser amada, programada  por  la vida para dar  otra vida, para crear el amor.
Es su destino, su esencia, y no  podrá  ganar ninguna batalla  final si no se  escucha a sí misma.
Sólo cuando aquella duda llegó a ella, comenzó el camino que la habría llevado a ser la mujer que es hoy.
Una mujer feliz.

lunes, 2 de julio de 2012

Strudel (relato)



Me lo habían recomendado muchos, aquel pequeño café, era conocido como el mejor strudel de Viena.
Una atmósfera bohemia, formada por pequeñas mesas de madera una al lado de la otra, viejas fotografías colgadas en las paredes, y un olor del pasado que me trasmitía una sensación de tranquilidad.
En la mesa de al lado, una chica de pelo rubio recogido por una pinza para que no se le cayera el flequillo, inmersa en la lectura de un libro, con las gafas puestas, parecía estar en una isla desierta, alejada de la multitud de personas ruidosas y apresuradas que iban entrando en el bar.
Su rostro era dulce y puro como un ángel caído del cielo.
Me quedé allí, embelesado a observarla, sin que ella se diera cuenta de mi presencia, para no robarle su espacio, su silencio, su libertad de ser.
Traté de imaginar su nombre, su vida, lo que hacía, dónde vivía, si estaba allí por casualidad o si era una cliente habitual.
No quería molestarla, pero el miedo de que en cualquier momento pudiera levantarse e irse, me empujó  tímidamente a actuar.
La invité a probar un trozo de mi strudel relleno de almendras y frutos secos.
Asombrada por mi atrevimiento, cerró el libro, me sonrió dulcemente, y aceptó mi invitación.
Empezamos a hablar con una complicidad que se había establecido entre nosotros, inusual para dos personas desconocidas.
Me sentía transportar por sus palabras, observaba sus labios con deseo y hubiese querido sentir su sabor.
Le expliqué un poco de mi vida y de mis experiencias, del momento que estaba viviendo, en el intento de cambiar el flujo.
Ella también tenía un pasado difícil de superar y de olvidar, un pasado que la condicionaba en el presente, ella también había tomado decisiones equivocadas que le habían  marcado la vida, se entendía fácilmente cuando hablaba  porque la expresión de su rostro cambiaba y la invadía una dulce tristeza.
Los fantasmas no superados que vivían dentro de su corazón, la llevaban a protegerse y a no creer más en el  amor.
Parecía una chica sin prejuicios, sin una de aquellas vidas aburridas y ya programadas hasta en los más pequeños detalles, sin obsesiones que alcanzar en un breve periodo de tiempo.
Vestía de un modo simple y anónimo, tal vez un poco pasado de moda, quizás demasiado clásico, pero a mí me  encantaba.
Al lado de aquella mujer conocida por casualidad, habría encontrado de nuevo el valor para compartir mi vida, y  hacer resurgir dentro de mí aquel hombre que ya había desaparecido hace demasiado tiempo.
Me estaba lentamente despertando de un sueño que me había llevado a la infelicidad del alma.
Demasiado serio, demasiado preocupado por el futuro, en busca de certezas perdía el placer de vivir las pequeñas cosas que la vida me presentaba de una forma mágica.
Tal vez era yo el verdadero culpable de todo, quizá no había hecho lo suficiente para que el destino pudiera  ayudarme, o simplemente por miedo, me había cerrado para defenderme.
Decidí tratar de ser alguien nuevo, una persona valiente, para cambiar las reglas de un juego que no me había dado nada.
Tal vez esta mujer era la oportunidad que el destino me había reservado, al menos yo así lo esperaba.
Siempre he pensado que cuando un hombre conoce a una mujer, aquel encuentro, que no es ni trivial, ni casual, da vida a pensamientos, a sentimientos, y a emociones  nuevas, que pertenecen sólo a las almas de esas dos personas.
Ponerse en juego es entender que la infelicidad a veces está en el error de tomarse demasiado en serio, y no dar espacio al otro de penetrar en nuestra esfera.
Ciertos pensamientos, y ciertos intercambios de miradas, que tienen lugar en el primer encuentro, crean un mundo donde el grito del alma que reclama la vida, tiene que ser escuchado y vivido hasta el final para no perderse.
Si no se vive aquella pasión de amor, por miedo a sufrir, se crea inconscientemente una barrera que difícilmente el tiempo logra destruir, de hecho, cuando un amor se acaba, una de las cosas más difíciles de soportar no es la pérdida de ese amor, no es ni siquiera el recuerdo de los pensamientos, acciones, o los momentos vividos. 
El mayor dolor que atormenta el alma, está en soportar lo que no hemos dicho, lo que no hemos vivido, la sensación de no haber hecho todo lo posible que tuvimos a nuestro alcance, para vivir intensamente lo que la vida nos había regalado.
Nos quedamos muchas veces con el amargo sabor, de no haber sido capaces de exteriorizar todo aquello que vivía en nuestro interior, palabras, pensamientos y acciones reservadas para ella.
Si hubiésemos tenido la valentía de vivir y de dejarnos  llevar, hubiéramos con certeza salvado ese gran amor nacido por azar.
Tenía que superar el miedo de arriesgar, tratando de entender y observar mi mecanismo y mi comportamiento,  para prever los efectos, y mejorarlos en la salida.
Cuando me hablaba, su vida me penetraba en cada célula de mi cuerpo, habían pasado años desde que una mujer no me gustaba tanto.
Sentía placer al estar con ella, al observarla cuando reía, al sentir su perfume cuando casualmente se acercaba, su presencia llenaba todos los instantes de mi vida.
Cuando hablaba a veces no seguía sus palabras, y me quedaba fascinado por toda aquella dulzura y feminidad.
Deseaba que fuera ella la gran oportunidad que siempre había buscado y esperado, para abrir las compuertas de mi río de amor.
Siempre he pensado que la parte más bella y profunda de cualquiera de nosotros, debe de alguna manera, estar reservada solo a una persona.
Vivía un período en mi vida, donde todo a mi alrededor estaba rodeado de energía positiva, estaba bien conmigo mismo, en sintonía con mi libertad y mi soledad, en sintonía con mi interior, listo para dar y para poder vivir algo grande.
Buscaba una mujer para vivir algo que en la vida superase  cualquiera de mis acciones, pensamientos, o experiencias vividas, una mujer para crear con ella una nueva vida.
Cuanto mejor está una persona consigo misma, un valor más importante adquiere la otra persona conocida, que entra a formar parte de aquella vida.
Si aprendemos a amarnos, el amor que damos es mil veces más fuerte, verdadero, sincero.
Me he dado cuenta de que en la vida, cada uno tiene que mover sus propios hilos, asumiendo sus acciones y aceptando las consecuencias de sus errores.
Seguir adelante con una actitud alegre, positiva, abierta y humilde para aprender a cambiar, el resto viene sólo.
Con el tiempo he aprendido a sustituir la razón por el corazón, porque pensar con el corazón te obliga a actuar con amor, y te acerca a la otra persona del modo correcto.
El camarero nos hace un gesto indicando que el café está a punto de cerrar para que el personal pueda descansar un par de horas antes de enfrentarse al turno de noche.
Dimos un largo paseo por las estrechas calles de Viena, siguiendo por el bosque a lo largo del río, hasta perdernos  y llegar a mi hotel.
Por la mañana me desperté antes que ella, tenía el avión para Barcelona a las dos de la tarde.
Me quedé allí sentado en la cama, mirando como dormía, parecía un ángel caído del cielo de lo hermosa que era, no hubiera querido dejarla por nada en el mundo…
Observaba su cara para robarle incluso la más pequeña expresión, y llevarla conmigo, dentro de mí, en cada instante de vida que nos separaba hasta el próximo encuentro.
Tenía curiosidad por saber si todo lo que habíamos vivido juntos, era de verdad, quería saber si era todo cierto o solo la euforia del momento.
Sentía que la vida se abría ante nosotros, dispuesta a darnos todo el amor que necesitábamos, nos pedía solo una cosa, para vivir aquella insólita magia…
El valor de ambos.

La montaña (relato)



Dedico este relato a mi amigo Aldo… en recuerdo de una parte de su vida


Solo
como he sufrido yo por ti, se llega a entender dónde está la raíz de todo, sólo así se puede comprender la importancia de amar.
Nuestra historia había pasado la peor parte de la montaña de la vida, nos esperaba la parte más bella del amor.
Teníamos que haber seguido insistiendo, y tal vez hoy nos reiríamos pensando en aquellos momentos que nos ponían uno contra el otro destruyéndonos el cuerpo y el alma.
Tal vez hoy, podríamos reírnos de todo lo que habíamos pasado, vivido y superado, porque lo que sentíamos el uno por el otro era más fuerte que cualquier adversidad.
Nada ni nadie hubiera podido contra este gran amor, nada ni nadie habría podido separarnos, y habríamos disfrutado juntos de aquello que la vida nos reservaba.
Pero no fue así... qué lastima, mi amor.
No tuviste el valor de creer en mí ni en aquello que yo te   susurraba cuando te amaba.
Hoy estamos muy lejos, uno del otro y tan sólo queda un doloroso recuerdo de lo que vivimos, un recuerdo que a veces me destruye el alma, por no haber sido capaz de hacerte comprender la importancia de nuestro amor.
La vida nos había hecho un regalo, encontrarnos no era una consecuencia lógica de algo, sino un acontecimiento inusual y mágico.
Amar y ser amado es el mejor regalo que uno puede recibir de la vida, la condición es tener dentro de sí el deseo y el coraje para emborracharse de ese amor.
Mirando atrás en el pasado vivido junto a ti, creo que todas las cartas de mi vida me hayan sido dadas de tal manera, de no poder haber hecho otra cosa que jugarlas de la manera como las he jugado.
Cuántas veces en la noche que me escondía con su oscuridad y silencio, he pensado en ti, te he buscado, y en vano he buscado el sabor y la pasión de tus besos.
He intentado muchas veces escapar de ese pensamiento vagando solo, en el silencio de las calles vacías.
Pero este escapar para no sufrir y no ser destruido, producía en mí un dolor, una tristeza y un sufrimiento aún mayores.
No quería dejarte, perderte, ir lejos de ti, moría ante la idea de no verte nunca más.
Cuántas noches y noches, y aún noches, he pasado despierto tratando inútilmente de dormir, utilizando todos los medios que tenía a mi alcance para alejarte de mí, pero la ansiedad dolorosa, la inquietud inquietante, que se generaba dentro de mi pecho me lo impedía.
Cuántas noches y noches, para buscar un poco de aliento, me encontraba solo con la mirada gacha, caminando por las calles desiertas de la ciudad, avergonzándome de las lágrimas que me caían.
Cuántas veces he tenido miedo de encontrarte con otro, con un sombra que me sustituyera, y que parte de tu vida ya no fuera mía.
Cuántas veces, cuando la noche con su oscuridad me escondía de todas las luces y de los ojos curiosos, pasaba debajo de tu casa para ver, a través de las cortinas, la luz de una bombilla encendida, o de una vela.
Era suficiente para mí saber que tú estabas allí para recordar con un desasosiego que me abría el alma los momentos vividos  junto a ti.
Pero tú no quisiste creerme, para ti mí amor no era suficiente, no era digno de ti, y te fuiste.
Escapaste de mí, robándome el alma y dejándome solo.
¿Crees de verdad que el sueño o la ilusión de un momento, te darán el amor que estás buscando? ¿De verdad crees que sea posible construir el amor basándote en el cuerpo y no en el alma?
¿Pero no entiendes… que esto no podrá ni ser verdadero ni ser duradero, porque se basa en algo que no es constante a lo largo del tiempo?
Cuando el cuerpo cambie, aquel amante se irá lejos de ti y te abandonará, dejará detrás de sí, discursos, palabras, gestos y promesas, pues lo que tú creías que era cierto, era sólo el placer del momento.
Abusarán de ti, de tu cuerpo, tal vez por una noche, tal vez por unos días, pero solo abusarán.
Tomarán lo mejor de ti y no te darán nada, dejándote sola con tus ilusiones.
No podrán darte nada porque no conocen tu alma, no han hecho contigo el duro camino de la montaña, no han superado junto a ti las noches de dolor, las lágrimas vertidas, la tristeza compartida, no han vivido contigo aquellos momentos que te marcan, que te trasforman en algo que no eres, que trazan un surco en tu interior y dejan una cicatriz que el tiempo no cura ni cierra.
Ellos no podrán hacer el duro camino de la montaña porque no tienen la fuerza, no tienen el coraje, la desesperación interior de amarte, como la tenía yo.
Ninguno de ellos, de todos aquellos que te rodean, podrá  llegar a amarte como te amaba yo.
Mi alma estaba dispuesta a luchar y quizá a morir por tenerte, para no perderte.
Y aunque si para ti era un acto absolutamente normal, tu alma se quedará con esta desesperación e inquietud de amar y de ser amada.
Recuerda…  que en el momento menos oportuno, en tu soledad, cuando el telón de un día se cierra, tu alma vendrá a ti, y te preguntará por la mía.
Podrás engañarla fácilmente vendiéndole la ilusión de un nuevo amor, y construir esta ilusión con la fuerza de la voluntad, persuadirla y persuadirte.
Pero, ¿cuánto tiempo durará ese instante?
Un instante muere, un momento pasa, la voluntad cede ante la evidencia, y cuando la ilusión necesita la verdad, el  sueño se desvanece.
Y entonces, tu alma volverá a sentir nostalgia de la mía,
echará de menos aquella mitad con la que compartió penas y alegrías, amor y odio, pasión y conflicto, y que a pesar de todo seguía amándola y se  sentia amada.
El alma no busca el momento, busca la eternidad, sólo así puede expresarse, en la profundidad del océano donde  nadie puede llegar.
Recuerda que cualquier cosa que llena tu vida se encuentra  siempre al lado de su opuesto.
Nuestras almas no se hubieran dado por vencidas a pesar de todas las diferencias, porque querían llegar juntas a la cima de la montaña, desde allí arriba, como las águilas, habrían observado con indiferencia el mundo común y trivial, pasar por debajo de sus ojos.
Todos aquellos pequeños individuos, aquellos seres  insignificantes, que te alejaron de mí y lograron convencerte de que lo que vivíamos no te convenía, ahora ríen felices por lo que hicieron, porque lograron destruir algo grande.
Sólo el tiempo te hará darte cuenta de tu error.
Entenderás, sólo con el tiempo, que pone todo en su justo  lugar, que no existe la felicidad del alma, si no tienes a alguien a tu lado dispuesto a perder su vida por ti.
Si logras dar todo lo que tu alma te pide, serás feliz, de lo contrario, la tristeza interior te acompañará durante toda tu vida.
Pero como le ocurre a la mayoría de los hombres, cuando llegan a comprender que el amor no es una cuestión de cuerpo sino de alma, ni de superficie pero de profundidad,  será demasiado tarde.