Tu
respiración es caliente y constante. Tu corazón late con un ritmo relajado como
si también él estuviera inmerso en el sueño. Lo siento en la cama cercano a mí.
Tus
piernas rozan las mías, a veces entrelazándose.
Tu
piel lisa y aterciopelada se abraza a la mía, transmitiéndome el calor y el
olor de tu cuerpo.
Los
pelos enmarañados y esparcidos sobre la almohada te cubren parte de la cara.
Siento la pesadez de tu cuerpo cercano a mi respiración. El olor natural y
salvaje de tu piel acalorada, y quizá algo sudada, despierta mis instintos
sexuales. Observo tus senos, grandes y redondos, cubiertos por la fina sábana
de lino blanco.
Me
gusta mirarte cuando duermes, observar en secreto tu cuerpo de mujer. Pareces
una niña dormida, débil y frágil, dulce e indefensa, sin ninguna protección.
Pero
no estás sola, yo estoy aquí, a tu lado, para protegerte, defenderte, amarte.
Ayer
por la tarde volvimos a horas distintas y ni siquiera nos vimos. No pudimos ni
darnos el beso de buenas noches. Cuando llegué a casa, ya estabas inmersa en un
sueño profundo.
Me
vuelvo hacia ti y te miro. Tu cara está relajada, rendida ante la vida. No pareces
tú sin aquella expresión preocupada, síntoma de pensamientos que te sobrepasan.
Pensamientos que tienes que afrontar y superar cada día para seguir adelante.
Pero tú, sin nunca perder esa dulzura y feminidad que te caracteriza, eres
capaz siempre de ir más allá.
Estás
tendida en la cama con un brazo sobre la cabeza apoyada en el cojín y la otra
mano, sobre la barriga. Me acerco a ti y te doy un suave beso en la mejilla,
mojando mis labios con el sabor de tu piel.
Tienes
un olor que me turba.
Comienzo
lentamente a tocarte los labios, y la sensación que tengo despierta mi deseo.
Tu
cuerpo, aunque rendido a la oscuridad de la noche, continúa siendo provocativo.
Me
meto bajo las sábanas, como me sumerjo en la profundidad de un océano, y
desaparezco.
El
aire allí debajo es más caliente y el olor de tu piel un poco sudada es más
fuerte, más natural, más animal. Deslizo lentamente la punta de mis dedos sobre
tu cuerpo. Te toco por todos lados, pero lo hago tan ligeramente que no sé si
lo notas. No quiero despertarte.
Apoyo
los dedos en el tanga, siguiendo la línea, y siento la carnosidad de tu
sexo. Noto sus pálpitos, sus grietas.
Aquella
leve protuberancia me excita.
Subo
lentamente y busco tu pecho, que entra dentro de mi mano sudada como dentro de
una copa de champán.
Comienzo
a acariciarlo con un movimiento lento y circular, rozando con los dedos los
pezones grandes y negros.
Lo
hago despacio, con un miedo tremendo, no quiero despertarte. Necesito darte un
placer distinto.
Me
excita, con la complicidad de la noche, acariciarte y besarte en la oscuridad,
mientras duermes, inconsciente de lo que sucede. Abuso dulcemente de tu cuerpo
como un ladrón roba escondido un helado a un niño.
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