miércoles, 27 de abril de 2016

un amor eterno

Un amor eterno

Hola, amor mío, ¿cómo estás?

¡Mira! te he traído tres rosas rojas, son el símbolo del amor eterno. Lo sabes… El número tres representa el cuerpo, el alma y el espíritu. La totalidad. El pasado, el presente y el futuro. La eternidad de un amor. Un amor que va más allá del tiempo. Un amor como el nuestro. ¿No me dices nada?
Bueno… No importa si no tienes ganas de hablar, no pasa nada. Me siento aquí a tu lado y te hago compañía, así te cuento lo que me pasó hace un par de noches, cuando salí con unos amigos.
Fui a cenar al restaurante de Camilo, ¿te acuerdas?
Sí, claro… Ese viejo restaurante de madera, en aquella callejuela sin asfaltar y sin luces, donde normalmente van a cenar todas las personas más importantes de Roma. ¿Te acuerdas ahora?
Habíamos ido alguna vez juntos a comer el arroz con champiñones que tanto te gustaba. ¿Recuerdas?
Sí, sí, allí mismo.
Hacía tanto que no iba… Si recuerdo bien, la última vez hace alrededor de tres años. Fue justo para festejar nuestro aniversario.
Como te decía, la otra tarde hicieron una de sus habituales fiestas.
¿Sabes, Leticia? No tenía ganas de quedarme en casa solo, me sentía un poco nostálgico, melancólico, y acepté la invitación. Pero si te digo la verdad, al rato de estar allí, en medio de toda aquella gente que hablaba de cosas aburridas, y tenían una actitud de personas importantes, me he aislado con mi vaso de vino y he ido a sentarme al mismo sitio donde estaba sentado la primera vez que te vi. Cuando nos conocimos. ¿Te acuerdas ahora?
¿Te hace gracia lo que te cuento? No entiendo… ¿Por qué te ríes tanto?
Pensándolo bien, si te digo la verdad, para mí conocerte fue una de las cosas más bonitas que me habían sucedido en la vida. Fue un encuentro maravilloso. Como tú has sido y serás siempre para mí maravillosa.
No entiendo porqué te hago reír tanto. ¿Te acuerdas al menos lo qué pasó? ¿Cómo nos conocimos? ¿De qué modo?
¿Sabes, Leticia? Yo me acuerdo de todo lo que sucedió entre nosotros, también de los detalles más insignificantes. Tu sonrisa, tus ojos, tu vestido. Me acuerdo incluso de las palabras que te dije la primera vez que me presenté ante ti. Aquel encuentro, aunque haya pasado mucho tiempo, aún lo recuerdo. ¿Sabes? Cada noche antes de dormir lo recuerdo y me hace reír. Fue muy bonito. Tienes que reconocer que tuve coraje, mucho coraje. Para uno como yo, que nunca habla con nadie. Fue difícil, ¿sabes? Pero lo volvería a hacer, ¡claro que lo volvería a hacer! Lo haría de nuevo, amor mío. Repetiría todo lo que hice aquella noche.
¿Te hago reír? ¿Soy un poco payaso? ¿Por qué me dices que soy un payaso?
¿No te gustó lo que sucedió entre nosotros? ¿No lo recuerdas también tú alguna vez?
Pero quizá tienes tú razón, Leticia; realmente soy un payaso.
¿Demasiado romántico? ¿Demasiado sentimental?
Pero tú sabes cómo pienso, ¿no? Ahora hace ya tanto tiempo que nos conocemos, ¿verdad?
El amor para mí no es algo simple, sino que es el encuentro de dos almas que andaban buscándose por el mundo. Siempre he estado convencido de que el alma respira a través de lo que hacemos y le concede el valor.
A través del arte crea el artista; a través del intelecto, el genio, y a través del sentir, crea la pasión desde donde quizá, a veces, brota el amor. Un gran amor, como el nuestro.
Yo creo que si se prueba a amar sin alma, nada puede dar placer, y para mí, los pensamientos pasan vacíos sin que tú estés. El entusiasmo en el vivir un amor es uno de esos momentos mágicos y únicos donde el alma se revela y se manifiesta. Revela su poder, su fuerza, porque está invadida por una presencia divina. ¿Entiendes lo que quiero decirte?
¿Estoy loco? Quizá sí, Leticia, es así, estoy loco. La verdad es que estoy aún loco por ti. Te amo como el primer día. Y lo que sucedió entre nosotros, cuando nuestras almas se reconocieron…, fue tan hermoso y tan emocionante que el recordarlo me llena el corazón de alegría.
Pero ¿te acuerdas?
También aquella tarde, cuando nos conocimos, hacían una fiesta. El restaurante estaba lleno de personajes famosos. Yo estaba sentado con los cuatro amigos de siempre. Estábamos terminando de cenar. Sí…, también estaba Filipo. ¿Te acuerdas de Filipo? Tú a él no le gustabas nada. Me decía que eras demasiado pequeña, muy regordeta, las piernas torcidas, con esas gafas horribles y que vestías mal. Estaba loco Filipo. No ha entendido nunca nada de las mujeres. Se dejaba guiar solo por las apariencias, por eso siempre era infeliz.
Aunque no lo creas; aquella noche yo estaba aburriéndome terriblemente. Una vez terminada la cena, seguramente me hubiera ido a casa. No me malinterpretes, no era por mis amigos; es más, con ellos estaba bien. Pero aquel ambiente tan pesado y superficial que se había creado no formaba parte de mi mundo.
¿Mujeres bonitas? ¿Había mujeres bonitas?
Pero ¿qué más da eso? ¿Y entonces? ¡A mí no me gustaba ninguna! Pero ¿por qué me dices que soy un antiguo?
No es verdad, no es cierto, Leticia, yo no soy un antiguo. Solo que mi mundo está hecho de cosas simples, terrenales y reales. Amo un contacto distinto con las personas y aquel tipo de gente no era para mí, de verdad. Pero tú lo sabes… claro que lo sabes.
Para mí, el encuentro entre un hombre y una mujer debe ser algo único, especial.
Un sueño que pertenece solo a dos amantes.
Inalcanzable para quien no forma parte de ese sueño. El amor, en definitiva, es la alianza de dos almas que se observan y se estudian en la profundidad que las une, donde sus diferencias vienen superadas.
¿El amor perfecto?
Venga, Leticia, no me hagas reír. ¡El amor perfecto no existe! Está muerto, rancio, estancado porque está desprovisto de lo principal: del deseo, del temor, de la pasión. Le falta la fuerza de amar que reside dentro de cada persona. Hay una fisura en cada cosa, pero es en esto en lo que reside el secreto de amar. Y cuando se demora el amor, todo a nuestro alrededor experimenta una metamorfosis y hace, sí, que nuestra alma se aleje.
¿Te acuerdas? Éramos dos desconocidos cuando te vi la primera vez. Cuando nuestras miradas se encontraron. De aquella mirada comenzó el final de mi historia personal, de mi vida. Todo se hacía añicos a mis espaldas y todo perdía importancia. Y todos aquellos amores y aquellas aventuras intensas vividas hasta aquel momento con mujeres maravillosas, desaparecieron en la nada. En la nada, Leticia. Todo desapareció en la nada.
Yo creí en aquella mágica conexión. No había estrategias en nuestra mirada. No estaba distraída por nada.
Era pura, verdadera, sincera.
Y luego, venga, seamos honestos, cuando te vi entrar, en el restaurante  todo a mi alrededor desapareció de golpe. Estábamos solos tú y yo. Pero, venga… ¡No hagas eso! Reconócelo al menos, ¿no? Tenía ojos solo para ti.
Cuando entraste con aquel vestidito simple y anónimo que…
No, no… ¡no te ofendas! Estoy bromeando. Leticia… estoy bromeando. Pero ¿lo sabes que te has convertido en una quisquillosa?
A mí me gustabas muchísimo. Para mí eras la más bonita y no existía ninguna otra.
¿Exagero? ¿Me dices que exagero? Pero si por ti dejé a todos. Pero ¿cómo haces para no recordarlo?
Cuando nuestros ojos, por encanto se encontraron, no dejé nunca de mirarte. Lo hice durante toda la noche. La gente, la música, las voces, los sonidos, los mismos amigos, todo desapareció. Yo solo te veía a ti. Creo que comencé a amarte desde aquel momento. Quizá te amaba antes de conocerte.
Pero ¿por qué ríes? ¿No me crees? Entonces, ¿no te acuerdas de nada?
Me levanté como empujado por una fuerza misteriosa; me acerqué a ti, evitando a la gente que se metía por el medio y me impedía moverme. Y cuando finalmente llegué delante de ti, no conseguí hablarte, no sabía qué decir, no conseguí abrir la boca. Solo te miraba. ¿Te acuerdas? ¡Ya me había enamorado! Sí, así es, Leticia, estaba ya loco por ti. ¿No? ¿Cómo que no?
Creía que el corazón se me salía del pecho.
Me temblaban las piernas cuando me dejaste tu número de teléfono. Volví a la mesa loco de alegría. Hubiera querido gritar al mundo entero lo que sentía.
Mis amigos me tomaron por loco, sobre todo Filipo.
Insistía en decirme que las pecas en las mujeres no están de moda. Pero, venga…, no te enfades. Estoy bromeando. Sus comentarios para mí no tenían la menor importancia. Además, no se puede gustar a todos, ¿no? A mí no me importaba lo qué decían, para mí eras guapísima. La más guapa.
¿Sabes, Leticia? Te confieso una cosa. Yo, desde el primer momento que te vi, sabía que para mí serás mi amor más grande. Mi único amor. Un amor que me iba a cambiar la vida. De hecho, ¡me ha cambiado la vida!
De todas formas, juntos nos hemos divertido, ¿verdad?
¿Te acuerdas cuando nos quedábamos durante noches enteras tumbados en el sofá, hablando? ¿O cuando en invierno nos quedábamos desnudos delante de la chimenea, calentando el vino con el calor del fuego?
¿Y cuando en Roma hacíamos el amor escondidos detrás de una de las estatuas de la Fontana de Trevi? ¿Te acuerdas? Nos arriesgábamos a ser arrestados. Por suerte, aquel policía italiano entendió nuestro amor y nos dejó irnos. Qué locos hemos sido.
¿Y cuándo, te abrazaba delante de todos, te levantaba del suelo y dándote un beso ruidoso gritaba en voz alta que eras mi gran amor?
-¡Es un amor eterno!-, gritaba; ¿te acuerdas?
Cómo te enfadabas. Se te ponía la cara roja y no me hablabas durante casi una hora. No querías que te besara delante de los demás. De todas formas, Leticia, tienes que reconocer, aunque hayas sido siempre desconfiada, reservada y un poco tímida, que yo he sido el loco que ha destruido todas tus barreras, que ha roto todas tus corazas… Y también tú, has tenido que rendirte muerta de amor por mí.
¿Por qué me río? ¿Y cómo lo hago para no reírme? En el fondo, la vida se toma por lo que es, porque no sabemos nunca qué nos espera.
Te amaba con locura, como un loco. Y como un loco quería que todos lo supieran. ¿Por qué? Pues porque era feliz. ¿Entiendes, Leticia? Era feliz. Una felicidad que nunca más he experimentado. No me importaba nada del mundo que pasaba a nuestro alrededor, para mí existías solo tú.
No me importaba lo que pensaran los demás de nosotros.
¿Qué importancia habrían podidos tener en nuestra vida?
¿Ves, Leticia?, creo que en la vida de hoy, hay hombres que viven en vano. Ríen, lloran, viajan, quizá aman, pero no llegan nunca a pronunciar una sola palabra de lo que han vivido. No llegan a comunicar un pequeño entusiasmo, una emoción o una sensación de lo que han sido. Han amado, si así se puede decir, sin nunca sentir los latidos de sus corazones. Han pasado por las circunstancias que se les han presentado y no han sentido el sabor.
¿Los viajes?
Sí…, sí, ahora que me haces pensar…, es cierto.
Hemos viajado juntos por medio mundo. Aunque, a decir la verdad, volvíamos siempre a los lugares más cercanos a nosotros.
¿Y aquel día en Formentera cuando te dolía la barriga? ¿Te acuerdas?
Permanecí despierto durante toda la noche, masajeándotela con la mano, intentando de transmitirte todo el calor posible.  Y también, venga, reconócelo…, ningún hombre que has tenido te ha abrazado tanto cuando dormías, como lo he hecho yo.
¿Por qué? ¿Por qué motivo? ¿Por qué dormía siempre abrazado a ti?
Para protegerte, para defenderte, para tenerte cada vez más cerca de mí. Para hacerte entender que ninguna fuerza invisible o misteriosa hubiera podido nunca separarte de mí. ¡Tú eras mía, porque habías nacido para mí! Nuestro mundo no era accesible. Ninguno hubiera podido entrar, al menos eso era lo que yo creía.
A veces, volviendo a pensar en los momentos maravillosos que habíamos pasado juntos, me vendrían ganas de pegar patadas al mundo entero.
¿Por qué? ¿Cómo que por qué? ¿Cómo me preguntas una cosa así?
El destino creó un diseño maravilloso de nuestro amor, un amor eterno, y otro destino, más cruel, nos borraba las líneas. Aquel maldito dolor de cabeza. ¿Te acuerdas?
Se inició todo con aquel maldito dolor que nunca te dejaba. Y cuantos más médicos visitabas, eran más lo que te decían que era una simple migraña pasajera. Todos te decían que no te preocuparas. No te preocupes. Yo también te decía lo mismo. Lo recuerdo bien.
Te decía que no te preocuparas, que no exageraras, que no le dieras importancia. ¡Qué idiota! ¡Qué idiota que era! ¡Era un idiota, Leticia!
Pero ¿sabes? Yo te lo decía solo porque no quería verte sufrir. Me sentía morir de pena al verte mal.
Hubiera querido compartir contigo aquel dolor, pero no fue posible. Lo siento, amor mío, lo siento tanto…no he podido hacer nada.
¿No ha sido culpa mía?
Sí, lo sé, lo sé que no se podía evitar.
Qué broma de mierda nos ha gastado el destino. Qué broma ha jugado a nuestro amor. Pero a mí no me importa nada, ¿sabes? Tú para mí eres y serás siempre mi gran amor. Un amor de tres rosas. Un amor eterno.
Un amor donde el alma, el cuerpo y la mente se funden en uno solo. Y mi alma, Leticia, te amará siempre, siempre, siempre. Porque te pertenece.
Aún lo recuerdo, ¿sabes? Lo recuerdo como si fuera ahora. Cuando aquella noche volví a casa y no te vi, pensé que te habías quedado en la calle con cualquier amiga para tomar una copa de vino y, por esto, para no molestarte, no te llamé. Pero…, cuando a las dos de la madrugada aún no habías vuelto a casa, entonces comencé a preocuparme. Te llamé miles de veces al móvil, llamé a todos los amigos que teníamos en común, pero ninguno, ninguno me respondía. Llamé también a casa de tus padres, pero tampoco allí había nadie. Parecía que todos se hubieran puesto de acuerdo para evitarme. Creía que me volvía loco.
¿Sabes qué hice?
Esto no te lo he dicho nunca, lo mantuve en secreto dentro de mí hasta hoy. Pero hoy te lo quiero contar. Y aunque pienses que es una locura, me da igual. Lo volvería a hacer. Te lo juro, Leticia, lo volvería a hacer mil veces y sería feliz al repetirlo.
Me levanté de la cama, me vestí con lo que encontré, cogí la moto y aunque llovía a cántaros, me recorrí todos los bares, todos los restaurantes, todas las discotecas donde tú hubieras podido ir. Donde a veces hemos ido juntos.
Cuando volví a casa después de tres horas, estaba mojado como si me hubiera caído al mar.
¿Ríes? ¿Te hago reír?
Yo no tengo ganas de reír. Solo yo sé qué ha pasado. Hace tres años perdí mi alegría. Cuando volví a casa, en mitad de la noche, recibí aquella maldita llamada que cambió para siempre mi vida. Y la tuya vida, sobre todo la tuya, Leticia.
Te habían ingresado en el hospital de urgencias. Te habías desmayado por la calle.
Cuando llegué al hospital, la enfermera que me recibió me dijo que te habías desmayado y que te habías golpeado fuerte la cabeza en la acera y habías perdido completamente los sentidos. No querían dejarme entrar en tu habitación porque estaba fuera del horario de visita. No sabían con quién hablaban. Eché abajo todo el hospital. Comencé a gritar como un loco, hubiera golpeado a todos los médicos que me hubieran impedido verte. Ni aunque hubiera venido la Policía a arrestarme hubiera parado.
¿Lo sabes? ¿Sabes cómo soy?
Lo sé, lo sé que lo sabes.
Perdóname…, pero intenta de entenderme, Leticia, estaba destruido. Derrumbado. Delante de todo lo que estaba sucediendo, mi vida no tenía más sentido. No existía nada más. No querían dejarme entrar para verte.
Nadie, nadie, hubiera podido detenerme. Cuando entré en tu habitación y te vi, tumbada en la cama, con la cara blanca, con los ojos cerrados, con todos aquellos tubos.
Me hubiera arrancado el corazón con las manos y te lo hubiera regalado si hubiera servido para algo. Me senté junto a tu cama y comencé a llorar como un niño. Nunca he llorado tanto. Un llanto incontenible, silencioso pero de inmenso dolor. No quería despertarte, ¿sabes?, creía que estabas solo durmiendo. Ninguno tuvo el coraje de decirme que estabas en un coma profundo. Lo hubiera matado con mis manos.
Pero ¿qué había sucedido? ¿Qué había pasado? ¿Qué habíamos hecho mal más allá de amarnos? ¿Demasiado amor? ¿Demasiada felicidad? ¿Teníamos que ser castigados por algo? ¿Y por qué un castigo tan duro?
No lograba entenderlo. Quizá no había nada que entender. Me acerqué con la silla a tu cama, te acaricié la cara, te cogí la mano y besándola la apreté fuerte, fuerte. Nunca he dejado aquella mano. No la solté durante toda la noche. No la solté nunca. Créeme, amor mío, nunca he dejado esa mano. Durante aquellos tres largos meses permanecí siempre allí, cercano a ti. Comía allí, dormía allí y te apretaba aquella mano. Día y noche velaba por ti. Para defenderte, para protegerte, para no dejar que te sintieras sola. Nunca has estado sola, Leticia.
¿No te lo crees? ¿Exagero?
Pero si en tres meses que has estado allí no he salido ni un solo momento. Incluso he perdido el trabajo. Ni siquiera he ido a mi casa a cambiarme de ropa. Aquella habitación se convirtió en mi casa.
¿Por qué? Pero ¿cómo que por qué? ¿Cómo me preguntas esto?
¿Crees que me importase algo el vivir una vida donde tú no estuvieras? No, no, Leticia, no me importaba nada.
Eso sí, los enfermeros y médicos querían que me fuera y muchas veces me amenazaban, ¿sabes?
Pero yo no los escuchaba. ¿Quiénes eran ellos? ¿Qué sabían ellos de nuestro amor? Del amor que sentía yo por ti.
Quería que en el mismo momento en el que tú abrieses los ojos, yo y solo yo fuese lo primero que viera.
Por eso tenía que permanecer allí, delante de ti, esperando ese momento. Pero tú no lo hiciste. Nunca lo has hecho. Nunca he rezado tanto. Rezaba, lloraba, suplicaba y prometía a todos que hubiera dado parte de mi vida si tú hubieras vuelto a abrir los ojos. Si hubieras visto de nuevo la luz en tu rostro y tus labios pronunciar mi nombre, hubiera estado dispuesto sin saber cuánto tiempo tenía delante, a regalar parte de mi existencia.
Ofrecía mucho, ¿eh? Desgraciadamente, Leticia, aunque ofrecía mucho, nadie escuchó mis palabras y tampoco mis rezos. Quizá lo que ofrecía no era suficiente.
Cuando aquel día, en mitad de la noche, fui despertado de repente y vi aquella sombra oscura y amenazante entrar en tu habitación, tuve miedo, mucho miedo. Pero el amor, Leticia, es muy fuerte, más fuerte que el miedo. Por eso no dejé de luchar, ¿sabes?
Cuando vi aquella sombra cogerte por una mano y llevarte de allí, lejos de mí, me aferré fuerte con las manos a tu cuerpo e intenté sujetarte. Y mi alma comenzó a luchar con todas sus fuerzas contra aquella sombra oscura, para que esto no sucediese. Para que no te separara de mí. Mi alma luchaba como un guerrero contra aquella sombra amenazante que aunque fuera superior en fuerza, tenía que esforzarse para vencer. Se esforzó durante muchas horas. Pero venció. Venció, Leticia. Y te llevó de aquí. Todo fue inútil. Te fuiste y me dejaste solo. Hubiera querido morir. Sentía encima de mí el peso de una montaña. Solo en aquel momento entendí que no volvería nunca más a ver tus ojos, a abrazarte, a besarte, a apretarte contra mí o, simplemente, a reír juntos. No había nada. No había nada más. Solo el vacío. Y aunque hayan pasado tres años de aquella noche, para mí es como si hubiera sucedido hoy.
Lo sé…, lo sé… Tienes razón. Son cosas que pasan…, no debo pensarlo más…, la vida continúa… Para ti es fácil decirlo, pero para mí es difícil aceptarlo. Muy difícil. Continuar viviendo sin ti significa transformar cada paso en un recuerdo doloroso.
¿Que no debería venir a visitarte todos los domingos? ¿Y qué hago? ¿Dónde voy?
Yo prefiero venir aquí, a este lugar silencioso, para hacerte compañía, a hablar un poco contigo, para que tú no te sientas sola entre tantas tumbas. Así recordamos nuestras aventuras, ¿no?
¿Muerta? ¿Me dices que estás muerta?
No, no, Leticia, para mí no lo estás. Para mí no estás muerta. Continúas viviendo dentro de mí.
A propósito, ¿sabes que desde que te has ido no he vuelto a ser el mismo? No me siento completo. Si te digo la verdad, Leticia, no me he vuelto a sentir yo. Te fuiste, llevándote una parte grande de mi alma. No vuelvo a encontrar la fuerza para amar. Todo el amor que tenía dentro era para ti, solo para ti. Y tú, lo has tomado todo y te lo has llevado. Si te digo la verdad, ni siquiera me interesa buscarlo. No tengo ya ganas.
Está comenzando a llover, amor mío, tengo que irme. Pero, amor, escucha…, en breve el guardia vendrá para echarme. El cementerio cierra, se ha hecho tarde.
Pero, venga, no te preocupes, volveré pronto a buscarte, muy pronto, solo tienes que esperarme. Y cuando vuelva la próxima vez, te traeré otras tres rosas rojas.
¿Por qué he venido a visitarte hoy que no es domingo?
Eres lista, Leticia. No se te escapa una. Te has dado cuenta, ¿eh? Bien…, sí, es verdad, hoy es miércoles. He hecho una excepción.
¿Por qué?
Porque, ves, Leticia, a decir la verdad no podré venir a verte durante al menos dos meses.
No, no… ¿qué dices? No hay otra mujer. Venga, no bromees.
Es solo que… Bueno, espera, no tengas prisa, estoy pensando en cómo decírtelo.
¿Sabes? Es una gran noticia.
Quería darte una sorpresa. Es una noticia maravillosa, que me ha llenado de felicidad y me ha devuelto las ganas de vivir cuando lo he sabido.
Sí, sí. Quería contártelo pronto, pero cuando he comenzado a hablar contigo, se me ha olvidado decírtelo.
¿Lo quieres saber ahora?
Pero ahora llueve. Te lo cuento la próxima vez. Está bien…, está bien; si insistes te lo digo ahora. No te enfades, no te enfades. Eres muy impaciente.
¿Sabes? Desde hace un tiempo tengo un fuerte dolor de cabeza. Me he desmayado ya un par de veces por la calle y me siento siempre muy cansado. He ido a que me vean los mismos especialistas a los que fuiste tú y me han dicho que tengo los mismos síntomas que tenías tú. Por seguridad, me quieren ingresar durante dos meses. Pero un amigo mío, que trabaja en el hospital, ya me ha anunciado lo peor.
¿Si estoy preocupado?
No, para nada. Al contrario, ¿quieres saber la verdad? En vez de ingresarme en el hospital, me voy a hacer un bonito viaje, seguramente el último.
¿Por qué?
Te digo solo una cosa, Letizia. La última y después me voy, me estoy empapando. Soy feliz, muy feliz, feliz como nunca antes lo había sentido en estos últimos tres años.
¿Por qué?
Porque estoy seguro de que en pocos días nos volveremos a encontrar. Volveré a verte, a abrazarte, a besarte, a apretar tu mano. Y luego, te lo he dicho. Siempre te lo he dicho, que nuestro amor hubiera sido eterno, que nunca hubiera terminado.
¿No te lo crees?
Leticia, yo no puedo regalar mi corazón a ningún otro que no seas tú, porque regalar el propio corazón a otro que no ha nacido para ti es como perder la propia vida.
Morir, o la muerte en si mismo, no es la pérdida del propio cuerpo, sino de la propia alma. Yo morí cuando tú te fuiste, dejándome solo. Y ahora tengo la posibilidad de volver a vivir. ¿Entiendes? ¿Entiendes lo que quiero decirte?
Espérame y lo verás.
Adiós, amor mío, ahora tengo que irme; está lloviendo mucho.
Y el alma pregunta.

UN AMOR ETERNO


Un amor eterno

Hola, amor mío, ¿cómo estás?

¡Mira! te he traído tres rosas rojas, son el símbolo del amor eterno. Lo sabes… El número tres representa el cuerpo, el alma y el espíritu. La totalidad. El pasado, el presente y el futuro. La eternidad de un amor. Un amor que va más allá del tiempo. Un amor como el nuestro. ¿No me dices nada?
Bueno… No importa si no tienes ganas de hablar, no pasa nada. Me siento aquí a tu lado y te hago compañía, así te cuento lo que me pasó hace un par de noches, cuando salí con unos amigos.
Fui a cenar al restaurante de Camilo, ¿te acuerdas?
Sí, claro… Ese viejo restaurante de madera, en aquella callejuela sin asfaltar y sin luces, donde normalmente van a cenar todas las personas más importantes de Roma. ¿Te acuerdas ahora?
Habíamos ido alguna vez juntos a comer el arroz con champiñones que tanto te gustaba. ¿Recuerdas?
Sí, sí, allí mismo.
Hacía tanto que no iba… Si recuerdo bien, la última vez hace alrededor de tres años. Fue justo para festejar nuestro aniversario.
Como te decía, la otra tarde hicieron una de sus habituales fiestas.
¿Sabes, Leticia? No tenía ganas de quedarme en casa solo, me sentía un poco nostálgico, melancólico, y acepté la invitación. Pero si te digo la verdad, al rato de estar allí, en medio de toda aquella gente que hablaba de cosas aburridas, y tenían una actitud de personas importantes, me he aislado con mi vaso de vino y he ido a sentarme al mismo sitio donde estaba sentado la primera vez que te vi. Cuando nos conocimos. ¿Te acuerdas ahora?
¿Te hace gracia lo que te cuento? No entiendo… ¿Por qué te ríes tanto?
Pensándolo bien, si te digo la verdad, para mí conocerte fue una de las cosas más bonitas que me habían sucedido en la vida. Fue un encuentro maravilloso. Como tú has sido y serás siempre para mí maravillosa.
No entiendo porqué te hago reír tanto. ¿Te acuerdas al menos lo qué pasó? ¿Cómo nos conocimos? ¿De qué modo?
¿Sabes, Leticia? Yo me acuerdo de todo lo que sucedió entre nosotros, también de los detalles más insignificantes. Tu sonrisa, tus ojos, tu vestido. Me acuerdo incluso de las palabras que te dije la primera vez que me presenté ante ti. Aquel encuentro, aunque haya pasado mucho tiempo, aún lo recuerdo. ¿Sabes? Cada noche antes de dormir lo recuerdo y me hace reír. Fue muy bonito. Tienes que reconocer que tuve coraje, mucho coraje. Para uno como yo, que nunca habla con nadie. Fue difícil, ¿sabes? Pero lo volvería a hacer, ¡claro que lo volvería a hacer! Lo haría de nuevo, amor mío. Repetiría todo lo que hice aquella noche.
¿Te hago reír? ¿Soy un poco payaso? ¿Por qué me dices que soy un payaso?
¿No te gustó lo que sucedió entre nosotros? ¿No lo recuerdas también tú alguna vez?
Pero quizá tienes tú razón, Leticia; realmente soy un payaso.
¿Demasiado romántico? ¿Demasiado sentimental?
Pero tú sabes cómo pienso, ¿no? Ahora hace ya tanto tiempo que nos conocemos, ¿verdad?
El amor para mí no es algo simple, sino que es el encuentro de dos almas que andaban buscándose por el mundo. Siempre he estado convencido de que el alma respira a través de lo que hacemos y le concede el valor.
A través del arte crea el artista; a través del intelecto, el genio, y a través del sentir, crea la pasión desde donde quizá, a veces, brota el amor. Un gran amor, como el nuestro.
Yo creo que si se prueba a amar sin alma, nada puede dar placer, y para mí, los pensamientos pasan vacíos sin que tú estés. El entusiasmo en el vivir un amor es uno de esos momentos mágicos y únicos donde el alma se revela y se manifiesta. Revela su poder, su fuerza, porque está invadida por una presencia divina. ¿Entiendes lo que quiero decirte?
¿Estoy loco? Quizá sí, Leticia, es así, estoy loco. La verdad es que estoy aún loco por ti. Te amo como el primer día. Y lo que sucedió entre nosotros, cuando nuestras almas se reconocieron…, fue tan hermoso y tan emocionante que el recordarlo me llena el corazón de alegría.
Pero ¿te acuerdas?
También aquella tarde, cuando nos conocimos, hacían una fiesta. El restaurante estaba lleno de personajes famosos. Yo estaba sentado con los cuatro amigos de siempre. Estábamos terminando de cenar. Sí…, también estaba Filipo. ¿Te acuerdas de Filipo? Tú a él no le gustabas nada. Me decía que eras demasiado pequeña, muy regordeta, las piernas torcidas, con esas gafas horribles y que vestías mal. Estaba loco Filipo. No ha entendido nunca nada de las mujeres. Se dejaba guiar solo por las apariencias, por eso siempre era infeliz.
Aunque no lo creas; aquella noche yo estaba aburriéndome terriblemente. Una vez terminada la cena, seguramente me hubiera ido a casa. No me malinterpretes, no era por mis amigos; es más, con ellos estaba bien. Pero aquel ambiente tan pesado y superficial que se había creado no formaba parte de mi mundo.
¿Mujeres bonitas? ¿Había mujeres bonitas?
Pero ¿qué más da eso? ¿Y entonces? ¡A mí no me gustaba ninguna! Pero ¿por qué me dices que soy un antiguo?
No es verdad, no es cierto, Leticia, yo no soy un antiguo. Solo que mi mundo está hecho de cosas simples, terrenales y reales. Amo un contacto distinto con las personas y aquel tipo de gente no era para mí, de verdad. Pero tú lo sabes… claro que lo sabes.
Para mí, el encuentro entre un hombre y una mujer debe ser algo único, especial.
Un sueño que pertenece solo a dos amantes.
Inalcanzable para quien no forma parte de ese sueño. El amor, en definitiva, es la alianza de dos almas que se observan y se estudian en la profundidad que las une, donde sus diferencias vienen superadas.
¿El amor perfecto?
Venga, Leticia, no me hagas reír. ¡El amor perfecto no existe! Está muerto, rancio, estancado porque está desprovisto de lo principal: del deseo, del temor, de la pasión. Le falta la fuerza de amar que reside dentro de cada persona. Hay una fisura en cada cosa, pero es en esto en lo que reside el secreto de amar. Y cuando se demora el amor, todo a nuestro alrededor experimenta una metamorfosis y hace, sí, que nuestra alma se aleje.
¿Te acuerdas? Éramos dos desconocidos cuando te vi la primera vez. Cuando nuestras miradas se encontraron. De aquella mirada comenzó el final de mi historia personal, de mi vida. Todo se hacía añicos a mis espaldas y todo perdía importancia. Y todos aquellos amores y aquellas aventuras intensas vividas hasta aquel momento con mujeres maravillosas, desaparecieron en la nada. En la nada, Leticia. Todo desapareció en la nada.
Yo creí en aquella mágica conexión. No había estrategias en nuestra mirada. No estaba distraída por nada.
Era pura, verdadera, sincera.
Y luego, venga, seamos honestos, cuando te vi entrar, en el restaurante  todo a mi alrededor desapareció de golpe. Estábamos solos tú y yo. Pero, venga… ¡No hagas eso! Reconócelo al menos, ¿no? Tenía ojos solo para ti.
Cuando entraste con aquel vestidito simple y anónimo que…
No, no… ¡no te ofendas! Estoy bromeando. Leticia… estoy bromeando. Pero ¿lo sabes que te has convertido en una quisquillosa?
A mí me gustabas muchísimo. Para mí eras la más bonita y no existía ninguna otra.
¿Exagero? ¿Me dices que exagero? Pero si por ti dejé a todos. Pero ¿cómo haces para no recordarlo?
Cuando nuestros ojos, por encanto se encontraron, no dejé nunca de mirarte. Lo hice durante toda la noche. La gente, la música, las voces, los sonidos, los mismos amigos, todo desapareció. Yo solo te veía a ti. Creo que comencé a amarte desde aquel momento. Quizá te amaba antes de conocerte.
Pero ¿por qué ríes? ¿No me crees? Entonces, ¿no te acuerdas de nada?
Me levanté como empujado por una fuerza misteriosa; me acerqué a ti, evitando a la gente que se metía por el medio y me impedía moverme. Y cuando finalmente llegué delante de ti, no conseguí hablarte, no sabía qué decir, no conseguí abrir la boca. Solo te miraba. ¿Te acuerdas? ¡Ya me había enamorado! Sí, así es, Leticia, estaba ya loco por ti. ¿No? ¿Cómo que no?
Creía que el corazón se me salía del pecho.
Me temblaban las piernas cuando me dejaste tu número de teléfono. Volví a la mesa loco de alegría. Hubiera querido gritar al mundo entero lo que sentía.
Mis amigos me tomaron por loco, sobre todo Filipo.
Insistía en decirme que las pecas en las mujeres no están de moda. Pero, venga…, no te enfades. Estoy bromeando. Sus comentarios para mí no tenían la menor importancia. Además, no se puede gustar a todos, ¿no? A mí no me importaba lo qué decían, para mí eras guapísima. La más guapa.
¿Sabes, Leticia? Te confieso una cosa. Yo, desde el primer momento que te vi, sabía que para mí serás mi amor más grande. Mi único amor. Un amor que me iba a cambiar la vida. De hecho, ¡me ha cambiado la vida!
De todas formas, juntos nos hemos divertido, ¿verdad?
¿Te acuerdas cuando nos quedábamos durante noches enteras tumbados en el sofá, hablando? ¿O cuando en invierno nos quedábamos desnudos delante de la chimenea, calentando el vino con el calor del fuego?
¿Y cuando en Roma hacíamos el amor escondidos detrás de una de las estatuas de la Fontana de Trevi? ¿Te acuerdas? Nos arriesgábamos a ser arrestados. Por suerte, aquel policía italiano entendió nuestro amor y nos dejó irnos. Qué locos hemos sido.
¿Y cuándo, te abrazaba delante de todos, te levantaba del suelo y dándote un beso ruidoso gritaba en voz alta que eras mi gran amor?
-¡Es un amor eterno!-, gritaba; ¿te acuerdas?
Cómo te enfadabas. Se te ponía la cara roja y no me hablabas durante casi una hora. No querías que te besara delante de los demás. De todas formas, Leticia, tienes que reconocer, aunque hayas sido siempre desconfiada, reservada y un poco tímida, que yo he sido el loco que ha destruido todas tus barreras, que ha roto todas tus corazas… Y también tú, has tenido que rendirte muerta de amor por mí.
¿Por qué me río? ¿Y cómo lo hago para no reírme? En el fondo, la vida se toma por lo que es, porque no sabemos nunca qué nos espera.
Te amaba con locura, como un loco. Y como un loco quería que todos lo supieran. ¿Por qué? Pues porque era feliz. ¿Entiendes, Leticia? Era feliz. Una felicidad que nunca más he experimentado. No me importaba nada del mundo que pasaba a nuestro alrededor, para mí existías solo tú.
No me importaba lo que pensaran los demás de nosotros.
¿Qué importancia habrían podidos tener en nuestra vida?
¿Ves, Leticia?, creo que en la vida de hoy, hay hombres que viven en vano. Ríen, lloran, viajan, quizá aman, pero no llegan nunca a pronunciar una sola palabra de lo que han vivido. No llegan a comunicar un pequeño entusiasmo, una emoción o una sensación de lo que han sido. Han amado, si así se puede decir, sin nunca sentir los latidos de sus corazones. Han pasado por las circunstancias que se les han presentado y no han sentido el sabor.
¿Los viajes?
Sí…, sí, ahora que me haces pensar…, es cierto.
Hemos viajado juntos por medio mundo. Aunque, a decir la verdad, volvíamos siempre a los lugares más cercanos a nosotros.
¿Y aquel día en Formentera cuando te dolía la barriga? ¿Te acuerdas?
Permanecí despierto durante toda la noche, masajeándotela con la mano, intentando de transmitirte todo el calor posible.  Y también, venga, reconócelo…, ningún hombre que has tenido te ha abrazado tanto cuando dormías, como lo he hecho yo.
¿Por qué? ¿Por qué motivo? ¿Por qué dormía siempre abrazado a ti?
Para protegerte, para defenderte, para tenerte cada vez más cerca de mí. Para hacerte entender que ninguna fuerza invisible o misteriosa hubiera podido nunca separarte de mí. ¡Tú eras mía, porque habías nacido para mí! Nuestro mundo no era accesible. Ninguno hubiera podido entrar, al menos eso era lo que yo creía.
A veces, volviendo a pensar en los momentos maravillosos que habíamos pasado juntos, me vendrían ganas de pegar patadas al mundo entero.
¿Por qué? ¿Cómo que por qué? ¿Cómo me preguntas una cosa así?
El destino creó un diseño maravilloso de nuestro amor, un amor eterno, y otro destino, más cruel, nos borraba las líneas. Aquel maldito dolor de cabeza. ¿Te acuerdas?
Se inició todo con aquel maldito dolor que nunca te dejaba. Y cuantos más médicos visitabas, eran más lo que te decían que era una simple migraña pasajera. Todos te decían que no te preocuparas. No te preocupes. Yo también te decía lo mismo. Lo recuerdo bien.
Te decía que no te preocuparas, que no exageraras, que no le dieras importancia. ¡Qué idiota! ¡Qué idiota que era! ¡Era un idiota, Leticia!
Pero ¿sabes? Yo te lo decía solo porque no quería verte sufrir. Me sentía morir de pena al verte mal.
Hubiera querido compartir contigo aquel dolor, pero no fue posible. Lo siento, amor mío, lo siento tanto…no he podido hacer nada.
¿No ha sido culpa mía?
Sí, lo sé, lo sé que no se podía evitar.
Qué broma de mierda nos ha gastado el destino. Qué broma ha jugado a nuestro amor. Pero a mí no me importa nada, ¿sabes? Tú para mí eres y serás siempre mi gran amor. Un amor de tres rosas. Un amor eterno.
Un amor donde el alma, el cuerpo y la mente se funden en uno solo. Y mi alma, Leticia, te amará siempre, siempre, siempre. Porque te pertenece.
Aún lo recuerdo, ¿sabes? Lo recuerdo como si fuera ahora. Cuando aquella noche volví a casa y no te vi, pensé que te habías quedado en la calle con cualquier amiga para tomar una copa de vino y, por esto, para no molestarte, no te llamé. Pero…, cuando a las dos de la madrugada aún no habías vuelto a casa, entonces comencé a preocuparme. Te llamé miles de veces al móvil, llamé a todos los amigos que teníamos en común, pero ninguno, ninguno me respondía. Llamé también a casa de tus padres, pero tampoco allí había nadie. Parecía que todos se hubieran puesto de acuerdo para evitarme. Creía que me volvía loco.
¿Sabes qué hice?
Esto no te lo he dicho nunca, lo mantuve en secreto dentro de mí hasta hoy. Pero hoy te lo quiero contar. Y aunque pienses que es una locura, me da igual. Lo volvería a hacer. Te lo juro, Leticia, lo volvería a hacer mil veces y sería feliz al repetirlo.
Me levanté de la cama, me vestí con lo que encontré, cogí la moto y aunque llovía a cántaros, me recorrí todos los bares, todos los restaurantes, todas las discotecas donde tú hubieras podido ir. Donde a veces hemos ido juntos.
Cuando volví a casa después de tres horas, estaba mojado como si me hubiera caído al mar.
¿Ríes? ¿Te hago reír?
Yo no tengo ganas de reír. Solo yo sé qué ha pasado. Hace tres años perdí mi alegría. Cuando volví a casa, en mitad de la noche, recibí aquella maldita llamada que cambió para siempre mi vida. Y la tuya vida, sobre todo la tuya, Leticia.
Te habían ingresado en el hospital de urgencias. Te habías desmayado por la calle.
Cuando llegué al hospital, la enfermera que me recibió me dijo que te habías desmayado y que te habías golpeado fuerte la cabeza en la acera y habías perdido completamente los sentidos. No querían dejarme entrar en tu habitación porque estaba fuera del horario de visita. No sabían con quién hablaban. Eché abajo todo el hospital. Comencé a gritar como un loco, hubiera golpeado a todos los médicos que me hubieran impedido verte. Ni aunque hubiera venido la Policía a arrestarme hubiera parado.
¿Lo sabes? ¿Sabes cómo soy?
Lo sé, lo sé que lo sabes.
Perdóname…, pero intenta de entenderme, Leticia, estaba destruido. Derrumbado. Delante de todo lo que estaba sucediendo, mi vida no tenía más sentido. No existía nada más. No querían dejarme entrar para verte.
Nadie, nadie, hubiera podido detenerme. Cuando entré en tu habitación y te vi, tumbada en la cama, con la cara blanca, con los ojos cerrados, con todos aquellos tubos.
Me hubiera arrancado el corazón con las manos y te lo hubiera regalado si hubiera servido para algo. Me senté junto a tu cama y comencé a llorar como un niño. Nunca he llorado tanto. Un llanto incontenible, silencioso pero de inmenso dolor. No quería despertarte, ¿sabes?, creía que estabas solo durmiendo. Ninguno tuvo el coraje de decirme que estabas en un coma profundo. Lo hubiera matado con mis manos.
Pero ¿qué había sucedido? ¿Qué había pasado? ¿Qué habíamos hecho mal más allá de amarnos? ¿Demasiado amor? ¿Demasiada felicidad? ¿Teníamos que ser castigados por algo? ¿Y por qué un castigo tan duro?
No lograba entenderlo. Quizá no había nada que entender. Me acerqué con la silla a tu cama, te acaricié la cara, te cogí la mano y besándola la apreté fuerte, fuerte. Nunca he dejado aquella mano. No la solté durante toda la noche. No la solté nunca. Créeme, amor mío, nunca he dejado esa mano. Durante aquellos tres largos meses permanecí siempre allí, cercano a ti. Comía allí, dormía allí y te apretaba aquella mano. Día y noche velaba por ti. Para defenderte, para protegerte, para no dejar que te sintieras sola. Nunca has estado sola, Leticia.
¿No te lo crees? ¿Exagero?
Pero si en tres meses que has estado allí no he salido ni un solo momento. Incluso he perdido el trabajo. Ni siquiera he ido a mi casa a cambiarme de ropa. Aquella habitación se convirtió en mi casa.
¿Por qué? Pero ¿cómo que por qué? ¿Cómo me preguntas esto?
¿Crees que me importase algo el vivir una vida donde tú no estuvieras? No, no, Leticia, no me importaba nada.
Eso sí, los enfermeros y médicos querían que me fuera y muchas veces me amenazaban, ¿sabes?
Pero yo no los escuchaba. ¿Quiénes eran ellos? ¿Qué sabían ellos de nuestro amor? Del amor que sentía yo por ti.
Quería que en el mismo momento en el que tú abrieses los ojos, yo y solo yo fuese lo primero que viera.
Por eso tenía que permanecer allí, delante de ti, esperando ese momento. Pero tú no lo hiciste. Nunca lo has hecho. Nunca he rezado tanto. Rezaba, lloraba, suplicaba y prometía a todos que hubiera dado parte de mi vida si tú hubieras vuelto a abrir los ojos. Si hubieras visto de nuevo la luz en tu rostro y tus labios pronunciar mi nombre, hubiera estado dispuesto sin saber cuánto tiempo tenía delante, a regalar parte de mi existencia.
Ofrecía mucho, ¿eh? Desgraciadamente, Leticia, aunque ofrecía mucho, nadie escuchó mis palabras y tampoco mis rezos. Quizá lo que ofrecía no era suficiente.
Cuando aquel día, en mitad de la noche, fui despertado de repente y vi aquella sombra oscura y amenazante entrar en tu habitación, tuve miedo, mucho miedo. Pero el amor, Leticia, es muy fuerte, más fuerte que el miedo. Por eso no dejé de luchar, ¿sabes?
Cuando vi aquella sombra cogerte por una mano y llevarte de allí, lejos de mí, me aferré fuerte con las manos a tu cuerpo e intenté sujetarte. Y mi alma comenzó a luchar con todas sus fuerzas contra aquella sombra oscura, para que esto no sucediese. Para que no te separara de mí. Mi alma luchaba como un guerrero contra aquella sombra amenazante que aunque fuera superior en fuerza, tenía que esforzarse para vencer. Se esforzó durante muchas horas. Pero venció. Venció, Leticia. Y te llevó de aquí. Todo fue inútil. Te fuiste y me dejaste solo. Hubiera querido morir. Sentía encima de mí el peso de una montaña. Solo en aquel momento entendí que no volvería nunca más a ver tus ojos, a abrazarte, a besarte, a apretarte contra mí o, simplemente, a reír juntos. No había nada. No había nada más. Solo el vacío. Y aunque hayan pasado tres años de aquella noche, para mí es como si hubiera sucedido hoy.
Lo sé…, lo sé… Tienes razón. Son cosas que pasan…, no debo pensarlo más…, la vida continúa… Para ti es fácil decirlo, pero para mí es difícil aceptarlo. Muy difícil. Continuar viviendo sin ti significa transformar cada paso en un recuerdo doloroso.
¿Que no debería venir a visitarte todos los domingos? ¿Y qué hago? ¿Dónde voy?
Yo prefiero venir aquí, a este lugar silencioso, para hacerte compañía, a hablar un poco contigo, para que tú no te sientas sola entre tantas tumbas. Así recordamos nuestras aventuras, ¿no?
¿Muerta? ¿Me dices que estás muerta?
No, no, Leticia, para mí no lo estás. Para mí no estás muerta. Continúas viviendo dentro de mí.
A propósito, ¿sabes que desde que te has ido no he vuelto a ser el mismo? No me siento completo. Si te digo la verdad, Leticia, no me he vuelto a sentir yo. Te fuiste, llevándote una parte grande de mi alma. No vuelvo a encontrar la fuerza para amar. Todo el amor que tenía dentro era para ti, solo para ti. Y tú, lo has tomado todo y te lo has llevado. Si te digo la verdad, ni siquiera me interesa buscarlo. No tengo ya ganas.
Está comenzando a llover, amor mío, tengo que irme. Pero, amor, escucha…, en breve el guardia vendrá para echarme. El cementerio cierra, se ha hecho tarde.
Pero, venga, no te preocupes, volveré pronto a buscarte, muy pronto, solo tienes que esperarme. Y cuando vuelva la próxima vez, te traeré otras tres rosas rojas.
¿Por qué he venido a visitarte hoy que no es domingo?
Eres lista, Leticia. No se te escapa una. Te has dado cuenta, ¿eh? Bien…, sí, es verdad, hoy es miércoles. He hecho una excepción.
¿Por qué?
Porque, ves, Leticia, a decir la verdad no podré venir a verte durante al menos dos meses.
No, no… ¿qué dices? No hay otra mujer. Venga, no bromees.
Es solo que… Bueno, espera, no tengas prisa, estoy pensando en cómo decírtelo.
¿Sabes? Es una gran noticia.
Quería darte una sorpresa. Es una noticia maravillosa, que me ha llenado de felicidad y me ha devuelto las ganas de vivir cuando lo he sabido.
Sí, sí. Quería contártelo pronto, pero cuando he comenzado a hablar contigo, se me ha olvidado decírtelo.
¿Lo quieres saber ahora?
Pero ahora llueve. Te lo cuento la próxima vez. Está bien…, está bien; si insistes te lo digo ahora. No te enfades, no te enfades. Eres muy impaciente.
¿Sabes? Desde hace un tiempo tengo un fuerte dolor de cabeza. Me he desmayado ya un par de veces por la calle y me siento siempre muy cansado. He ido a que me vean los mismos especialistas a los que fuiste tú y me han dicho que tengo los mismos síntomas que tenías tú. Por seguridad, me quieren ingresar durante dos meses. Pero un amigo mío, que trabaja en el hospital, ya me ha anunciado lo peor.
¿Si estoy preocupado?
No, para nada. Al contrario, ¿quieres saber la verdad? En vez de ingresarme en el hospital, me voy a hacer un bonito viaje, seguramente el último.
¿Por qué?
Te digo solo una cosa, Letizia. La última y después me voy, me estoy empapando. Soy feliz, muy feliz, feliz como nunca antes lo había sentido en estos últimos tres años.
¿Por qué?
Porque estoy seguro de que en pocos días nos volveremos a encontrar. Volveré a verte, a abrazarte, a besarte, a apretar tu mano. Y luego, te lo he dicho. Siempre te lo he dicho, que nuestro amor hubiera sido eterno, que nunca hubiera terminado.
¿No te lo crees?
Leticia, yo no puedo regalar mi corazón a ningún otro que no seas tú, porque regalar el propio corazón a otro que no ha nacido para ti es como perder la propia vida.
Morir, o la muerte en si mismo, no es la pérdida del propio cuerpo, sino de la propia alma. Yo morí cuando tú te fuiste, dejándome solo. Y ahora tengo la posibilidad de volver a vivir. ¿Entiendes? ¿Entiendes lo que quiero decirte?
Espérame y lo verás.
Adiós, amor mío, ahora tengo que irme; está lloviendo mucho.
Y el alma pregunta.