lunes, 29 de abril de 2013

El Desierto in Xpedit.

Tumbado en el sofá que acabo de comprar, observo desde la ventana una lluvia fuerte y violenta, que cae sobre la  ciudad.
Tranquilo y relajado, estoy escuchando buena música, fumando un cigarrillo y bebiendo un vaso de whisky.
La música es importante en mi vida, nunca me ha gustado el fútbol,
los espectáculos de variedades, o los debates políticos, encuentro todo este teatro muy aburrido.
Me aburren mortalmente los presentadores y los programas idiotas de los cuales la mayoría de la gente se alimenta cada día para no pensar.
En cambio veo la música como una de las mejores creaciones del hombre para mejorar su monótona y rutinaria existencia.
Logra aislarme del mundo y de sus componentes, me trasmite la sensación de estar en una barca en medio del océano, o en una isla desierta, sin ningún ruido que perturbe la calma de mi mente, en paz con mi alma.
Con la música, el recuerdo de una experiencia vivida adquiere un valor especial, hace que una determinada situación ya vivida sea adecuadamente reconocida y recordada.
Mi alma tiene un gran componente musical, que en un momento dado rechaza todos los sonidos y va a la búsqueda solo de la melodía.
Voy a menudo a pequeños bares a las afueras de las ciudades para escuchar música en vivo de artistas desconocidos.
Viena es una ciudad generosa en locales que ofrecen una amplia selección.
La otra noche asistí en uno de estos pequeños espacios, en el centro histórico de la ciudad, gestionado por jóvenes artistas, a una concierto portugués.
El fado me emociona.
Entre canción y canción se instauraba un respetuoso silencio por parte del público, que me daba el tiempo para organizar mis pensamientos y entrar en la profundidad de lo que sentía, forjando un poco de espacio entre mis reflexiones.
Voy a menudo solo a estos espectáculos para no sentirme  obligado a hablar, las charlas de conveniencia me aburren.
Además de la música, el espacio de tiempo que dedico con gran placer a mí mismo es cuando leo un buen libro o, incluso más, cuando siento la vena artística de escribir.
Escribir es el arte de transformar la realidad en un sueño o regalar un sueño a la realidad.
Mi alma se nutre de las palabras escritas encontradas en grandes textos, después pensadas y analizadas dentro de mí.
A menudo escribo en trozos de papel, en servilletas encontradas en los bares o sobre los manteles cuando voy a cenar en pequeños restaurantes.
Muy a menudo utilizo también hojas de papel que encuentro aquí y allá en la calle, que recojo con entusiasmo para anotar ideas, pensamientos y reflexiones del momento.
Cuando no encuentro nada, escribo en la primera cosa que  tengo, que podría fácilmente ser un pañuelo.
Sin embargo, conociendo mi pasión, he tomado el hábito de salir de casa con un lápiz y un pequeño cuaderno que  escondo en el interior del bolsillo de mi chaqueta.
El 20 de septiembre, fui invitado a ir a Viena por el propietario del bar Xpedit, un italiano de Liguria amigo mío, para asistir a una exposición de fotografía y pintura.
En la Wiesngerstrasse cerca del corazón de la ciudad vieja casi en la esquina con la Biberstrasse, en un gran edificio  histórico típico vienés se encuentra el bar restaurante Xpedit.
Un lugar famoso en la ciudad por sus “tramezzini” y especialidades italianas.
A veces hay música en vivo, Funky music, que contribuye a crear un ambiente relajado e informal, lleno de chicas alternativas y bellas.
Un antiguo almacén textil convertido en un bar restaurante donde se sirven platos en grandes mesas comunes entre estanterías llenas de grandes latas de aceite, y sacos de judías, papeles y viejos periódicos colgados en las paredes.
Mesas y sillas de madera, sillones de cuero blanco, dos o tres pizarras dejadas como por casualidad en varias esquinas donde se escriben en tiza de color los eventos de la semana, la oferta del día, o las especialidades de la casa.
Un ambiente familiar y acogedor donde muchos van para encontrarse, otros para buscar su propio espacio o ser  consolados por alguien que conocen, a veces lo encuentran, y entonces los ves reír contentos, a veces no, entonces  permanecen allí solos consumiendo en paz algunos minutos de sus vidas, otros sentados delante de una taza de café que tardan en tomar, tal vez esperando a alguien que no  vendrá o recordando un pedazo de sus vidas.
Los más apresurados consumen, pagan y se marchan sin  dejar nada de ellos.
Lo que sucede en un bar pasa también en las vidas de cada uno de nosotros.
Entradas y salidas, como vivir y morir, muchas veces simplemente volver a nacer, un pequeño
microcosmos  donde nada sucede al azar.
Eran casi las 22 horas de aquel jueves noche, y con el habitual vaso de buen vino austríaco delante de mí, mi vena artística quizá por un vaso de más se abrió…
Me senté a un lado para observar mejor el mundo que me rodeaba y que se movía rápido.
Por casi un par de horas analicé los gestos, las miradas, los movimientos, escuchando las palabras y los diálogos secretos de la gente a mi alrededor.
Fuera hacía frío y llovía sin parar.
Muchos clientes entraban en el bar con sus chaquetas mojadas y capuchas sobre sus cabezas, dejando huellas en el suelo, todos se reunían lo más cerca posible entre ellos, para robar de manera lícita y egoísta un poco de calor.
Cuando entré en el bar, la chica de detrás del mostrador estaba preparando todo lo necesario para hacer frente a la noche, limpiando los espejos, lavando tazas y vasos, para luego pasar lentamente el trapo como si quisiera perder un poco de tiempo para descansar.
Sus gestos lentos y melancólicos estaban acompañados por una cierta tristeza.
Al verla ocupada en su trabajo entre jarras de cerveza, copas de vino, falsas y a veces verdaderas sonrisas que regalaba a los clientes, no tuve la sensación de que fuera feliz, al menos no lo era ese día, me lo comunicaron sus miradas sin luz.
Tenía el pelo castaño recogido en una coleta con un lazo negro, una blusa de color negro con botones semiabiertos  que dejaba ver la exuberancia de su pecho, tal vez no demasiado verdadero, tenía un rostro dulce.
El tatuaje en medio de los pechos, un delfín con las alas, representaba la libertad. Por lo menos eso es lo que ella me dijo.
No era hermosa, pero desprendía belleza, limpieza, bondad e inocencia.
Debía de tener unos 25 años, chilena, de Santiago de Chile, trabajaba en aquel bar desde hacía unos seis meses, su alemán sufría mucho por el acento latino.
La llamé con un gesto, levantando el brazo para pagar la cuenta.
Dejé unas monedas sobre la bandeja, ella me dio las gracias con una sonrisa no diferente de la que le regalaba  a los otros clientes, y mientras se giraba para recuperar su posición inicial, le pedí un bolígrafo, para detener aquellos  pensamientos que habían aparecido de repente.
Me sonrió, y con una dulzura desarmarte me lo entregó sacándolo del bolsillo trasero de sus pantalones.
No sólo los hombres que han vivido vidas intensas, sino también las personas que viven una simple biografía de sus vidas a veces buscan una alternativa para escapar al aburrimiento y a la monotonía de su existencia. - ¿Es usted un escritor? Me preguntó curiosa
- No, pero me encanta escribir, siempre escribo sobre cualquier cosa, en cualquier lugar, cuando tengo la inspiración o cuando conecto con mi alma.
No me gusta hablar con la gente, la mayoría de las veces no tiene nada interesante que decir, prefiero escribir con el fin de recordar mis pensamientos y reflexiones.
La pluma para mí es un canal que conecta el cerebro con el corazón y que la mano trasforma.
Todo lo que vive dentro de mí y que no expreso con palabras lo convierto en tinta, la diferencia es que las palabras se oyen, pero no se ven, la tinta se puede ver pero no oír, sin embargo puede transmitir un flujo perpetuo de sensaciones que una vez leídas, permanecen impresas  dentro de ti quizá para toda la vida.
Aunque no soy un escritor, escribir para mí es como nadar en un río de pensamientos que no puedo controlar.
- ¿De dónde vienes? ¿Eres italiano, verdad?
- Vengo del desierto del Sahara.
- ¿Qué? ¿Me tomas el pelo?
- No en absoluto, vivo en una gran carpa con todas las comodidades, como los grandes guerreros beduinos.
Alguna vez dejo la soledad de la arena, la distancia del cielo, la luz de las estrellas, el perfume del viento y la sensación de la noche, para venir aquí y tomar un café.
- ¿Y que haces en el desierto solo? Quiero decir... ¿de qué vives?
- Soy vigilante del único oasis con agua en 1000 kilómetros cuadrados, todas las caravanas de turistas se ven obligadas a parar para descansar, para beber, lavarse y comprar pequeñas botellas llenas de arena como recuerdo.
El único problema que tengo es cómo gastar el dinero que gano. En el desierto no hay tiendas que vendan productos de marca, coches de lujo, joyas, el mejor amigo que puedes encontrar entre las dunas eres tú mismo, si no estás en sintonía contigo tienes un gran problema.
Parece que no tenga nada allá, pero mi alrededor me llena, tú en cambio parece que lo tienes todo a tu alrededor, pero  al mirar tus ojos, parece que no tengas nada, les falta aquella luz que da vida al alma.
Tal vez porque te sientes prisionera de un tiempo que no amas, un tiempo que no te pertenece.
-¿Y cómo puedes saberlo? ¿Cómo puedes decirme y afirmar  estas cosas si ni tan siquiera me conoces?
- Mira… en el desierto estoy solo, y un hombre solo tiene que aprender el lenguaje del silencio, a leer y entender los secretos de las personas y de las cosas.
Leo las estrellas como tú lees un libro, escucho las palabras del viento como tú escuchas un programa de televisión, hablo con el ruido de la noche, como tú hablas con un amigo, vivo el deseo de la arena que se mueve y cambia cada día, como tú vives el deseo de comprar un par de zapatos nuevos, oigo los gritos del silencio como tú escuchas los gritos de un niño, veo la profundidad del mar y el  movimiento lento de los peces, como tú ves la profundidad de un vaso de agua y el movimiento del hielo.
Las visiones y los mensajes de la vida que nos llegan de una manera diferente.
- Me haces reír con tus discursos, en el desierto no hay mar, no hay peces.
- Todo lo que tú quieres ver a través de tus ilusiones y creer que existe en la realidad, existe para ti y en tu interior.
La mayoría de la gente vive en el desierto de sí mismos y no tienen el coraje de cambiar, si tan sólo encontrasen el coraje para cruzar las montañas de arena que viven dentro de ellos y les impiden llegar a ser diferentes, podrían llegar a ver el fondo del mar y descubrir aquello que todos buscan  para ser felices, el amor.
Mientras estaba hablando, el bar se había de llenado de nuevo de gente que esperaba con impaciencia ser atendida.
Me sucede a menudo que cuando alguien me pregunta acerca de lo que escribo, y si soy un escritor, monopolizo esa pregunta con respuestas viscerales y con los ojos fijos en la vida.
Me siento como un actor fuera del escenario, a mi alrededor ruidos sordos, movimientos apresurados, diálogos inútiles,
personas superficiales e imágenes descoloridas de la nada.
El escritor va en busca de palabras que los demás pueden entender, a lo mejor y tal vez, con el tiempo.
Con su escribir trata de poner a disposición de los demás  una sensibilidad que él tiene en el oír, en el ver y en el sentir los pequeños mensajes de la vida.
Me parece increíble y fantástico, que un simple ser humano sepa hacer emocionante una cualquier situación banal que la mayoría de gente tal vez nunca ha vivido.
El escritor tiene una sensibilidad en el observarse a sí mismo que le permite superar lo racional y volar con la imaginación por encima del pensamiento común de los seres humanos, demasiado apegados a la tierra.
Quien lee, como quien escribe, difícilmente puede adaptarse a su entorno.
Había dejado de llover y ya era hora de irse.
Deje el lápiz sobre la mesa y abrí la puerta para salir del bar, una voz más fuerte que las demás me hizo girarme de golpe.
-Hey... hey... escritor vuelve más tarde, acabo mi turno a la una de la noche, yo también quiero tener la oportunidad de subir a las montañas y de ver el mar.
Le sonreí enviándole  un beso desde la palma de mi mano, tal vez había llegado la hora de no estar más solo en el desierto.
Y el alma pregunta…

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