lunes, 24 de febrero de 2014

Un AMOR INSOLITO

Un Amor Insolito. Capítulo 1 : Mi Aston Martín del 42 Dedico esta historia a mi amiga Vanessa Balleste; actualmente es la directora comercial de un Hotel 5 estrellas gran lujo en Barcelona. Somos amigos desde hace tiempo, y a veces, cuando hemos ido a cenar juntos, me ha hablado de sus inquietudes acerca del amor. "Es difícil encontrar a alguien que tenga el coraje de escuchar al propio corazón, en un mundo donde casi todos se esconden, mienten, y tratan solo de satisfacer su egoísmo personal." -Bien, amiga mía, esta historia ha sido escrita con el corazón, y viene de la profundidad del mismo. Y, en todo lo que entra el corazón, vale la pena dedicarle un poco de tiempo. Conozco tu capacidad de amar, el deseo que vive dentro de ti para profanar este amor, y el coraje que tienes para vivir aquello en lo que crees. Estas cualidades hacen de ti, una mujer... una mujer de verdad. Espero que el 2014 te traiga el amor que deseas. dado que sólo este puede hacernos felices, ya que es la distancia más corta que existe entre un hombre y una mujer. Por así decirlo, cancela la materia oscura... Te dedico con gran amistad el primer capítulo de mi novela, “Un Amor Insólito” Es el único capítulo que público de cinco que componen mi libro. Espero que al leerlo te haga pensar, como me ha hecho pensar a mí al escribirlo. Es la historia de un gran…un gran amor. Un amor a tres rosas rojas. Hace algún tiempo, como era mi costumbre cuando vivía en Florencia, me fui a tomar un café a una de las viejas pastelerías del centro. Donde aún se podía oler los aromas de los pasteles recién horneados, del chocolate caliente, y del azúcar de vainilla que me recordaba cuando era un niño e iba con mi madre a comprar el domingo por la mañana, el Milhojas de crema con trozos de chocolate dentro. Este lugar, podría decir, sagrado en el mundo de la pastelería ha sido durante decenas de años el sitio predilecto de los florentinos. De ciertos florentinos. De aquellos florentinos ligados a los sabores, a las costumbres, a las tradiciones y a los valores del pasado, de los que nunca se han querido alejar. A veces sólo por orgullo. Al entrar en aquel lugar, incluso sólo para tomar un café, me sentía abrumado por toda clase de emociones relacionadas con los recuerdos de un tiempo ya pasado…pero nunca olvidado. Esa vieja pastelería, con al menos 200 años de historia se presentaba orgullosa y vanidosa como una hermosa mujer que vivía del reflejo de lo que fue; la sombra de un tiempo vivido. Cuando hacía latir los corazones y brillar el alma, de cualquier hombre que se le arrimara… tal era su belleza. Las vitrinas repletas de pasteles y chocolates artesanos de cada forma y tipo, estaban cerradas por detrás con unas cortinas de encaje blanco que se deslizaban por una varilla de madera. La gran barra, hecha de madera y mármol antiguo giraba alrededor de una gran columna marcada por el tiempo, llena de cajas de chocolates artesanales. Las cajitas de hojalata, eran tan atractivas y cuidadas en los diseños y en los colores que daba pena hasta abrirlas. El suelo de mármol, se presentaba con las grietas del tiempo, conservando celosamente su estilo renacentista. Los techos con frescos, pintados a mano por los pintores de la época, recordaban escenas y lugares de una Florencia antigua que ya no existía. Bajaban de los techos con arcos Bizantinos, tres grandes arañas de cristal de Bohemia con las bombillas en forma de gotas, iluminando la vieja pastelería y extendiendo suavemente un luz cálida, de color amarillo, naranja. Incluso las tazas de porcelana fina grabadas con dibujos de 1500 y acompañadas por cucharillas con el borde de marfil, eran un poco amarillentas por el tiempo. Pero no era sólo la suntuosidad del lugar que atraía a los florentinos y a los extranjeros de paso, si no tanto los sabores y los olores que se respiraban. Eran estos aromas dulces que se expandían hasta la calle, los que hacían volver a la mente una forma de vida que para la mayoría de los clientes no existía. Siempre me ha gustado tomar un café en paz en aquella pastelería, por el poder que tenía de despertar mis recuerdos y alimentar mis pensamientos. Ese domingo por la mañana, tal vez debido al hecho de que nos acercábamos a las fiestas de Navidad, la pastelería estaba llena de gente. Tuve que soportar una larga cola, antes de recibir un ticket y poder pedir mi café. La gente de frente de mí, se movía lentamente. No tenían ninguna prisa por pagar, por comer, pero, sobre todo, no tenían ni siquiera prisa por irse. Las viejas mesitas de madera antigua, que rodeaban la grande barra, separadas unas de otras por generosas plantas estaban, a esas horas de la mañana, ocupadas por personas que hablaban animadamente, leían el periódico o simplemente observaban el mundo pasar. Fue en una de esas mesas, un poco más escondida que las otras donde me pareció ver a un viejo amigo mío. El Abogado Pietruzzi. ¡Un personaje! Uno de los abogados más poderosos y conocidos de la ciudad. Un hombre que, cuando en su día, ejercía la profesión, hacia temblar las piernas a los jueces. A juzgarlo por su aspecto, muy bien cuidado, parecía todavía tener encanto. Debía de tener alrededor de 80 años. Vestía con su chaqueta habitual de Príncipe de Gales a cuadros marrón y beis; camisa de Oxford con cuello francés siempre un poco arrugada, estrictamente celeste; pantalones Principie de Piamonte canaletas grandes marrones oscuros; botas de gamuza en piel de vaca. Tenia el pelo blanco peinado hacia detrás; siempre un poco bronceado por los frecuentes viajes al Caribe; gafas de media luna con los bordes de oro y el clásico Rolex Daytona de oro con esfera azul. Típico de mi viejo amigo. Parecía él. El Abogado. El Abogado Pietruzzi. Pero a pesar de esos indicios, no estaba del todo seguro. Tendría que haberme acercado más. Hacía demasiado tiempo que no lo veía, y con el tiempo, la gente cambia tanto, que a veces son irreconocibles. Sobretodo en el carácter. Decidí entonces, salir de la cola y acercarme más a aquel hombre, que se escondía detrás de un diario deportivo que hojeaba y leía con atención y avidez, manteniéndolo en alto y apretándolo entre las manos. -¿Abogado? ¿Abogado Pietruzzi? –le susurré con precaución, a fin de no perturbar a aquel caballero tan distinguido, si no era él. - Como si hubiera oído una voz que viniese del más allá bajó de repente el periódico, dejándolo caer sobre las rodillas, inclinó la cabeza hacia mí, dejando salir la mirada de sus gafas de media luna, y, después de algunos unos instantes de silencio, exclamó... -¡Samuel! ¡Samuel! Amigo mío, ¿cómo estás? ¡Mira qué agradable sorpresa! ¡No me lo puedo creer! Podía esperarme de todo hoy, a excepción de encontrarte. Pero siéntate... siéntate, hazme compañía -me dijo sonriente-. Dime...-me preguntó con curiosidad tan pronto como me senté- ¿Vives de nuevo en Florencia? ¿Has vuelto a Italia? Sabía que viajaba por el mundo, pero en un determinado momento, te perdí la pista. -No...No- Le respondí con una sonrisa- No mi querido Abogado, vivo en Barcelona. Ya hace muchos años que vivo allí. Me gusta, es una ciudad hermosa, y me siento un poco como si estuviese en casa. -¡Ah! ¡España! ¡Barcelona! Bien... bien. Estuve allí hace muchos años con mi esposa. Hermosa ciudad, felicidades. Y dime... ¿que haces en la vida? -¡Vivo, Abogado-! Trato de vivir. Pero ya sabes…no es tan fácil. -Le contesté con una sonrisa- Escribo. Me encanta escribir. Digamos que esta pasión ocupa la mayor parte de mi tiempo. -¡Pero, bueno! ¡Bravo! - Y mientras lo dice, su expresión se vuelve más seria- Escribir significa pensar y volver a pensar, analizar, escarbar en profundidad, para arrojar luz dentro de ti mismo, y descubrir los secretos del lenguaje y de su contenido. La síntesis de todo el pensamiento de un hombre. Desde que se inventó la imprenta, la escritura ha sido para el ser humano una tabla de salvación en el naufragio de toda la existencia. La escritura…escribir, es como buscar la inmortalidad del pensamiento que la palabra, excepto en las expresiones más elevadas de la poesía, a menudo, ha sido incapaz de expresar. Le sonrío y asiento con la cabeza lo que dice. Y así... nos pusimos a hablar aproximadamente durante una hora. Me bombardeaba a preguntas. Con esa curiosidad, cuidada y atenta, de la cual se alimenta la inteligencia, quería saber acerca de lo que escribía, y cómo hubiera podido hacer para leer mis relatos. Se notaba que estaba feliz de haberme encontrado. Y yo, también; estaba honorado de aquella bienvenida tan cálida que, francamente, no me esperaba. El abogado Pietruzzi además de haber sido un gran abogado, era un hombre bueno e inteligente. Pero por encima de todo, era un hombre como aquellos de otro tiempo, con valores sobre los cuales se podría construir un castillo, seguro de que no se derrumbaría. - Mi querido amigo... ¡Me dices que escribes sobre el amor! ¡Sobre el destino! ¡Sobre la vida! Bueno... no hay nada que decir. El amor es la cosa más importante en la vida que el destino dirige. Pero...amigo mío, hay muchas clases de amor. A veces, el amor no es sólo por alguien, sino también por algo. Y no creas... que aunque ese algo sea inanimado, no se pueda llegar a amarlo como si fuera una parte de ti. Sin embargo, a veces, el amor es sólo una forma de egoísmo. Se ama lo que necesitamos, lo que nos hace sentir bien, lo que nos hace sentir cómodos, lo que nos conviene, y nos olvidamos de que esto no es amar. No es amor. -¿Cómo? ¿Como dice abogado? –Sorprendido por esa declaración -. No lo entiendo. No entiendo a qué se refiere. A qué alude. -Claro... por supuesto, mí querido amigo Samuel. Puede ser difícil de entender. Tal vez no se pueda entender, ni siquiera tú. Entonces te contare la historia de un amor... de un gran amor. Mi amor más grande. El sentimiento más profundo que he vivido. Su rostro se iluminó como atropellado por un rayo de sol. -Las razones del corazón Samuel, deben integrarse con las razones del intelecto porque las pasiones son fuerzas sin la cuales, la razón sería impotente. La pasión hace vivir al hombre y latir su corazón. La sabiduría, tal vez, lo hace vivir más tiempo. Pero en el mundo, nada fantástico y magnífico, ha sido realizado sin pasión. Ni siquiera una elección. Por eso… quiero contarte la historia de mi Aston Martín del 42 rojo fuego descapotable. En ese momento, su expresión se puso seria, dobló con cuidado el periódico, lo apoyó sobre la mesa, se quitó lentamente las gafas, y acercándose con la silla hacia mí, penetrándome en los ojos con sus pupilas azules y profundas como un océano, comenzó a hablar con calma: -Cierto que cosas extrañas suceden muchas en la vida... Espero que en la vida de cada uno de nosotros, aunque sé que por desgracia no es así. Ciertas cosas solo acontecen a los que pueden apreciar el lado bueno y el lado oscuro de estas. Y digo apreciar, porque lo agradable y lo desagradable, están eternamente atados por un hilo sutil, casi invisible. Y uno no puede existir sin el otro. Como todo en la vida. Está atado por un hilo fino, sutil, invisible, que une a los opuestos y acerca a los contrarios. Por darte un ejemplo más explícito, y hacerte entender mejor a lo que me refiero, tomaremos una de estas cosas. Para decir mejor... uno de estos hilos. Dejemos de lado, por un momento, el destino de la vida, el azar, las circunstancias fortuitas, y tomemos en su lugar, algo que tenemos, que poseemos. A lo que estamos ligados por la calidad de esa posesión, que hace de ese objeto algo esencial para nosotros. De hecho... una de las situaciones más inusuales, y tal vez, la más dolorosa que haya vivido, fue el diálogo con mi vieja Aston Martín del 42 rojo fuego descapotable. Ves Samuel... a veces amamos también algo inanimado y creemos que este no puede comprender la profundidad de nuestro amor. Es cierto. No puede entenderlo dado que es inanimado. Pero los milagros sí existen; Y ocurre que este inanimado se comunica contigo y se manifieste a través de los sentimientos y de las emociones que te transmite el poseerlo. Créeme, Samuel… es así de fácil. Un día –me dice aproximándose más hacia a mí con la silla- tuve con mi Aston Martín, una conversación muy dolorosa. Pero solo entonces, me di cuenta de que cuando un hombre se desprende de algo a lo que ha estado ligado por un largo tiempo, una parte de él, de su sustancia, se esfuma con aquel objeto. Pasa lo mismo cuando termina un gran amor. Pierdes una parte de tu alma, que difícilmente podrás recuperar. Samuel... tal vez tú no lo crees, pero incluso algo tan aparentemente sin vida, como un coche, puede transmitir emociones, sensaciones, vibraciones, y una energía que hace que el poseedor de ese coche asuma un cierto tipo de actitud, a través de la cual, la gente percibe que ese hombre posee un determinado tipo de coche. Yo tenía, o mejor dicho, tengo todavía, aunque, como sabrás más adelante, estuvimos a punto de separarnos, uno de los coches más bellos que el mundo del automóvil haya proyectado y construido nunca. Uno de los vehículos más fascinantes que entraron en circulación. Un Aston Martín del 42 rojo fuego descapotable. Interior de cuero negro de piel de cordero, redondeadas lateralmente, volante grande de color blanco marfil, caja de cambios de cinco velocidades con transmisión manual, ruedas teseladas con radios cromados y una rueda trasera sobre el portaequipajes. Velocidad 250 Km por hora. Impensable para un coche de carretera de la época. Aunque tú eras un niño, creo que recordaras cuando conducía por las calles de Florencia este maravilloso coche, dejando boquiabiertos a los transeúntes que se detenían a mirarnos, para tener la posibilidad de observar de cerca aquella joya mecánica y escuchar aquel potente motor que rugía como un león. Un diamante entre las piedras. -Sí, lo recuerdo -respondo con entusiasmo intrigado por la historia que salía de sus labios. -¡Ah! Me alegro de que todavía lo recuerdes. Entonces... entonces...lo había dejado hace mucho tiempo a bajo en el garaje cubierta por una tela de plástico transparente, como las que venden los bazares chinos. Así, como si fuera un coche cualquiera. Casi olvidado. A pesar de que cada vez que lo sacaba, reunía varios grupos de gente a su alrededor, que curiosos desgranaban los ojos asombrados ante su belleza. Y si por casualidad, me encontraban a subir o a bajar del coche, me bombardeaban con preguntas. Algunos de ellos me hacían incluso propuestas para comprarla, ofreciéndome sumas considerables. Pero, un poco por indiferencia, un poco' porque no necesitaba el dinero, había siempre rechazado todas las propuestas de compra. Pero un día... un fatídico día...comenzó mi historia; agradable, pero al mismo tiempo dolorosa, descubrí muchas cosas, y aprendí una forma de existencia desconocida para mí. Si un hombre se detiene a ver su propia vida, es la señal de que ya no la vive. La sufre. La arrastra. La tolera. Se convierte en un espectador de sí mismo, y se olvida que en realidad es el, protagonista. Samuel créeme... todo este conocimiento, me habría quedado oculto si los acontecimientos, el azar, el destino, no hubiesen pactado juntos para que yo viviera lo que pasó. Sabes... llegamos a entender lo que significa pensar, solo cuando nosotros mismos pensamos. Pero... para que ese intento sea exitoso, debemos estar preparados para pensar. Debemos haber aprendido a hacerlo. Recuerdo... que un sábado, un sábado por la tarde, mientras tomaba un café en un bar del centro, un "amigo" a quien no había visto desde hacía mucho tiempo se acercó a mí y me dijo... -Buenos días abogado Pietruzzi ¿Cómo está? Me volví y miré a aquel hombre que se me presentaba, tendiéndole la mano. Con el pelo corto, un físico de descargador y unas gafas oscuras que no se quitó. -Samuel... no confíes nunca en los hombres que no se quitan las gafas, o que se hacen fotografiar usándolas. Esconden su propia alma. -¿No me recuerdas? -Insistió con una sonrisa- Tengo aquel gran garaje mecánico fuera de la ciudad, donde arreglo coches de época. Pero...si, vamos... – me dice como si fuera lógico que pudiera recordar- ¡En la colina! En aquel pequeño pueblo, cerca de donde tú vivías antes de casarte y mudarte a la ciudad. Lo siento si te detengo tan bruscamente, pero he estado buscándote hace tiempo para preguntarte si estas interesado en vender tu coche. Me refiero a aquel viejo Aston Martín que tienes olvidado en el garaje. Tengo un comprador americano lleno de dinero, loco como un caballo, que viaja por el mundo para encontrar una. Está dispuesto a pagar una enorme cantidad de dinero para tener un Aston Martín del 42. Justo como el tuyo. Yo lo escuchaba y trataba de ver sus ojos. Pero las personas con gafas oscuras, nunca dicen la verdad. Y como ya sabes Samuel, los ojos son el espejo de lo que eres y ocultan lo que vive en tu alma y que luego se refleja en la mirada. Los ojos nunca mienten. -¿Todavía tiene aquel coche? -Me preguntó curioso y emocionado como un niño-¿Todavía lo tienes? Dime si estas interesado en venderlo. Aunque, como experto en coches de época, sé que ese coche, deportivo y lujoso, un verdadero insulto a la miseria, es ahora una pieza de museo, estoy interesado en el motor. -Si -Le contesté con un aire de satisfacción, pero también de asombro, tal vez de desconfianza – ¡Todavía lo tengo! Está en el garaje cubierto con una lona. Y aunque no es perfecto, y desvencijado como tú dices... todavía es un diamante entre las piedras. -¿Pero lo utilizas? -Me dice con una expresión indagadora-Quiero decir... ¿Te hace falta? -Bueno... Antes, de vez en cuando, lo sacaba del garaje para dar un paseo, pero ahora, hará por lo menos dos años que no lo muevo. Chupa como un loco. En la ciudad, sin presionar demasiado el acelerador, con un litro no hace más de dos kilómetros. -Y dime... - continuó emocionado- ¿Estás interesado en venderlo? Puedo hacerte una muy buena propuesta, optima. Pero tienes que decírmelo ahora, porque el comprador americano se va. Y créeme... -acercándose con su cara a la mía, intentando crear una cierta complicidad- uno como este, no lo volvemos a encontrar. Empezaba a estar cansado de esa conversación tan superficial y aburrida, y no quería perder más tiempo con ese hombre que no había tenido ni siquiera el detalle de quitarse las gafas. -Escucha...-le respondí seco-Te digo la verdad. Si la propuesta es realmente muy, pero que muy buena, lo vendo, caso contrario no me interesa ni escucharla. De todos modos, no veo quien podría estar interesado en un coche en ese estado. -¡No importa! Te lo compro yo, y te ofrezco 200.000 euros en efectivo, si se concluye el acuerdo antes del fin de semana que viene, de lo contrario el americano se me escapa... ¿Que me dices? -¿Que?- abriendo los ojos de par en par - Es una locura pagar un precio tan alto por ese coche. ¿Para qué?–le pregunté curioso- -¡Te lo he dicho! ¡El motor! Estoy interesado en el motor. Como ese motor, no se producen más, los costes de elaboración son demasiado altos. El motor de tu coche es perfecto. Una verdadera creación de ingeniería, en la historia del automóvil. Nunca más se ha construido un motor tan perfecto. - Pero mira... -le digo intentando contener la risa, para disuadirlo- ya no esta a la altura, se ha desgastado, ha envejecido, ha perdido la fuerza, la potencia. Bueno... No sé si podrá andar. -No me importa. A mi me va bien así. No te preocupes si hacemos el trato, asumo la responsabilidad. Sé cómo salvarlo y lograr que vuelva a cantar como antes; perdona…mejor que antes. Una vez arreglado, quedará como nuevo. Y sin decir nada más, arranca un cheque con la cantidad acordada. Yo, pasmado de lo que había pasado, salí del bar feliz y contento. Un cheque de 200,000 euros por ese coche, era una suma increíble. Me hubiera podido comprar dos o tres coches nuevos. -Ves Samuel... - me dice con un deje de tristeza- en la vida ningún placer es en sí mismo un mal, pero a veces, los medios para obtener ese placer, acarrean muchos más tormentos al alma que alegría al conseguirlo. Pero mi felicidad era tan grande, que el camino para llegar a ella, ya no tenía ninguna importancia. Lo observo sin decir una palabra. -¿Entiendes Samuel? .... ¿Lo entiendes? -Continúa con una expresión de pesar, que asalta cuando no hay nada más que hacer.- Estaba vendiendo, tratando , regateando, con un americano, un gran amor por dinero! Un dinero que no tiene historia. Que no tiene emociones. Es sólo un trámite que habla, y vale por sí mismo. ¡Con un americano! ¿Y qué sabía el del amor? ¿De los afectos? ¿De los recuerdos? Tenía más historia mi coche que su país. Y se detuvo, permaneciendo en silencio. -Siga abogado... continúe por favor,-le dije impaciente por saber- -¡Ah! Si!...¿Dónde estaba? -Había llegado al punto en que su amigo le había dado un cheque por su coche. - Sí... sí, sí. Entonces te decía: - En aquel punto, tenía solo que ir al garaje y llevar mi viejo coche al taller mecánico de mí supuesto amigo, para demolerlo. Hacer esto, me parecía a primera vista la cosa más fácil y simple del mundo. Pero no sabía, ni imaginaba lo que me esperaba. Aprendí que el sentimiento de culpa por un error cometido, nunca aparece solo. Llega siempre acompañado por la duda, la inseguridad, el remordimiento. Y nunca se sabe cuál de los tres se revelará primero. Entonces... Lo qué se suponía que iba a ser un día agradable y fructífero, se convirtió en su lugar, en unos instantes de vida dolorosos y angustiantes, para mí y para mi alma. Y me mostró, la parte más oscura, más real, digamos... incluso la más amarga de las cosas. Pero sin duda, aprendí la parte más humana. El lunes por la mañana me levanté temprano para ir a cerrar definitivamente el acuerdo alcanzado dos días antes y poder celebrarlo la misma noche con otros amigos que ya habían sido avisados del gran evento. Caminé con pasos apresurados hacia el garaje, donde durante dos años yacía cubierta con una lona de plástico, sucio y polvoriento mi Aston Martín 42 rojo fuego, descapotable. Ignoraba si habría arrancado. Tiré de la lona que la cubría como se abre el telón de un antiguo teatro que está a punto de comenzar su último espectáculo. Mi vieja Aston Martín del 1942 rojo fuego, descapotable, apareció ante mí con todas sus curvas arquitectónicas, poderosas, impresionantes, magníficas, aunque velada por la decadencia del tiempo. Sólo en aquel momento advertí la presencia de mi alma, que me dijo... -¡Abogado Pietruzzi! ¡Escucha a tu corazón, porque el conoce todas las cosas! - Pero yo no hice mucho caso. No sabía lo que quería decir. Ni siquiera estaba interesado en saberlo en ese momento. Mi Aston Martín, mantenía intacta su personalidad, que consiste en poseer ese "algo" que escapa a cualquier definición del lógico criterio. Continuaba existiendo, podría casi decir “siendo”. Como cuando yo la conducía por las calle de medio mundo, la gente se volvía loca por la belleza de sus rasgos. Nadie en aquellos días, habría tenido jamás el valor para desafiarnos. ¡Nadie! Entre en el coche, inserte la llave en el contacto, apreté el botón para arrancar el motor y... casi como si fuera un milagro, teniendo en cuenta que hacia dos años que la había dejado parado reaccionó: la batería aún estaba cargada y respondió casi de inmediato a mi gesto. Sólo después de un pequeño número de bocanadas comenzó a funcionar. El bramido garroso de su motor llenaba todo el espacio a mí alrededor. Mientras ajustaba el asiento, buscaba la inclinación correcta, miraba las luces en el cuadro de instrumentos, sentía las vibraciones que me llegaban desde lo más profundo y regulaba la dirección; me acordaba de los momentos gloriosos y de las sensaciones experimentadas. Volví incluso a sentir el olor de los cigarros que fumaba, cuando veloz como un rayo conducía rápido por las calles más importantes de la costa. Pero Samuel… el recuerdo de la felicidad, ya no es más felicidad y se convierte en otra cosa. Así que...ser feliz, significa amar lo que tenemos, y la forma en que amamos lo que tenemos. Hace una pausa de silencio, baja la mirada y continúa... -De repente... oí una voz, tal vez un poco cansada, pero orgullosa y merecedora, que se introdujo en mis pensamientos, rompiendo mi silencio contemplativo; y me preguntó... - ¿Amigo mío que te ha pasado? ¿Has tardado mucho tiempo antes de venir a verme otra vez eh? Pensaba que me habías olvidado, y que me habías abandonado. Pensaba que no te interesaba más. Dime... ¿a qué se debe ese despertar inesperado e improviso, tan temprano por la mañana? -Nada... nada en especial- le digo para no darle importancia-Quiero solo dar un paseo por la ciudad. Vamos a ver a un amigo que quiere conocerte. No sabía cómo decirle que ese sería nuestro último encuentro. Nuestro último viaje junto. No pude encontrar ni el valor, ni las palabras para enfrentarme y decirle la verdad. Y así... empecé a mentir. Y quien miente, como un cobarde que se acostumbra al propio refugio, tendrá que acostumbrarse a la propia mentira. Y por más que esta mentira sea creíble, deberá continuar mintiendo, dando vida a un enemigo dentro de si. Me di cuenta, que en el interior del depósito había todavía un buen resto de gasolina. La aguja evidenciaba unos 20 litros. Apreté ligeramente el acelerador para calentarla un poco. El motor se detuvo abruptamente, resoplando un par de veces, y luego, débilmente arrancó. Respiraba profundamente como el pulmón de un atleta que esta a punto de iniciar una competición. Tomó aire, tiempo. Encontrando de nuevo aquel ritmo tan armonioso en sintonía con aquel rugido feroz. Salimos lentamente del garaje, cómplices, como una vez. Durante casi 20 años nunca nos hemos separado. Siempre juntos, unidos y dispuestos a todo. Una complicidad que había olvidado. Y cuando la complicidad en el amor deja de existir, o viene traicionada, aunque sea solo por una vez, ese amor se marchita como una rosa sin agua. Poco a poco, sin advertencias. - El amor... querido Samuel, no es una chispa efímera, nacida del encuentro de dos deseos; es una llama eterna encendida por la fusión de dos destinos. Lo nuestro ha sido más que un encuentro. Más que una pasión. Más que un amor. Lo nuestro ha sido un gran amor. Y se mantendrá dentro de cada uno de nosotros, para toda la vida. Ni siquiera el tiempo, que tiene la capacidad de hacer olvidar, ha podido borrar las sensaciones de vida, que hemos vivido, dividido, y sentido juntos. No había ninguna mujer que pudiese resistirse, una vez que tenía la oportunidad de sentar su ambicioso culo en el asiento de mi Aston Martín. Entraba con los ojos abiertos de asombro, y cuando se sentaba en aquellos asientos de cuero, suaves como una pluma que la envolvían, no quería ya bajar. Trataba de seducirme, extasiada de alegría, sonriente y feliz, con la esperanza de un futuro juntos. Los tres juntos. Pero no había espacio para ella. Cada vez que llenaba el tanque de gasolina, dejaba a la estación de servicio y a los clientes que se encontraban allí, con la boca abierta. No me dignaba de mirar a nadie. Pero a menudo el orgullo, es la virtud del hombre infeliz, y del hombre débil. Mi Aston Martín del 42 estaba poseída por el alma de una mujer muy celosa; así que te hablaré de esta alma, de esta mujer, de este gran amor. Te hablaré de ella. Respetuosa, reservada, con un sutil sentido del humor, tal vez incluso un poco " tímida. No era de muchas palabras, pero más propensa a demostrar con los hechos. Como las personas que tienen un peso en la vida. Prescinden de las palabras, y demuestran con los hechos, lo que realmente son, y valen. La capacidad que tienen de dar y de amar. Están a tu lado. No te abandonan. Superan los problemas luchando contigo, hasta el final. Pase lo que pase. Esto es lo que cuenta en la vida querido Samuel. El resto son acciones, palabras, actitudes, sin importancia, de gente sencilla, trivial y superficial. Sin valores. Sin moral. Sin un alma. Y Samuel…gente así hay mucha. Después de un rato, "que circulábamos en silencio por las calles; me pregunta curiosa… -Te he extrañado mucho. ¿Sabes cuántas veces te he pensado en la oscuridad de aquel garaje? Quería verte. Te habría llamado si hubiera tenido la oportunidad de hacerlo. Pero no quería molestarte. Querría que fueras tú el que diera el primer paso y me desearas de nuevo como me deseaba una vez. Porque ves, también yo, aunque vieja, tengo mi dignidad y una moral, que consiste en respetar tus deseos y tu voluntad. Pero dime.... Tengo curiosidad por saber, ¿a quien quieres presentarme? ¿Es un amigo importante? Si es tu amigo, ¿como es que no me has lavado, o quitado el polvo para hacerme más presentable y hermosa? ¿Para que tus amigos todavía pueden hablar bien de mí? Antes me bañabas tres veces por semana, lavándome con cuidado. El valor de los sentimientos que sentías por mí, se podía medir con la suma de los sacrificios que tú estabas dispuesto a hacer. - No te preocupes, no es nada importante- le dije para cambiar de tema - Nada importante. Créeme. Tengo simplemente prisa y tengo el tiempo contado. Por esta razón no te he llevado a ponerte guapa. -¿Tienes prisa? ¿Tienes poco tiempo?-Me repetíos incrédula - ¿Después de tanto tiempo sin verte? ¿Por qué no me preguntas cómo estoy? ¿Cómo me encuentras? ¿Que he pensado en ese tiempo que no nos hemos visto? Parece que no tienes interés por lo que vive dentro de mí. Antes… te preocupaba por todo. -Perdóname…Perdóname, -le digo con un tono de súplica pero falso - Estaba a punto de preguntártelo. - Pero dime - insiste ella - ¿A dónde vamos? ¿Partimos para un largo viaje? ¿Vive lejos tu amigo? - ¡Samuel! -exclama serio el abogado -En ese momento me di cuenta, que mi alma, disgustada por mi actitud estaba recobrando a cada instante aquella paz, felicidad, alegría y armonía con la vida que hasta ese momento me había regalado. No mientas... no mientas nunca Samuel, porque tendrás que pagar las consecuencias de tus mentiras. Retoma el aliento y sigue su narración, con una expresión más seria en la cara: - No...No – contesto con ese hacer evasivo de las personas que se avergüenzan - Mi amigo vive a pocos kilómetros de aquí. Damos una vuelta y después vamos directamente a verlo. -Ah… Entiendo…Entiendo... Pero intuí por su voz, que no estaba muy convencida de mi explicación. Di una vuelta para calentar bien el motor. Traté de meter la tercera que, como de costumbre, se resistía entrar. Ese pequeño problema, mi vieja, siempre lo ha tenido. Nunca había querido curárselo. Lo mantuvo siempre con ella. Tal vez era una característica suya de la que no quería separarse. Digamos que era una manera de mostrar su personalidad y su carácter, su obstinación a no querer uniformarse con los demás... “los demás”. Lo intenté 2 o 3 veces antes de que engranase la marcha. Acelerando y desacelerando. De repente, como una llave que se desliza dentro de una cerradura, en el momento que entro la marcha, dio un salto hacia adelante aplastándome en el asiento, con el fin de demostrarme su potencia. -Discúlpame...discúlpame – me dijo con una voz débil, casi queriéndose hacer perdonar, -Ya lo sabes... ese es mi vicio. Se que estas acostumbrado, pero con la edad y con el tiempo, se ha hecho mas evidente. Esta confesión, aunque honesta y sincera, me dio la confirmación, " eliminando así un poco de peso en mí conciencia", que lo que estaba haciendo era lo correcto. La realidad es que me había convertido en un hombre vil y mezquino y no me daba cuenta. Buscaba un pretexto, una excusa, una razón trivial, para separarme de ella, en lugar de confesarle una honesta verdad. Pero a menudo, la paz, la tranquilidad, la resignación, muchas veces, la mayoría de las veces, se pagan con la cobardía. -Créeme Samuel... tomar esa decisión no fue fácil. Ser consciente de tener que desprenderse para siempre de lo que se ama, aunque fuera la cosa más justa y conveniente, era como destruir una parte de mí. Pero no existe una separación definitiva, hasta cuando el recuerdo vive. Los anillos invisibles que nos unen, no se han roto del todo. La memoria mantiene unido lo que la vida a veces intenta separar. -No te preocupes...no te preocupes – le dije presuroso- te lo curo yo tu vicio. Te llevaré al médico que te sanará para siempre. Verá cómo después estarás bien y en forma. Mentía... mentía... Como nunca lo había hecho antes, y todo esto porque quería hacer algo que me convenía. Pero esa mentira y mi actitud sibilina, pesaban como una roca para mi alma. Que me lo hacia notar. Recuerdo que hubo un momento que me dijo. -¿Qué estás haciendo? ¿En que hombre te has convertido? ¿Nada tiene ya importancia para ti? ¿Dónde has dejado tu moralidad? ¿Y tus valores? ¿Te has convertido en un hombre egoísta y sin corazón? En un hombre cualquiera. Mientras ella, mi Aston Martín, no convencida de mis palabras, me dijo... -Disculpa, pero no lo entiendo. Has vivido mucho tiempo con este vicio. Llegaste incluso a amarlo, y a apreciarlo. A veces incluso te hacia sonreír. ¿Como es que ahora, después de tanto tiempo que no nos vemos, quieres llevarme con alguien que me quitará para siempre aquello que tu tanto has amado? ¿Pero no eras tu quien me decía que amar significa, también, ser capaz de aceptar algo que no nos gusta de todo, pero si el resto nos llena de alegría, ese algo pierde importancia? ¿No es así que decías? En muchos kilómetros de vida recorrido e aprendido que la mejor relación no es aquella que une a personas perfectas, sino aquella en la que, cada individuo aprende a vivir con los defectos del otro y ad admirar sus calidades. Que quien no valora lo que tiene, algún día lamentara por haberlo perdido y quien hace del mal, algún día recibirá su merecido. No le respondí. No me atrevía. No podía seguir con esa comedia, esa farsa tremenda. - Samuel...Amigo mío... el corazón, se me rompía por el gesto que estaba llevando a cabo. Era como si dentro de mi conciencia reinase la soledad. Acelere y salí rápidamente de un atasco de tráfico que se había creado. Era un hermoso día de junio. El sol brillaba alegre y poderoso en el cielo. Las golondrinas volaban en pareja y se acercaban a nosotros. El viento, bochornoso, me revolvía el pelo, trayéndome los aromas del pasado. Aunque mi Aston Martín era de pocas palabras, parecía haber sentido algo, y volvió con una débil voz pidiendo una explicación. Como alguien que espera recibir malas noticias. Pero la certeza de la verdad no se puede tener casi nunca, sólo se puede creer o no a lo que nos dicen. - Si me llevas al médico antes de llevarme con tu amigo quiere decir que me has encontrado muy deteriorada. ¿Tal vez demasiado envejecida? ¿Cansada? ¿Ya no te gusto? Pero tienes que entenderme…Lo sé... me he descuidado un poco en este tiempo que no te he visto. No he tenido la oportunidad de entrenarme, de embellecerme para ti. Pensaba que no te interesarse más. Pensaba que ya no despertarse ningún deseo en ti. Pero... si me dices que todavía, me amas, que todavía estás dispuesto a compartir tu tiempo conmigo, puedo ponerme en forma rápidamente, y volver a ser hermosa. Tal vez no tan linda como antes… pero lo importante es estar juntos. ¿No crees? Esas palabras, rebosantes de amor, me atravesaron como una puñalada por la espalda. -No te preocupes, tranquilízate, no es nada, es sólo una revisión. Nada más. La mentira es siempre la vergüenza del hombre. Te conviertes en otro ser para ocultar, para escapar, para defenderte, para justificar tus debilidades, o simplemente por una vulgar y egoísta conveniencia. La conveniencia de los viles, y de los mezquinos. Ella...ella se sentía fatua y orgullosa de mí. Se complacía y le gustaba hacérmelo saber. Cada vez que apretaba el acelerador, su respiración se hacia mas elástica y potente, como en los buenos viejos tiempos. - Sabes... - insiste ella - Tengo que decirte la verdad, como siempre te he dicho. Hoy cuando te he visto; cuando has venido a visitarme y hemos salido así, de esa manera... digamos poco ceremoniosa, he tenido un mal presentimiento. Pensaba que no me estabas diciendo la verdad, y que todo se había terminado entre nosotros. Pero ahora... que veo que todavía te preocupas por mí, y que me estas llevando afuera, tengo que pedirte disculpas. Lo siento...de verdad lo siento si he pensado mal. Perdóname. Veo que sigues orgulloso de tenerme cerca. Y esto, créeme, me llena de alegría. Yo nunca te dejaré. Y cualquier obstáculo que se presente, si lo desea, lo afrontaré contigo. Estando a tu lado. No le respondí tampoco esta vez. No sabía qué decir. Nuestro dialogo hubiera sido solo fingir. Fingir…fingir. El problema de la mentira, mi querido Samuel, es que la mentira, crea un enemigo que vive dentro de ti. Un conflicto interno y externo con uno mismo. No te dejará estar más en sintonía con la vida, porque lo que tienes, y lo que hayas conseguido lo habrás logrado con el engaño. Tendrás que vivir con ese enemigo, y también con lo que dices. Y tu manera de ser tendrá que adaptarse a tus palabras para confirmar una verdad, que en realidad no es una verdad. Un conflicto de personalidad. Como si dos personas viviesen dentro de ti, una contra la otra. Es imposible vivir así. Una vez más, sus palabras interrumpen mis pensamientos rompiendo el silencio detrás del cual me estaba escondiendo: -Pero , disculpa... ¿Se puede saber hacia dónde vamos? ¿Por qué me llevas por estos caminos de tierra, malolientes? ¿Por qué no me llevas al centro de la ciudad, en las calles más bellas, donde todo el mundo me puede mirar, y aclamar? - Vamos al médico ya te lo he dicho. Para retocar esos pequeños defectos, y volver a estar juntos como antes por las grandes carreteras. El médico vive fuera de la ciudad. Vive en una colina, aislado de todos, para respirar aire limpio. Mis palabras la habían halagado. Tal vez no estaba muy convencida, pero por cómo respiraba, y por la forma que se dejaba conducir, sin oponer ninguna resistencia, me dejó claro que seguía creyéndome, o al menos trataba de hacerlo. Saltaba portentosa hacia adelante cada vez que aceleraba. La sentía feliz, mientras yo me moría de la vergüenza. Sabía que este era su último viaje. La estaba llevando a la muerte, a la destrucción. La dejaba por algo que me convenía. Por dinero. -A menudo, mi querido Samuel, cometemos un gran error; Solo por el egoísmo de conseguir el placer, caminamos demasiado rápidos, sin entender ni ver lo que hay a nuestro alrededor. Y sin saber lo que nos depara el destino, nos perdemos las pequeñas cosas de la vida, que a menudo encierran en sí el placer de vida. Me di cuenta por el tono de su voz que estaba sufriendo, pero aun me amaba como antes. Amaba, Samuel. Ser amado, es el regalo más importante que podemos recibir. No lo olvides nunca. Es un regalo. Si le hubiera dicho la verdad, tal vez, le habría procurado un gran dolor, pero lo hubiera entendido, y se hubiera resignada a los acontecimientos, y yo, me hubiera separado de ella de un modo honesto, como un hombre. Con un hermoso recuerdo para ambos. Pero así... así Samuel de esa manera... No... No... No... No estaba bien, no era justo. Para persuadirme y convencerme de que estaba siempre en forma, y quitarme cualquier duda, corría como en los viejos tiempos. Era un esfuerzo terrible al que se sometía para enmascarar la realidad… La realidad del tiempo que no perdona a nadie. El tiempo Samuel, no tiene corazón. Probablemente había adivinado mis intenciones. Quería hacerme entender que aunque los años para ella como para mí, habían pasado, ella, estaba siempre disponible y dispuesta a dar el máximo. Dispuesta a entender y a sentir. Pero sobre todo a complacer, por el placer de dar sin condiciones. Un alma generosa. Un gran corazón. De hecho... Yo no sabia porque lo hacia. Lo que me habían ofrecido representaba una suma de dinero enorme por ese coche. Pero yo no necesitaba dinero. Y además...por encima, por encima de todo, existía nuestro amor. Un amor que no se había terminado. Esa pasión ardiente todavía existía. El tiempo no había sido capaz de borrarlo. Pero entonces, ¿por qué lo hacia? Tal vez... Lo hacia porque me había convertido en un hombre demasiado práctico. Un hombre que había dejado de soñar. Y los hombres prácticos, toman decisiones prácticas. Es la excusa que tienen, para no amar, para no sentir, para no sufrir. Y sin saberlo, dejan de lado las emociones de la vida. Cuando tienen que alejarse de algo o de alguien, regalan excusas triviales, listas, para justificar el por qué lo hacen. Pero…aunque las traiciones en la vida, en el amor, en la amistad, existen, no pueden ser justificadas, ya que implican la pérdida de la propia decencia. Quien traiciona, en realidad se traiciona a si mismo. - Samuel... mi viejo amigo, escucha lo que digo, y espero que te sirva de lección para ser capaz de vivir en armonía contigo mismo y convertirte en un hombre. Un hombre de verdad. Un día, nuestra alma... el alma que vive contigo, lo creas o no, te recordará lo que hiciste, y entonces, no tendrás mas tiempo para arrepentirte, y te será imposible volver atrás. Te quedarás solo, con poco tiempo disponible, para vivir con el remordimiento grabado en tu conciencia por lo que perdiste. Porqué no pensaste con el corazón. Porque te dejaste convencer. Porque fuiste egoísta. Porque no quisiste arriesgar. O simplemente porque no sabías lo que querrías. Samuel…recuerda, cuando te alejas con la voluntad de tu corazón, eres en gran parte abandonado también de la vida. Esa parte de la vida que transmite felicidad, alegría, sosiego. Permanece lo práctico, lo conveniente, lo oportuno. El aburrimiento. Una vez más su voz: -¿Te acuerdas cuando hicimos aquel viaje a Francia? ¿Cuándo recorrimos 1.800 kilómetros sin parar un momento? ¿Y tú, no levantaba el pie del acelerador? 180-200 - 210 en algunos lugares me has empujado hasta 240 Km. Quemaba la calle. Pasaba delante de todos. Era más rápida que el viento. Y entonces.... -rio divertida - ¿te acuerdas cuando conociste a aquella hermosa chica francesa de París? ¿Qué se lo creía, solo para estar sentada aquí, junto a ti? Vamos... Aquella hermosa parisina que tú colmabas de besos, a la que decía palabras dulces y poética. Le abrías incluso la puerta, para que se sentara sobre mí. Juntos, los tres, cruzamos la Costa Azul. Me hiciste conocer los mejores lugares, los restaurantes más prestigiosos, los hoteles más románticos que nunca haya visto. Cuando llegábamos al destino, hacías rugir mi motor como un león antes de apagarlo, con el fin de que todo el mundo pudiera oírme. Estaba tan feliz contigo. Tan feliz, que no te lo puedes ni imaginar. Te confieso, sin embargo, que la pasión que sentías por aquella hermosa chica, me hacia a veces estar celosa. Pero en el fondo, estaba tranquila sabes... conociéndote, sabía que aquella chica, aun que hermosa, representaba una aventura pasajera, mientras que yo…nuestro amor, duraría toda la vida. Al final, te habrías quedado conmigo. Y sólo conmigo. Y ella habría desaparecido al igual que todas las demás. Pero…. ¿Lo recuerdas verdad? -Por supuesto... -por supuesto que lo recuerdo - le respondo con lágrimas en los ojos - Lo recuerdo todo. Pero, ¿qué te pasa hoy? ¿Por qué me haces todas estas preguntas? ¿Por qué te dejas llevar por la nostalgia? Siento en tu voz un velo de tristeza. - Nada... nada -me dijo con un susurro – lo hacía sólo para hablar un poco. A un cierto punto… llegamos a nuestro destino. Vi aquel gran bloque de hormigón gris a distancia. Se presentaba con una expresión triste y lúgubre, como todo a su alrededor. El ambiente era apagado e inhóspito. Entré por una grande reja enmohecida y mi introduje por un camino largo de tierra, lleno de tornillos y tuercas. Rodeado de cactus secos y áridos que aparecían como espectadores tristes e impasibles. Ausente de cualquier emoción asistían silenciosos, tal vez, ya acostumbrados a presenciar la muerte de un gran amor. Había amontonados, por todas partes, cientos de neumáticos rotos, que aparecían como fantasmas. Y alguna horrorosa carcasa de viejos choche ahora oxidadas y abandonadas. Un día también ellas tuvieron un valor, una belleza. No nacieron cadáveres o hierros viejos. Fueron cedidos y dejados a su suerte para llegar a serlo. Dejados por alguien que no les amaba ya. Alguien como yo. Sus miradas estaban tristes por ese abandono. Y cuando pasábamos delante, veía que abrían sus ojos y susurraban entre sí, casi avergonzados, sin hacerse oír por mi Aston Martín. El hombre destruye todo lo que ya no necesita. Y reemplaza lo viejo por algo más moderno, pero menos glorioso. Pero el hombre... el hombre todavía no ha entendido de que en cada objeto que posee, hay una parte de él que muere con ese objeto, cuando se separa de el. Al igual que cuando termina un gran amor. Perdemos una parte de nuestra alma, que difícilmente podremos encontrar de nuevo. Mañana por la mañana, a esta hora, incluso mi gloriosa Aston Martín del 42, rojo fuego descapotable seria reducirá de esta manera... como las otras... enterradas en el anonimato. - ¡Hemos llegado! - le dije con un tono seco y frío. Pero en mi interior, los pensamientos y los sentimientos se contrariaban y no me dejaban pensar. Maldición... maldición… ¿Que estaba haciendo? - ¿Hemos llegado? – me respondió asombrada - pero esto... esta... esto... no es un ¡hospital! Esto es un cementerio. Donde se abandonan los coches para ser destruidos. Hay muertos por todas partes... hay un aire lúgubre y sucia. Pero, ¿dónde me has traído? ¿Por qué me has traído aquí? Qué... ¿qué quieres hacer? Pero ¿Por qué? Pero, ¿Por qué me haces est… Apagué el motor rápidamente para evitar que siguiera hablando. Basta de su voz. De sus palabras. No podía continua oyendo aquel tormento. Esa voz Samuel... Me rompía el corazón. ¿Quién era yo? ¿En qué me había convertido? ¿En que me había trasformado? No lograba reconocerme. - Abogado Pietruzzi ... –le digo sacudiéndolo ligeramente, todos nosotros en la vida, pasamos por un período donde no nos reconocemos, y vivimos y actuamos como desconocidos para nosotros mismo. -Querido Samuel... gracias por tus palabras. Pero yo... yo había entrado en la categoría de los hombres prácticos. De los que hacen las cosas que mas les convienen, sin amor, sin sentimientos, sin pasión. Estaba fuera de la categoría de los hombres que sueñan y viven por algo que va más allá de lo que se ve. El sentido práctico, en el hombre, consiste en ignorar los deseos y evaluar todo bajo el mismo perfil. Para el hombre práctico, la felicidad no es más que el hábito diario de la resignación… Visiblemente emocionado por los recuerdos, retomó con dolor su historia: -Dentro de la oficina los obreros habían sido ya informados de nuestra llegada. Dos o tres de ellos, con las manos negras de grasa, y expertos en la materia se acercaron lentamente. Se escondían dentro de sus trajes azul oscuro, grasientos y sucios del petróleo de otros motores. Sus rostros estaban pintados con el color de la indiferencia y sus ojos... sus ojos Samuel… codicioso de la amarga satisfacción que siente sólo quien infiere sobre lo que es hermoso. Y le encanta retozar en el destruir todo lo que para él es inalcanzable. Uno de ellos, me hizo señas con la mano para que la llevara adentro. Otros, cogieron las herramientas y se acercaron a ella. Querían desmontarla toda mi Aston Martín, como si se tratara de un coche cualquiera. Querían dividirnos. Querían destruir el amor que todavía nos unía. No sabían nada de lo que había pasado entre nosotros. Pero a ellos… no les importaba nuestra historia, nuestro pasado, los momentos inolvidables que vivimos juntos. ¿Qué sabían ellos? La desmantelaran toda. Demolerán el motor, y harán de ella una pila de hierro viejo. Pero no destruirán su alma. Su alma, se quedará conmigo, y la llevare dentro de mí hasta muerte. -Estaba confundido Samuel... muy confundido... Trataba de consolarme con aquella idea. Quería convencerme con la voluntad, a mí mismo que la memoria, y el recuerdo, eran suficiente para borrar la pena. Había olvidado la traición. Deliraba... Volví al coche, encendí el motor para moverla, y ella, como si mi estuviese esperando, con el corazón lleno de dolor, como un niño que llora en frente de mamá pidiendo explicaciones, rogándole que no lo deje solo en la noche, con el alma destruida, y con ese hilo de voz tenue que no ocultaba ya ninguna emoción se desmoronó... -Pero ¿por qué? ... ¿por qué me haces esto? ¿Por qué tu? Yo, que te he amado tanto. Pero ¿por qué? Después de todo lo que hemos pasado juntos... ¿Cómo puedes separarte de mí? ... así... sin una razón...sin ni siquiera decirme la verdad. Pero, ¿qué te he hecho? ¿Cómo puedes haber cambiado tanto? ¿Lo hace sólo por el dinero? Yo… hubiera podido permanecer allí, sola, en la oscuridad de aquel garaje, esperando, esperándote todo el tiempo que tú quisieras. ¿No tiene ningún remordimiento? Me has traído aquí con el engaño. No creo merecerlo. Siempre he sido honesta contigo. Pero ¿por qué... por qué? ¿Por qué no me has dicho enseguida la verdad? ¿Por qué me mentiste usando pretextos superficiales y excusas triviales? No lo merecía. Me lo dijo con un tono tan desesperado que nunca había oído antes. No tuve el coraje para responder. Apagué el motor otra vez para no escuchar su voz desgarradora. Pero... En ese momento mi corazón rompió a llorar. Fue entonces cuando entendí, que la compasión por el dolor de los demás, es la ley más importante de la vida, la única que te convierte en un hombre. Tan importante que ilumina nuestra existencia. Entendí que tenia que aprender a dejar ir a quien no tiene intenciones de quedarse…a no esperar a quien no va a regresar…y dar una oportunidad a quien la merece. Entendí que una vida centrada en el egoísmo, no sólo te aleja de una conexión más alta espiritualmente, sino que te impide alcanzar la felicidad, que vas buscando, negándote la alegría de vivir. Mi alma, aún sentada en el asiento delantero junto al mío, y que hasta entonces me había acompañado, se levantó, abrió la puerta y dándome una ojeada de compasión, pero también de menosprecio, se alejó. Sin decir una palabra. Sin darse la vuelta. Me sentía solo ante de mi decisión. Ningún hombre…ningún hombre Samuel, por un periodo de tiempo que no sea muy corto, puede tener una cara para mostrar a sí mismo, y otra para mostrar a los demás, sin al final encontrarse en la situación de no entender ya, cual es su cara verdadera. Volví a mirar a mi Aston Martín 42 rojo fuego descapotable. Era realmente hermosa... hermosísima... el coche más bello que jamás haya existido. Con el motor apagado, no podía hablar, no podía contestar, ni siquiera preguntarme defenderse o suplicarme, ni siquiera explicar, para hacerme comprender mi error. No podía hacer nada... nada, absolutamente nada. Como nada podemos hacer nosotros cuando alguien no quiere escuchar nuestras palabras. Sus lágrimas eran lágrimas de verdad, sinceras. Lágrimas coloreadas de decepción al ver sus sueños e ilusiones borradas, barridas, por un hombre a quien ella creía y amaba. Un hombre con el cual habría invertido su vida. El suyo no era un llanto de debilidad o de miedo. Era un llanto impotente. Leia en su rostro, la expresión amarga de quien sin previo aviso o razón, se ha sentido condenado a muerte por una terrible traición. Mientras tanto, sus ojos me miraban y seguían implacables y silenciosos, mis movimientos. En realidad Samuel, a quien estaba engañando, era a mi conciencia. A mi mismo .Traicionaba a mi destino. Y nadie puede escapar o huir de lo que está destinado a ser. - Samuel... escúchame bien amigo mío. El siguiente momento de esta historia, cambió mi vida y me devolvió la alegría que había perdido. ¿El dinero? ¿El hombre práctico? ¿Inteligente y sensato? ¿Que busca lo que le conviene? No... La vida no es eso. ¡La vida no pasa por eso! Quien ama por conveniencia, por conveniencia deja de amar. Si en el amor se busca lo útil, para conseguirlo, iremos contra el mismo amor. ¡No!.. No... No... Me dije a mí mismo: ¡No! Entiendes Samuel ¡Me negué! No podía permitirlo. A quién le importa el dinero! Las pasiones no se pueden comprar. Los sentimientos no tienen precio. Y cuando si entrega el alma a algo, o a alguien, este algo ya no esta a la “venta”, y de ese alguien, no podremos entonces separarnos. Debería ser así, sin más. Pero, por desgracia en la vida de los hombres no lo es. Pero a quién le importa... A quién le importan los hombres. ¿A quién le importan los demás? ¿Quien son los demás? Esto lo es para mí. Este es mi código. Es mi modo de ver la vida. Eso es lo que yo soy. Lo que hace parte de mi esencia. Y no puedo traicionar a mi esencia. No puedo vivir con un enemigo dentro de mí por hacer lo que conviene. No. ¡Nunca lo haré! Yo vivo para sentir. -Dime Samuel… ¿Qué hombre en la tierra es capaz de entender y juzgar la actitud y la decisión de otro? ¿De determinar lo que debe o no debe hacer? ¿De separar lo que es correcto de lo que no lo es? Lo justo y lo injusto pasan a través, de un hilo sutil, el mismo hilo sutil, que ya he comentado al principio de la historia. Sólo cada uno de nosotros puede juzgar a sí mismo y lo que ha experimentado en la vida. Mi Aston Martín 42 rojo fuego descapotable era mi amor. Y un amor no se traiciona nunca... nunca... nunca. No se escapa. No se miente. Se afronta con la lealtad que el amor requiere. Abrí mi chaqueta, saqué el cheque de 200.000 euros y echando un vistazo a mi amigo, que con sus brazos cruzados, me observaba curioso, oculto por sus gafas negras…lo rompí. Rompí aquel cheque, reduciéndolo en mil pedazos que hice caer al suelo delante de la mirada atónita de todos. Subí de nuevo en el coche, encendí el motor, puse rápidamente marcha atrás, y fuera de aquel matadero, al aire libre. Salí, sin decir una palabra ni a ella ni a las personas que estaban allí con las herramientas en la mano, listo para destruir mis pasiones. El sol de junio brillaba en lo alto. Era un día maravilloso. Las golondrinas, que nos vieron de nuevo salir juntos, volaron alto en el cielo para protegernos de los rayos del sol. Y su canto nos acompañaba como una orquesta de violines. Veloces. De nuevo libres. Nunca más, nadie nos podría separar. Ella se deslizaba a través de las calles rápida y ágil. Corría más expedita que antes. Había entendido todo. Había oído todo. Aun que no había pronunciado una sola palabra. Hacia lo que le pedía, sin dudar, como un aliado leal, como un amante pasiva y cómplice. Respondía rápida y obediente. Incluso se anticipaba a mis intenciones. Tan grande era la complicidad que nos unía. Qué coche tan increíble. Estaba viviendo su segunda juventud. No decía nada. Continuaba cerrada en un apropiado silencio como para demostrar con los hechos y no con las palabras, el estúpido e insensato error que había estado a punto de cometer por haberla subestimada. Es el error de quien no sabe ver las diferencias, y busca un resultado inmediato. No puede entender, ni siquiera diferenciar, lo que será un gran amor… de lo que será sólo una compañía transitoria y sin importancia. Pero aun peor, no puede reconocer el engaño de una aventura, de lo que era un verdadero amor eterno. -Mi querido Samuel... aquella ausencia de criterio me habría arrastrado a un túnel de errores del cual no habría podido salir. En lugar de sumergirme de nuevo en el centro de la ciudad, en aquellas calles concurridas, llenas de gente, llenas de ruido llena de superficialidad; salimos de la ciudad. Necesitaba estar un poco a solas con ella. Necesitaba hablarle. Para hallarnos y reconquistarnos. Para reconocernos y ser capaces de volver a sentir aquello que una vez hizo brillar nuestras almas y latir nuestros corazones. Para no dejarnos nunca... nunca... nunca más. Un amor reencontrado es mas fuerte todavía que el amor vivido anteriormente, porque lleva consigo todo lo que no fue posible vivir y el recuerdo de lo que fueron instantes maravilloso. Hubiera querido decirle, que un día, cuando hubiésemos sido viejos y ya no hubiésemos tenidos la fuerzas para correr, habríamos mirado atrás, y reiremos de esos momentos que habían querido separarnos. Corría rápido, lejos de los comentarios, de la envidia y de los celos, de las miradas de los otros. ¿Los otros? ¿Quiénes son los otros? Son accesorios innecesarios en el amor. 100, 150, 180, 200, 220 Km. por hora. En pocos segundos se transformó en una locomotora descontrolada. Su motor parecía tener más fuerza que antes. Pero de repente... De repente algo macabro e inesperado sucedió... Del interior de su motor surgieron una serie de ruidos indescifrables, percusiones, ruidos sordos. Y advertí que poco a poco iba perdiendo fuerza, Perdía el aliento, se ralentizaba. No podía más. Me estaba dejando. Se estaba apagando. Una eutanasia. Ralentizaba cada vez más y más, se balanceaba y se estremecía. En un momento, se detuvo a la sombra de un árbol que sobresalía de la carretera. Entonces con un hilo de voz débil y agonizante me miró y me dijo: - Lo siento... Lo siento pero no puedo más - y las lágrimas corrían por su rostro - No puedo más. Perdóname. Tenías razón, me he hecho vieja, no tengo fuerza, ya no sirvo para nada. Ahora queda sólo una sombra de lo que fui. No quiero hacerte perder el tiempo. No quiero que pierdas una oportunidad. Si lo desea... con las pocas fuerzas que me quedan te llevo de nuevo a aquel garaje, y acepto de perderte para siempre, y morir allí, sola, en medio de los demás. Ahora he entendido que ya no puedo darte lo que quieres. Lo Acepto…lo acepto sabes... porque sé que también tu me has amado. Pero ahora, soy yo la que ya no puede estar cerca de ti, como te gustaría No te doy la culpa, es el destino que separa incluso los amores más grandes. -No... Samuel - exclamó impetuosamente el abogado Pietruzzi - ¡No podía aceptarlo! ¡No podía aceptar ese destino! Aquel amor para mí era más fuerte que el destino. Pero… ¿Lo entiendes? -me mira con los ojos enrojecidos por la emoción - ¿Lo entiendes? ¡Era el amor! Un amor verdadero. Una vez más, estaba preocupada por mí, y me demostraba lo mucho que me amaba. La estaba dejando y ella, se preocupaba por mí. El amor Samuel... no es lo que se dice, ni siquiera lo que se hace. El amor es la capacidad de estar presente. De estar cerca de quien se ama, prescindiendo de todo y de todos. Esto es amor. El resto son sólo sentimientos confusos e insignificantes. Y entonces... Le respondí con un sentido de orgullo de un hombre que delante de un contexto terrible, esta dispuesto a defenderla y a protegerla ante el mundo. - ¡No hables así! ¡Ni siquiera lo pienses! Si aun puedes... volvemos a casa despacio, despacio. O llamo a alguien que te ayude. Pero ni hablar de separarnos. De hecho... Lo siento... ¡lo siento! si por un momento tuve la debilidad y la estupidez de ceder. Si he hecho caso de los consejos de los demás, y me he dejado convencer. Si he sido débil. Pero créeme ha sido solo un momento de confusión. Dicho esto, poco a poco, lentamente, con pequeños jadeos deteniéndose de vez en cuando, recorriendo la carretera hacia casa. Llegamos al garaje. Bajamos en silencio, sin decir una palabra. Apagué el motor y antes de ponerla de nuevo bajo la lona, la limpie, la limpie toda, pasando un paño suave y perfumado de lana merinos sobre su carrocería. Y ella, sonriendo, volvió de nuevo a ser bellísima. Entonces...subí a casa, tomé algunas mantas de lana escocesa. Las más bellas y las más calientes que tenía. Volví al garaje, y la cubrí, para que se sintiese bien y no tuviera frío. Lentamente cerré la puerta de entrada, mirándola una vez más, como hace una madre, cuando sale en silencio de la habitación mirando a su hijo durmiendo. Mi alma estaba allí, fuera esperándome. Se acercó y me susurró en el oído… -Hiciste lo correcto por eso he vuelto contigo. Ha pasado mucho tiempo desde aquel día Samuel. Ahora mi Aston Martín del 42 rojo fuego, descapotable sigue ahí, en el garaje, durmiendo bajo las mantas, descansando en paz. Cada vez que voy al garaje, estoy allí con ella. La pongo en marcha, sólo para escuchar su voz. Pero no salimos. Ya no podría. Pero no importa. Estamos allí a hablando, para recordar, para tener una charla como buenos amigos. Después la cubro de nuevo, y me voy en silencio, pensándola. Yo también he envejecido Samuel. Los demás... mis amigos, mis parientes, mis hijos, me dicen que me deshaga de ella, y me dan consejos sobre cómo procurarle la muerte. Se preocupan por mi economía en lugar de preocuparse de ser felices. Mientras los días pasan, y encima de aquellas mantas hay siempre más polvo. Yo, como ves, tengo dolores en todas las partes del cuerpo, y no ando muy bien. Salgo cada vez menos. Bajo poco al garaje, porque hay mucha humedad y me duele hasta los huesos. Sé que ella está ahí. Esperándome. Me esperara hasta que hay vida. La dejare en herencia a mis hijos. Ellos hacen parte de los otros – me dice con una sonrisa amarga – y la venderán. A ellos les interesa el dinero, el prestigio, la apariencia de las cosas y no la sustancia. Van rápido, lo quieren todo y piensan poco. Son buenos para juzgar y criticar lo que nunca tendrán el valor para hacer y vivir. Critican a los ancianos porque no saben como se envejece. Y no me refiero a la edad o al tiempo. Me refiero a ese conjunto de valores que un hombre debe siempre llevar consigo si quiere ser llamado hombre. Pero mis hijos son parte de los demás. Ellos no pueden entender este gran amor. Ahora, ella ha crecido, hasta convertirse en un coche de época. Ahora vale mucho, mucho, dinero. Si la venden pueden comprar tres o cuatro de esos autos japoneses hechos de plástico. Todos iguales entre sí, sin personalidad y ni carácter. O bien, un apartamento en el centro de la ciudad, para hacer fiestas el sábado por la noche, invitar a amigos, y jactarse, ostentando, lo que han conseguido sin tener ningún mérito. Y donde no hay merito no existe virtud. Pero amigo mío... Mis hijos son mis hijos, y forman parte de otro mundo. Un mundo que yo no conozco... Se levanta emocionado. Yo, con un nudo en la garganta, me levanto con él. Salimos del bar y nos saludamos dándonos la mano. Quizá por última vez. - Gracias Abogado Pietruzzi - le digo, tratando de ocultar la emoción- a sido un placer verlo y hablar con usted. Me ha contado una bella historia. La escribiré, y haré una novela. - Gracias a ti Samuel; a mí también me ha alegrado mucho verte de nuevo. Y si escribes un cuento, lo leeré con placer. Y recuerda amigo mío... Recuerda Samuel...lucha siempre. No te rindas nunca, si crees en algo, no cedas, si crees que ese algo sea un gran amor. ¡No te rindas! Porque una vez perdido, no podrás nunca mas volver atrás. Y te quedaras con el recuerdo de que no supiste valorar las cosas y perdiste un amor a tres “rosas rojas”. Me quedo allí... en silencio... viendo como se marcha cojeando, con esa elegancia que siempre lo ha distinguido. La idea de escribir esta historia me vino en un bar en Milán, cuando unos pocos días después del encuentro con el Abocado Pietruzzi me sucedió un hecho similar. Un hombre se me acercó y me ofreció una suma exagerada por un Rolex Daytona de 1930 que yo llevaba en la muñeca. Mi abuelo regaló a mi abuela este reloj y ella me lo regalo a mí por mi 18 cumpleaños. Uno de lo relojes más bellos y difíciles de encontrar para los coleccionistas. Siempre he guardado esta joya en una caja fuerte y sólo cuando voy a Italia me lo pongo. Cada vez que lo hago siento la voz y la presencia de mi abuela, conmigo. Una mujer que he amado profundamente Por supuesto rechacé aquella oferta. Y aunque hubiese sido 10 veces mayor la habría rechazado de todo modo. Y cuando aquel hombre atónito ante mi negativa me pregunto el porque. Le contesté diciendo: -Hay cosas en la vida que no tienen precio. Cuando estas cosas, consiguen la posesión de una parte de nuestra alma, ya no podemos separarnos. Como un amor. No tiene precio. Cuando el ama encuentra la mitad que iba buscando, una vez la he encontrada no puede desprenderse, porque si lo hiciera, perdería la alegría de vivir. Pero aquel tipo, no entendió nada de lo que yo quería decir. El formaba parte de los demás. Él era los demás. ¿Y qué saben los demás del amor? Un amor a tres rosas. Y el alma pregunta.