lunes, 12 de agosto de 2013


El mendigo y la señorita




En una callejuela del centro, escondido de la ferocidad de los turistas, y lejos de las miradas y de las luces, en un bar sucio y lúgubre, donde la gente bebe un café y se va sin decir nada, un mendigo con aire temeroso, se acerca a una bella chica que sentada a una mesa lee concentrada un viejo diario consumido por el tiempo en el que hay escrita gran parte de su vida.
Leer aquel diario era para ella como redescubrir miedos y deseos, que no pensaba que le pertenecieran, sueños olvidados o quizá borrados a propósito.
-Disculpe, señorita, no quisiera molestarla, pero puedo hacerle una pregunta?
Al oír aquella voz, levanta la mirada y bajando ligeramente la cabeza lo mira de arriba a abajo, y sin dignarse a responder continúa leyendo.
Era una chica guapa y rica que nunca había tenido la necesidad de luchar en la vida; todo le había sido dado sin mérito, concedido, como un regalo. 
Sobre él no había mucho que decir. Un mendigo que realzaba su aspecto. Uno de esos que piden limosna en la calle, se emborrachan para olvidar y que comen lo que encuentran en la basura y duermen cuando pueden. La vida lo había reducido a un pobre hombre de barba blanca que iba pidiendo alguna moneda para poder comer. Pero tenía algo que lo hacía especial. Sus ojos. Cuando hablaba, sus ojos profundos como el océano y grises como un día después de haber llovido, brillaban con una luz insólita.
-Señorita -insiste el mendigo de pie ante ella- no quisiera molestarla pero puedo hacerle una pregunta?
-No tengo ninguna moneda para darle -le responde con aire molesto.- Si no se va, llamo al camarero.
-Señorita… disculpe, no se enfade, no quisiera importunarla, no quiero ninguna moneda, simplemente quisiera hacerle una pregunta.
Cierra el libro con un gesto brusco y con aire enfadado.
-¡Está bien entonces! Si no quiere una moneda, dígame qué es lo que quiere y después váyase por favor, quisiera estar sola.
-No quiero nada -le responde con aire triste el mendigo- hace ya mucho tiempo que he dejado de querer o si prefiere de desear, quisiera únicamente hacerle una pregunta.
-Hágamela entonces esa pregunta.
Reconfortado en el ánimo y habiendo reencontrado aquella valentía que un día lo distinguía, esbozando una sonrisa le pregunta:
-¿Usted sabe volar?
-¿Cómo? -responde sorprendida - ¿Disculpe, cómo dice? ¿Si yo sé volar?
-Sí señorita, ha entendido perfectamente. ¿Usted sabe volar?
Me apetecería hablar con alguien pero solo si sabe volar, de lo contrario prefiero estar solo.
Sabe señorita, estar solo, aunque estoy acostumbrado, es duro, a veces muy duro, y es agradable intercambiar un par de palabras con alguien. -¿Usted sabe volar? -Insiste el mendigo-
-Escuche -le responde con aire disgustado- no me haga perder tiempo con estas preguntas. ¡Claro que no sé volar, ni que fuese un pájaro!
-No… no… -esbozando una sonrisa-señorita, quizá, no me he explicado bien. Por volar entiendo si tiene la capacidad de hacer emocionarse a su alma, de hacer latir a su corazón, y de hacer caso a sus sensaciones. Si tiene la valentía de amar con pasión, de arriesgar por aquello que vale la pena, de luchar y defender aquello que considera importante, alejándose de aquellos que la contaminan, y de las opiniones superficiales y apresuradas.
Al oír estas palabras la cara de la chica se volvió pálida, y a pesar de la apariencia un poco frívola, empezó a preguntarse quién era aquel hombre que estaba ante ella.
-Bien si por volar se refiere a eso... creo que sí, no sabría... Nunca antes me lo he preguntado.
-Ve, señorita, me he acercado a Usted porque he visto algo insólito en sus ojos. Aunque estaba concentrada leyendo, he podido ver a intervalos, la luz de la que están dotados sus ojos. Hacía mucho tiempo que no veía una mirada tan triste. Y créame, señorita, que gente, estando sentado todo el día en una acera, veo mucha.
-¿Usted está sola señorita? Quiero decir, está casada, ¿tiene hijos? ¿Un novio? En fin, ¿hay alguien en su vida?
-Eh, diría que sí. Hay un hombre desde hace tiempo que me importa y del que me he encariñado. No estoy casada si es eso lo que quiere saber.
-Y dígame señorita, a parte de importarle y de haberse encariñado de él, que es un sentimiento humano totalmente respetable, ¿está enamorada?
-¿Quiere decir si lo amo?
-Sí precisamente eso. ¿Ama a ese hombre? ¿Lo ama tanto que haría cualquier cosa con él? ¿Que cambiaría su vida? ¿que lo seguiría allá donde fuera? que sería su cómplice y aliada en cualquier situación?
-Bueno…-no demasiado convencida-no sabría decirle, creo que sí.
Me importa, me he encariñado pero… cambiar mi vida, dejar todo por él, no sé, tendría que encontrarme en esa situación.
-Dígame señorita… usted es joven, guapa, no le faltan las oportunidades de conocer a alguien. ¿Por qué ha decidido compartir su vida con un hombre al que no ama? o al que en cualquier caso, ¿no ama tanto? Quizá para usted es más un buen amigo con el que poder contar, una persona que conoce, que le hace compañía, disponible y paciente. Pero créame, señorita, el amor, que hace latir al corazón, y  sentir al alma, que provoca la alegría de vivir, es otra cosa. Y discúlpeme si insisto, no tengo ningún derecho, pero usted debería experimentar ese amor para dar un sentido a su vida.
Esas palabras la transportan atrás en el tiempo, y por un momento, un velo de tristeza cubre su cara.
-¿Dar un sentido a mi vida? ¿Qué quiere decir para usted dar un sentido a la vida? 
-Significa estar implicados, lanzarse con valentía, caer y volver a caminar. Significa buscar a un hombre que la haga feliz y luchar por lo que ama, a pesar de que le dé miedo. Significa no conformarse con lo que tiene a su alcance, sino buscar lo que le transmite alegría. El amor, señorita... el amor...
No tiene ya más ganas de leer, prefiere escuchar las palabras de ese anciano que tiene ante sus ojos.
-Ve, señorita, cuanto más intenta escapar de las cosas que teme, éstas más se le presentan y la persiguen. 
Nadie, créame, señorita, nadie puede curarse de las cosas que nos han hecho. Han sucedido y punto. No podemos hacer nada. Son realizadas por otros y si no se superan influyen en nuestra manera de vivir, de ser, pero sobre todo de amar. Y antes de que nos demos cuenta, nos llevan a hacer otras cosas, que nos harán infelices durante toda la vida. Continúan entrometiéndose entre usted y aquello que querría tener. Se entrometerán entre usted y aquello que querría sentir. Amar significa asumir también la responsabilidad que ello conlleva.
-No quiero sufrir más – le responde como despertándose-
He sufrido demasiado en la vida. Después de mi matrimonio, que fue un desastre, fui en busca de una relación más fácil, más simple, más fluida, sacrificando quizá también el amor.
-Señorita, créame, las amigas le han aconsejado mal. Quizá celosas de usted. Quizá no deseaban su felicidad. Quizá... no eran tan amigas.
El riesgo más grande en el amor consiste en no arriesgar nada.
Quien nada arriesga, nada tiene, nada hace, y nunca será nada. Quizá podrá evitar el sufrimiento, pero no llegará a sentir, a crecer, a cambiar, a amar con pasión. No encontrará nada capaz de comunicarle algo, porque no sabrá ni verlo ni reconocerlo. Permanecerá encadenada a certezas ilusorias, a opiniones superficiales, a juicios banales y simples. Renunciará así a la característica más grande, la libertad de ser y sentir. Y eso únicamente por miedo.
Estar escondidos detrás de las protecciones, significa perder el propio yo, perder la oportunidad de vivir una vida maravillosa. No debe permitir que esto suceda.
Pero para eso hace falta la valentía de descubrirse.
-He dejado de soñar desde hace ya demasiado tiempo. Ahora intento vivir las cosas concretas y fáciles de la vida. 
-¿Cuáles son las cosas concretas y fáciles en la vida?
¿Cree de verdad que existe algo tan concreto que no sea mutable con el tiempo? Sólo si tiene un sueño podrá hacer un día de su sueño una realidad. El problema es que quizá usted se ha olvidado demasiado pronto de ese sueño.
Porque en el afán de buscar, ha perdido la espontaneidad de ser. Lo contrario del amor no es el odio, es la apatía, la costumbre, la rutina, donde el alma envejece y muere.
Adaptarse significa vender el propio tiempo al peor postor.
-He intentado, créame -le dice agachando la cabeza- He intentado superar mi pasado, pero no lo he logrado. Vuelve en todo momento. Cuando conozco a un hombre y lo veo diferente a mi, escapo por miedo de equivocarme y tener además que sufrir. Aun no he logrado encontrar el modo de salir de ese túnel oscuro que me robó la alegría.
-Señorita, escúcheme… -acercándose a ella como si quisiera susurrarle algo en el oído- No podía encontrar una vía de escape de ese túnel, porque nunca se ha fortificado a sí misma. No ha sabido estar sola. No se ha dado el tiempo para depurarse, para esperar, para pensar. No ha sabido escuchar a su alma en el silencio y en la soledad. Ha afrontado otra relación con la mochila llena de antiguos dolores, mintiéndose a sí misma. Se niega a un hombre que la ama, que la desea, que está dispuesto a luchar por usted, el derecho a entrar en su vida, nunca encontrará el regalo de sentirse única. Si continua permaneciendo ligada al pasado, nunca logrará tener una experiencia plena, y vivirá el amor de una manera parcial y mediocre. No sirve de nada esconderse detrás de muros siempre más altos e impenetrables porque serán altos e impenetrables incluso para lo que usted siente. Cada hombre es un mundo, una vida. No existen vínculos. Son mundos diferentes. Si quiere liberarse de su pasado, debe en primer lugar aprender a perdonar. Perdonar aquel daño que le han hecho, es la única manera de deshacerse de todo. Y si no lo hace, llevará siempre consigo ese peso.
Pero una vez se haya deshecho de ese peso, podrá usar todas sus energías para crecer, para cambiar, para volver a amar de un modo verdadero, profundo, sincero, pero sobre todo leal. Sólo con el corazón se puede ver el mundo de la manera correcta. Lo que es esencial es invisible al ojo.
Levantó la cabeza, lo miró fijamente a los ojos y comenzó a hablar con un hilo de voz, lentamente, como si estuviera confesándose.
-Me separé de un marido que me maltrataba.
No me hacía sentirme mujer. No me sentía deseada, valorada, apreciada. Perdí la autoestima y con el tiempo me llené de inseguridades y miedos. Tenía miedo de todo. Y me sentía sola al tener que hacer frente al mundo.
Un día por casualidad, conocí a un hombre en la calle. Me gustaba mucho, y comenzamos a salir. Entre nosotros había mucha atracción. Hacía latir mi corazón y que mi alma saltase de alegría. Deseaba amarme de verdad, para siempre, para toda la vida. Me habría defendido, me habría protegido. No me habría abandonado nunca. Sentía que también yo habría podido amarlo inmensamente. Pero tuve miedo. Tuve miedo de nuestras diferencias. Su pasado era muy diferente al mío. Estaba confundida, y me alejé de él con una excusa. Un día me envió un mensaje. Me pidió que lo ayudase, que no lo abandonase, que le diese la oportunidad de hacer crecer dentro de mí la seguridad que yo necesitaba. No quería perderme. Habría estado a mi lado, si hubiera tenido el valor de arriesgar, de entender, de hablar sinceramente con él, y confesarle lo que vivía en mi interior. Pero no lo hice. En lugar de luchar junto a él, lo abandoné, y lo dejé solo, con el corazón hecho pedazos. Podía haber sido un grandísimo amor. Pero escapé... escapé, convencida de estar haciendo lo correcto.
Preferí mentir con falsos pretextos. Preferí esconderme de el. Preferí permanecer en silencio. No tuve el coraje de hablar con el. Preferí escuchar lo que me decían las amigas. Preferí salir con otro hombre, al que había conocido en ese momento. Preferí… por culpa de mi inseguridad lo perdí para siempre.
El mendigo la observa con tristeza, y sus ojos penetran en los de ella. Y sin pronunciar palabra, le dicen… “le mentiste… lo  leyó en tu ojos aquel día por eso se fue”
-Señorita, escuche con atención lo que voy a decirle, y espero que permanezca grabado en su corazón.
No tiene importancia si un hombre comete un error, lo importante es que ese hombre esté dispuesto a pedir perdón, a volver atrás, a empezar de nuevo con usted, para poder remediar su error. El error en sí cuenta poco, lo que cuenta es cómo nos volvemos después de ese error. Cómo incide en nosotros. En qué nos convierte. El otro hombre... aquel que teóricamente le conviene, hecho de grandes y convincentes sonrisas, el de apariencia amable y bellas palabras, educado en las maneras y aceptado por las amigas. El otro... huirá a la primera ráfaga de viento, al primer problema. No tendrá el valor de enfrentarse, junto a ella, a sus miedos, a sus inseguridades, a sus temores. Porque en su mundo, nunca ha tenido que luchar, ni transformarse, ni llorar, ni sufrir, ni estar solo, ni sentir el dolor en el silencio de la noche y el ansia en el corazón por un amor perdido. No… el otro, créame señorita, no es de esa clase, las cosas le han sido fáciles, y fáciles deben continuar siendo para él para que tengan sentido. Podrá incluso  encontrar al hombre más guapo, más rico, más inteligente, más todo, pero si cuando vuelve a casa, cuando cierra la puerta, dentro de esas cuatro paredes en el silencio de la noche, usted, sola, no siente nada cuando está junto a él, pierde la oportunidad de vivir una vida maravillosa. Ese debe ser su termómetro, no lo olvide nunca, señorita. Tiene que aprender a escuchar su corazón, y no lo que le dicen los demás.
-¿Y qué es el amor? Quizá yo nunca he estado enamorada.
-¿El amor, señorita? Quién sabe…quizá el amor era aquel hombre del que usted escapó sin hablarle, sin una explicación, simplemente negándose por miedo a caer de nuevo.
Necesita amar y ser amada, para llegar a un estado en que las sensaciones que siente y experimenta lleguen sólo a través del alma. Hay momentos en que la vida te regala momentos de una  hermosura inesperada. En esos momentos sientes la necesidad de otra cosa porque todo a tu alrededor, debido a las sensaciones que sientes, colma de vida tus segundos. Quizá sin saberlo, justo cuando tu corazón late rápido y tu respiración se vuelve más profunda, comienza silenciosamente dentro de ti un cambio que te llevará a otro nivel de percepción. Cuando tus convicciones y certezas se destruyen es como volver a vivir, y entonces descubres miedos, deseos, pasiones, dudas, que pensabas que no existiesen en tu interior.
Ese intervalo de tiempo es el amor. Donde el alma y la vida se encuentran. Donde el alma y la vida se abrazan, y se enamoran, uno del otro. En el momento en que evitas el amor, tus sentidos pierden cualquier tipo de sensibilidad, y a tu alrededor se acumula el polvo de la tristeza. Un hombre y una mujer son la mitad del uno y del otro. Aunque sean polos opuestos. Pero el amor es ser opuestos. Cuanto más lejanos son entre sí los polos, más profunda será la atracción. Cuanto más diferentes, mayor el encanto y la belleza cuando se acercan. Las relaciones no se construyen en la mesa, se viven y al vivirlas se refuerzan. Las diferencias con el tiempo desaparecen. Nadie puede apostar sobre uno mismo en el futuro, por lo que vendrá. A veces para respetar promesas hechas sin sentido, o para seguir lo que la voluntad impone, se arriesga en dar vida a una relación estanca, hecha de silencios. Dudar de los pensamientos que se han tenido, de las acciones realizadas, de las palabras dichas el día anterior, saber volver sobre los propios pasos e intentar retomar aquello que un día no fue capaz de valorar y perdió, es el único modo de crecer, de entender, de cambiar. La felicidad, si se busca con la imposición de la voluntad, se escapa. 
-Señorita… señorita… Disculpe, disculpe -le dice el camarero tocándole el brazo - tenemos que cerrar el bar.
Fuera llueve y hace frío, tápese señorita.
Levanta la cabeza del libro. Con paso lento se acerca a la barra para pagar y pregunta al camarero:
-¿Sabe dónde está el anciano que estaba hablando conmigo? ¿El que estaba sentado en mi mesa? 
-¿Cómo dice? –Le responde el camarero asombrado-  Ha estado todo el tiempo sola, ha dormido durante casi dos horas.
No ha entrado nadie. Lo habría visto. Sale del bar y recorre la calle rápidamente bajo la lluvia. Las palabras de aquel anciano mendigo con barba blanca resuenan dentro de ella...
“Habría podido volar con ese hombre, si le hubiese creído y le hubiese dado una oportunidad. 
“Habría podido amar y ser amada con gran pasión por ese hombre al que un día le dijo que se fuera.
“Habría podido luchar y defender ese amor de las amenazas de la gente superficial y banal. 
“Habría podido ser feliz y construir bases sólidas, sobre las que edificar lo que es importante para usted.
“Habría podido…pero no hizo nada, mintió con una excusa banal y huyó. No tuvo el valor de afrontar la única batalla que la vida le puso delante”.
Está a punto de coger un taxi, pero una voz detrás...
-Señorita, señorita...-en una esquina, sentado en el suelo, escondido por el saliente de un tejado que lo protege de la lluvia, un mendigo la llama.
-Señorita, déme una moneda para poder tomar una taza de café caliente. Hace frío esta noche. 
Se acerca y le da un billete de 5 €, y añade... Es todo lo que tengo. El mendigo asombrado por tanta generosidad la mira y le dice: 
-Gracias, señorita, usted es una persona buena y generosa, gracias, que Dios la ayude siempre. 
Está a punto de irse, pero el mendigo insiste.
-Señorita, es usted muy guapa, pero sus ojos no brillan, usted no es feliz. Quisiera decirle sólo una cosa. La felicidad no está en hacer lo que uno quiere, sino en elegir hacer lo que uno siente. Déjese guiar por el corazón y no tenga miedo porque, aunque algo pasase, siempre podrá recordar que vivió intensamente algo que merecía la pena.
Se sube al taxi y se aleja mirando a través de la ventanilla la lluvia que cae espesa, las lágrimas inundan sus ojos. Abre el bolso, y al buscar un pañuelo para secarse, y encuentra, casi por casualidad, un trozo de papel en el que está escrito el número de teléfono de aquel hombre. Lo coge, lo mira y piensa...
-Quizá también ha llegado para mí, el momento de aprender a volar-
Y el alma pregunta.





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