jueves, 14 de mayo de 2020

MI MISMO.


Observo a la gente a mí alrededor y sigo pensando que todos ellos están fuera de escena. Beben, comen, bromean, y ríen sin interrupción, complacidos y satisfechos, apoltronados e angustiados por su dinero.
¿Pero son felices de lo que han llegado a ser? ¿De lo que hacen? ¿De lo que tienen? De las casas, de los barcos, de la ropa, de los coches, de los ostentosos viajes y de las amantes clamorosas, de todo lo que parece mucho y en realidad es poco, poquísimo, no es nada. Es solo el precio que deben pagar para aburrirse en la vida.
Necesitan conversaciones sin sentido, de ruidos, de sonrisas, de palmadas en la espalda para existir, detrás de máscaras hechas de apariencias y vacías de sustancia, para sentirse parte de un mundo que los aleja de sí mismos.
Se disculpan ante evidencias que no quieren aceptar, ante valores predicados y no practicados, y las características comunes se convierten para ellos, en el único argumento y en el aspecto dominante de su modo de vida.
Existen para mantener y preservar una forma de vida ya encontrada. Para uniformarse con la sociedad siguiendo el mismo camino. Y de la inmovilidad de su existencia, poder juzgar y criticar a hombres como yo, que han dado un alto valor a su vida, y no la han vivido como un patético espectáculo teatral. Tienen que justificar y justificarse del tiempo que han perdido sin hacer nada por miedo a hacer, o tal vez, simplemente porque no han sido capaces.
No puedo explicar la verdadera razón de por qué evito a la multitud; tal vez, por un rechazo instintivo a seguir el camino de la mayoría, y a continuar en solitario mi viaje.
Y aunque las incertidumbres de algunos momentos han hecho a veces temblar mi autoestima, debido al desaliento por los golpes recibidos, he seguido adelante, sin prestar atención a lo que los demás podían pensar de mí.
No puedo compartir con ellos la superficial apariencia y alegría por cosas que no tienen sentido. Necesito algo diferente para sentirme vivo y  entender el porqué existo. Por eso, voy buscando ese silencio interior que me aísla de todos ellos. Necesito sentir que mi alma, mi ser, se desnuda de todas aquellas ficciones habituales y que todo dentro de mí se hace más agudo, más penetrante, más profundo. Una desnudez árida y verdadera de mi mismo.
Como si mirando mi vida, asistiese a una realidad diferente de aquella que diariamente percibo. Una realidad fuera de las formas, de aquello que me rodea, de lo que ya conozco. Solo en ese silencio consigo percibir que la existencia cotidiana de la muchedumbre que me rodea, permanece suspendida en el vacío de la nada y aparece ante mis ojos carentes de sentido y de propósito.
Y aunque a veces, me resulta difícil conservar y defender en medio de la multitud la independencia de mí ser. Más agobiante y angustioso me resultaría conformarme con ellos, y aceptar una tal actitud, o modo de vida.
Ningún hombre puede violar su naturaleza, por eso, tengo siempre que ser yo mismo en cada instante. No puedo renunciar a mi individualidad solo para no herir las susceptibilidades de algunos, que en la vida se conforman, con el fin de poder reconocerse para comunicarse y juntarse, cerrando los ojos ante todo aquello que es diverso. No han elegido sus vidas, la sociedad se las ha proporcionado con todos los accesorios para transformarse con el tiempo, en fenómenos estadísticos, portadores de ninguna verdad, dotados únicamente de una mínima lógica y racionalidad, pero alejados de poseer la chispa que los haría independientes y lo convertiría en hombres libres.
Lo que he sido, está gravado a fuego en la expresión de mi rostro, en la luz de mis ojos, en mi forma de hacer, de vivir, de hablar, o de ser. Llevo dentro de mí las heridas de mi pasado y una profunda tristeza que ha debilitado mi alma y envejecido mi cuerpo. No soy capaz de vivir un momento, sin pensar en aquello que lo precede, demasiadas pruebas he tenido que superar como para no tenerlo en cuenta.
Nunca he entendido el talento de algunas personas que en poco tiempo se trasforman en otras, renegando lo que han sido o han vivido. Creo más en una metamorfosis paciente, lenta y dolorosa, que produce un cambio en la forma de ser y de percibir la vida.
He necesitado un largo tiempo, para presenciar y entender la lenta transformación interior de mí mismo, dirigida por una voluntad personal de superarme. He sido muchas veces, injustamente juzgado por personas que no conocían tan siquiera una partícula de mi ser. Que ni siquiera tenían una idea de lo que vivía dentro de mí. En aquella soledad que a veces se prolongaba durante un largo tiempo, he tenido que enfrentarme al dolor, a la tristeza, al miedo. Hoy llevo dentro de mí las heridas de mis batallas, y unas profundas cicatrices en el fondo de mi alma.
Siempre he pensado que el tipo de vida que rodea a muchos, es un completo engaño y que existe algo más de este vivir habitual y tranquilo, que escondido tras una ostentosa felicidad, profesan con presunción y sabiduría cierto personaje que sentados, observan sin entusiasmo, sin alegría, lo que necesitan para hacer palpitar sus corazones. Como siempre me han hecho tristemente reír las declaraciones de aquellos que dicen (hay un tiempo para todo) (busco la tranquilidad y la estabilidad) (quiero ser feliz). La verdad es que se han trasformado con el tiempo en estériles inteligencias y espectadores temerosos de una vida que les pasa por delante, sin ser vivida, Tienden a dar un valor absoluto a todo lo que es relativo y mutable, debido al terror de perder y a la incapacidad de reconquistar, lo poco que con mucha suerte han encontrado. No existen certezas, solo los burros la buscan. No han entendido que la vida no es un término absoluto, si no al contrario, es un sentimiento mutable y varios a según el momento, la casualidad, la suerte, las coincidencias o la circunstancia. Sus deseos, sueños y ambiciones, les hacen imaginar un estado feliz respecto a lo que está por venir, porque añaden a sus vidas placeres que no tienen. Y cuando, por suerte, algunos de estos sueños se convierten en una realidad, ni siquiera entonces serán felices, porque tendrán otros proyectos futuro más grandes y más importantes de aquellos que una vez les hicieron esperar, que cuando se cumpliesen les hubieran proporcionado la felicidad que tanto buscaban.
¡Quieren conocer la felicidad! Pero por miedo a arriesgarse, ni siquiera se conocen a sí mismos. No han todavía comprendido que la felicidad, la verdadera, deambula solitaria y silenciosa, sencilla y humilde, buscando entre
esas sugestivas apariencias, un momento para volver a existir y renacer.
He llegado a un punto en el que ya no me interesan las razones de los demás, de lo qué piensan o hacen de lo que dicen o cómo actúan. ¡He escuchado demasiado y durante demasiado tiempo! No tengo más paciencia.
He perdonado, he justificado, he comprendido e incluso he tolerado. Pero con el tiempo las decepciones pesan demasiado. Pero no pesan las decepciones en sí mismas, sino el tiempo que se necesita para superarlas. No pesan las personas equivocadas que conocimos en nuestras vidas, sino los pedazos de nosotros que hemos perdido a causa de ellas en el camino para reconstruirnos. Tampoco pesan las lágrimas derramadas, sino el doloroso recuerdo de no haber podido detenerlas, sabiendo que esas lágrimas no eran merecidas.
Y si por una pizca de alegría corresponde una pizca de amargura, si por cada cosa que se pierde algo se gana, significa que una inevitable dualidad dirige nuestros destinos hacía la naturaleza de nuestras vidas y empuja a la parte opuesta a completarla, y nuestra manera de actuar está definida y dominada por las leyes de la naturaleza.
Solo el hombre que sabe deshacerse de cualquier cosa y de cualquier tipo de apoyo en todos los momentos. Solo el hombre que conserva la capacidad de ganar o perder dependiendo de cómo gira la ruleta de su vida.
Solo el hombre que a pesar de los golpes recibidos y las cicatrices quizás aun abiertas conserva dentro de sí el brillo, el optimismo y el entusiasmo; solo aquel hombre no podrá nunca ser parte de la multitud porque encarcela dentro de sí el alma del individuo.
Pero si un hombre es idéntico al del día anterior, sin haber advertido ningún cambio dentro de sí, sin haber sentido deslizarse pensamientos extraños e inconfesables, golpes de locura, sueños irrealizables, ilusiones fantásticas o acciones incoherentes. Si ese hombre nunca ha puesto en duda sus pensamientos, sus acciones, las certezas afirmadas y defendida, entonces su vida es plana, común, banal, aburrida, y la evolución interior de su alma se ha rendido pasivamente.
Si los sueños y las ilusiones que animaban tus noches son solo recuerdos del pasado, la vida no se renueva y se convierte en rancia, estanca, se petrifica, y el pensamiento luminoso se trasforma en una mosca que da vueltas dentro de una botella vacía. Tienes que apoyarte a ti mismo y creer en tus fuerzas, porque son las únicas que pueden apoyarte cuando todos se irán.
A menudo dicen que lo que se deja atrás no importa, el pasado no importa, y muchos viven plácidos y tranquilos con esta convicción demencial. ¡Yo, en cambio! Creo que lo que hemos vivido cuenta y mucho. Y no es cierto que no debamos mirar hacia atrás, tenemos que hacerlo, para recordar el tiempo vivido, las emociones que sentimos, la gente que conocimos. Para entender el por qué, hemos pasado por lo que vivimos. Para recordar las razones que nos llevaron a donde estamos, y lo que hemos llegado a ser. Y recordar también y sobre todo lo que nos hubiera gustado olvidar, para no volver a cometer los mismos errores.
No hay días inútiles. Cada día tiene su valor y su razón de ser. Su razón de existir. Y cada minuto, cada momento, cada instante, nos deja algo. Incluso las lágrimas derramadas, son la prueba de que un día, un corazón estaba latiendo intensamente.
Como sucede a menudo en la vida, a través de lo que al principio podría haber parecido un error, se puede alcanzar la verdadera felicidad para convertirse en un hombre libre.
Y no hablo de esa libertad que te permite hacer lo que quieres. Hablo de esa libertad de estar en paz contigo mismo, de respirar profundamente, y de no sentir la amargura y el dolor que has vivido. La libertad de vivir sin tener que pisar a nadie. La libertad de ser feliz con lo que eres y tienes en tu sencillez. La libertad de amar pocas cosas y pocas personas, pero amarlas de verdad. La libertad de haber cometido grandes errores a tus espaldas, pero una conciencia serena de haberlas reconocido, nunca negado y superado.
Grandes hombres no se nacen, nos convierte el tiempo, cerrando fuertemente en nuestro corazón los valores y principios que nos han sido transmitidos y que nunca hemos olvidado. Un gran hombre no ignora, no se esconde, no miente, no pisotea y no quiere pasar por encima de nadie, porque sabe que es él mismo, un individuo libre, lejos de la multitud.
Y el alma pregunta.
                   
                     ¡¡¡DAME UN ME GUSTA!!!
                                GRACIAS







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