jueves, 30 de enero de 2014

MI TIA:

Mi tía. En un barco de 50 metros de longitud que cruza el mar en dirección al Caribe, estoy tranquilamente tumbado en un sillón de cuero leyendo el periódico de hoy. De los bancos de la ciudad de Nueva York han desaparecidos mil millones de dólares, no se sabe cómo ha podido ocurrir. Los investigadores y la gran inteligencia americana estudian a fondo el caso. “Mil millones de dólares desaparecieron en el aire”. El único rastro que han sido capaz de encontrar, un pedazo de papel con el escrito: Gracias. La noticia en caracteres colosales en casi todos los periódicos de América me hace sonreír y pensar que hace un año, trabajaba como un “esclavo” en la oficina de correos con un sueldo de 400 sucio y repugnantes dólares al mes. La misma cantidad de dinero que gasto al día para mantener el barco limpio. Pensándolo bien, mi vieja y querida tía me hizo un hermoso regalo antes de morir. Pero vamos a empezar desde el principio… Voy a tratar de reconstituir todos los hechos, para explicar cómo fueron las cosas. Vengo de una familia de las más desastrosas que se pueden encontrar entre los seres humanos. Mi padre era alcohólico y cada vez que llegaba a casa, apaleaba a mi madre haciéndola sentir culpable del mundo. Mi madre trabajaba como autónomo. Era puta. Una puta conocida en todo el barrio. Muy buscada, y apreciada, visto que el teléfono no paraba de sonar. Tenía también un par de hermanos que nunca conocí. Pero he sabido de mi tía, que el más pequeño, era un narcotraficante de droga y suministra la mercancía a varios camellos en el barrio. El más grande se dedicaba a robar a mano armada. Dos intelectuales del mundo de hoy. Sin embargo, parece que en el último asalto a una joyería del centro, a mi hermano mayor, le alcanzaron 4 balas de 2 policías vestidos de civiles. Tenía también una hermana, que vino de no sé dónde. Que con mucha dedicación y voluntad, siguió con gran entusiasmo la profesión de mi madre. En cuanto a mí, he trabajado como empleado en la oficina de correos. Encargado oficial de la limpieza de los retretes. “12 horas al día entre la mierda por 400 miserable dólares”. Si quería llegar al final del mes, tenía que ahorrar también en el papel higiénico. De hecho, utilizaba hojas de papel que iba recogiendo en las calles. Ásperas, pero barata. El único inconveniente era, que después de un tiempo, a fuerza de frotar, tenía el culo más rojo de un mono borracho. Tengo 50 años. No soy ni bello ni siquiera demasiado inteligente. No estoy casado, no tengo mujer, y no tengo hijos. Vivo en uno de esos apartamentos que sin demasiados indicios se pudiera definir, una mierda. Era tan repugnante que incluso los ratones no querían vivir. Con lo que lograba ahorrar de dinero, dato que nunca salía de casa, lo festejaba una vez al mes, comiendo media pizza con mi vieja tía, mentecata como un tambor, que creía ser una de las últimas magas restante en el mundo. Pasaba todo el tiempo que le quedaba de vida, ya que tenía 95 años, encerrada en la casa. Si casa se puede llamar… una habitación en el sótano, sin ventanas, inmunda y apestosa, con una humedad que te arrancaba los huesos. Se quedaba allí, mezclando líquidos e inventando productos que no tenían ninguna función o efecto. Pero ella creía tercamente en lo que hacia. Creía que todas aquellas porciones de líquidos colorados, eran recetas mágicas y secretas heredadas de su madre, y trasmitida durante generaciones. Su madre no hace falta decirlo, era otra tarada mental, que murió en un accidente de carretera, mientras cruzaba una autopista persiguiendo una nube. Mi tía, tenía algunos clientes que, de vez en cuando por misericordia o para evitar que se muriera de hambre, le compraban algo que, por supuesto, al salir de esa habitación nauseabunda, tiraban a la basura. Pero una cosa voy a decir en su favor. En su delirante locura era siempre amable, alegre, y feliz. -Para ser feliz- me decía siempre- hay que ser usufructuario de un sueño, vendiéndote la ilusión de hacerlo realidad. Tenía razón. Y cada vez que nos reunimos, nos moríamos de la risa, contándonos nuestras desventuras. En un mes, a gente como nosotros, acontecían muchas. Si el hombre ha nacido para sufrir, yo lo lograba muy bien, y mi tía era una campeona. Pobrecita, también ella vivía en una situación económica que si digo dramática, no digo nada. No pocas veces, he renunciado a mi media pizza, para ayudarla económicamente. Ser desgraciado se puede aceptar, pero desgraciado y estúpido no hay quien te aguante. Pero incluso las cosas más feas en la vida tienen un fin y también fue así para mi pobre tía. Que descanse en paz. Tomó una de sus invenciones llamada (la eterna juventud). En realidad como no veía nada, no había leído la etiqueta, y se había confundido. Era un veneno para ratas y topos. Para hacerlo bien se bebió casi un litro y, como se pueden imaginar, no fue necesario ni siquiera llevarla al hospital. Directamente al cementerio. Cuando el notario me llamó para recoger la herencia, no tuve que fatigar mucho para transportarla. Consistía en una vieja y húmeda caja de zapatos, llena de ampollas de diferentes tipos y colores, que al parecer de mi tía eran, “poderosas porciones mágicas”. Algunas de ellas con poderes desconocidos para el ser humano. La agarré para honrar el regalo y salí del notario con este paquete en mis manos, como un albañil carga con un ladrillo. Al principio no hice caso a todas esas ampollas de colores. Y para no despreciar el regalo de un muerto, cuando llegué a casa, puse la caja debajo de la cama, seguro de que, durante mis tareas domesticas…que dependían de la lluvia, la tiraría a la basura. Antes de ir más lejos, dejaos que explique por qué he dicho dependían de la lluvia. Un detalle importante. Debido al hecho de que no pagabas las facturas de agua y luz, mi había construido una ingeniosa irrigación hídrica que cuando llovía, el agua que caía, se recogía en contenedores especiales, repartidos por toda la casa, que se comunicaban entre sí con tubos de plástico. El regalo que me llegaba desde el cielo era lo que necesitaba para todas mis necesidades. El tiempo pasaba ingrato, ignorante e indiferente a mis oraciones y súplicas para alcanzar una situación de vida mejor. Y aunque al tiempo no le importaba una pipa ni de mí, ni siquiera de mis problemas, yo seguía teniendo fe. Era un creyente. Rezaba siempre. Y los domingos que no trabajaba, iba a la iglesia. Todos los domingos, incluso cuando llovía. Asistía a una misa cada hora. Empezaba a las 7 de la mañana y terminaba a las 11 de la noche. Sentado en los escalones de la iglesia, las escuchaba todas. Y si tenía un poco de suerte, recibía incluso un par de monedas y un poco de comer, de esos millonarios fieles, que iban a oír la misa, para tener la ilusión de ser más buenos. Si hubieran sido realmente convencidos de su fe, se hubieran hecho sacerdotes. Pero una noche de invierno con la temperatura bajo cero, creo que 7 o 8 grados menos, con nieve alta en las calles que ni siquiera te dejaba abrir la puerta de casa, con la calefacción rota, para no morir congelado por el frío que entraba por las ventanas cuyos cristales rotos habían sido reemplazado con hojas de periódico, para ocupar parte de la noche, dado que no había manera de dormir, me puse a jugar con esa caja sucia, llena de ampollas que me había dejado como herencia mi difunta tía. Tenía mucha imaginación tengo que admitirlo. Había bautizado cada ampolla con diferentes nombres entre ellas incomprensibles por cualquier diccionario. Bueno... no se puede decir que era una persona culta. No sabía ni leer ni escribir, y cuando hablaba, no había quien la entendiese. Pero... como he dicho antes y lo repito... Pero... dentro de aquel caos, me refiero en esa caja, una ampolla mi llamo l atención de una forma particular. De hecho, en una etiqueta sucia, fabricada con masilla y pegada encima, estaban escritas tres palabras. PARA MI NIETO. -¿Qué querría decir esto? Su nieto era yo. El único que quedaba con vida. No lograba entender el sentido del por qué, la había llamado así. Nunca me había hablado de esto en vida. Dato que nunca me he considerado un hombre inteligente, de hecho he siempre pensado de tener un cociente de estupidez y de idiotez muy profundo, diría, superior a la media, decidí que si debería tratar de entender algo de aquel líquido, la única manera que conocía, era probarlo, y ver qué efecto tendría sobre mí. Bueno... he dicho que no soy demasiado inteligente es verdad, puedo confirmarlo. Pero soy un listillo. Así que tomé un gotero que me encontré por azar, en una de mis búsquedas del sábado por la tarde en los contenedores de basura. Lo puse dentro la ampolla, aspire, y deposité una gotita encima de la lengua. La tragué con la saliva y hice tiempo. Esperaba... esperaba...lo que esperaba tenia que entenderlo. El hecho es que aquella gotita, no tenía ni sabor, ni olor, ni color... nada de nada... Y yo estaba esperando. Decidí probar una secunda gota, nada, casi menos que antes, dato que no llevaba ni siquiera la novedad. Efecto cero, meno de cero. Normal y comprensible, pensé. De mi tía, loca como estaba, no había que esperar nada bueno. Imagina un milagro. Estaba peor de lo que pensaba. Y mientras que la inteligencia tiene un límite, y la estupidez no conoce fronteras, imaginémonos la locura. El que nace tonto difícilmente se convierte en inteligente y con el paso del tiempo sólo puede empeorar. Después de casi cuatros horas esperando, puse de nuevo todas las ampollas en la caja, y la tiré con rabia debajo de la cama, proponiéndome de tirarla a la basura al día siguiente. Y me fue a dormir. Bueno... no quiero exagerar…traté de dormir. A decir la verdad, mi cama era tan incómoda que a veces prefería dormir en el suelo, cuando no había ratones está claro. Entonces, casi nunca. Pero, y lo digo de nuevo, pero... A veces la vida te sorprende y también las cosas más extrañas pueden suceder. Durante la noche, mi lengua ardía, pero ardía… ardía como si tuviera encima un hierro al rojo vivo. Y también mi estómago ardía, y mis piernas ardían y los brazos ardían. Todo mi cuerpo ardía como si me hubiera tirado un cubo de gasolina encima, y alguien, porque me quería, me había regalado un fósforo encendido. Me sentía extraño. No me acuerdo de lo que me estaba pasando. Una sensación muy rara. Pensé enseguida en las gotas y me reproché a mí mismo por haberlas probado. Pero era demasiado tarde. Yo seguía ardiendo. Daba vueltas en la cama con dolores terrible. No podía encontrar ninguna posición para descansar. En un momento el dolor se hizo tan fuerte que no podía respirar. Me quede sin respirar, con las manos cruzadas alrededor del estómago por 5 minutos. Después de eso, para mi sorpresa, el dolor si detuve de golpe. No sentía nada. Con el miedo y curiosidad, decidí levantarme para ir al espejo del baño a ver mi lengua y tratar de entender lo que había sucedido. Mi gran sorpresa fue cuando al mirarme no podía ver mi lengua. No…No…no me habéis entendido. Me he explicado mal. No podía ver mi lengua, ni mi cara, ni mis manos, ni siquiera mi cuerpo, no podía ver nada. No existía...no estaba…había desaparecido. Me había vuelto invisible. Aquel líquido tenía el poder de hacer invisible al que lo bebiese. Invisible. Mi tía era genial… grandísima…la maga mas grande que había existido...Una mujer excepcional, perspicaz, inteligente, que mujer fantástica. El regalo que me había hecho, consistía en ampollas que tenían el poder de hacerte invisible. Había probado solo una ampolla. Sólo una gota. Y en la caja había al menos 50 ampollas. Gracias tía. Tardé casi toda la noche para recuperarme de la emoción por el descubrimiento, pero luego, decidí entender a fondo el poder de aquellos líquidos. Me demoré tres semanas para entender el efecto de cada ampolla. Cada día una gota diferente... El efecto de cada gota duraba 48 horas. Dentro aquel tiempo, me convertía en invisible para todos. Podía ir y hacer lo que yo quisiera y nadie podía verme, oírme, tocarme, nada ni nadie tenía poder sobre mí. Los otros sentidos funcionaban perfectamente. Pero el descubrimiento más grandioso y magnífico que hice, fue de entender que lo que llevaba puesto o trasportaba, desaparecía conmigo. Todo lo que llevaba desaparecía. Quiero decir, en el momento en el que tomaba una gota, y después tocaba una maleta, esta maleta desaparecía. Decidí dar un cambio mi vida. Lo que nadie había querido darme, era justo que me lo llevara. Dando las gracias por supuesto. La primera cosa que hice fue despedirme, enviando a tomar por el culo a todos esos desgraciados, muerto de hambre, que se habían aprovechado de mí. -Y con la liquidación que tenéis que pagarme podéis comprar rollos de papel higiénico...- les grité-. Tenían que pensar que estaba loco… Los locos eran ellos, que no habían entendido nada. Y a partir de ahí... mis queridos amigos que me habéis seguido hasta aquí, no es difícil de entender lo que pasó. Cómo desaparecieron mil millones de dólares de los bancos más importantes de Nueva York. Y cómo en un año me convertí en uno de los hombres más ricos del mundo. Pero… para no dejaros tan pronto y terminar así mi historia, quiero contaros acerca de mis aventuras como hombre invisible. Seguro que vosotros habríais hecho lo mismo. Me levantaba cada mañana temprano y después de un abundante desayuno en el mejor hotel de Nueva York, comenzaba mi duro trabajo. No en la oficina de correos, está claro. Iba a ver eso simpático directores de los bancos. Si, aquellos hombres guapos y elegantes que arruinan a la gente pobre. Que le quitan la casa. Que hablando con ellos te endeudan para después arruinarte. Te dan todo, si no necesita nada. Y te llaman amigo si tienes dinero para gastar. Eso si, a cambio hay que domiciliarles la nomina y otras tontería. Se conforman con esto para recibir de su superior general el panteón por Navidad. Aquello que ríen siempre, incluso cuando no hay nada de que reírse. Que te dan la mano sin mirarte a los ojos, y no pueden decir la verdad por respetar su ética profesional. Y si necesitas dinero para comprar una casa; no te preocupes, son ellos mismo los que se encargaran de quitártela. Y todo esto lo hacen con la sonrisa porque no entienden nada de la vida. Para explicarme mejor, estos prestamistas usurero autorizados por una ley hecha por un gobierno chupan media, que sirve para matar a las pobres gentes. Bueno... Fui por ellos. Tomé la llave de la caja secreta, la abrí y llené un par de maletas...No maletas pequeñas tipo 24 horas. No... No amigos mío, yo tenía conmigo dos maletas de los pobres. La que venden los bazar chino, grandes como baúles, que si la pones bien te entra una casa entera. Las llené de dólares, y a veces, para cambiar, metía dentro también algún lingote de oro. Cuando salía de aquellos hospitales mentales, a todos los pobres que encontraba en la calle les dejaba en regalo un paquete de un millón de dólares, que se hacía inmediatamente visible cada vez que se encontraba fuera de mi alcance. Podéis fácilmente comprender que en un año, la mitad de la ciudad de desventurados, miserables, muertos de hambre, desgraciados, personas sin hogar, se convirtieron en millonarios. Los veías circular con placer por la ciudad con coches de lujo. Por la noche salían a cenar en los mejores restaurantes. Tenían la ropa más hermosa que se podía fabricar. La mayor colección privada de arte. Los relojes más buscados. Y la más grande colección de coche antiguo de America. Todo lo que se puede imaginar lo tenían y mucho más. Como he dicho no estaba casado, ni tenía hijos, y no tenía mujeres. Solo y libre como un pajarito. Claro que en la condición económica de antes no había una mujer que quisiese salir conmigo... No podía ni siquiera pagarles un bocadillo comprado en un distributor automático del comedor de los pobres. Pero no he dicho que fuese gay. Quiero decir, que a mí las mujeres me gustaban mucho, pero mucho, muchísimo. La única cosa, es que había perdido la costumbre y no me acordaba de como se hacia. Quiero decir no sabia de que parte se iniciaba. Esto si, en los solitario ero fantástico... De hecho, cuando recogía los papeles en la calle, alguna vez encontraba fotos de mujeres bella y desnuda. Guardaba las fotos, y las ponía una detrás de la otra, fabricando mi revista favorita, y todas las noches antes de dormir, la consultaba como si fuera sagrada. Pero desde que me hice rico...invisible, las mujeres nunca me han faltado. Dicho entre nosotros no había noche que no follara. Especialmente en verano cuando dejaban las ventanas de la casa abierta. Sin embargo, tengo que confesar mi secreto antes de irme… Me gusta mirar, lo confieso. Casi todas las noches iba a visitar alguien. Me sentaba en su casa como un buen invitado, y esperaba que se fueran a dormir. Después de eso, aprovechaba del espectáculo como al cine, sentado en un sillón comiendo Pop Corn y bebiendo coca cola. Pero en confianza que pena. Algunos amigos míos que me parecían grandes folladores, eran en realidad alquitranes, desastrosos en la cama. No duraban ni siquiera 10 minutos. Y el espectáculo era tan penoso que a veces me levantaba en medio del programa, y me iba. Bueno amigos míos... Podría seguir contando lo que hice, pero el resultado esta dicho. Hice desaparecer de los bancos más importantes de Nueva York mas, mucho mas de mil millones de dólares, y ahora estoy aquí...sentado leyendo el periódico, en dirección Barbados y el resto de las ampollas guardada con mucho amor en el cofre de mi barco. De vez en cuando voy al cementerio a visitar a mi tía. La he hecho alojar entre las personas más ricas de Estados Unidos en una tumba de todo respecto. Una casita privada de 50 m² en mármol blanco de Carrara traído para la ocasión de Italia…Una fortuna. La única y la más bella del cementerio, porqué, al pensarlo bien, mi tía era muy generosa, y se merecía un regalito así…Gracias tía. Y el alma pregunta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario