No puedo explicar la verdadera razón de por qué evito a la multitud, tal vez por un rechazo inconsciente a seguir el camino de la mayoría y continuar mi viaje.
Aunque la lucha del individuo para salir adelante ha sido vista en todo momento con un cierto recelo.
Siempre he dado un alto valor a mi persona, y aunque la incertidumbre de algunos momentos ha hecho a veces temblar mi autoestima, debido al desaliento por los golpes recibidos, he seguido adelante, sin prestar atención a lo que los demás podían pensar de mí.
Sentirse diferente en medio de esta multitud, de este montón de cuerpos desnudos de cualquier razón, que se encuentran y se reúnen para poder actuar, es muy peligroso.
Tienen el poder, dada la superioridad numérica y de fuerzas, de hacer muy difícil cada uno de mis momentos.
Existen para mantener y preservar una forma de vida ya encontrada, para uniformarse con la sociedad, siguiendo el mismo camino, para llegar a ser capaces de juzgar y criticar a hombres como yo que han dado un alto valor a su vida, y no la han vivido como un patético espectáculo.
Tienen que justificar y justificarse por el tiempo que han perdido sin hacer nada por miedo a hacer, o tal vez simplemente porque no han sido capaces.
La multitud nunca ha sido capaz de elevarse a un nivel de inteligencia igual al del individuo, por el contrario todas las características que le son comunes, se convierten en su único argumento y en el aspecto dominante de sus vidas.
Yo, por pocas que sean mis cualidades existo realmente, y no necesito ninguna prueba o evidencia para confirmarlo.
Me resulta a veces difícil mantener en medio de la multitud la independencia de la soledad de mi ser para no contaminarme.
Pero más agobiante me resultaría conformarme, aceptar una actitud tal, sería como quemar el tiempo.
Se conforman, con el fin de poder reconocerse, comunicar y juntarse, cerrando los ojos ante todo aquello que es diferente.
Esta actitud no los convierte únicamente en falsos y mezquinos ante muchos aspectos de la vida, sino que también los convierte en inútiles frente a la capacidad de vivir.
Se transforman con el tiempo en fenómenos estadísticos, portadores de ninguna verdad, dotados únicamente de una mínima lógica y racionalidad, pero alejados de poseer la chispa que los haría independientes.
Tratan de perfeccionar su forma de vivir, común y banal, buscando en la rutina la diferencia, en lo ordinario lo extraordinario, sin darse cuenta de no sentirse ya más atraídos de la misma manera, por los objetivos que un día hicieron que sus almas brillasen.
Han trasformado su entusiasmo en una rutina, utilizándolo en la inútil y patética búsqueda de la certeza.
Cuanto más rígida y descifrable se hace la vida del ser humano, menos sobrevive el alma genial que reside en el individuo.
Si no esperas nada, y los sueños e ilusiones que animaban tus noches son sólo recuerdos del pasado, la vida no se renueva y se convierte en rancia, estanca, se petrifica, y el pensamiento luminoso se trasforma en un mosca que da vueltas dentro una botella vacía.
Quien busca las verdades estadísticas de la vida, siempre se quedará decepcionado, el océano es demasiado profundo como para ser medido.
A pesar de todos los intentos que hago para convivir con esta multitud que me rodea, hay siempre una experiencia mortificante que se me presenta en muchas ocasiones, ante la cual, me aíslo y me hundo en la soledad y en la tristeza de mi alma.
Esa sonrisa forzada, estúpida e insensata, que en ciertas situaciones de compañía, se tiene que adoptar, me deprime, no consigo dar ese tipo de respuesta a una conversación superficial.
Siempre he pensado que quien consigue satisfacer esa situación, moviendo a voluntad los músculos de la cara y asumiendo una expresión idiota agarrotando su rostro, sintiera dentro de sí la desagradable sensación de morir.
Ningún hombre puede violar su naturaleza, por eso, tengo siempre que ser yo mismo en cada instante.
Pero la multitud no respeta al hombre, lo evita, lo critica, no lo acepta para no arrodillarse ante su superioridad.
No puedo renunciar a mi individualidad sólo para no herir las susceptibilidades de algunos, que en mi vida representan sólo un color difuminado.
Si observo su vivir cotidiano me siento arrollado por un río caudaloso, no han elegido sus vidas, la sociedad se las ha dado con todos los accesorios.
Han nacido viejos, y como los viejos esperan la muerte viviendo sus días sentados, mientras observan sin pasión, entusiasmo, alegría ni locura, sueños e ilusiones que la vida pide a gritos a cualquier hombre que acepte cabalgarla.
Siempre me han hecho tristemente reír, las afirmaciones de aquellos que dicen... hay un tiempo para todo, ya he vivido, ahora busco la tranquilidad y la estabilidad… Mentirosos… mentirosos, se han trasformado en soldados de salón que huyen de la batalla de la vida, porque han perdido la confianza en sí mismos.
Tienen miedo… tienen miedo de enfrentarse al destino de la vida que hace fuertes a los audaces, de perder lo poco que con mucha suerte han podido conquistar, por la incapacidad de reconquistarlo, tienen miedo de dejar una relación para no tener que lidiar con la soledad y esperan... esperan sabiamente morir, y en su espera envejecen… envejecen cada vez más hasta no reconocerse.
Sólo el hombre que sabe deshacerse de cualquier cosa y de cualquier tipo de apoyo en todo momento, sólo el hombre que conserva la capacidad de ganar o perder dependiendo de cómo gira la ruleta de su vida, solo el hombre que a pesar de los golpes recibidos y las cicatrices quizá aun abiertas conserva dentro de sí el brillo, el optimismo y el entusiasmo, solo aquel hombre que a pesar de una vida vivida con alegría y con dolor conserva la valentía del guerrero, sólo ese hombre será diferente, y no podrá nunca ser parte de la multitud porque encarcela dentro de sí el alma del individuo.
Sólo él podrá ser llamado hombre.
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